Suspiré y los labios de Kisten me rozaron la oreja.
—Ya verás como lo recuperas —susurró.
—¿Estás seguro? —pregunté, sorprendida de que supiera lo que estaba pensando.
Vi que asentía.
—En cuanto llegue la primavera y pueda salir otra vez, volverá. Te tiene demasiado aprecio como para no escucharte una vez que empiece a curarse su orgullo. Pero que conste que lo sé todo sobre los egos grandes, Rachel. Vasa tener que ponerte de rodillas y suplicar.
—Puedo hacerlo —dije con vocecita de niña.
—Cree que es culpa suya —continuó Kisten.
—Le convenceré de que no.
Su aliento me acarició tras la oreja.
—Esa es mi chica.
Sonreí al sentir el remolino de sentimientos que estaba instilando aquel vampiro en mí. Posé la mirada en la sombra de Ivy, que seguía en la cocina, y luego en la música improvisada. Una firma conseguida. Quedaban dos. Y no era como si pudiera pedírselo a Ceri o Keasley. Había una cuadrícula en el impreso para el número de la seguridad social. Ceri no lo tenía y sabía sin preguntar que Keasley no querría dar el suyo. Me daba la sensación, dada la falta de cheques estatales, que se estaba haciendo el muerto ante el sistema.
—¿Me disculpas un momento? —murmuré cuando la sombra de Ivy detrás del cristal quedó oculta por la bruma del agua caliente que estaba echando en el fregadero. Kisten aflojó el brazo y los ojos azules de Takata se clavaron en los míos antes de que me diera la vuelta, con una emoción desconocida en ellos.
Paré un momento para volver a colgar la guirnalda de cedro de su gancho antes de entrar. El calor de la iglesia me golpeó, me quité el gorro y lo tiré a la alfombrilla negra. Entré en la cocina y me encontré a Ivy apoyada en la encimera, con la cabeza gacha y agarrándose los codos.
—Hola —dije, y dudé un momento en el umbral.
—Déjame ver el contrato —dijo ella mientras estiraba la mano y levantaba la cabeza.
Abrí un poco la boca.
—¿Pero cómo…? —tartamudeé.
Una sonrisa leve, amarga, cruzó su rostro y desapareció.
—El sonido se transmite muy bien sobre las llamas.
Avergonzada, saqué el papel del bolsillo, estaba frío y caliente a la vez, frío por la noche y caliente por mi cuerpo. Ivy lo cogió y frunció el ceño. Me dio la espalda y lo desdobló. Yo me removí, inquieta.
—Verás, necesito tres testigos —dije—. Me gustaría que tú fueras uno.
—¿Por qué?
No se dio la vuelta y tenía los hombros tensos.
—David no tiene manada —dije—. Es más difícil despedirlo si la tiene. Así puede mantener su empleo aunque trabaje solo y yo puedo hacerme el seguro a través de él. Son solo doscientos al mes, Ivy. No busca nada más que eso, o se lo habría pedido a una mujer lobo.
—Ya lo sé. Lo que te pregunto es por qué quieres que lo firme yo. —Se volvió con el papel en la mano, la expresión neutra de su rostro me hizo sentir incómoda—. ¿Por qué es importante para ti que lo firme yo?
Abrí la boca y después la cerré. Recordé por un instante lo que había dicho Newt. Mi casa, el hogar, no había sido suficiente para tirar de mí, pero Ivy sí.
—Porque eres mi socia —dije, un poco más animada—. Porque lo que hago te afecta.
Ivy sacó en silencio un bolígrafo de la taza donde los tenía y apretó el émbolo. De repente me sentí incómoda al darme cuenta que el papelito de David le concedía a él algo que ella quería: un vínculo reconocible conmigo.
—Comprobé sus antecedentes mientras estabas en el hospital —dijo—. No te la está liando para que lo ayudes con un problema ya existente.
Alcé las cejas. No se me había ocurrido eso.
—Dijo que no había compromiso alguno. —Vacilé un instante—. Ivy, vivo contigo. —Intentaba tranquilizarla, nuestra amistad no necesitaba papeles ni firmas para ser real, y las dos teníamos el nombre encima de la puerta. Las dos.
Se quedó callada, su rostro no reflejaba ninguna emoción y sus grandes ojos marrones estaban muy quietos.
—¿Confías en él?
Asentí. Tenía que confiar en mi instinto. Esbozó la más leve de las sonrisas.
—Yo también. —Apartó un plato de galletas y escribió su nombre en la primera línea con una firma cuidadosa pero casi ilegible.
—Gracias —dije cuando me tendió el papel. Mi mirada se posó en un punto tras ella, se había abierto la puerta de atrás. Ivy levantó la cabeza y reconocí la expresión suavizada de su rostro; los pasos conocidos de Kisten resonaron en la alfombra que teníamos junto a la puerta, se estaba sacudiendo la nieve. Mi vampiro entró en la cocina con David tras él.
—¿Vamos a firmar ese papel o no? —dijo Kisten, la tensión de su voz me dijo que estaba dispuesto a discutir con Ivy si esta pensaba poner algún impedimento.
Ivy apretó el émbolo del bolígrafo tan rápido que el objeto zumbó.
