Antes bruja que muerta (64 page)

Read Antes bruja que muerta Online

Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Antes bruja que muerta
9.35Mb size Format: txt, pdf, ePub

David lanzó una risita que lo hizo parecerse un poco a un perro.

—No hay problema, señor Saladan. No le robaré mucho tiempo. Es solo una visita de cortesía para hacerle saber que se está procesando su reclamación.

Lee se sentó con una sonrisa mientras se sujetaba la corbata y nos invitó con un gesto a que hiciéramos lo mismo.

—¿Les apetece algo de beber? —preguntó mientras yo me acomodaba en el magnífico sillón de cuero y dejaba el maletín en el suelo.

—No, gracias —dijo David.

Lee no me había echado más que una mirada superficial, ni siquiera me había tendido la mano. El ambiente, más propio de un club de caballeros, era tan denso que se podría haber masticado y si bien en circunstancias normales yo habría impuesto mi presencia con todo el encanto posible, en esa ocasión preferí apretar los dientes y fingir que no existía siquiera, como una zorrita buena, el último mono de la compañía.

Mientras Lee le añadía hielo a su bebida, David se puso otro par de gafas y abrió el maletín en el regazo. Había apretado la mandíbula bien afeitada y pude oler la tensión que mantenía a raya y que comenzaba a crecer.

—Bueno —dijo en voz baja mientras sacaba una resma de papeles—. Lamento informarle que, tras una primera inspección inicial y las entrevistas preliminares que hemos hecho con un superviviente, mi compañía ha declinado compensarle.

Lee dejó caer otro cubito de hielo en su copa.

—¿Disculpe? —Giró en redondo sobre un tacón reluciente—. Su superviviente —dijo recalcando la palabra— se juega demasiado como para presentarse con una información que desmienta la teoría del accidente. ¿Y en cuanto a su inspección? El barco está en el fondo del río Ohio.

David asintió con la cabeza.

—Así es. Pero resulta que el barco se destruyó durante una lucha de poder por el control de la ciudad, y por tanto su destrucción puede remitirse a la cláusula sobre terrorismo.

Lee se sentó tras su escritorio con un gruñido de incredulidad.

—Ese barco está recién salido de los astilleros. Solo he hecho dos pagos sobre él. No pienso cubrir esa pérdida, para eso lo aseguré.

David puso un fajo de papeles grapados en la mesa. Miró por encima de las gafas y sacó un segundo papel, cerró el maletín y lo firmó.

—Le hacemos saber también que las primas por las otras propiedades que ha asegurado con nosotros se incrementarán en un quince por ciento. Firme, aquí por favor.

—¡Quince por ciento! —exclamó Lee.

—Con efecto retroactivo al uno de este mes. Si tiene la bondad de hacerme un cheque, puedo aceptar el pago ya.

Mierda
, pensé. La compañía de David no se andaba con chiquitas. Me acordé entonces de Ivy. Aquello empezaba a ponerse negro a toda prisa. ¿Dónde estaba la llamada de Ivy? A esas alturas ya tenían que haber llegado.

Lee no estaba muy contento. Apretó la mandíbula, entrelazó los dedos y los apoyó en el escritorio. Tenía la cara roja tras el flequillo negro y se inclinó hacia delante.

—Vas a tener que mirar ese maletín, cachorrito, porque ahí dentro tiene que haber un cheque para mí —dijo, su acento de Berkeley cada vez se acentuaba más—. No estoy acostumbrado a que me decepcionen.

David cerró el maletín de golpe y lo dejó con suavidad en el suelo.

—Va a tener que ampliar sus horizontes, señor Saladan. A mí me pasa todo el tiempo.

—A mí no. —Lee se levantó con una expresión colérica en el rostro redondo. Aumentó la tensión y yo le eché un vistazo a Lee y después a David, que parecía lleno de confianza incluso sentado. Ninguno de los dos se iba a echar atrás.

