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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

Barrayar (3 page)

BOOK: Barrayar
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—Bueno, es una muestra de confianza, pero movida por la necesidad. Tus palabras evidencian que no has comprendido lo que significa la asignación del capitán Negri a la Residencia Imperial.

—No, ¿significa algo?

—Desde luego, el mensaje es muy claro. Negri continuará en su antiguo puesto como jefe de Seguridad Imperial. Por supuesto que no presentará sus informes a un niño de cuatro años, sino a mí. De hecho, el comandante Illyan sólo será su asistente. —Vorkosigan e Illyan intercambiaron una mirada levemente irónica—. Pero en caso de que yo enloqueciera y quisiera apoderarme del poder imperial, sin lugar a dudas Negri se mantendría leal al emperador. Si eso llegara a ocurrir, tiene órdenes secretas de eliminarme.

—Oh. Bueno, te garantizo que no tengo ningún deseo de convertirme en emperatriz de Barrayar. Te digo esto por si tenías alguna duda.

—No la tenía.

El vehículo se detuvo ante una reja en un muro de piedra. Cuatro guardias los inspeccionaron minuciosamente, revisaron los pases de Illyan y les permitieron entrar. Todos esos guardias allí, y en la Residencia Vorkosigan… ¿contra qué los protegían? Contra otros barrayareses, seguramente, en ese panorama político tan fraccionado. El viejo conde había empleado una frase muy barrayaresa que a ella le había parecido graciosa, pero ahora la recordó con inquietud.
Con todo este estiércol, debe de haber un poni en alguna parte
. Los caballos eran prácticamente desconocidos en Colonia Beta, con excepción de unos pocos ejemplares en los zoológicos.

Con todos estos guardias… Pero si yo no soy enemiga de nadie, ¿cómo es posible que alguien me quiera mal?

Illyan, quien parecía algo nervioso, se dirigió a ellos.

—Señor —dijo a Vorkosigan en forma vacilante—, yo sugeriría… incluso le rogaría que reconsiderara la posibilidad de instalarse aquí, en la Residencia Imperial. Los problemas de seguridad… mis problemas —esbozó una sonrisa tensa con la cual sus facciones planas adoptaron un aspecto de cachorro— serían mucho más fáciles de controlar aquí.

—¿En qué habitaciones ha pensado? —preguntó Vorkosigan.

—Bueno, cuando… cuando Gregor asuma el título, él y su madre se mudarán a las habitaciones del emperador. Entonces las de Kareen quedarán vacías.

—Las del príncipe Serg, quiere decir. —Vorkosigan frunció el ceño—. Preferiría fijar mi domicilio oficial en la Residencia Vorkosigan. Mi padre pasa cada vez más tiempo en la casa de campo Vorkosigan Surleau, y no creo que le moleste verse desplazado.

—Lo siento señor, pero no puedo apoyar esta idea. Mi punto de vista se basa estrictamente en cuestiones de seguridad. Se encuentra en la parte antigua de la ciudad. Las calles están llenas de madrigueras. En la zona hay al menos tres redes de viejos túneles, y hay demasiados edificios altos desde los cuales se puede vigilar toda el área. Para lograr una protección superficial necesitaré al menos seis patrullas en servicio permanente.

—¿Tiene los hombres?

—Bueno, sí.

—Entonces nos quedaremos en la Residencia Vorkosigan. —Al ver la expresión decepcionada de Illyan, el almirante lo consoló—. Tal vez no sea un buen sitio para la seguridad, pero es excelente para las relaciones públicas. Con ello la nueva regencia tendrá un aire de… de humildad militar. Es posible que ayude a disminuir la paranoia acerca de un golpe palaciego.

Y allí estaban, en el palacio en cuestión. Por su despliegue arquitectónico, la sede imperial hacía que la Residencia Vorkosigan pareciese pequeña. Las grandes alas se elevaban cuatro pisos, y su altura quedaba acentuada por torres aisladas. En diversas épocas se habían efectuado añadidos que unían las alas creando patios vastos e íntimos a la vez, algunos con proporciones adecuadas y otros con un aspecto algo casual.

La fachada del este era la que gozaba de un estilo más uniforme, cubierta de tallas en piedra. El lado norte era más irregular, entrelazado con complejos jardines formales. El sector oeste era el más antiguo, y en el sur se encontraba la construcción más reciente.

El vehículo se detuvo en una terraza de dos pisos sobre el lado sur, e Illyan los condujo por una ancha escalinata custodiada hasta unas amplias habitaciones en el segundo piso. Todos subieron lentamente, siguiendo los pasos torpes del teniente Koudelka, quien se volvió hacia ellos frunciendo el ceño a modo de disculpa, y luego inclinó la cabeza nuevamente con gran concentración… ¿o era vergüenza?

