Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX (41 page)

BOOK: Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX
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Díaz Argüelles, en versión del periodista Reyes Trejo, cuenta su difícil paso por la locura: «Lo del sanatorio estaba hablado ya y Tavo era el loquero mío. Pero allá entre los locos tuve problemas. La enfermera entra en el cuarto en el que estoy y me pregunta mi nombre, pero yo no sabía el nombre que estaba usando, el que lo sabía era Tavo. Entonces ella comienza a hablarme y se acerca a una funda de violín que habíamos llevado donde traíamos una ametralladora y dice: Mira qué bueno que sabe tocar el violín y todo, y se tira a coger la caja aquella y yo doy un salto tremendo y me le interpongo. La enfermera pensó que yo estaba loco de verdad. Pero yo tuve problemas con los locos de verdad y le dije a Tavo: Mira, yo no hago más de loco, ahora te toca a ti».

Salen del sanatorio y se ven obligados a volver a La Habana, donde se vuelve a montar la operación. Finalmente disfrazados de chóferes llegan hasta el Escambray.

IV

El aire de las montañas no es como el de La Habana, aquí los frentes están relativamente definidos, la hamaca donde uno duerme se balancea en la brisa y aunque puede venir un avión a bombardear, hiriendo a una vaca, cubriendo de metralla las palmeras, perforando la olla en la que se estaba haciendo la comida o destrozándote una pierna con una bala explosiva, aun así hay una propiedad del territorio, un estar entre fusiles amigos, una sensación creciente de poder, que los callejones de La Habana vieja ya no ofrecen. Puede ser que se despierte en sobresalto, que las manos suden, que la piel se erice por el miedo, pero más tendrá que ver con la memoria, con los miedos de la lucha clandestina ocultos en la columna vertebral, con los permanentes temores a la captura, la tortura y la muerte.

Díaz Argüelles se encuentra una sierra del Escambray en manos de los rebeldes. El último ataque batistiano a la zona liberada a principios de diciembre ha culminado en desastre para el ejército, el Che Guevara y sus aliados planean ahora la próxima ofensiva, coincidente con el ataque sobre la capital oriental que Fidel organiza desde la Sierra Maestra. La alianza entre las fuerzas del 26 de julio y la guerrilla del Directorio ha culminado en el Pacto del Pedrero, un proyecto de acción conjunta que se respeta fielmente por ambas partes, y los rebeldes tienen los ánimos en el cielo y están dispuestos a comerse entera a la provincia de Las Villas.

El 10 de diciembre de 1958 las fuerzas del Directorio reciben del mando conjunto que ejerce el Che Guevara la orden de tomar la población de Báez en las estribaciones del Escambray, en una acción que forma parte del hostigamiento sobre la carretera central y las guarniciones que rodean la ciudad de Santa Clara. Éste será el primer combate en que interviene Díaz Argüelles. El ataque no es sangriento, la guarnición se encierra en el cuartel mientras los rebeldes ocupan la ciudad.

Cinco días más tarde el Che inicia la ofensiva final sobre Santa Clara con el ataque a la ciudad de Fomento y sesenta y una horas después de la rendición de esa guarnición y ante la pasividad de los mandos batistianos, que no se atreven a combatir a los rebeldes al descubierto, ordena una doble acción sobre las poblaciones de Cabaiguán y Guayos, a un poco más de sesenta kilómetros al este de Santa Clara. Cinco de sus pelotones intervienen en el combate, entre ellos uno de las fuerzas del Directorio en que se encuentra Raúl Díaz Argüelles. En el combate de Cabaiguán el Che resulta herido al saltar de una azotea. El ejército sufre varias bajas y noventa soldados caen prisioneros. La velocidad de la ofensiva de los rebeldes es tremenda, ya no se opera como en las viejas condiciones de la sierra, en las que se atacaba al enemigo y la guerrilla se replegaba. El ejército rebelde desarrolla una guerra de veloces movimientos atacando las posiciones enemigas una por una y sin darles tiempo a reponerse. A pesar de la diferencia numérica, ampliamente favorable a las fuerzas batistianas, a razón de ocho a uno, son los rebeldes los que mantienen la ofensiva, deciden dónde y cuándo golpear, dominan el territorio. El principio del fin se encuentra cerca.

Dos horas después de la toma de Cabaiguán, las fuerzas del Che inician la guerra en la ciudad de Placetas, el último obstáculo sobre la carretera central que los separa de Santa Clara. En el ataque, que se realiza con pelotones de combatientes que no han tenido descanso en tres días, interviene la fuerza del Directorio que dirige Faure Chomón y en la que participa Díaz Argüelles. Unos ciento cincuenta soldados se encuentran acuartelados en la población, los rebeldes no son más de un centenar pero con un fuerte apoyo popular volcado en las calles. El enfrentamiento se inicia a las cuatro de la madrugada y horas más tarde la guarnición se rinde. Cinco días más tarde se inicia la batalla por Santa Clara. Díaz Argüelles no participa en ella. Se ha unido a una de las columnas del DR que simultáneamente al ataque sobre Santa Clara se ocupará de tomar la pequeña ciudad de Trinidad.

