Cordelia inhaló los complejos aromas de la vegetación, el vapor y los gases industriales. Barrayar permitía un sorprendente nivel de contaminación ambiental, como si… como si allí el aire fuera gratuito. Nadie lo controlaba, no existían tarifas por procesamiento y filtración. ¿Comprendía esa gente lo rica que era? Todo el aire que podían respirar con sólo salir de sus casas, y les parecía tan normal como el agua helada que caía del cielo. Cordelia inspiró profundamente, como si hubiese podido almacenarlo, y esbozó una sonrisa…
Una explosión distante interrumpió sus pensamientos y le hizo contener el aliento. Los dos guardias dieron un brinco.
¿Y qué?, has escuchado una explosión. No tiene por qué guardar ninguna relación con Aral
. Y con más frialdad:
Parecía una granada sónica, una de las grandes
. Por Dios. Una columna de humo se elevaba a pocas calles de allí. Cordelia no alcanzaba a divisar el lugar exacto, y se inclinó sobre la baranda.
—Señora. —El guardia más joven la cogió por el brazo—. Entre, por favor. —Su rostro estaba tenso y los ojos abiertos de par en par. El otro hombre tenía el intercomunicador pegado a la oreja. Ella no llevaba ningún intercomunicador.
—¿Qué está ocurriendo? —preguntó. —¡Señora, baje por favor! —La condujo hacia la puerta de la azotea, desde donde descendía la escalera al cuarto piso—. Seguro que no ha sido nada —la tranquilizó mientras la empujaba.
—Fue una granada sónica Clase Cuatro, probablemente lanzada por aire —le informó a ese hombre ignorante—. A menos que el atacante haya sido un suicida. ¿Nunca ha oído estallar una?
Droushnakovi apareció en la puerta con un panecillo en una mano y el aturdidor en la otra.
—¿Señora? —Aliviado, el guardia le entregó a Cordelia y regresó con su superior. Gritando por dentro, Cordelia sonrió con los dientes apretados y traspuso la pequeña puerta.
—¿Qué ocurrió? —le preguntó a Droushnakovi. —Aún no lo sé. La alarma roja se activó en el refectorio del sótano, y todos corrimos a nuestros puestos —jadeó Drou. Debía de haberse teletransportado los seis pisos. —Vaya.
Cordelia bajó la escalera a toda prisa, lamentando no tener un tubo elevador. La consola de la biblioteca debía de estar encendida.
Alguien tendrá un intercomunicador
. Siguió descendiendo por la escalera de caracol y corrió sobre las piedras blancas y negras.
El jefe de guardia estaba en su puesto, dictando órdenes. A su lado se hallaba el jefe de los hombres del conde Piotr.
—Vienen directo hacia aquí —anunció el hombre de Seguridad Imperial—. Vaya a esperarlos, doctor. —El hombre de uniforme color café salió como una tromba.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Cordelia. El corazón le golpeaba en el pecho, y no sólo por haber bajado corriendo la escalera.
Él la miró y comenzó a decir algo tranquilizador y vacío, pero de pronto cambió de idea.
—Alguien cometió un atentado contra el vehículo del regente. Vienen hacia aquí. —¿Cayó cerca? —No lo sé, señora.
Probablemente era verdad. Pero si el coche aún funcionaba… Impotente, Cordelia le indicó que volviese a su trabajo y se volvió para regresar al vestíbulo. La estancia estaba custodiada por un par de hombres del conde Piotr, quienes no le permitieron permanecer muy cerca de la puerta. Ella se aferró a la baranda de la escalera y se mordió el labio.
—¿Cree que el teniente Koudelka estaba con él? —preguntó Droushnakovi en voz baja.
—Probablemente. Siempre lo está —le respondió Cordelia distraídamente. Sus ojos estaban fijos en la puerta, esperando…
Oyó el coche que se detenía. Uno de los hombres abrió la puerta. El personal de seguridad se abalanzó sobre el vehículo plateado en el pórtico. Por Dios, ¿de dónde salía tanta gente? La pintura del coche estaba arañada y oscurecida, pero no había ninguna abolladura profunda; la cubierta trasera no estaba rajada, aunque el frente se había mellado. Las puertas traseras se elevaron, y Cordelia se estiró para ver a Vorkosigan detrás de los uniformes verdes de seguridad. Al fin se apartaran para dejar paso. El teniente Koudelka estaba sentado en la apertura, con expresión aturdida, y la sangre le chorreaba por el mentón. Un guardia lo ayudó a levantarse. Finalmente emergió Vorkosigan, quien rechazó toda ayuda. Ni el más preocupado de los guardias se atrevió a tocarlo. Vorkosigan entró en la casa con el rostro sombrío y pálido. Koudelka, apoyado en su bastón y en un cabo de Seguridad Imperial, le siguió. Le sangraba la nariz. Los hombres del conde Piotr cerraron la puerta, dejando afuera a las tres cuartas partes del caos. Aral la miró a los ojos, por encima de los hombres, y la expresión de tristeza que había en su rostro se iluminó sólo un poco. La saludó con un imperceptible movimiento de cabeza como diciendo «estoy bien».
