—Lo siento, Lee —susurré al tiempo que me abrazaba las rodillas—. Lo siento mucho.
Al emitió un sonido bajo, profundo y gutural de placer.
—Tiene razón —dijo cuando se quitó el dedo de los labios—. Y a ti se te da mejor la magia de las líneas luminosas que a ella. Te voy a llevar a ti en su lugar.
—¡No! —chilló Lee y Al lo acercó de un tirón—. ¡La querías a ella! ¡Y te la di!
—Me la diste, te quité la marca demoníaca y ahora te llevo conmigo. Los dos podéis prender magia demoníaca —dijo Al—. Podría pasarme décadas enteras luchando con un familiar escuálido como ella, que encima exige tanto esfuerzo mantener, y jamás podría meterle en esa cabeza de chorlito los hechizos que tú ya te sabes. ¿Has intentado alguna vez quitar una maldición demoníaca?
—¡No! —gritó Lee mientras luchaba por escapar—. ¡No puedo!
—Ya podrás. Toma —dijo el demonio al dejarlo caer al suelo—. Sujétame esto.
Me tapé los oídos y me acurruqué hecha una bola cuando Lee chilló y después volvió a chillar. Era un sonido agudo y crudo, me arañaba el cráneo como una pesadilla. Tenía la sensación de que iba a vomitar de un momento a otro. Había puesto a Lee en manos de Al para salvar mi vida. Que Lee hubiera intentado hacer lo mismo conmigo no me hacía sentir mucho mejor.
—Lee —dije entre lágrimas—. Lo siento. Dios, lo siento mucho.
La voz de Lee se desvaneció cuando se desmayó. Al sonrió y me dio la espalda.
—Gracias, cariño. No me gusta estar en la superficie cuando se hace de noche. Que tengas mucha suerte.
Abrí mucho los ojos.
—¡No sé cómo volver a casa! —exclamé.
—Ese no es mi problema. Adiós, guapa.
Me erguí y me quedé helada, las piedras en las que estaba sentada parecieron empaparme de frío. Lee recuperó el sentido con un balbuceo horrendo. Al se lo metió bajo un brazo, me saludó con la cabeza y se desvaneció.
Una roca se deslizó cuesta abajo y rodó a mis pies. Parpadeé y me sequé los ojos, pero solo conseguí llenármelos de polvo y lascas de roca.
—La línea —susurré al recordarlo. Quizá si me metiera en la línea. Lee había saltado desde el exterior de una línea pero quizá yo tuviera que aprender a caminar antes de poder correr.
Me llamó la atención un movimiento que noté por el rabillo del ojo. Giré la cabeza de repente, con el corazón desbocado, pero no vi nada. Me tranquilicé, me levanté de un empujón y ahogué un grito, unas punzadas ardientes se me clavaban en el tobillo y me quitaban el aliento. Volví a resbalar hasta el suelo. Apreté la mandíbula y decidí que me arrastraría hasta allí.
Estiré los brazos y vi el traje de chaqueta de la señora Aver cubierto de polvo y de la escarcha que había arañado de las rocas que me rodeaban. Me aferré a unas rocas y empecé a arrastrarme, hasta conseguí incorporarme un poco. El cuerpo me temblaba de frío y de los restos de adrenalina que me quedaban. El sol ya casi se había puesto. Una caída de rocas me empujó hacia delante. Cada vez se acercaban más.
Un pequeño estallido me hizo levantar la cabeza. Se desperdigaron guijarros y piedras por todas partes cuando los demonios menores corrieron a esconderse. Me quedé sin aliento cuando, entre los mechones de pelo que me cubrían la cara, vi una figura pequeña vestida de color violeta oscuro sentada delante de mí con las piernas cruzadas; tenía en el regazo un bastón estrecho y muy largo, casi de mi altura. La envolvía una túnica. No era un albornoz sino algo con mucha más clase, una mezcla de kimono y algo que llevaría un jeque del desierto, una prenda ondulante con la flexibilidad y suavidad del lino. Encima de la cabeza llevaba un sombrero redondo de lados rectos y copa plana. Entrecerré los ojos bajo la escasa luz y decidí que había como dos centímetros de aire entre el ribete dorado y el suelo. ¿
Y ahora qué
?
