Es más fácil salir que entrar.
Me despido. Éste es mi último informe desde La Maravillosa. Ya no escribiré más esta columna acerca del caso Chazarreta. Pero quiero que recuerden lo que aquí les digo: el hecho de que éste sea el último informe es un acto de voluntad del que quiero dejar constancia. Yo decidí no escribir más sobre la muerte de Pedro Chazarreta ni sobre otras muertes relacionadas. Y eso es una decisión, una elección.
No quiero que suceda como tantas otras veces que un tema, una noticia, una información que un día ocupó espacio e interés, empiece a perder lugar y frecuencia hasta que nadie hable más de ella. Eso es lo que se busca a veces: que la noticia se desvanezca, que nos olvidemos del asunto. No es el caso. Dejo de escribir porque tengo miedo. Dejo de escribir porque no tengo pruebas ni garantías suficientes para decir lo que pienso. Lo único que tengo es temor y conjeturas. Este caso no está resuelto. Y no voy a poder ser yo ser yo quien lo resuelva. Quizá no lo resuelva nadie. Quizá pronto ya nadie hable del caso Chazarreta. No lo permitan.
Lo que pasa con esta noticia policial es trasladable a cualquier noticia y a la situación general de los medios hoy. Una agenda de prioridades informativas que deja afuera ciertas noticias es censura. No permitan que nadie les arme su agenda. Ni los unos ni los otros. Lean muchos diarios, vean muchos noticieros, todos, hasta aquellos con los que no están de acuerdo, y recién después armen su propia agenda. La comunicación hoy dejó de ser emisor-receptor, la armamos entre todos. Jerarquizar las noticias de acuerdo con el criterio propio y no con la agenda impuesta es hacer contrainformación. Y la contrainformación no es una mala palabra sino todo lo contrario. Es informar desde un lugar distinto, desde un lugar de no poder.
Hay que entender y mostrar los móviles de grupos y personas. No conformarse con una causa directa, ir más profundo, entender conductas. ¿Qué tiene que ver esto con noticias policiales?, ¿qué con un asesinato? Mucho. Deja más tranquilo pensar que a Chazarreta lo mataron por tal o cual motivo. No cuenten conmigo para un análisis tan simple. Si no puedo hacer un análisis más profundo no lo haré, pero ustedes sepan que esa profundidad existe y les está siendo negada. Yo hoy se las niego por miedo. Búsquenla siempre, en una noticia policial, pero también en una noticia política, internacional, de espectáculos o deportiva. Decir quién tomó un cuchillo y abrió el cuello de Chazarreta de un lado al otro es decir quién lo mató y a su vez es no decir nada. ta?, ¿importa que el fundador de ese colegio tenga causas por reiterados abusos?, ¿importa cuál era la ideología de Chazarreta y sus amigos en la adolescencia y cuál era en los últimos tiempos? Creo que sí, que importa. ¿Influyen los agravios, abusos y crímenes no resueltos de otros tiempos en los agravios, abusos y crímenes de ahora, o en los futuros? Cuando no importan los antiguos agravios quedan heridas abiertas y, lo que es peor, a veces alguien se cree con derecho a reparar lo que en su momento no tuvo justicia. Pero la justicia por mano propia no deja de ser otro agravio, entonces se alimenta una rueda de odios y venganzas que no termina más. ¿Es menos asesino el que mata a quien se lo merece? La condena justa del agravio cometido, del crimen cometido, es lo único que nos puede salvar como sociedad.
No se olviden de los crímenes impunes, porque siempre encierran algo más tremendo que el crimen mismo.
