Suena el timbre y eso los interrumpe. ¿La pizza?, dice Nurit, qué raro que no avisaron de la guardia. Vamos a ver quién puede comer ahora, yo por lo menos tengo un nudo en el estómago, dice mientras va hacia la puerta. Sin embargo, cuando la abre, advierte que del otro lado no está la pizza sino el guardia que la llevó esta mañana en su carrito hasta el quiosco. Disculpe que la moleste, señora, dice. No, no es nada, ¿qué pasa?, pregunta ella. Yo… no sé si corresponde que esté acá, pero… ¿Qué pasa?, insiste Nurit. El señor Collazo, ¿se acuerda de que estuvimos comentando que él estaba nervioso? Sí, dice Nurit e intuye lo que sigue. Jaime Brena y el pibe de Policiales, que ya se dieron cuenta de que quien habla está a punto de revelar algo importante, se acercan a la puerta. El señor Collazo se mató, me avisó hace un rato un compañero… y yo lo acabo de ver. Nurit siente como si recibiera un golpe seco en el medio del pecho. ¿Cómo murió?, pregunta Brena. Se colgó de un árbol, todavía está ahí colgado, en su casa, no lo pueden bajar, hay que esperar a que llegue el juez. Nurit se agarra del brazo de Jaime Brena, él la sostiene, pero además apoya su mano sobre la de ella y la aprieta. El pibe de Policiales se frota lacara como si quisiera despertarse de un sueño que lo tiene agobiado. No les diga a mis superiores que yo le avisé, le pide el hombre a Nurit, a ellos no les gusta que uno lleve y traiga… pero le digo, estoy tan impresionado, lo que son las cosas, ¿vio?… Le quería contar, disculpe. No, hizo bien, dice ella, hizo bien en venir a contarme y quédese tranquilo que no le voy a decir a nadie cómo me enteré. Estaba muy nervioso, insiste el guardia, se veía venir, ¿no? Nurit Iscar intenta decir algo, pero se le quiebra la voz. Jaime Brena se da cuenta y le evita tener que dar la respuesta que el guardia espera. Por eso, es él quien dice las mismas palabras que ella hubiera dicho si no se le hubiera apretado la garganta, palabras que aunque suenan a confirmación encierran una intención distinta de la que puede juzgar ese hombre parado frente a ellos: Sí, se veía venir, Collazo también murió como debía morir.
Jaime Brena y Nurit Iscar están a punto de salir para la casa de Collazo en donde aún su cuerpo cuelga de un árbol. El pibe de Policiales, que en un primer momento pensaba ir con ellos, coincide con Brena en que es mejor que se quede buscando datos para ubicar al único sobreviviente: Vicente Gardeu. Por lo menos es eso lo que ellos esperan, que Gardeu aún sobreviva al resto. Nurit Iscar le sugiere que lo haga en la computadora que está en su cuarto, con una pantalla más grande y un teclado que a futuro, es de desear, no le provoque tanta artrosis como el pequeño teclado de su Blackberry. Karina Vives, Paula Sibona y Carmen Terrada se quedan en la casa esperando novedades y las pizzas. Por eso, en el momento en que Nurit y Jaime Brena caminan en la oscuridad de una noche sin luna —en La Maravillosa los socios votaron en la última asamblea negativamente un proyecto que pretendía aumentar el alumbrado eléctrico de las calles, con el fin de preservar el ambiente natural del lugar, «para eso nos vamos a vivir a Buenos Aires», dicen que gritó uno de los socios y todos lo aplaudieron—, el pibe de Policiales está en el cuarto de Nurit tipeando: «Vicente Gardeu», en el buscador de Google, y las amigas de Nurit Iscar charlan con Karina Vives en la cocina mientras esperan que llegue el repartidor de pizzas que ya se anunció en la guardia. Prendemos el horno para mantenerlas calientes hasta que vuelvan, ¿no?, dice Paula. No creo que vengan con muchas ganas de pizza, pero sí, frías va a ser peor, dice Carmen. Y luego le pregunta a Karina Vives: ¿Así que vos también sos periodista? Sí, contesta la chica. ¿Y dónde trabajás? En
El Tribuno
, igual que ellos. Ah, son los tres compañeros, trabajan juntos. Sí, y de hecho bastante cerca, los escritorios están bastante cerca. ¿Hace poquito que entraste en el diario?, pregunta Paula Sibona. No, dice Karina y se ríe, hace demasiado, como ocho años. ¿Pero cuántos años tenés? Treinta y cinco. Parecés mucho menos. Gracias. Así que estás hace un montón ahí. Sí. ¿Y en qué sección estás?, ¿siempre te ocupás de mujeres y hombres infieles? No, por suerte no, eso fue muy al principio, que me tenían de comodín cubriendo lo que hiciera falta, después pasé por Espectáculos y desde hace unos años que estoy en Cultura. Carmen es la primera a quien le suena un alerta, entonces repite como para confirmar: Estás en Cultura de
