Axiomático (47 page)

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Authors: Greg Egan

BOOK: Axiomático
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A continuación, la visión de la aguja de la catedral alzándose sobre esta plaza me afecta con la mareante mezcla de nostalgia y
déjá vu.
A pesar de todo, una parte de mí todavía se siente como un verdadero Hijo Pródigo, regresando a casa por primera vez, no atravesándola por decimoquinta. Murmuro plegarias y frases de dogma, formulas extrañamente confortantes que se despiertan de los recuerdos de mi último perihelio.

Pronto, sólo hay una cosa que me confunde: ¿cómo pudo ser que conociese el amor perfecto de Dios... y me alejase de él? Es impensable. ¿
Cómo pude darle la espalda a Dios
?

Llego hasta una fila de casas en perfecto estado: sé que no están habitadas, pero aquí en la zona fronteriza los robots diocesanos mantienen el césped en perfecto estado, limpian las hojas y pintan las paredes. Unas calles más allá, al sudoeste, y jamás volveré a dar la espalda a la verdad. Me dirijo hacia allí, con alegría.

Casi con alegría.

El único problema es... con cada paso al sur me resulta más difícil pasar por alto el hecho de que las escrituras —y no hablemos ya del dogma católico— están llena» de los errores lógicos y factuales más grotescos. ¿Cómo es que la revelación de un Dios perfecto
y
lleno de amor resulta ser un amasijo de amenazas y contradicciones? ¿Cómo es que ofrece una visión tan fallida y confusa del lugar humano en el universo?

¿
Errores factuales
? Es preciso escoger las metáforas para ajustarse a la visión del mundo de la época; ¿Dios debería haber confundido al autor del Génesis con detalles sobre el Big Bang y la nucleosíntesis primordial? ¿
Contradicciones
? Pruebas de fe... y humildad. ¿Cómo puedo tener la arrogancia de comparar mis patéticos poderes de razonamiento contra la Palabra del Todopoderoso? Dios lo trasciende todo, incluyendo la lógica.

Especialmente la lógica.

No es suficiente. ¿Nacimientos virginales? ¿Milagros con panes y peces? ¿Resurrección? ¿Sólo fábulas poéticas que no se deben tomar literalmente? Pero si es así, ¿qué nos queda excepto unas homilías con buenas intenciones y muchos efectos teatrales pomposos? Si Dios
efectivamente
se convirtió en hombre, sufrió, murió y se alzó de nuevo para salvarme, entonces se lo debo todo... pero si no es más que una historia bonita, entonces puedo amar a mi vecino con o sin dosis regulares de pan y vino.

Giro al sudeste.

La verdad sobre el universo (aquí) es infinitamente más extraña, e infinitamente más majestuosa: se encuentra en la Leyes de la Física que han llegado a conocerse a Sí mismas a través de la humanidad. Nuestro destino y propósito están codificados en la constante de estructura fina y el valor de la densidad omega. La especie humana —en cualquiera de sus formas, robótica u orgánica— seguirá avanzando durante los próximos diez mil millones de años, hasta que pueda generar la hiperinteligencia que
causará
el perfectamente ajustado Big Bang que se requiere para nuestra existencia.

Si no moriros en los próximos milenios.

En cuyo caso, otras criaturas inteligentes se encargarán de la tarea. No importa quién lleva la antorcha.

Exacto. Nada importa.
¿
Por qué debería importarme lo que una civilización de posthumanos, robots o alienígenas pueda o no pueda hacer dentro de diez mil millones de años
?¿
Qué tiene que ver conmigo toda esta mierda grandiosa
?

Finalmente veo a María, a unas calles por delante de mí, y justo en ese momento, el atractor existencialista del oeste me aparta firmemente de los suburbios de barroquismo cósmico. Voy más rápido, pero sólo ligeramente: hace demasiado calor para correr, pero sobre todo, la aceleración súbita puede provocar efectos muy extraños, causando inesperados vaivenes filosóficos.

Al acortar distancia, ella se vuelve al oír mis pasos.

Digo:

—Hola.

—Hola —no parece muy encantada de verme... pero claro, éste no es precisamente el lugar más adecuado.

Me sitúo a su lado.

—Te fuiste sin mí.

Se encoge de hombros.

—Quería estar sola durante un rato. Quería pensar.

Río.

—Si querías
pensar
, deberías haberte quedado en la autopista.

—Hay otro punto más adelante. En el parque. Sirve igual.

Tiene razón, aunque ahora yo estoy aquí para estropeárselo. Me pregunto por milésima vez: ¿
por qué quiero que sigamos juntos
? ¿Por lo que tenemos en común? Pero en general eso se lo debemos a que
estamos
juntos, viajando por los mismos senderos, corrompiéndonos mutuamente con nuestra proximidad. Entonces, ¿por nuestras diferencias? ¿Para disfrutar de los momentos ocasionales de incomprensión mutua? Pero cuanto más tiempo sigamos juntos, más se erosionará ese vestigio de misterio; orbitar uno alrededor del otro sólo puede conducir a una espiral que nos una, al final de toda distinción.