Hoy dejo de escribir en este diario no porque esto no me importe, sino exactamente por todo lo contrario. Rodolfo Walsh reconoce que a partir de 1968 empezó a desvalorizar la literatura «porque ya no era posible seguir escribiendo obras altamente refinadas que únicamente podía consumir la ‘intelligentzia burguesa’, cuando el país empezaba a sacudirse por todas partes. Todo lo que escribiera debía sumergirse en el nuevo proceso, y serle útil, contribuir a su avance. Una vez más el periodismo era aquí el arma adecuada». ¿Sigue siendo hoy el periodismo, este periodismo, el arma adecuada? No lo sé, ni tengo derecho a responder esa pregunta porque no soy periodista. Yo soy escritora. Invento historias. Y a ese mundo de ficción volveré cuando termine este último informe. Porque en ese lugar no tengo miedo, porque en ese lugar puedo inventar otra realidad, una aún más cierta. Allí es donde puedo empezar una novela cualquiera, la próxima, con una mujer que viene a hacer las tareas domésticas a la casa de alguien como Pedro Chazarreta, por ejemplo, y que tiene que pasar como cada día por todos los controles de acceso a La Maravillosa sin saber, sin sospechar, que cuando llegue al chalet de su patrón se encontrará con que él fue degollado. Puedo fingir una investigación, descubrir lazos que nadie vio con otras muertes, determinar culpables materiales e ideólogos, decir por qué se mató a quien se haya matado. Inventar una y otra vez. Hasta decir, por ejemplo, que las responsabilidades últimas hay que buscarlas en un alto empresario, en un rascacielos, una torre imponente de Retiro, o de Puerto Madero, o en Manhattan. Donde yo quiera, porque no tengo que rendir cuentas. Una oficina con una gran ventana. O no, sin ventana. Total, todo será apenas una realidad que yo inventé. Una novela es una ficción. Y mi única responsabilidad es contarla bien.
Vuelvo a la literatura entonces. No escribo más estos informes porque escribir lo que debería me da miedo, y escribir otra cosa me da vergüenza.
Mis respetos para mis lectores.
Y mi confianza en que sabrán qué hacer en estos nuevos tiempos de la información. Tiempos en los que ustedes, también, son parte ineludible y activa.
El pibe de Policiales termina de leer el último informe de Nurit Iscar en el mismo momento en que ella atraviesa la barrera de entrada —o de salida— de La Maravillosa, en el remís del diario, con su pequeña valija cargada en el baúl que los hombres de seguridad abrieron pero no inspeccionaron, rumbo a su casa, la verdadera, su departamento en Buenos Aires. El pibe manda el informe para que salga en el diario del día siguiente. Sabe que a Rinaldi no le va a gustar. Sobre todo si Nurit Iscar no le avisó que no va a escribir más para
El Tribuno
. Aunque le haya avisado, se corrige, no le va a gustar. A Lorenzo Rinaldi no le gusta que lo dejen. El pibe contesta algunos mails atrasados, después junta sus cosas, apaga la computadora y está por irse a su casa cuando un grito de Rinaldi lo detiene: ¿Cómo se te ocurre mandar este informe para mañana sin consultarme?, menos mal que alguien lo leyó en el camino y me avisó. El pibe de Policiales se hace el inocente: ¿No era que los informes de Nurit Iscar iban sin corte ni edición? No me tomés el pelo, pibe, sabés que esto es otra cosa, esto no sale. La mina piró mal, ¿no te das cuenta? La estoy llamando y desapareció del mapa. Piró mal. ¿Cómo se te ocurre que esto podía salir? Hay un criterio editorial en este diario, no podemos sacar cualquier cosa. Rinaldi está muy enojado, pero intenta parecer compuesto a pesar de su tono y la vehemencia inicial: Prendé otra vez la computadora y ponete a escribir algo para cubrir este espacio, le ordena y se va a su oficina sin decir una palabra más. El pibe de Policiales se lamenta de que el mejor informe de Nurit Iscar no va ser leído por los lectores del diario. Le va a pedir permiso a algunos amigos para subirlo a sus blogs