El Tribuno
. Y de inmediato pregunta: ¿En cultura del diario o en el suplemento? En los dos, confirma la chica. Y te llamás Karina. Sí, vuelve a confirmar ella, ahora un poco sorprendida por tantas preguntas pero, sobre todo, por el tono con el que Carmen se las hace. Trabaja en Cultura de
El Tribuno
y se llama Karina, le dice Carmen a Paula con una intención que su amiga capta inmediatamente. Decime, linda, ¿Karina cuánto te llamás vos?, pregunta Paula. Karina Vives, dice la chica. No te puedo creer, dice Paula. Karina Vives, repite Carmen con cara de «me lo venía venir». Decime, Karina, ¿vos sabés en la casa de quién estás?, le pregunta Paula. Sí…, dice la chica sin entender todavía a dónde va la mujer conesa pregunta. ¿En la casa de quién?, insiste. ¿Qué pasa?, ¿es un chiste?, no entiendo, en la casa de Nurit Iscar, contesta. ¿Y a vos no te da un poquito de cosa estar acá? ¿Cómo de cosa? De cosa, sí, de vergüenza, de pudor, de remordimiento, digamos: ¿no te sentís un poquito una mierda?, remata Paula Sibona. Karina se incomoda, no termina de entender si esta absurda conversación es una broma, un malentendido o qué, intenta encontrar una explicación a la repentina agresividad con la que la tratan las amigas de Nurit Iscar: Si es por… yo no tengo nada que ver ni con Jaime Brena ni con el pibe… No, no, linda, no es eso, esto no tiene que ver con hombres. Karina Vives no acierta a pensar en una crítica de hace tres años atrás que para ella significó algo muy distinto que para Nurit Iscar y sus amigas. Una crítica que por otros motivos ella intentó olvidar, hasta hoy, con éxito. Paula Sibona se lo recuerda: Vos hiciste una reseña de un libro donde destrozaste a Nurit y te presentás acá como si nada. ¿Ahora?, ¿un libro nuevo? No, nuevo no, de hace tres años, ¿tan mala memoria tenés? Te ayudo: La reseña de
Sólo si me amas
. Ah, sí, esa reseña, pero fue hace tres años, dice Karina, que por fin entiende de qué le hablan. ¿No tenés nada para decir?, insiste Paula. Miren, me están haciendo sentir muy mal, esa reseña fue algo que me encargaron y yo hice, habla de un libro, no de una persona, fue mi primer trabajo como editora de Cultura y además yo no conocía a Nurit Iscar en ese momento. ¿Qué?, ¿si la hubieras conocido habrías hecho una reseña distinta?, ¿así se manejan ustedes?, pregunta Carmen. Prefiero no hablar de eso, hay cosas que pertenecen a mi trabajo y que no voy a discutir fuera de él; fue una reseña, nada más, una reseña no le cambia la vida a nadie. A Nurit Iscar, sí, afirma Paula con dureza. No habrá sido la reseña sino alguna otra cosa, ¿importa tanto lo que opina una persona de un libro como para marcar la vida del que lo escribe?, se defiende Karina Vives. Bueno, a cada una le afecta lo que le afecta, ¿o a vos no te afecta nada?, pregunta Carmen y sigue: Puede que no te afecte que alguien hable mal de tu trabajo, que no valoren el tiempo y esfuerzo que le dedicaste, pero algo en la vida te debe afectar, algo te debe hacer llorar, ¿o no llorás, vos? Karina Vives le sostiene la mirada unos segundos, los dientes apretados, la respiración intensa, los ojos calientes de bronca, y luego, sin solución de continuidad, se pone a llorar a los gritos. Bueno, pará, que tampoco es para tanto, nosotras te estamos hablando bien, estamos diciendo lo que hay que decir, pero bien, ¿no es cierto?, dice Paula y mira a Carmen. Re bien, confirma Carmen. Si lo que querés es hacernos sentir mal… ¡No lloro por eso! No lloro por ustedes, ni por Nurit Iscar, ni por esa reseña de mierda, ¡lloro porque estoy embarazada! Ahora son Paula Sibona y Carmen Terrada las que se quedan sorprendidas. ¿No es eso un asunto más importante que una bibliográfica? Paula y Carmen se miran y luego la miran a ella. A Karina Vives le cuesta respirar, se ahoga con su propio llanto. Y no sé si quiero tenerlo o no, balbucea. Sí, dice Carmen, estás en problemas. Paula Sibona llena un vaso con agua y se lo acerca. Tomá, linda, empecemos otra vez. ¿Qué es una bibliográfica?