—¿Quién demonios eres? —dije mientras me adelantaba otro paso—. ¿Vas a llevarme a casa en lugar de Al?
—«¿Quién demonios eres?» —repitió la criatura, su voz era una mezcla de tosquedad y ligereza—. Sí. Eso encaja.
No me estaba pegando con aquel palo negro tallado, ni me estaba echando un hechizo, ni siquiera me hacía muecas, así que preferí no hacerle caso y seguir arrastrándome. Se oyó un crujido de papel y perpleja, me metí el papel doblado en tres de David en la cintura de la falda. Sí, seguramente querría recuperarlo.
—Soy Newt —dijo la criatura, al parecer desilusionada porque yo no le hacía caso. Había un acento intenso en aquella voz que no supe ubicar, una forma extraña de pronunciar las vocales—. Y no, no voy a llevarte a casa. Ya tengo un familiar demoníaco. Algaliarept tiene razón, ahora mismo no vales nada.
¿
Un demonio por familiar? Ohhh, eso sí que tenía que estar bien
. Gruñí y me arrastré un poco más. Me dolían las costillas y me las apreté con una mano. Jadeé y levanté la cabeza. Una cara lisa, ni joven, ni vieja, ni… nada, en realidad, me miró.
—Ceri te tiene miedo —dije.
—Lo sé. Es muy perspicaz. ¿Está bien?
Me invadió el temor.
—Déjala en paz —dije, y me eché hacia atrás cuando la criatura me apartó el pelo de los ojos. Su roce pareció hundirse en mí aunque sentí las yemas de unos dedos firmes en la frente. Me quedé mirando aquellos ojos negros que me contemplaban, imperturbables y curiosos.
—Deberías tener el pelo rojo —dijo, olía a dientes de león aplastados—. Y tienes los ojos verdes, como mis hermanas, no marrones.
—¿Hermanas? —resollé, mientras me planteaba darle mi alma a cambio de un amuleto para el dolor. Dios, me dolía el cuerpo entero, por dentro y por fuera. Me senté sobre los talones, fuera de su alcance. Newt tenía una elegancia sobrenatural, el conjunto que llevaba no daba pista alguna sobre su género. Llevaba un collar de oro negro alrededor del cuello, una vez más el diseño no era masculino ni femenino. Posé la mirada en sus pies desnudos, que flotaban sobre los escombros. Eran estrechos y delgados, un tanto feos. ¿Masculinos?—. ¿Eres chico o chica? —pregunté al fin, no muy segura.
Newt frunció el ceño.
—¿Importa?
Me temblaban los músculos y me llevé la mano a la boca, me chupé el punto donde la roca me había hecho daño.
A mí sí
.
—No te lo tomes a mal pero ¿por qué estás ahí sentado?
El demonio sonrió, lo que me hizo pensar que aquello no podía ser buena señal.
—Hay unos cuantos que han apostado que no serás capaz de aprender a usar las líneas antes de la puesta del sol. Estoy aquí para que nadie haga trampas.
Una punzada de adrenalina me despejó la cabeza.
—¿Qué pasa cuando se pone el sol?
—Que cualquiera puede hacerte suya.
Una roca se deslizó de un montón cercano y me puse en movimiento.
—Pero tú no me quieres.
La criatura sacudió la cabeza y flotó hacia atrás.
—Puede que si me dijeras por qué Al se llevó al otro brujo en tu lugar, quizá te quisiera. No… recuerdo.
La voz de Newt parecía preocupada, lo que me hizo preguntarme algo. ¿Se habría metido demasiado siempre jamás en el coco? No tenía tiempo para ocuparme de un demonio chiflado, por muy poderoso que fuera.
—Pues lee los periódicos, yo estoy ocupada —dije mientras seguía arrastrándome.