Setenta y ocho hombres tiene Faure Chomón para combatir a los 329 soldados que custodian Trinidad. Los rebeldes pelean a cuerpo descubierto y obligan a los soldados a replegarse a los cuarteles aunque a costa de perder a cuatro de sus combatientes. En horas, la ciudad está en manos de los revolucionarios.

El 2 de enero de 1959, Raúl Díaz Argüelles, estrenando el grado de capitán del ejército rebelde, marcha a la cabeza de una columna del DR que avanza sobre La Habana. La dictadura batistiana se ha desmoronado.

V

¿Qué piensa este capitán de veintidós años mientras el júbilo popular lo desborda, lo zarandea, lo enloquece, lo persigue? ¿Hasta qué punto entiende los alcances de la revolución que él y otros como él han hecho y que ahora verdaderamente se está iniciando? ¿Con quién se encuentra comprometido? ¿Qué va más allá de los lazos de sangre que ha creado con su generación de estudiantes en la lucha contra Batista? ¿Dónde y cómo se ha formado su pensamiento social? ¿Qué imágenes se le han quedado para siempre en la retina? ¿Qué frases se le han grabado en la cabeza para nunca irse del pensamiento? ¿Sabe que la revolución apenas está empezando y que se aproximan meses de una tremenda guerra política, de desgarramientos internos, de agresiones norteamericanas, de penurias económicas? ¿Qué piensa este muchacho mientras la fiesta de la liberación lo emborracha y las mujeres lo besan, y los viejos le palmean la espalda y los niños rodean el jeep que avanza hacia La Habana?

Poco material escrito ha circulado sobre la biografía pública de Raúl Díaz Argüelles en los primeros años de la Revolución cubana. Se sabe que trabajó como jefe del recién creado Departamento Técnico de Investigaciones de la Policía Nacional Revolucionaria desde muy temprano, en el año 1959. ¿Qué sabe él del trabajo policíaco? ¿Se encuentra listo para enfrentar una de las ciudades subterráneas más duras del mundo? ¿Un ambiente criminal que permanece prácticamente intocado por el proceso revolucionario? Millares de prostitutas, juego organizado, mafia de la droga, gangsterismo, bandas de ladrones... A la oficina donde trabaja y duerme llegan extraños personajes con trajes blancos de tres piezas y sobres con dinero, ofertas de cocaína, promesas de sobresueldos, mujeres gratis. El submundo habanero está acostumbrado a negociar con la policía, ¿por qué habría de dejar de hacerlo? ¿Quiénes son estos muchachos imberbes que rechazan coimas, no cobran salario porque aún su departamento no se ha organizado y le arrojan al ganstercillo el sobre con dinero a la cara? ¿De dónde han salido? El Departamento Técnico adquiere fama de implacable, desmonta organizaciones, detiene en redadas continuas a jugadores y dueños de burdeles, desmonta las redes de los narcotraficantes. Y esto lo hace un grupo de muchachos obligados a jornadas insomnes que parecían no tener fin, a enfrentamientos en absoluta desventaja, sin recursos técnicos ni humanos.

En diciembre del 59, Raúl Díaz Argüelles asiste al congreso de la Interpol en Alemania Occidental. Extraño personaje debió de resultar el joven de rala barba y veintitrés años, mezclado con tipos que más bien se parecían a los que lo habían estado persiguiendo con saña en La Habana un año antes.

A su regreso, pasa a colaborar en el estado mayor del ejército en Occidente. Un testimonio del general Chui Beltrán lo describe de la siguiente manera: «Era un pincho, siempre echaba palante, no había quien lo sorprendiera». Luego pasa al ejército central; y en 1961, según algunos testimonios, se encuentra participando en la lucha contra los alzados de la contrarrevolución en la provincia de Matanzas. En abril de 1961 órdenes superiores le impiden que se lance hacia Playa Girón, para combatir la invasión organizada por la CIA con emigrados cubanos, «por ser más útil en otras tareas». Trabaja en el desmonte de las redes de la contra en La Habana. En 1963 es nombrado jefe artillero del ejército y en 1966 se convierte en miembro del estado mayor del Cuerpo de Ejército Independiente en Matanzas. Organiza por tanto la intervención militar en la zafra. Soldados cortando caña, organizando la enorme infraestructura del transporte, levantando escuelas, organizando talleres mecánicos.

Una biografía sin aparentes atractivos. Muchas horas de labor, mucho trabajo gris, y sin embargo hay abundancia del heroísmo de las historias cotidianas, del estilo igualitario ante las carencias, del esfuerzo más allá de la obligación, del ejemplo.

Los que lo conocen en aquellos años hablan de él como un hombre dicharachero, muy cubano, de sonrisa franca. Es un oficial de nuevo tipo, cuyas relaciones con los soldados están marcadas por su estilo, esa nueva cualidad de mando que surge de la experiencia serrana y que fuera de Cuba se identifica con el proyecto igualitario del Che. Me cuentan anécdotas por aquí y por allá: comía con la tropa, dormía en un catre al lado de los soldados; se quitaba los galones del uniforme para pasear sin despertar subordinación, sin obligar la relación jerárquica. Durante los cortes de caña del 66, se corta con el machete en una pierna, acude de emergencia a un hospital, le dan cinco puntos y antes de que terminen de curarlo ya se está poniendo el capote para marchar de nuevo al corte. No es la primera vez que visita el hospital, frecuentemente acude por dolores en el tobillo roto en La Habana ocho años antes. El recuerdo de aquel salto mortal huyendo de la policía del que milagrosamente aún sigue vivo.