—Yo ya he firmado. Te toca a ti.
Kisten cuadró los hombros, esbozó una gran sonrisa y cogió el bolígrafo que le tendía Ivy, después puso su masculina firma debajo de la de ella. A continuación escribió su número de la seguridad social y después le pasó el bolígrafo a David.
David se metió entre ellos, parecía muy bajito junto a la alta elegancia de los vampiros. Noté el alivio que sentía al escribir su nombre completo. Se me aceleró el pulso cuando cogí el bolígrafo y me acerqué el papel.
—Bueno —dijo Kisten cuando lo firmé—. ¿A quién le vas a pedir que sea el tercer testigo?
—A Jenks —dijimos Ivy y yo a la vez, levanté la cabeza y los ojos de las dos se encontraron cuando apreté el émbolo del bolígrafo para cerrarlo.
—¿Quieres pedírselo por mí? —le dije a David.
El hombre lobo cogió el papel, lo dobló con cuidado y se lo metió en un bolsillo interior del abrigo.
—¿No quieres pedírselo a otra persona? El quizá no quiera.
Miré a Ivy, me erguí y me metí un rizo de pelo detrás de la oreja.
—Es un miembro de esta empresa —dije—. Si quiere pasar el invierno enfurruñado en el sótano de un hombre lobo, por mino hay problema, pero más le vale traer ese culito de pixie aquí en cuanto mejore el tiempo o voy a coger un cabreo histórico. —Respiré hondo y añadí—: Y quizá eso le convenza de que es un miembro muy valioso de este equipo y de que lo siento mucho.
Kisten dio un paso atrás arrastrando los pies.
—Se lo preguntaré —dijo David.
Se abrió la puerta de atrás y entró Erica con un tropezón, tenía las mejillas rojas y los ojos encendidos.
—¡Eh! ¡Venga! ¡Está listo para tocar! Por Dios, Takata ya ha calentado y está listo para tocar ¿y vosotros estáis aquí dentro comiendo? ¡Moved el culo y salid de una vez!
Los ojos de Ivy pasaron de la nieve que su hermanita había metido en la iglesia a los míos. David se puso en movimiento y empujó a la caprichosa vampirita gótica delante de él. Kisten los siguió y el ruido de su conversación se impregnó de compañerismo. Se alzó la música de Takata y me quedé con los ojos como platos cuando la voz etérea de Ceri entonó un villancico más antiguo incluso que ella. Pero si estaba cantando en latín. Alcé las cejas y miré a Ivy.
Esta se abrochó la cazadora y cogió los mitones que había dejado en la encimera.
—¿De verdad te parece bien? —le pregunté.
Mi compañera de piso asintió.
—Pedirle a Jenks que firme ese papel quizá sea la única forma de meterle en la cabezota que lo necesitamos.
Hice una mueca y salí antes que ella mientras intentaba pensar algún modo de transmitirle a Jenks que sabía que me había equivocado de medio a medio al no confiar en él. Me había escapado de la trampa de Algaliarept y había conseguido no solo deshacerme de una de mis marcas demoníacas sino también romper el vínculo de servidumbre que tenía con Nick, aunque eso no importara, mucho ya. Había tenido una cita con el soltero más poderoso de la ciudad y había desayunado con él. Había rescatado a una elfa de mil años, había aprendido a ser mi propio familiar y resultaba que podía jugar a los dados como nadie. Por no mencionar que había descubierto que te podías acostar con un vampiro sin que te mordiera. ¿Por qué tenía la sensación de que conseguir que Jenks volviera a hablarme iba a ser más difícil que todo eso puesto junto?
—Conseguiremos que vuelva —murmuró Ivy detrás de mí—. Ya verás como lo conseguimos.
Mientras bajaba por los escalones cubiertos de nieve y me adentraba en la noche llena de música y estrellas, me juré que así sería.
KIM HARRISON, nació y creció en el Medio Oeste de Estados Unidos. Después de licenciarse en Ciencias, se mudó a Carolina del Sur, donde vive desde entonces. Ha sido galardonada con premios como el PEARL y el Romantic Times, y figura de manera habitual en la lista de superventas de
The New York Times
.
Sus relatos han sido publicados junto con los de algunas de las mejores del género: Meg Cabot y Stephenie Meyer.
Sus novelas incluyen
Bruja mala nunca muere
,
El bueno, el feo y la bruja
,
Antes bruja que muerta
,
Por un puñado de hechizos
,
Por unos demonios más
y
Fuera de la ley
, además de otros tres títulos, que también han alcanzado el número 1 en ventas en EE. UU.
[1]
N. de la T: en inglés,
Beso Negro
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[2]
N. de la T:
Snake
,
Crackle
y
Pop
son los nombres de los duendecillos de los cereales Rice Krispies de Kellog’s, además de la onomatopeya que se produce al comer o mezclar con leche el arroz inflado.
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[3]
N. de la T: El Tarot Visconti-Sforza es uno de los tarots más antiguos que se conservan. Se han perdido cuatro de las setentea y ocho cartas que lo componían.
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[4]
N. de la T: El s'more es un postre tradicional de los picnics y barbacoas en Estados Unidos. Se trata de una nube de azúcar tostada y metida entre dos galletas con un trozo de chocolate.
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