Me eché a un lado de repente cuando un pedrusco del tamaño de un coche cayó delante de mí, a solo medio metro. El suelo se puso a temblar y me rasparon la cara varias lascas de roca. Me quedé mirando la roca y después a Newt, que sonreía mientras cogía un poco mejor el bastón para parecer agradable e inofensivo. Me dolía la cabeza. Está bien, quizá tuviera un ratito.
—Bueno, Lee puede prender magia demoníaca —dije, sin encontrar razón alguna para decirle que yo también podía.
Los ojos negros de Newt se abrieron como platos.
—¿Ya? —dijo y después se le nubló la cara, no estaba enfadado conmigo si no consigo mismo. Esperé a que moviera la roca. No lo hizo. Respiré hondo y empecé a rodear a Newt ya que parecía que el demonio se había olvidado de mi existencia. La sensación de peligro que fluía de la figurita estaba aumentando, crecía sobre sí misma y me ponía un nudo en las tripas y los pelos de punta. Empezaba a tener la nítida impresión de que solo seguía viva porque un demonio muy poderoso sentía curiosidad, nada más.
Con la esperanza de que Newt se olvidara de mí, me fui arrastrando centímetro a centímetro, intentando no hacer caso del dolor que tenía en el tobillo. Resbalé y contuve el aliento cuando me di en el brazo con una roca y me subió una punzada de dolor por él. Tenía el pedrusco justo delante; cobré fuerzas y clavé las rodillas en el suelo. El tobillo me dolía horrores pero me puse de pie y me agarré a la roca para no perder el equilibrio.
Hubo un roce en el aire y de repente tuve a Newt a mi lado.
—¿Quieres vivir para siempre?
La pregunta me provocó un escalofrío. Maldición, Newt cada vez se interesaba más, no menos.
—No —susurré. Estiré una mano y me alejé cojeando de la roca.
—Yo tampoco quería, hasta que lo probé. —El bastón de secuoya resonó en el suelo, Newt no quería quedarse atrás y tenía unos ojos negros y espeluznantes más vivos que los de cualquiera que yo hubiera visto jamás. Se me puso la piel de gallina. A Newt le pasaba algo, algo muy raro. No terminaba de saber qué era hasta que me di cuenta que en cuanto dejaba de mirar a Newt, me olvidaba del aspecto que tenía. Aparte de los ojos.
—Sé algo que Algaliarept no sabe —dijo Newt—. Ya me acuerdo. A ti te gustan los secretos y además se te da bien guardarlos. Lo sé todo sobre ti. Tienes miedo de ti misma.
El tobillo me dio una punzada al resbalar con una roca y apreté los dientes. Tenía la línea justo delante. Podía sentirla. El sol se había hundido tras el horizonte y ya casi había desaparecido. Le hacían falta siete minutos para hundirse una vez que tocaba la tierra. Tres minutos y medio. Pude oír que los demonios menores comenzaban a contener el aliento.
Oh, Dios, ayúdame a encontrar una forma de salir de esta
.
—Y deberías tenerte miedo —dijo Newt—. ¿Quieres saber por qué?
Levanté la cabeza. Newt estaba muerto (o muerta) de aburrimiento y buscaba algo en lo que entretenerse. Pues yo no quería ser interesante.
—No —susurré, cada vez más asustada.
Una sonrisa maligna cruzó el rostro de Newt, las emociones cambiaban más rápido que un vampiro colocado con azufre.
—Creo que le voy a contar a Algaliarept un chiste. Y cuando haya terminado de hacer trizas a ese brujo por lo que ha perdido, le cambiaré esa marca que le debes y la haré mía.
Empecé a tiritar, era incapaz de evitar que me temblaran las manos.
—No puedes hacer eso.
—Puedo. Y quizá lo haga. —Newt hizo girar el bastón con gesto perezoso y golpeó una roca que rebotó en la oscuridad. Se oyó un gañido felino de dolor y unas cuantas rocas se deslizaron por todas partes—. Y entonces tendré dos —dijo el demonio para sí— porque no serás capaz de averiguar cómo viajar por las líneas y tendrás que comprar un viaje para salir de aquí. Me lo tendrás que comprar a mí.