y va a poner links en Facebook, Twitter y otros sitios para que mucha gente pueda llegar a él. Mira el reloj, son las siete de la tarde. Enciende la computadora otra vez, ¿de verdad está dispuesto a escribir algo que reemplace ese informe? No, no está dispuesto. Pone el buscador de Google, escribe Erinias. Lee en Wikipedia: en la mitología griega personificaciones femeninas de la venganza, fuerzas primitivas que no se someten a la autoridad de Zeus. Vuelven a la Tierra a castigar a criminales vivos. Finalmente, a pesar de su sed de venganza, las Erinias aceptan la justicia que imparte Atenea porque quieren que el pueblo deje de despreciarlas. La venganza que cede ante la justicia. El pibe mira otra vez la hora, siete y diez. ¿Por qué está todavía en el diario?, se pregunta, pero no se refiere a la hora sino a su vida, a por qué sigue trabajando allí. La decisión de Rinaldi de no publicar el informe de Nurit Iscar, ¿no es suficiente motivo para renunciar? Vuelve a las Erinias y a la justicia. ¿Qué pasa cuando asesino y asesinados son todos gente de mierda: Chazarreta, sus amigos, Gandolfini?, se pregunta. Comprobar que Chazarreta era un hijo de puta, ¿hace su muerte más justa?, ¿hace a Gandolfini menos criminal? Que lo hayan asesinado, ¿hace a Chazarreta menos hijo de puta? Mira el reloj, siete y cuarto. Escribe en Google: Contrainformación. Descarta varias entradas y se mete en la de un libro con ese título, de Natalia Vinelli y Carlos Rodríguez Esperón. Le interesa el resumen que lee, intenta encontrarlo para descarga, no está on line. No le va a quedar más remedio que comprarlo. ¿Dónde? ¿Se conseguirá? Entra en Mercado Libre, lo encuentra y lo compra. Pacta la entrega para el día siguiente. En efectivo. Mira hacia la puerta de la oficina de Rinaldi. Mira otra vez la hora en su Blackberry: las ocho menos veinticinco. Pone en el buscador de Google: medios de información alternativos, 2.730.000 respuestas aproximadas. Entra en dos, en tres, en cinco. Entra en Indymedia, entra Radio Sur 102.7, deja el sitio de la Red Nacional de Medios Alternativos, Antena Negra y Barricada TV, para revisarlos cuando llegue a su casa. Es demasiado, no tiene suficiente tiempo en este momento. Está mareado, excitado, como si se hubiera drogado. Las ocho menos cuarto. Tiene que ser ahora. Apaga la computadora, agarra la billetera, la Blackberry y sale. Llega al correo justo cinco minutos antes de que cierre. Quiero mandar un telegrama, dice. Y redacta su renuncia a
El Tribuno
. Cuando sale, ya están bajando la cortina metálica. Desde su Blackberry llama a Jaime Brena: Brena, ¿querés dejar el diario y venirte conmigo a armar un portal de noticias?
Una semana después Jaime Brena y Nurit Iscar cenan en El Preferido. Él le aseguró que allí se come el mejor puchero de Buenos Aires. A menos que te guste más uno de esos restaurantes donde no te atienden mozos sino lindos chicos, y donde se come comida fusión o algún otro invento que podrías comer en cualquier ciudad del mundo, dijo Brena cuando la llamó para arreglar el encuentro. Puchero me encanta, respondió ella. Y allí están, uno frente al otro, eligiendo el vino tinto. ¿Viene con chorizo colorado?, le pregunta Nurit al mozo. Sin chorizo colorado, garbanzos y caracú no sería puchero, le contesta el hombre. Ella le guiña un ojo, alza el pulgar, cierra el menú y se lo da. Jaime Brena señala un cabernet sauvignon ytambién devuelve el menú. Ella le dice que todavía no le contestó los insistentes llamados a Rinaldi, que sabe que va a maltratarla por su último informe, sobre todo después de que el pibe hizo que circulara por Internet, y que no tiene ganas de escucharlo. Él le cuenta que por el momento seguirá trabajando en
El Tribuno