—Firme el papel, señor —dijo David en voz baja—. Yo solo soy el mensajero. No meta a los abogados en esto. Porque ellos son los únicos que terminan haciendo dinero y a usted luego no lo asegura nadie.

Lee tomó a toda prisa una bocanada de aire con los ojos oscuros crispados de rabia.

Me sobresalté ante el repentino timbrazo de mi teléfono. Abrí mucho los ojos. El tema que sonaba era el de
El Llanero Solitario
. Me revolví para apagarlo pero no sabía cómo.
Que Dios me ayude
.

—¡Grace! —ladró David y me volví a sobresaltar. El teléfono se me deslizó entre los dedos y lo manoseé con la cara ardiendo. Me debatía entre el pánico de que me estuvieran mirando los dos y el alivio al ver que Ivy ya estaba lista.

—¡Grace, te dije que apagaras ese teléfono cuando estábamos en la entrada! —chilló David.

Se levantó y yo lo miré, impotente. Me quitó el teléfono de un manotazo, cortó la música y me lo volvió a tirar.

Apreté la mandíbula cuando me golpeó la palma de la mano con un chasquido agudo. Ya estaba harta. Al ver mi cólera ciega, David se colocó entre Lee y yo y me cogió por el hombro para advertirme. Cabreada, le aparté el brazo pero contuve el enfado cuando me sonrió y me guiñó un ojo.

—Eres un buen operativo —dijo en voz baja mientras Lee apretaba un botón del intercomunicador y tenía una conversación en voz muy baja con lo que parecía una Candice muy disgustada—. La mayor parte de la gente con la que trabajo se me habría tirado a la garganta en la puerta principal solo por ese comentario de la zorra subordinada. Aguanta un poco más. Podemos sacar unos cuantos minutos de esta conversación y todavía necesito que me firme el impreso.

Asentí, aunque no fue nada fácil. Y el cumplido ayudó bastante.

Todavía de pie, Lee estiró el brazo para coger la chaqueta y se la puso.

—Lo siento, señor Hue. Tendremos que continuar con esto en otro momento.

—No, señor. —David se levantó sin inmutarse—. Vamos a terminar con esto ahora.

Se oyó una conmoción en el pasillo y me levanté cuando Chad, el vampiro del amuleto, entró con un tropezón. Al vernos a David y a mí, se tragó sus primeras y seguramente frenéticas palabras.

—Chad —dijo Lee con una levísima irritación en la expresión al notar la apariencia desaliñada del vampiro—. ¿Quieres acompañar al señor Hue y a su ayudante a su coche?

—Sí, señor.

La casa estaba en silencio y yo contuve una sonrisa. Ivy había acabado una vez con todo un piso de agentes de la AFI. A menos que Lee tuviera un montón de gente escondida, yo no tardaría mucho tiempo en tener mis amuletos y Lee las esposas puestas.

David no se movió. Permaneció delante del escritorio de Lee, su porte de hombre lobo cada vez era más acentuado.

—Señor Saladan. —Empujó el formulario con dos dedos—. ¿Si tiene la bondad?

En las mejillas redondas de Lee aparecieron unas manchas rojas. Cogió un bolígrafo de un bolsillo interior de la chaqueta y firmó el papel con letras grandes e ilegibles.

—Dígale a sus superiores que me van a compensar la pérdida —dijo mientras dejaba el papel en el escritorio para que lo cogiera David—. Sería una pena que su compañía se encontrara en apuros financieros si un buen número de sus propiedades más caras sufrieran daños importantes.

David cogió el papel y lo metió en su maletín. Yo seguía a su lado pero un poco más atrás y noté que cada vez se ponía más tenso, después lo vi cambiar de postura.

—¿Es eso una amenaza, señor Saladan? Puedo trasladar su reclamación a nuestro departamento de quejas.

Un estruendo apagado me resonó en el oído interno y Chad se removió. Algo había explotado por algún sitio. Lee miró una pared como si pudiera ver a través de ella. Alcé las cejas. Ivy.

—Solo una firma más. —David sacó un papel doblado en tres partes de un bolsillo del abrigo.