Se oyó un grito de indignación entre los que observaban tras las rocas, un grito sofocado a toda prisa.
Horrorizada, me detuve de golpe; sentí la línea justo delante de mí.
—Quieres sobrevivir —entonó Newt, su voz había caído un tono—. Harás lo que sea. Cualquier cosa.
—No —susurré, aterrada porque Newt tenía razón—. Vi cómo lo hacía Lee. Yo también puedo hacerlo.
Los ojos negros de Newt destellaron y el demonio puso el extremo del bastón en el suelo.
—No lo vas a averiguar. No vas a creer, todavía no. Tienes que hacer un trato… conmigo.
Asustada, me tambaleé y con el paso siguiente tropecé con la línea. La sentí como si fuera un arroyo cálido y generoso que me llenaba. Casi con un jadeo me tambaleé, veía los ojos que me rodeaban, entrecerrados de codicia y rabia. Me dolía todo. Tenía que salir de allí. El poder de la línea me atravesaba con un zumbido, pacífico y reconfortante.
En ningún lugar se está como en casa
.
La expresión de Newt se hizo burlona, en sus ojos de pupilas negras solo había desdén.
—No puedes hacerlo.
—Sí que puedo —dije, se me nubló la vista y estuve a punto de desmayarme. En las sombras más profundas resplandecían unos ojos verdes. Cerca. Muy cerca. El poder de la línea zumbaba a través de mi cuerpo. «
No hay lugar como el hogar, no hay lugar como el hogar, no hay lugar como el hogar
», pensé con desesperación mientras introducía energía en mi interior y la entretejía en la cabeza. Había viajado por las líneas con Lee. Había visto cómo lo había hecho. Lo único que había tenido que hacer él era pensar adonde quería ir. Yo quería irme a casa. ¿Por qué no funcionaba?
Me temblaron las piernas cuando la primera forma oscura salió para plantarse ante mí con una delgadez irreal, lenta y vacilante. Newt la miró y después se volvió poco a poco hacia mí con una ceja levantada.
—Un favor y te mando a casa.
Oh, Dios. Otro no.
—¡Déjame en paz! —grité, los bordes ásperos de una roca me arañaron los dedos cuando se la tiré a una forma que se acercaba, estuve a punto de caerme y ahogué un grito que parecía más un sollozo pero al fin recuperé el equilibrio. El demonio menor se agachó y después se enderezó otra vez. Tres pares más de ojos brillaban tras él.
Di un salto, asustada, cuando Newt se plantó de repente delante de mí. Ya no quedaba luz alguna. Unos ojos negros se clavaron en mí, ahondaron en mi alma y me la apretaron hasta que salió el miedo como una burbuja.
—No puedes hacerlo. No tienes tiempo para aprender —dijo Newt, y me estremecí. Allí tenía poder, puro y a mi disposición. El alma de Newt era tan negra que casi ni se veía. Podía sentir su aura apretada contra mí, comenzaba a deslizarse por la mía con la fuerza de la voluntad de Newt. Podía apoderarse de mí si quería. Yo no era nada. Mi voluntad no significaba nada.
—Puedes deberme un favor o morir en este escuálido montón de promesas rotas —dijo Newt—. Pero no puedo hacerte atravesar las líneas con ese lazo tan endeble llamado hogar. El hogar no sirve. Piensa en Ivy. La quieres más a ella que a esa maldita iglesia —dijo. La honestidad del demonio era más cortante que cualquier dolor físico.
Las sombras se agolparon y se lanzaron gritando con voces agudas y llenas de rabia.
—¡Ivy! —grité, acepté el trato y deseé estar con ella: el olor de su sudor cuando nos peleábamos en broma, el sabor de sus galletas de azufre, el sonido de sus pasos y el movimiento de sus cejas cuando intentaba no echarse a reír.