, que lo va a ayudar al pibe con su portal sólo de onda, que va a escribir algunos informes para él, pero que no se imagina sin levantarse para ir al diario todos los días. Que a pesar de Rinaldi, a pesar de la sección Sociedad, a pesar de las tontas estadísticas acerca de qué hacen hombres y mujeres, niñas y varones, o chicas con mucho o poco vello, él sigue eligiendo trabajar en un diario. Creo que no podría acostumbrarme a perder el olor de una redacción, dice. ¿A qué huele?, pregunta ella. Bueno, antes olía a pucho, mucho pucho, a papel y tinta de las impresoras; hoy ya no sé, pero es como si ese olor que tuvo se hubiera quedado ahí para siempre, en el aire viciado, lleno de polvo, que entra y sale de los equipos de aire acondicionado infinita cantidad de veces. Y el ruido, también extrañaría el ruido, ese motor humano que es el sonido del vértigo, de las cosas que pasan. Hoy representado por el sonido de televisores encendidos por toda la redacción que abandonan el «mute» sólo cuando aparece algo importante. El zumbido suave pero permanente de las computadoras, como un mosquito. Y teléfonos que suenan no como antes, que lo hacían todos con la misma melodía, sino cada uno con su ridículo, propio y exclusivo ring tone. Una competencia de ring tones cada vez más extraños para identificar sin ninguna duda el teléfono propio. No sé si sería feliz sin todo eso, dice Jaime Brena. Le pregunta a Nurit si empezó a escribir, y ella le cuenta que sí, le habla de su nueva novela, dos páginas apenas y mucho en su cabeza. Muertos, sí, suspenso, y la verdadera historia que corre por debajo de la muerte, la que más me importa, la cotidiana, esa que la muerte no alcanza a detener. Comen pan mientras esperan el puchero, y los dos se quejan por llenarse de miga y por los kilos que ya tienen de más. Y se ríen. ¿Tendríamos que haber hecho algo más?, pregunta ella, ¿tendríamos que haber intentado denunciar a Gandolfini? No sé, yo también me lo pregunto, contesta Jaime Brena, por ahora tendremos que cargar con eso: el costo de decir lo que sabemos, o lo que creemos saber, es demasiado alto. A lo mejor más adelante se nos ocurre cómo, a veces con el paso del tiempo aparece una oportunidad, no sé. Yo tampoco sé, dice Betibú, pero no me quedo tranquila. Llega el vino, el mozo lo sirve, ellos chocan copas y beben. Aunque no brindan. Sobre sus cabezas, en el televisor encendido sin sonido que cuelga de un soporte en la pared, empieza el noticiero de las nueve. Ellos no lo miran, deberían estirar el cuello como garzas para poder verlo, y además no les importa, hoy no quieren saber de noticias de otros.
Mientras Jaime Brena y Nurit Iscar esperan el puchero, Carmen Terrada y Paula Sibona comen empanadas y revisan el celular. ¿Te mandó mensaje?, pregunta Carmen. No, ¿a vos?, dice Paula. Tampoco, contesta Carmen. Y eso que prometió que nos iba a ir mensajeando cómo le iba, se queja. Lo prometió para que no le insistieras más, Paula, no nos puede relatar la salida como si fuera un partido de fútbol. A mí me habría gustado que me la relatara, dice Paula. ¿Querés ver una película o una serie?, consulta Carmen ¿Qué serie tenés? In Treatment o Mad Men. In Treatment, me mata ese psiquiatra. Carmen enciende la televisión y pone el cd. Se acomodan en los almohadones que están tirados en el piso. ¿Habrán cojido ya?, pregunta Paula Sibona. No creo, dice Carmen, conociéndola a nuestra amiga no sé si llegaron a un pico todavía. Yo le tengo fe a Jaime Brena, afirma Paula. Yo también, el asunto es tenerle fe a ella, aclara Carmen. Che, no será capaz de abandonarnos si se enamora de Jaime Brena, ¿no?, se inquieta Paula. No, nuestra Betibú, no, afirma Carmen Terrada con seguridad mientras busca con el control los subtítulos en castellano. Habría que exigir un preaviso de amistad y acompañamiento cuando una de nosotras se engancha con un tipo, que te den un margen para acomodarte, propone Paula. Conmigo quedate tranquila, yo no tengo nada a la vista, dice Carmen. Conmigo también quedate tranquila, tengo mucho a la vista que es lo mismo que no tener nada. ¿Tendrá amigos presentables, Jaime Brena?