¿Este lugar no dispone de un tubo elevador?
, se preguntó Cordelia con irritación. Al otro extremo de aquel laberinto de piedra, en una habitación con vista a los jardines del norte, había un anciano pálido y consumido que agonizaba en su enorme cama ancestral…

En el amplio pasillo superior, suavemente alfombrado, decorado con pinturas y mesas llenas de baratijas —obras de arte, supuso Cordelia— encontraron al capitán Negri hablando en voz baja con una mujer que lo escuchaba con los brazos cruzados. Cordelia había conocido al famoso jefe de Seguridad Imperial el día anterior, después de que Vorkosigan mantuviera su histórica entrevista con el agonizante Ezar Vorbarra. Negri era un hombre fuerte, de rostro duro y cabeza en forma de bala. Había servido con fidelidad a su emperador durante casi cuarenta años y era una leyenda siniestra con ojos inescrutables.

Ahora se había inclinado sobre su mano y la llamaba «señora» como si realmente la respetara, o al menos sin más ironía que la que infundía a cualquiera de sus comentarios. La mujer rubia que lo acompañaba (¿o era una niña?) estaba vestida con ropas normales de civil. Era alta y muy musculosa, y se volvió para observar a Cordelia con gran interés.

Vorkosigan y Negri intercambiaron un breve saludo. Los dos hombres se conocían desde hacía tanto tiempo que ya no necesitaban recurrir a las formalidades.

—Y ella es la señorita Droushnakovi —añadió Negri, señalándola con la mano.

—¿Y cuál es su cargo? —preguntó Cordelia con cierta desesperación. Todos parecían estar siempre bien informados por allí, aunque Negri tampoco había presentado al teniente Koudelka; Droushnakovi y Koudelka se miraron de soslayo.

—Estoy al servicio de los aposentos imperiales, señora. —Droushnakovi inclinó la cabeza ante ella, casi una reverencia.

—¿Y a quién sirve? Además de a los aposentos.

—A la princesa Kareen, señora. Ése es sólo mi título oficial. Soy una guardaespaldas a las órdenes del capitán Negri. De primera categoría. —Resultaba difícil determinar cuál de los dos títulos le proporcionaba más orgullo y placer, pero Cordelia sospechaba que era el último.

—Si él le ha otorgado tanta jerarquía, será usted muy competente.

—Gracias, señora. Lo intento —respondió con una sonrisa.

Todos siguieron a Negri por una puerta que se abría a una habitación larga y soleada, con muchas ventanas que daban al sur. Cordelia se preguntó si la ecléctica combinación de muebles estaría formada por antigüedades inestimables o por simples cachivaches. No pudo determinarlo. Una mujer los aguardaba sentada en un canapé de seda amarilla al otro extremo de la habitación, y observó con una expresión grave cómo el grupo avanzaba hacia ella.

La princesa Kareen era una mujer delgada y tensa de unos treinta años, con una hermosa cabellera oscura peinada con esmero, aunque su vestido gris era de un corte simple. Simple pero perfecto. Un niño de unos cuatro años murmuraba a su estegosauro de juguete, tendido boca abajo en el suelo, y el muñeco le respondía también en un murmullo. La mujer le pidió que se levantara, que apagara el pequeño robot y que se sentara a su lado, aunque el niño mantuvo apretado con fuerza al suave muñeco de piel. Cordelia se sintió aliviada al ver que el pequeño príncipe vestía prendas cómodas y apropiadas para su edad.

Con frases formales, Negri la presentó ante la princesa y el príncipe Gregor. Cordelia no supo si debía hacer una reverencia o saludar, y terminó inclinando la cabeza como lo había hecho Droushnakovi. Gregor parecía solemne y la miró con gran desconfianza, de forma que Cordelia trató de tranquilizarlo con una sonrisa.

Vorkosigan se hincó sobre una rodilla frente al muchacho (sólo Cordelia lo vio tragar saliva) y dijo:

—¿Sabéis quién soy, príncipe Gregor?

Gregor se apretó contra su madre y alzó la vista hacia ella. Kareen asintió con un gesto.

—Lord Aral Vorkosigan —le respondió el niño en voz baja.

Vorkosigan suavizó el tono y abandonó la formalidad para no atemorizarlo.

—Tu abuelo me ha pedido que sea tu regente. ¿Alguien te ha explicado qué significa eso?

Gregor sacudió la cabeza en silencio. Vorkosigan miró a Negri y alzó una ceja a modo de reproche. Negri no modificó su expresión.

—Eso significa que haré el trabajo de tu abuelo hasta que seas lo bastante mayor para ocuparte de ello tú solo, cuando cumplas los veinte años. Durante los próximos dieciséis años, cuidaré de ti y de tu madre en lugar de tu abuelo, y me ocuparé de que recibas una educación adecuada para que llegues a ser tan bueno como él. Para que lleves adelante un buen gobierno.

¿Sabía el niño lo que era un gobierno? Vorkosigan había tenido cuidado de no decir «en lugar de tu padre», notó Cordelia con frialdad. Intentaba no mencionar para nada al príncipe heredero Serg. Así como su cuerpo se había vaporizado en una batalla orbital, el recuerdo de Serg desaparecía de la historia de Barrayar.

—Por ahora —continuó Vorkosigan— tienes que estudiar mucho con tus tutores y obedecer a tu madre. ¿Crees que podrás?

Gregor tragó saliva y asintió con un gesto.