Entonces
, ¿
por qué
?

La repuesta sincera (aquí y ahora) es: comida y sexo, aunque mañana, en algún otro lugar, sin duda lo recordaré y definiré esa conclusión como mentira cínica.

Guardo silencio mientras nos acercamos a la zona de equilibrio. La confusión de los últimos minutos persiste en mi cabeza, satisfactoriamente mezclada, la vertiginosa sucesión de epifanías truncadas cancelándose unas a las otras, sin dejar nada atrás excepto una amorfa sensación de desconfianza. Recuerdo una escuela de pensamiento anterior a la Fusión que proclamaba, con buenas intenciones bovinas —confundiendo la laudable tolerancia con la total credulidad— que había algo de valor en
toda filosofía humana...
y es más, que en el fondo, todas hablaban de las mismas "verdades universales", y que eran totalmente
reconciliables.
Aparentemente, ninguno de esos ecuménicos pasivos ha sobrevivido para presenciar la demostración palpable de la falsedad de su hipótesis; supongo que todos se convirtieron, tres segundos después de la Fusión, a la fe de quien estuviese más cerca de ellos en ese momento.

María murmura con furia:

—¡Maravilloso! —la miro y luego sigo su mirada. El parque está a la vista, y si lo que quería era tiempo para ella misma, tendrá que lidiar con alguien más que conmigo. Hay al menos dos docenas de vagabundos reunidos bajo la sombra. Es extraño, pero pasa; las zonas de equilibrio son las partes más lentas de las órbitas de todos, así que supongo que no tiene nada de sorprendente que ocasionalmente un grupo acabe junto.

Al acercarnos, noto algo extraño: todos lo que están reclinados en la hierba miran en la misma dirección. Observando algo —o a alguien— que los árboles nos impide ver.

Alguien.
Nos llega la voz de una mujer, palabras confusas por la distancia, pero de tono melifluo. Confiada. Amable pero persuasiva.

María dice nerviosa:

—Quizá deberíamos quedarnos atrás. Quizá el equilibrio se haya modificado.

—Quizá —estoy tan preocupado como ella... pero también me siento intrigado. No siento demasiado tirón de ninguno de los atractores locales familiares... pero claro, no puedo estar seguro de que la curiosidad en sí misma no sea un nuevo gancho para una vieja idea—. Limitémonos a recorrer el borde del parque, no podemos pasarlo por alto: tenemos que descubrir qué pasa —si una cuenca cercana se ha expandido y ha capturado el parque, entonces mantenernos alejados de la oradora no es una garantía de libertad; no son sus palabras, o su presencia solitaria, las que podrían dañarnos... pero María (sabiendo todo esto, estoy seguro) acepta mi "estrategia" de rozar el borde del peligro, y asiente.

Nos situamos en la mitad de la carretera en el límite este del parque, sin ningún efecto apreciable. La oradora, aparentemente de mediana edad, parece por completo una vagabunda, desde las ropas rígidas por la suciedad hasta el pelo mal cortado, la piel correosa y la constitución delgada de una caminante perenne y medio muerta de hambre. Sólo la voz es diferente. Ha dispuesto una estructura, como un caballete, sobre la que ha extendido un gran mapa de la ciudad; las celdillas más o menos hexagonales de las cuencas aparecen cuidadosamente marcadas con varios colores. En los primeros años, la gente solía intercambiar continuamente mapas como éste; quizá simplemente esté mostrando una preciada posesión, con la esperanza de cambiarla por algo de valor. No creo que tenga muchas posibilidades; a estas alturas, estoy seguro, todos los vagabundos dependen de sus imágenes mentales del territorio ideológico.

A continuación levanta un puntero y recorre parte de un rasgo que se me había pasado por alto: una red delicada de líneas azules, tejiéndose por los huecos entre hexágonos.

La mujer dice:

—Pero claro que no es un accidente. No hemos permanecido fuera de las cuencas durante todo estos años por pura buena suerte... o ni siquiera habilidad —mira a la multitud, nos ve, se detiene un momento y luego dice con calma—:
Hemos sido capturados por nuestro propio atractor.
No se parece en nada a los otros... no es un conjunto fijo de creencias, en una posición fija... pero sigue siendo un atractor, nos atrae desde cualquier órbita inestable en la que pudiésemos haber estado. Lo he representado, una parte, y lo he dibujado lo mejor que he podido. Los verdaderos detalles puede que sean infinitamente precisos... pero incluso a partir de esta representación tosca deberíais reconocer senderos que vosotros mismos habéis recorrido.

Miro fijamente el mapa. A esta distancia, es imposible seguir individualmente las líneas azules; puedo ver que cubren la ruta que María y yo hemos seguido en los últimos días, pero...

Un viejo grita:

—Has dibujado un montón de líneas entre las cuencas. ¿Qué demuestra eso?