En el momento en que Paula Sibona le entrega a Karina Vives el vaso con agua, el pibe de Policiales descubre que Vicente Gardeu fue el fundador de la orden que trajo el Colegio San Jerónimo Mártir a la Argentina, y que si ese hombre estuviera vivo en este momento tendría 109 años. ¿Alguien con su mismo nombre? Insiste en su búsqueda, pero todas las entradas remiten al mismo Vicente Gardeu. Varias de ellas hablan de causas en su contra por denuncias de pedofilia y abusos. Entra en una de ellas: más de quince seminaristas que pasaron por su orden dicen haber sido víctimas de abusos de parte de Gardeu. Otros lo defienden. Hay declaraciones de padres que llevan a sus hijos a colegios que pertenecen a la congregación y que sostienen que a ellos no los afecta lo que haya sucedido en el pasado, porque «los logros de la fundación exceden a la vida personal del fundador». Definitivamente, Jaime Brena tiene que haber entendido mal, Vicente Gardeu no es el sexto amigo. No puede serlo. El pibe de Policiales vuelve a las noticias acerca del tiroteo en New Jersey. Ahora sí, en todos los sitios aparece más o menos la misma información en inglés que él traduce mentalmente mientras lee: Hoy, apenas unos minutos pasadas las tres de la tarde, un francotirador no identificado disparó desde un edificio vecino al estacionamiento del supermercado Walmart de New Jersey, dejando un saldo de un hombre muerto y tres heridos leves. La policía está tratando de determinar desde dónde fueron efectuados los disparos. La víctima se trataría de un gerente de una importante compañía, un argentino de sesenta años, establecido en Estados Unidos desde hace varias décadas. El pibe de Policiales imprime tres páginas de distintos diarios on line con la noticia porque sabe que Jaime Brena, cuando pueda, querrá leerla impresa en papel. Intenta que una de las tres opciones, al menos, sea en castellano, y siente que de a poco va a conociendo a Jaime Brena.
Cuando de la impresora sale la tercera página con el tiroteo de New Jersey, Nurit Iscar y Jaime Brena llegan al frente de la casa de Luis Collazo. Saben que no van a poder avanzar mucho más, que no los van a dejar acercarse al cuerpo que entre sombras cuelga lánguido de un roble. Un patrullero de la Policía Bonaerense y la camioneta del jefe de seguridad de La Maravillosa tapan cada una de las dos entradas a la casa, y personal de seguridad del barrio impide que nadie se acerque desde algunos metros antes. Una mujer llora abrazada a un hombre joven, de poco menos de treinta años. Jaime Brena se dirige a uno de los guardias y, señalándolos, le pregunta: ¿Quiénes son? La mujer de Collazo y el hijo, le responde. ¿Están mal, no?, dice Brena. ¿Y usted cómo estaría si su marido o su padre se matara colgándose de un árbol?, contesta el guardia de mal modo y se adelanta a hablar con su jefe, sin importarle dejar ahí a Jaime Brena, con una posible respuesta en la boca. Pero a Brena no le preocupa el desplante, sabe que su pregunta fue tonta, pero también fue adrede, él ya obtuvo la información que quería: La policía no duda de que la muerte de Collazo fue un suicidio, que él mismo se colgó en ese árbol. Se lo cuenta a Nurit, que tiembla no por el frío sino por la impresión que le produce el asunto en el que están metidos. Y él, Jaime Brena, aunque sabe que el temblor no se debe a la temperatura, se saca su suéter y se lo pone a ella, a Nurit Iscar, en los hombros. Tomá, Betibú. Gracias, dice Nurit e intenta una sonrisa que apenas aparece. El guardia que unos minutos antes les dio la noticia de la muerte de Collazo acaba de llegar en su carro. Saluda a Nurit desde lejos, apenas, moviendo la cabeza casi imperceptiblemente, como si no quisiera que nadie se dé cuenta de que la saluda. Ella le devuelve el saludo del mismo modo. Jaime Brena observa la situación, se acaricia el mentón, casi que lo aprieta. Necesitamos ver el cadáver de cerca, dice por fin. No nos van a dejar acercarnos, responde Nurit. A nosotros, no, dice Jaime Brena, pero a él sí, y señala al guardia. ¿Te animás a pedirle que saque una foto con tu celular?, se va a sentir más obligado a decirte que sí a vos que a mí. No creo que con tan poca luz una foto de celular nos muestre