Ella apretó los labios.
Por amor de Dios, espero que sea cierto
…
Kou estaba hablando con voz temblorosa.
—¡…el agujero que quedó en la calle es enorme! Podría haberse tragado a una nave de carga. Los reflejos de ese chófer son asombrosos… ¿qué? —Sacudió la cabeza al que le había formulado una pregunta—. Lo siento, me zumban los oídos… ¿qué ha dicho? —Escuchó con la boca abierta, como si pudiese absorber el sonido en forma oral. Entonces se tocó el rostro y observó con sorpresa la sangre en su mano.
—Sus oídos sólo están aturdidos, Kou —dijo Vorkosigan. Su voz era calma, pero demasiado fuerte—. Mañana volverán a la normalidad. —Sólo Cordelia comprendió que la voz alzada no era en consideración a Koudelka… Vorkosigan tampoco oía bien. Sus ojos se movían de un lado a otro demasiado rápido, el único indicio de que estaba tratando de leer los labios.
Simón Illyan y un médico llegaron casi al mismo tiempo. Vorkosigan y Koudelka fueron llevados a una sala tranquila, dejando atrás a todos los guardias que, según la opinión de Cordelia, resultaban bastante inútiles en ese momento. Ella y Droushnakovi fueron tras ellos. Por orden de Vorkosigan, el médico comenzó por examinar al ensangrentado Koudelka. —¿Un disparo? —preguntó Illyan. —Sólo uno —le confirmó el almirante, mirando su rostro—. Si hubiesen permanecido allí para un segundo intento, podrían haberme atrapado.
—De haberse quedado, podríamos haberlo atrapado a él. En este momento hay un equipo forense en el lugar de los hechos. El asesino ha huido hace mucho, por supuesto. Escogió muy bien el lugar, ya que allí hay docenas de rutas de escape.
—Cambiamos de camino todos los días —dijo el teniente Koudelka, quien había seguido el diálogo con dificultad, apretándose el rostro con un pañuelo—. ¿Cómo supo dónde debía tender la emboscada?
—¿Información interna? —Illyan se alzó de hombros y apretó los dientes ante la idea.
—No necesariamente —intervino Vorkosigan—. Hay una cantidad determinada de caminos posibles. Puede haber estado aguardando varios días allí.
—¿Justo en el perímetro de nuestro límite de seguridad máxima? —preguntó Illyan—. No me convence. —A mí me molesta más que haya fallado —dijo Vorkosigan—. ¿Por qué? ¿Habrá sido una advertencia?
¿Un atentado contra mi equilibrio mental, y no contra mi vida?
—Sólo fue una vieja pieza de artillería —explicó Illyan—. Puede haber fallado su trayectoria… nadie detectó el impulso de un telémetro láser. —Se detuvo al notar el rostro pálido de Cordelia—. Estoy seguro de que ha sido un demente solitario, señora. Al menos sabemos con certeza, que se trata de un solo hombre.
—¿Cómo es posible que un demente solitario consiga armas militares? —preguntó ella con aspereza.
luyan pareció incómodo.
—Lo investigaremos. Sin duda es una pieza antigua.
—¿No destruyen los armamentos obsoletos?
—Hay tantos…
Cordelia se enfureció ante esta declaración poco ingeniosa.
—Sólo necesitaba un disparo. Si lograba acertar un tiro directo a ese coche blindado, Aral hubiese desaparecido. En este momento su equipo forense estaría tratando de averiguar cuáles de sus moléculas eran suyas y cuáles de Kou.
Droushnakovi tenía la tez verdosa. La expresión triste de Vorkosigan volvió a ocupar su puesto.
—¿Quiere que le dé un cálculo preciso de la amplitud de resonancia refleja para ese pasajero encerrado, Simón? —continuó Cordelia acaloradamente—. Quien haya escogido esa arma es un competente técnico militar… aunque afortunadamente su puntería no es tan buena. —Se contuvo para no seguir hablando, ya que aunque nadie más lo notó, ella reconocía la histeria en la velocidad de sus palabras.
—Mis disculpas, capitana Naismith. —El tono de Illyan se volvió más cortante—. Tiene toda la razón. —En su actitud se notó un poco más de respeto.
Aral siguió este intercambio, y por primera vez su rostro se iluminó con una expresión algo risueña.
Illyan se marchó con la mente llena de teorías referentes a una conspiración. El médico confirmó lo que Aral había anticipado por su experiencia en combate: tenía los oídos aturdidos. Les entregó unas fuertes píldoras para el dolor de cabeza —Aral se aferró con firmeza a las suyas— y prometió regresar por la mañana para volver a examinar a los dos hombres.
Cuando por la noche Illyan regresó a la Residencia Vorkosigan para conferenciar con su jefe de guardia, Cordelia tuvo que controlarse para no cogerlo por las solapas, apretarlo contra una pared y arrancarle la información que tenía. Pero sólo preguntó:
—¿Quién trató de matar a Aral? ¿Quien quiere matar a Aral? ¿Qué beneficios pretenden obtener?
Illyan suspiró.
—¿Quiere la lista corta o la larga, señora?
—¿Es larga la corta? —dijo ella con morbosa fascinación.