—Esta conversación ha terminado, señor Hue.

David se lo quedó mirando y yo casi pude oír el gruñido.

—No tardaremos más que un… momento. Grace. Necesito que firmes aquí. Y luego el señor Saladan… aquí.

Sorprendida, me adelanté con la cabeza gacha y miré el papel que David alisó sobre el escritorio. Me quedé con los ojos como platos. Decía que yo era testigo y que había visto la bomba en la caldera. No me parecía bien que la compañía de David se preocupara más por el barco que por las personas que habían muerto en él, pero así son las compañías de seguros.

Cogí el bolígrafo y miré a David. Este se encogió un momento de hombros, en sus ojos había un brillo nuevo y duro. A pesar de toda su cólera, creo que estaba disfrutando cada instante.

Lo firmé como Rachel, con el corazón a mil. Escuché un momento por si oía cualquier ruido de lucha mientras le daba el bolígrafo a David. Tenían que estar cerca y quizá no hubiera ninguna indicación de que estaban en la casa si todo estaba ocurriendo fuera. Lee estaba tenso y a mí se me hizo un nudo en el estómago.

—Y usted, señor. —Era puro sarcasmo. David le tendió el papel a Lee—. Firme para que pueda cerrar su expediente y no tenga que volver a verme jamás.

Me pregunté si era su frase habitual mientras metía la mano en el bolsillo interior de mi chaqueta prestada y sacaba la orden de arresto que me había llevado Edden esa tarde.

Lee firmó el papel con movimientos toscos y beligerantes. A mi lado, oí el levísimo gruñido de satisfacción de David. Solo entonces miró Lee mi firma. El pobre tipo se puso pálido bajo el bronceado y abrió los finos labios.

—Hija de puta —maldijo, alzó los ojos hacia mí y después miró a Chad, que estaba en la esquina.

Yo le di a Lee la orden con una sonrisa.

—Esta es mía —dije con tono alegre—. Gracias, David. ¿Tienes todo lo que necesitas?

David dio un paso hacia atrás y se guardó el formulario.

—Es todo tuyo.

—¡Hija de puta! —dijo Lee otra vez, una sonrisa de incredulidad le levantaba los labios—. No sabes quedarte muerta, ¿verdad?

Contuve el aliento con un siseo y me sacudí cuando lo sentí invocar una línea.

—¡Al suelo! —grité al tiempo que apartaba a David de un empujón y me echaba hacia atrás.

David cayó al suelo con una voltereta. Yo me deslicé casi hasta la puerta. El aire crepitó y un golpe seco reverberó por todo mi cuerpo. Todavía a cuatro patas, miré de repente la fea mancha morada que chorreaba hasta el suelo. Por el jodido Apocalipsis, ¿qué coño era eso? pensé mientras me levantaba como podía y me bajaba la falda hasta las rodillas.

Lee le hizo un gesto a Chad, que parecía acobardado.

—¿Qué haces? ¡Cógelos! —dijo con tono asqueado.

Chad parpadeó y se dirigió a David.

—¡A él no, idiota! —gritó Lee—. ¡A la mujer!

Chad se paró en seco, se volvió y se vino a por mí.

¿Dónde cojones estaba Ivy? Mi marca demoníaca se encendió de placer pero si bien era bastante molesto, tampoco tuve mayor problema para clavar el talón de la mano en la nariz de Chad, aunque la aparté de repente cuando sentí desgarrarse el cartílago. Detestaba la sensación de las narices rotas. Me daba grima.

Chad gritó de dolor, se dobló y se llevó las manos ensangrentadas a la cara. Yo seguí su movimiento y le di un buen codazo en la nuca, que tuvo la amabilidad de dejar a mi alcance. En tres segundos, Chad había quedado fuera de combate.

