Al Filo de las Sombras (23 page)

Read Al Filo de las Sombras Online

Authors: Brent Weeks

BOOK: Al Filo de las Sombras
4.99Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Te pagan comisión por tus ventas? —preguntó Kylar.

—Una décima parte de todo lo que supere las mil en ventas en un día —respondió ella.

—Entonces, si vendieras estos, ¿qué harías con... cuánto? ¿Más de tres mil reinas?

—No lo sé. ¿Por qué lo...?

—¿Qué harías?

Capricia se encogió de hombros, se dispuso a responder, se detuvo y por fin dijo:

—Me mudaría con mi familia. Vivimos en un barrio bastante malo y siempre tenemos problemas con... Bah, qué más da. Créeme, llevo soñando con eso desde que empecé a trabajar aquí. Pienso en vender estos anillos y en cómo lo cambiaría todo para nosotros. Antes rezaba por ello todos los días, pero mi madre dice que ya estamos lo bastante seguros. En cualquier caso, el Dios no responde a las plegarias avariciosas de esa manera.

A Kylar se le enfrió el corazón. Se mudarían lejos de aquel shinga ridículo, vengativo y arrogante. No tendría que cometer un asesinato para mantenerlos a salvo.

—No —dijo Kylar, mientras se guardaba en el bolsillo los pendientes de mistarillë y cogía un cuchillo nupcial—. Responde de esta.

Subió el cofre al mostrador y lo abrió. Capricia se quedó boquiabierta. Le temblaban las manos mientras desdoblaba pagaré tras pagaré. Alzó la vista hacia Kylar, con los ojos anegados de lágrimas.

—Dile a tus padres que vuestro ángel de la guarda ha dicho que os mudéis. No la semana que viene. No mañana. Esta noche. Cuando os salvé, avergoncé al shinga. Ha jurado vengarse.

Capricia mantuvo los ojos muy abiertos, pero asintió imperceptiblemente. Su mano se levantó como si fuera la de una autómata.

—¿Cajita de regalo? —preguntó con voz ahogada—. Gratis.

Kylar le cogió de la mano el joyero y salió por la puerta, que cerró a sus espaldas. Guardó los pendientes en la cajita decorativa y se la metió en un bolsillo, de repente más pobre que un mendigo. Había vendido su herencia. Se había desprendido de una de las últimas cosas que le quedaban para recordar a Durzo. Había cambiado una espada mágica por dos aros de metal. Y en ese momento no tenía ni un cobre que fuera suyo. Treinta y una mil cuatrocientas reinas y no le quedaba ni siquiera lo suficiente para comprarle a Uly un regalo de cumpleaños.

«Hemos terminado, Dios. De ahora en adelante, responde tú solo a tus putas plegarias.»

Capítulo 23

—¿Os irá bien a Elene y a ti? —preguntó Uly. Esa tarde estaban trabajando juntos; Uly buscaba los ingredientes mientras Kylar destilaba un bebedizo que rebajaba las fiebres.

—Pues claro que sí. ¿Por qué?

—La tía Mia dice que no pasa nada porque os peleéis tanto. Dice que, si tengo miedo, basta que escuche y que, si oigo chirriar la cama después de la pelea, sabré que todo ha acabado bien. Dice que eso significa que habéis hecho las paces. Pero nunca oigo chirriar la cama.

A Kylar se le subió la sangre a las mejillas.

—Yo, bueno, creo... Mira, eso tendrías que preguntárselo a Elene.

—Ella me dijo que te preguntara a ti, y también se puso toda avergonzada.

—¡Yo no estoy avergonzado! —exclamó Kylar—. Acércame bayas de mayo.

—La tía Mia dice que mentir está mal. He visto caballos apareándose en el castillo, pero la tía Mia dice que no da miedo como aquello.

—No —dijo Kylar en voz baja, mientras molía las bayas en un mortero—, da miedo a su propia manera.

—¿Qué? —preguntó Uly.

—Uly, eres demasiado pequeña para que tengamos esta conversación. Raíz de milenrama.

—La tía Mia me avisó de que me dirías eso. Me dijo que hablaría conmigo si a vosotros os daba demasiada vergüenza. Solo me hizo prometerle que antes os preguntaría. —Uly le pasó la nudosa raíz marrón.