—Creo que lo harás bien. —Vorkosigan lo saludó con un firme movimiento de cabeza, idéntico al que utilizaba con sus oficiales de estado mayor, y entonces se levantó.

Creo que tú también lo harás bien, Aral
, pensó Cordelia.

—Mientras se encuentra aquí, señor —dijo Negri cuando estuvo seguro de que no hablaría más—, quisiera que me acompañara a Operaciones. Hay dos o tres informes que me gustaría presentarle. El último de Darkoi parece indicar que el conde Vorlakail estaba muerto antes de que su residencia fuese quemada, lo cual arroja una nueva luz, o una nueva sombra, sobre la cuestión. Y también está el problema de reformar el Ministerio de Educación Política…

—Más bien de desmantelarlo —murmuró Vorkosigan.

—Es posible. Y, como siempre, el último de los sabotajes de Komarr…

—Ya entiendo. Vamos. Ah, Cordelia…

—Es posible que la señora Vorkosigan prefiera quedarse y hacernos una visita —murmuró la princesa Kareen de inmediato, sin apenas rastro de ironía.

Vorkosigan le dirigió una mirada de gratitud.

—Gracias, señora.

Distraídamente, la princesa se deslizó un dedo por los labios mientras los hombres salían, y se relajó un poco cuando todos se hubieron marchado.

—Bien. Esperaba la ocasión de tenerla para mí sola. —Su expresión se tornó más animada mientras observaba a Cordelia. Ante una indicación silenciosa, el niño bajó del sofá y con unas miradas de soslayo regresó a su juego.

Droushnakovi se acercó a ellas con el ceño fruncido. —¿Qué le ocurre a ese teniente? —le preguntó a Cordelia.

—El teniente Koudelka fue herido por un disruptor nervioso —explicó Cordelia con frialdad. No sabía con certeza si el tono extraño de la muchacha no ocultaba alguna clase de desaprobación—. Sucedió hace un año, cuando servía a Aral a bordo del
General Vorkraft
. Al parecer, aquí los tratamientos neuronales no son tan eficaces como en el resto de la galaxia. —Cordelia cerró la boca, temiendo que este comentario fuese interpretado como una crítica a su anfitriona. De todas formas la princesa Kareen no era responsable por las deficientes prácticas médicas de Barrayar.

—¿No fue durante la guerra de Escobar? —preguntó Droushnakovi.

—La verdad es que, en cierta forma, fue el primer disparo de la guerra. Aunque supongo que ustedes lo llamarían fuego amigo. —Todo un oxímoron capaz de confundir a cualquiera.

—La señora Vorkosigan, o tal vez debería decir la capitana Naismith, se encontraba allí —observó la princesa Kareen—. Ella debe de saberlo.

A Cordelia le resultó difícil interpretar su expresión. ¿Cuántos de los famosos informes de Negri habían llegado a manos de la princesa?

—¡Qué terrible para él! Parece haber sido un hombre muy atlético —comentó la guardaespaldas.

—Lo era. —Cordelia abandonó su actitud defensiva y sonrió a la muchacha—. Los disruptores nerviosos son armas horribles, a mi parecer. —Distraídamente se frotó el punto insensible del muslo, quemado apenas por la aureola de una descarga que, afortunadamente, no había penetrado el tejido subcutáneo dañando la función del músculo. Sin lugar a dudas debía haberse operado antes de viajar a Barrayar.

—Siéntese, señora Vorkosigan. —La princesa Kareen dio unas palmaditas a su lado, en el sitio que acababa de abandonar el futuro emperador.

—Por favor, Drou, ¿querrías llevarte a Gregor para que almuerce?

Droushnakovi asintió con una mirada significativa, como si hubiese recibido algún mensaje en clave con esa petición tan simple. Después de llamar al niño, ambos se marcharon cogidos de la mano. La voz infantil llegó hasta ellas.

—Droushi, ¿puedo comer un pastel de crema? ¿Y puedo darle uno a Estegui?

Cordelia se sentó con cautela, pensando en los informes de Negri y en la desinformación sobre el reciente fracaso de Barrayar al tratar de invadir el planeta Escobar. Escobar, el buen vecino y aliado de Colonia Beta… las armas que desintegraran al príncipe heredero Serg con toda su nave habían sido escoltadas a través del sitio barrayarés por cierta capitana Cordelia Naismith, de las Fuerzas Expedicionarias de Beta. Hasta allí todo era del dominio público y ella no tenía de qué disculparse. Era la historia secreta, lo ocurrido entre bambalinas en el alto mando barrayarés, lo que resultaba tan… traicionero. Cordelia decidió que aquélla era la palabra exacta. Era peligroso, como un desecho tóxico mal almacenado.

Para sorpresa de Cordelia, la princesa Kareen se inclinó hacia ella, cogió su mano derecha, se la llevó a los labios y la besó con firmeza.

—Juré que besaría la mano que matase a Ges Vorrutyer. Gracias. Gracias —dijo Kareen con emoción.

Su voz era entrecortada, intensa, invadida por las lágrimas, y la gratitud se reflejaba en su rostro. La princesa se enderezó y después de recuperar su expresión reservada, asintió con un gesto—. Gracias. Bendita sea.

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