—Demasiado larga. Pero puedo nombrarle a los principales, si lo desea. —Los fue contando con los dedos—. Los cetagandaneses, siempre. Habían contado con que después de la muerte de Ezar, aquí sobrevendría el caos político. No me extrañaría que trataran de provocarlo. Un asesinato es barato comparado con una flota invasora. Los komarrareses, por una vieja venganza o una nueva revuelta. Algunos todavía llaman al almirante el Carnicero de Komarr…
Conociendo toda la historia que ocultaba ese odioso apelativo, Cordelia se estremeció.
—Los anti Vor, porque el regente es demasiado conservador para su gusto. La derecha militar, que lo considera demasiado progresista. Los miembros del viejo partido encabezado por el príncipe Serg y Vorrutyer. Ex agentes del Ministerio de Educación Política, ahora suprimido. El departamento de Negri solía entrenarlos. Algún Vor irritado por considerar que ha quedado desplazado en el reciente cambio de poderes. Cualquier lunático con acceso a las armas y el deseo de hacerse famoso matando a un personaje público… ¿desea que continúe?
—Por favor, no. ¿Pero qué hay de lo ocurrido hoy? Si los motivos proporcionan una gama demasiado amplia de sospechosos, ¿qué me dice del método y la oportunidad?
—Disponemos de cierto material con el cual trabajar, aunque la mayor parte resulta negativa. Según he observado, ha sido un intento muy hábil. Quien lo haya planeado debe de haber tenido acceso a cierta clase de información. Nos ocuparemos de esos aspectos primero.
Lo anónimo del atentado era lo que más la perturbaba, decidió Cordelia. Cuando el asesino podía ser cualquiera, el impulso a sospechar de todos se volvía abrumador. Al parecer, la paranoia era una enfermedad contagiosa allí. Los barrayareses se la contagiaban unos a otros. Bien, las fuerzas combinadas de Negri y de Illyan tendrían que extraer algunos hechos concretos, y pronto. Guardó todos sus temores en un pequeño compartimiento en la boca del estómago, y los mantuvo encerrados allí. Cerca de su hijo.
Vorkosigan la abrazó con fuerza esa noche, acurrucada contra su cuerpo robusto, aunque no intentó ningún acercamiento sexual. Sólo la abrazó. Permaneció despierto durante horas a pesar de los calmantes que nublaban sus ojos. Ella no se durmió hasta que él lo hubo hecho. Al fin, sus ronquidos la adormecieron. No había mucho que decir.
Fallaron; seguiremos adelante… hasta el próximo intento
.
El cumpleaños del emperador era una festividad tradicional de Barrayar, y se celebraba con banquetes, bailes, bebida, desfiles de veteranos y una cantidad increíble de fuegos artificiales, sobre los cuales al parecer no había ninguna reglamentación. Sería un día perfecto para realizar un ataque sorpresa sobre la capital, decidió Cordelia; una descarga de artillería pasaría desapercibida durante un buen rato en medio del estruendo general. El jolgorio comenzó al atardecer.
Los guardias, siempre listos para saltar ante cualquier ruido fuerte, parecían muy nerviosos, con excepción de un par de sujetos más jóvenes que intentaron celebrar la fiesta con unos petardos propios dentro de la casa. El jefe de la guardia los llamó aparte y mucho más tarde aparecieron de nuevo pálidos y acobardados. Luego Cordelia los vio acarreando basura bajo las órdenes de una irónica criada, mientras una ayudante de cocina y la segunda cocinera salían alegremente de la casa con un inesperado día libre. El cumpleaños del emperador era una fiesta movible. El entusiasmo de los barrayareses no parecía afectado por el hecho de que, debido a la muerte de Ezar y la ascensión de Gregor, ésta era la segunda vez en el año en que se llevaba a cabo la celebración.
Cordelia había rechazado la invitación para asistir a una importante revista militar con Aral, decidida a dedicar la mañana a descansar y así mantenerse fresca para la fiesta de la noche. Según le habían explicado, éste era el acontecimiento del año… una cena en la Residencia Imperial para festejar el cumpleaños del emperador. Tenía muchos deseos de volver a ver a Kareen y a Gregor, aunque sólo fuese unos momentos. Al menos estaba segura de que su atuendo sería el apropiado. La señora Vorpatril, quien tenía un gusto excelente y conocía la moda de Barrayar en ropas de maternidad, se había compadecido de la confusión de Cordelia y le había ofrecido sus servicios como guía experta.
Como resultado, Cordelia se sentía muy segura en su impecable vestido de seda verde, largo hasta el suelo, con un chaleco de terciopelo color marfil. Su cabello cobrizo había sido adornado con flores frescas por el peluquero que también le enviara Alys. Al igual que lo hacían con sus eventos públicos, los barrayareses convertían sus ropas en una especie de arte folclórico, tan elaborado como la pintura corporal betanesa. Cordelia no pudo estar segura con la reacción de Aral —su rostro siempre se iluminaba cuando la veía— pero a juzgar por las exclamaciones del personal femenino al servicio del conde Piotr, el efecto general había sido ampliamente satisfactorio.