Me froté el hombro y cuando levanté la cabeza, me encontré a David mirándome con una expresión interesada y los ojos muy abiertos. Yo estaba entre Lee y la puerta. Sonreí y me aparté de los ojos el pelo que se me había escapado del moño. Lee era un brujo de líneas luminosas, seguramente sería un cobarde si se trataba de enfrentarse al dolor físico. No iba a saltar por aquella ventana a menos que no le quedara otro remedio. Lee manipuló el intercomunicador.

—¿Candice? —En su voz había una mezcla de cólera y amenaza.

Jadeé un poco, me chupé el pulgar y señalé a David.

—David, quizá quieras irte. Esto se va poner complicado.

Me puse de mejor humor todavía cuando se oyó la voz de Kisten por el altavoz junto con los aullidos de lo que parecía una pelea de gatos.

—Candice está liada ahora mismo, tío. —Reconocí el sonido del ataque de Ivy y Kisten hizo un ruido de conmiseración—. Lo siento, cielo. No deberías haberte ido por el mal camino. Oh, eso ha tenido que doler. —Después volvió con nosotros, con su falso acento más marcado y divertido que nunca—. ¿Quizá yo pueda ayudarte en algo?

Lee desconectó el intercomunicador. Se colocó bien la chaqueta y me miró. Parecía seguro de sí mismo. Mala señal.

—Lee —dije—, podemos hacerlo por las buenas o por las malas.

Se oyó un sonido de pasos secos en el pasillo y me eché hacia atrás, hacia David, cuando entraron en tromba cinco hombres. Ivy no estaba con ellos. Y mis amuletos tampoco. Pero sí que tenían un montón de armas y encima nos apuntaban todas a nosotros.
Mierda
.

Lee sonrió y salió de detrás del escritorio.

—Yo voto por hacerlo por las buenas —dijo con una sonrisa tan engreída que me apeteció abofetearlo.

Chad empezaba a moverse y Lee le dio un empujón en las costillas.

—Levántate —dijo—. El hombre lobo tiene un papel en la chaqueta. Cógelo.

Con el estómago revuelto, me eché hacia atrás cuando Chad se levantó tambaleándose y con la sangre chorreándole por el traje barato.

—Dáselo, anda —le advertí a David cuando se puso tenso—. Ya lo recuperaré.

—No, no creo —dijo Lee cuando David se lo dio a Chad y el vampiro le pasó el papel manchado de sangre a Lee. Este se apartó el pelo de los ojos con una sonrisa reluciente—. Siento mucho lo de tu accidente.

Miré a David y presentí una muerte inminente, la nuestra, en aquellas palabras.

Lee limpió la sangre del papel en la chaqueta de Chad, lo dobló dos veces y se lo metió en un bolsillo de la americana.

—Pegadles un tiro —dijo con tono despreocupado mientras se dirigía a la puerta—. Sacad las balas y luego tiradlos bajo el hielo, río abajo, a cierta distancia del muelle. Limpiad la habitación después. Yo voy a salir, quiero cenar temprano. Volveré en unas dos horas. Chad, ven conmigo. Tenemos que hablar.

Se me aceleró el corazón y olí la tensión creciente de David. Estaba abriendo y cerrando las manos como si le dolieran. Quizá fuera eso. Jadeé cuando oí los seguros de las pistolas.

—¡
Rhombus
! —grité y mi palabra se perdió entre el estruendo de las armas que se descargaban.

Me tambaleé al invocar la línea más cercana con el pensamiento. Era la de la universidad y era enorme. Olí la pólvora. Me erguí y me palpé con frenesí. No me dolía nada salvo los oídos. David estaba pálido pero no había dolor en sus ojos. Un brillo trémulo de siempre jamás, fino como una molécula, resplandecía a nuestro alrededor. Los cuatro hombres agachados empezaban a erguirse ellos también. Yo había levantado el círculo justo a tiempo y las balas habían rebotado contra ellos.

Other books

La caza del meteoro by Julio Verne
When Wishes Collide by Barbara Freethy
Brushstrokes by Fox, Lilith
The Secret of Kells by Eithne Massey
Love Takes the Cake by Betsy St. Amant