—La tía Mia —replicó Kylar— piensa demasiado en el sexo.

—Ejem —dijo una voz a sus espaldas. Kylar dio un respingo.

—Voy a hacer una visita a la señora Vatsen —anunció la tía Mia—. ¿Necesitáis algo?

—Esto, eh, no —dijo Kylar. Sin duda no estaría tan tranquila si hubiese oído lo que acababa de decir.

—Kylar, ¿te encuentras bien? —preguntó la tía Mia, y le tocó la mejilla roja—. Pareces muy acalorado.

Rebuscó por los estantes recién organizados, que parecían darle más problemas que cuando había imperado el desorden más absoluto, y metió unas cuantas cosas en su cesta. Al pasar por delante de Kylar, que estaba inclinado sobre la poción como si le exigiera toda su concentración, le pellizcó el trasero.

Kylar estuvo a punto de estrellarse contra el techo del salto, aunque ahogó el grito. Uly lo miró extrañada.

—Tienes razón —dijo la tía Mia desde la puerta—. Pero no te hagas ilusiones, soy demasiado mayor para ti.

Kylar se puso más colorado y ella se rió. La oyeron carcajearse mientras se alejaba por la calle.

—Vieja loca —dijo Kylar—. Semilla de norantón.

Uly le pasó el tarro de semillas planas y violáceas, y formó una prieta línea recta con la boca.

—Kylar, si lo tuyo con Elene no funciona, ¿te casarás conmigo?

Se le cayó el tarro entero en la mezcla.

—¿QUÉ?

—Le pregunté a Elene cuántos años tenías y me dijo que veinte. Y la tía Mia me contó que su marido le sacaba nueve años, que es más de lo que me llevas tú a mí. Y yo te quiero, y tú me quieres y tú y Elene os peleáis a todas horas, pero tú y yo nunca nos peleamos...

Al principio Kylar se sintió confundido. Él y Elene llevaban más de una semana sin pelearse. Entonces cayó en la cuenta de que Uly llevaba un tiempo pasando la noche en casa de una de sus nuevas amigas, probablemente por lo mucho que la alteraban las peleas de Kylar y Elene. La niña tenía una expresión anhelante y temerosa en la cara que le decía que su respuesta podía romperle el corazón. En concreto, la primera idea que se le pasó por la cabeza —«no te quiero de esa manera»— no iba a ser una buena elección.

«¿Cómo me he metido en este lío? Debo de ser el primer padre de Midcyru que ha tenido que explicarle el sexo a su hija mientras sigue siendo virgen.»

¿Qué iba a decirle? ¿«En realidad todavía no estoy casado con Elene, o sea que, cuando discutimos, no podemos hacer las paces como a mí me gustaría. A decir verdad, si pudiéramos hacer las paces como a mí me gustaría, probablemente no nos pelearíamos, para empezar»? Kylar no veía la hora de casarse por fin con Elene. Dejarían atrás de una vez por todas sus conflictos sobre el sexo. ¡Qué alivio!

Entretanto, Uly lo miraba fijamente, a la espera, con los grandes ojos muy abiertos, dubitativa. Oh, no, aquello parecía un temblor de labio.

La puerta lo salvó al abrirse. Entró un hombre bien vestido, con el emblema de una casa noble bordado en la pechera de la túnica. Era alto y enjuto, pero sus facciones afiladas le conferían aspecto de roedor.

—¿Es la tienda de la tía Mia? —preguntó.

—En efecto —contestó Kylar—. Pero me temo que la tía Mia ha salido un rato.

—Ah, no pasa nada —dijo el hombre—. ¿Eres su ayudante Kyle?

—Kylar.

—Eso. Eres más joven de lo que me esperaba. En realidad venía buscándote a ti.

—¿A mí?

—Eres el hombre que salvó al señor de Aevan, ¿verdad? No para de contar que con una poción lograste lo que una docena de matasanos no habían conseguido con meses de tratamiento. Soy el mayordomo del gran señor de Garazul. Mi señor tiene gota.

Kylar se frotó el mentón. Miró las botellas que cubrían las paredes.

—Puedo volver más tarde si quieres —dijo el mayordomo.