demasiado. Sí, tal vez no se va a ver lo que quiero, tenés razón, mejor decile que se fije él mismo en dos cosas: dónde está el nudo de la soga con la que supuestamente se ahorcó Collazo y el color de su cara. Para ser más preciso, necesitamos saber en qué lugar del cuello está el nudo, si adelante, en la nuca o a un costado, y si la cara de Collazo está blanca o azul. Okey, yo lo transmito tal como me decís y después vos me explicás por qué estoy pidiendo lo que le pido; ahora no podría soportar un relato acerca de las marcas en el cuello de un ahorcado. Por supuesto, yo después te explico. Nurit Iscar va hacia el hombre con algún reparo, recién cuando él la ve y le hace un gesto de que está todo bien ella se termina de acercar. Lo saluda y le transmite las indicaciones de Jaime Brena. El guardia acepta y camina hacia el roble. Nurit Iscar vuelve junto a Brena. Por segunda vez desde que se conocen él la ve hacer el gesto de frotarse los brazos como si tuviera frío. Si querés, podés ponerte el suéter. No, está bien, en los hombros está bien. Nunca creí que estos asesinatos estarían tan cerca de nosotros, dice Brena; en periodismo policial siempre se llega después, más tarde, le pisamos los talones a la muerte. Y al asesino. Esta vez es distinto. Sí, esta vez es distinto, coincide Nurit, necesitamos encontrar al único sobreviviente aunque sea para sentir que algo pudimos modificar. ¿Llegaremos a tiempo esta última vez? Cuando volvamos a tu casa voy a llamar al comisario Venturini, anuncia Brena, no podemos cargar sobre las espaldas con un muerto más. Ojalá Collazo se haya suicidado y estemos equivocados, pide ella. Ojalá, pero lo dudo mucho, dice él. El guardia que fue a ver cómo cuelga del roble el cuerpo de Collazo regresa y va a donde ellos lo están esperando. El nudo está a un costado, debajo de la oreja izquierda, dice, y la cara blanca como un papel. Más blanca que un papel. Gracias, responde Brena, y no hace ninguna pregunta más, no necesita hacerla. Cuando el guardia se va, Jaime Brena le indica a Nurit: Vamos, volvamos a tu casa, no tenemos mucho más que hacer acá, lo mataron. ¿Por qué estás tan seguro? ¿Ahora sí estás preparada para escuchar el efecto de los ahorcamientos? No, preparada no, pero me muero de curiosidad y eso es más fuerte. Brena entonces explica: Hay ahorcados blancos y ahorcados azules, los blancos son los que tienen ahorcadura simétrica, es decir que tanto ambas arterias carótidas como ambas venas yugulares son comprimidas simultáneamente, dice y mientras lo hace va señalando sobre su cuello. El paso de sangre se detiene y se produce anemia cerebral y palidez en la cara. Para que se dé esa simetría en la compresión de venas y arterias, el nudo tiene que estar debajo de la nuca o del mentón. Nurit tiene un mareo, Jaime Brena, entusiasmado con su explicación, no lo nota. Si el nudo está debajo del ángulo del maxilar o por debajo de la oreja, la compresión es asimétrica, sigue describiendo, la circulación se interrumpe en ambas yugulares pero sólo en la arteria carótida donde está el asa de la soga, no donde está el nudo. ¿Vamos yendo?, sugiere Nurit y lo toma del brazo. Vamos, dice él, y empiezan a alejarse juntos. Pero Brena no detiene la charla: Donde está el nudo hay menor compresión por lo que la sangre pasa a la cabeza pero no puede retornar al corazón, se produce lo que se llama cianosis, y la cara se pone azul. Jaime Brena y Nurit Iscar caminan despacio, dándole la espalda al cuerpo muerto que aún cuelga del árbol. Si Collazo estuviera azul, podríamos dudar. Pero Collazo es un ahorcado blanco con nudo debajo de la oreja, algo imposible. Nurit se estremece una vez más. Jaime Brena ahora lo nota. La mira; sí, Nurit Iscar tiembla. Entonces él le pasa una mano por detrás de la espalda, la toma del hombro y la acerca a él. Así, con esas palabras prefiere pensarlo ella, que le pasa una mano por detrás de la espalda, la toma del hombro y la acerca a él. Así lo escribiría si estuviera trabajando en su propia novela. Porque si escribiera «Jaime Brena me abraza» o «Jaime Brena la abraza», el personaje abrazado, o sea Betibú, ella, se estremecería aún más. Y mucho menos escribiría: «Por fin un hombre la abraza después de tres años».