—No entre
todas
las cuencas —toca un punto del mapa—. ¿Alguien ha estado aquí? ¿O aquí? ¿O aquí? ¿No? ¿Aquí? ¿O aquí? ¿
Por qué no
? Son todos pasillos anchos entre atractores... parecen tan seguros como cualquiera de los otros. Entonces, ¿por qué no hemos estado jamás en esos lugares? Por la misma razón que no lo ha estado nadie de los que viven en los atractores fijos: no son parte de nuestro territorio; no son parte de
nuestro propio
atractor.

Sé que son tonterías, pero la frase por sí sola es suficiente para hacerme sentir pánico, claustrofobia.
Nuestro propio atractor.
Hemos sido capturados por
nuestro propio atractor.
Examino el borde de la ciudad en el mapa; la línea azul jamás se le acerca. Es más, la línea se aleja del centro todo lo lejos que yo he viajado...

¿Qué demuestra? Sólo que esta mujer no ha tenido mejor suerte que nosotros. Si hubiese escapado de la ciudad, no estaría aquí afirmando que la huida es imposible.

Una mujer de la multitud, claramente embarazada, dice:

—Has dibujado tu propio camino, eso es todo. Te has mantenido lejos del peligro... yo me he mantenido lejos del peligro... todos conocemos los lugares a evitar. Eso es todo lo que nos cuentas. Eso es todo lo que tenemos en común.

—No —la oradora indica de nuevo la línea azul—. Esto es
lo que somos.
No somos vagabundos sin rumbo; somos la gente de este atractor extraño. Al final de todo, tenemos una identidad, una unidad.

Risas, y algunos insultos desganados por parte de la multitud. Le susurro a María.

—¿La conoces? ¿La has visto antes?

—No estoy segura. No creo.

—Claro que no. ¿No es evidente? Es un robot evangelista.

—No habla como si lo fuese.


Racionalista...
no cristiano o mormón.

—Los racionalistas no envían evangelistas.

—¿No?
Representar atractores extraños
; si eso no es jerga racionalista, ¿qué es?

María se encoge de hombros.

—Cuencas, atractores... son palabras racionalistas, pero todos las usan. Ya sabes lo que dicen: el diablo tiene las mejores canciones, pero los racionalistas tienen la mejor jerga. Las palabras tienen que venir de algún sitio.

La mujer dice:

—Construiré mi iglesia sobre la arena. Y no le pediré a nadie que me siga... y sin embargo, lo haréis. Todos vosotros.

Dijo:

—Vamos —agarró a María por el brazo, pero ella se libera con furia.

—¿Por qué estás tan en su contra? Quizá tenga razón.

—¿Estás loca?

—Todos los demás tienen un atractor... ¿por qué no podemos nosotros tener uno propio? Más extraño que los demás. Míralo: es lo más hermoso del mapa.

Agito la cabeza, horrorizado.

—¿Cómo puedes decir eso? Hemos permanecido
libres.
Hemos luchado tanto por permanecer libres.

Ella se encoge de hombros.

—Quizá. O quizá lo que tú llamas libertad nos ha capturado. Quizá ya no tengamos que luchar. ¿Qué tiene de malo? Si de todas formas hacemos lo que queremos, ¿qué importancia tiene?

Sin ningún alboroto, la mujer comienza a recoger su caballete, y la multitud de vagabundos comienza a dispersarse. No parece que nadie se haya visto muy afectado por el breve sermón; todos se dirigen tranquilamente a su propia órbita.

—Las personas de las cuencas
hacen lo que quieren —
digo— no quiero ser como ellos.

María ríe.

—Créeme, no lo eres.

—No, tienes razón, no lo soy: ellos son ricos, gordos y complacientes; yo me muero de hambre, estoy cansado y confuso. ¿Y para qué? ¿Por qué vivo de esta forma? Ese robot intenta quitarme lo único que hace que valga la pena.

—¿Sí? Bien, yo también estoy cansada y hambrienta. Y quizá un atractor propio
haga que todo valga la pena.

—¿
Cómo
?—rió desdeñoso—. ¿Lo adorarás? ¿Le rezarás?

—No. Pero ya no tendré que tener miedo. Si realmente hemos sido capturados, si después de todo, nuestra forma de vida es estable, entonces no importará dar un mal paso: regresaremos a nuestro atractor. No tendremos que preocuparnos de que un minúsculo error vaya a arrastrarnos a una de las cuencas. Si eso es cierto, ¿no te hace feliz?

Agito la cabeza con furia.

—Son tonterías... tonterías peligrosas. Mantenerse alejado de las cuencas es una habilidad, un don. Lo sabes. Navegamos los canales, con cuidado, equilibrando las fuerzas opuestas...

—¿Lo hacemos? Estoy harta de sentir como si caminase por la cuerda floja.

—¡Que
estés harta
no significa que no sea cierto! ¿No lo comprendes? ¡Ella
quiere
que seamos complacientes! Cuanto más pensemos que orbitar es fácil, más de nosotros acabarán atrapados por las cuencas...

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