—No, será solo un momento —replicó Kylar.

Empezó a coger botellas y dar órdenes a Uly. Era la ayudante perfecta, diligente y silenciosa. No tardó en tener cuatro cuencos mezclándose a la vez, dos sobre calor, dos en frío. Al cabo de otros dos minutos, había terminado. El mayordomo parecía fascinado por el proceso entero. Hizo pensar a Kylar que el gran maestro Haylin sabía lo que se hacía al exhibir el proceso de creación. En ese momento supo que, si alguna vez tenía un gran establecimiento, lo montaría exactamente del mismo modo: proporcionar al cliente un espectáculo además de las pociones. Era un sueño modesto pero extrañamente satisfactorio.

—Os diré lo que debéis hacer —explicó Kylar—. Dadle dos cucharadas de esto cada cuatro horas. ¿Deduzco que vuestro señor está gordo y sale muy poco? ¿Le gusta echar un trago de vez en cuando?

—Tiene un poco de sobre... Bueno, sí, gordo como un leviatán, para ser sinceros. Y bebe como tal, además —respondió el mayordomo.

—Esta poción le aliviará el dolor de los pies y las articulaciones. Le ayudará un poco con la gota pero, mientras esté gordo y beba mucho vino, nunca se pondrá bien. Tendrá que comprar esta misma poción cada vez que sufra un rebrote de gota durante el resto de su vida. Decidle que, si quiere acabar con su mal, tiene que dejar de beber. Si no lo hace, como imagino que será el caso, empezad a echarle dos gotas de esto en cada copa de vino que beba. —Le dio el segundo vial—. Le causará un dolor de cabeza estupendo. Aseguraos de hacerlo siempre que beba vino. Ya que estáis, podéis darle esto todas las mañanas y las noches para su dolor de estómago. Y que coma menos. Administradle un poco de este último con cada comida, así se llenará antes.

—¿Cómo has sabido que tenía dolores de estómago?

Kylar esbozó una sonrisa misteriosa.

—Y retiradle cualquier otra cosa que le hayan recetado, sobre todo las sangrías y las sanguijuelas. Debería ser un hombre nuevo en cuestión de seis semanas, si le hacéis perder peso.

—¿Cuánto? —preguntó el mayordomo.

—Depende de lo gordo que esté.

El mayordomo se rió.

—No, ¿cuánto te debo?

Kylar recapacitó. Calculó aproximadamente lo que habían costado los ingredientes y lo dobló. Le dijo el resultado al mayordomo.

El hombre ratonil lo miró lleno de asombro.

—Un consejillo, joven. Deberías abrir una tienda en el lado norte porque, si esto funciona, los nobles van a querer quitártelo de las manos. Y otra cosa: si esto ayuda aunque sea un poco, deberías cobrar el doble de esa cantidad. Si funciona realmente como has dicho, deberías cobrar diez veces más; de otro modo los nobles no creerán que sea auténtico.

Kylar sonrió, contento de que alguien le hablara como si supiese lo que se hacía... lo que era cierto.

—Vale, pues me debéis diez veces lo que he dicho.

El mayordomo se rió.

—Si el señor de Garazul se mejora, ganarás más que eso. Entretanto, esto es todo lo que llevo. —Lanzó a Kylar dos monedas de plata nuevas—. Buenos días, joven maestro.

Mientras lo veía marcharse, Kylar se sorprendió ante lo bien que se sentía. Quizá era mejor curar que matar. O quizá era un placer sencillamente sentirse apreciado. ¿Cómo lo había conseguido Durzo? Había sido una docena de héroes diferentes a lo largo de las épocas, tal vez varias decenas de héroes distintos. ¿Acaso no había querido nunca anunciarse a los cuatro vientos? ¿Contarle a todo el mundo quién era para que se le rindiera la debida pleitesía? «Aquí estoy, adoradme.»

Sin embargo, Durzo nunca le había parecido de esos. Kylar había crecido con él y nunca había tenido ni el menor indicio de que su maestro fuese el Ángel de la Noche, y mucho menos ninguna de sus otras identidades. ¿Por qué no? Durzo había parecido arrogante en ciertos aspectos de su vida. Sin duda había demostrado un enorme desprecio hacia la mayoría de los ejecutores y casi todo el Sa’kagé, pero nunca se había equiparado a los grandes héroes históricos.