En 1967 Raúl Díaz Argüelles conocerá junto con millones de compatriotas el destino del Che y de la guerrilla boliviana. Sabrá de la muerte del que fue su comandante durante el mes de la ofensiva final en Las Villas. Junto al Che había caído muerto su mejor amigo, el comandante Gustavo Machín Hoed, conocido en Bolivia como «Alejandro».

Una vieja fotografía queda por ahí, con Raúl y Gustavo reunidos para siempre por la fidelidad de la imagen. Ambos miran a la cámara, hace unos pocos días que el ejército rebelde ha entrado en La Habana, las barbas son incipientes, el bigote de Raúl florece más que el de Gustavo, pero la barba de éste luce mejor. Tienen una terrible seriedad, y quizá un leve dejo de tristeza en las miradas. La vida se ha vuelto endiabladamente seria para estos dos jovencísimos héroes populares escapados de la adolescencia y de la muerte.

Ahora, en 1967, Gustavo se ha ido. Y se ha ido, debe de pensar Raúl, de la mejor manera posible. Tratando de llevar la revolución a otros paisajes, a otras geografías, siguiendo el llamado del Che y su particular camino tumbador de fronteras; pero se ha ido también de la manera más cruel, más terrible, dejando un enorme hueco a su espalda; dejando a los supervivientes la carga de la inexistente culpa, la sensación de que se ha creado un vacío y una deuda; de que todos han disminuido en tamaño ante los muertos: Gustavo, San Luis, Carlos Coello, Vilo Acuña, Papi, Manuel Hernández, Olo Pantoja, Suárez Gayol, Pinares, el Che...

¿Dónde ir ahora que no lo persigan a uno los amigos muertos, los héroes muertos, los compañeros muertos? ¿Quién les dio permiso para morirse? ¿Vale uno menos que ellos? ¿Por qué el Che no me llevó a mí a Bolivia?

En el 71, el comandante Díaz Argüelles viaja a Chile acompañando a Fidel, quien ha sido invitado por Salvador Allende. En el 72 un nuevo viaje, esta vez dentro de la gira africana de Fidel. En esos momentos Díaz Argüelles trabaja en la UM14-15, décima dirección del MINFAR, el aparato militar cubano que se encarga de la colaboración militar con otros países y fuerzas guerrilleras irregulares. Puede suponerse fácilmente su función dentro de la gira.

Sin embargo, Díaz Argüelles aún no sabe que su destino estará ligado al continente africano. Al poco tiempo de su regreso, muy pocos meses después de la gira africana y tan sólo cuatro años más tarde de la muerte del Che, Raúl Díaz Argüelles, coronel del ejército revolucionario cubano, inicia su propio viaje hacia la revolución internacional, ese territorio donde los sueños y los viejos amigos se encuentran y la muerte ronda. Su destino es la colonia de Guinea-Bissau, y la guerra popular contra el ejército colonial portugués.

Poco ha sido hecho público de la intervención de Díaz Argüelles en la Revolución guineana. Por ahí hay una foto que lo muestra sentado a la derecha de Amílcar Cabral durante una conferencia de prensa. El pelo corto, sin bigote, un cierto cansancio en el gesto y media sonrisa en la boca. Por ahí debe de existir una condecoración, la orden nacional, otorgada por el gobierno de Guinea-Bissau tras la independencia de Portugal.

Quizá lo más significativo es que, en alguno de los reportajes biográficos que se le han dedicado, se habla de las brillantes y terribles operaciones militares de Guillaje y Gadamas que dirigió comandando a la guerrilla del PAIGC [Partido Africano por la Independencia de Guinea y Cabo Verde]. También se habla de la gran ofensiva que se produjo a la muerte de Amílcar Cabral contra fuerzas portuguesas muy superiores en medios y en número, cuando se tomaron varios cuarteles militares en la franja fronteriza con Senegal. Poco más que eso. Hasta 1974, la vida de Díaz Argüelles está vinculada a la Revolución guineana y también al mito silencioso, a la historia que no se cuenta más que en susurros.

VI

Hay viajes y hay regresos. Se tejen leyendas. Muchos años después, su hija trata de desentrañar la trama. Yo le pregunto en el vestíbulo de un hotel de La Habana: «¿Cuál de los dos era tu padre?». Y le enseño las dos fotos: una de ellas, la que inicia esta historia; la otra, una foto suave, que muestra a un hombre distendido, con una mirada sonriente, plácida incluso. Ella sin dudar señala la foto más blanda. Me dice: «Una vez, cuando él llegó de Guinea, llegaba como el otro, el de la otra foto, y le dije, papa, quítate el bigote o no te beso. Yo tenía catorce años».

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