Kylar volvió a sentir la punzada de la pérdida. Dioses, Durzo llevaba muerto tres meses y la cosa no mejoraba con el paso del tiempo.

Tanteó la cajita que guardaba en el bolsillo. «Él murió para que yo pudiera tener a Elene.» Intentó quitarse a Durzo de la cabeza con esa idea. «Vamos a celebrar el cumpleaños de Uly, y después podré pedirle a Elene que se case conmigo. Entonces Uly oirá más chirridos de los que podría haberse imaginado nunca.»

—Kylar —dijo Uly, sacándolo de su ensoñación—, ¿piensas responder a mi pregunta?

Oh, mierda.

—Uly —comenzó, con dulzura—, sé que no te sientes así, y desde luego eres tan lista como alguien mucho mayor, pero sigues siendo una... —Kylar arrugó la frente, sabedor de que lo siguiente no iba a ser bien recibido—. Sigues siendo una niña. —Era verdad, qué caramba.

—No lo soy.

—Sí lo eres.

—Esta semana me acaba de bajar mi primera sangre lunar. La tía Mia dice que eso significa que ya soy una mujer. Me hizo mucho daño y al principio me asusté. Tenía mucho dolor de barriga, y luego en la espalda y...

—¡Ah! —Kylar intentó acallarla haciendo gestos con las manos.

—¿Qué pasa? La tía Mia dice que no es nada de lo que avergonzarse.

—¡La tía Mia no es tu padre!

—¿Quién lo es? —preguntó Uly, rápida como un látigo.

Kylar no respondió nada.

—¿Y quién es mi madre? Tú lo sabes, ¿verdad? Mis niñeras siempre me trataron distinto que al resto de las niñas. La última se asustaba siempre que me hacía daño. Una vez que me hice un corte en la cara, le entró tanto miedo de que me quedase cicatriz que no durmió durante semanas. A veces una dama nos miraba jugar en los jardines, pero siempre llevaba capa y capucha. ¿Era mi madre?

Mudo, Kylar asintió. Era muy propio de Mama K. Sin duda se habría mantenido alejada de Uly por su seguridad en la medida en que pudiera soportarlo pero, de vez en cuando, las defensas debían de ceder.

—¿Es alguien importante? —preguntó Uly. El deseo de todo huérfano. Kylar lo sabía.

Volvió a asentir.

—¿Por qué me dejó?

Kylar exhaló un suspiro.

—Te mereces la respuesta a eso, Uly, pero no puedo dártela. Es uno de los secretos que conozco y que no me pertenecen. Te prometo que te lo contaré en cuanto pueda.

—¿Piensas dejarme? Si nos casamos, podría ir contigo.

Si alguien creía que los niños no podían sentir un dolor tan hondo como el de los adultos, Kylar habría deseado que pudiera ver los ojos de Uly en ese momento. Por mucho que la amase, la había estado tratando como a una niña en vez de como a un ser humano. La breve vida de Uly era una historia de abandonos: su padre, su madre, una niñera tras otra. Tan solo quería algo sólido en su vida.

Kylar la abrazó.

—No te abandonaré —juró—. Nunca jamás. Nunca. Jamás.

Capítulo 24

Vi entró a caballo en Caernarvon cuando se ponía el sol. En sus semanas de travesía había decidido su estrategia. Sin duda el Sa’kagé local conocería a Kylar. Si se parecía en algo a Hu Patíbulo, no le gustaría dejar pasar mucho tiempo sin matar. Si había aceptado algún encargo, el shinga lo conocería. Un ejecutor tan diestro no podía pasar desapercibido.

Other books

Amigas entre fogones by Kate Jacobs
The Isis Covenant by James Douglas
Thea Devine by Relentless Passion
A Dozen Black Roses by Nancy A. Collins
A Taste of Liberty: Task Force 125 Book 2 by Lisa Pietsch, Kendra Egert
The Four-Fingered Man by Cerberus Jones
White Pine by Caroline Akervik
Healer by Bonnie Watson
Her Master's Voice by Jacqueline George