A por todas (20 page)

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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

BOOK: A por todas
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—¿Y qué piensas hacer? ¿La llamarás cuando tenga la niña?

—¡Que me llame ella, no te jode! Aunque, no sé, mentiría si dijera que no tengo una pizca de curiosidad por saber qué tiene que decirme.

—Eso en el caso de que tenga algo que decirte porque a lo mejor pretende que seáis amigas como si nada hubiera pasado entre vosotras, lo cual, viniendo de Olga, no sería de extrañar.

—Lo sé pero, como le dije a ella, ya veremos… ¡Ah, por cierto! ¿Sabes a quién vi también en la fiesta?

—A ver, dime.

—A Silvia.

—¿Silvia? ¿La novia de Ángela?

—La misma. Pero sin Ángela y colgada del brazo de la tía cañón con la que tonteaba el día del cumpleaños de Angela.

—¡No jodas!

—Como te lo estoy contando, Juanito. De piedra que se quedaron las muy perras cuando me vieron detrás del mostrador.

—¿Les dijiste algo?

—Sí, claro, le pregunté a Silvia que dónde estaba Ángela pero no pudo ni responderme.

—¿Has hablado ya con Ángela?

—Aún no pero quiero llamarla esta semana.

—A ver cómo se lo dices, Ruth, que tú eres muy directa…

—¡A lo mejor te crees que Ángela no está ya al tanto de lo que ocurre con su novia! Si desde antes de su cumpleaños tiene un moscón gordo como un demonio detrás de la oreja… Oye, por cierto, antes de que se me olvide, ¿está Diego en casa?

—Sí, ¿por qué?

—No, es que estuve hablando el otro día con Pilar de lo de la subvención esa que le concedieron al GYLA y como no hemos oído nada de lo que están haciendo quería preguntarle cómo estaban las cosas.

—Pues espera que te lo paso. Un momentín…

—Vale.

—…

—…

—¡Hola, pendón! ¿Qué te cuentas?

—Pues ya ves, con mi vida surrealista de siempre. Luego le dices a Juan que te cuente la última de Olga.

—Preferiría que me lo contaras tú pero bueno…

—Oye, que lo que yo te quería preguntar era lo de la subvención del IFI. ¿Cómo va lo del folleto de salud?

—¿El folleto de salud? ¡Pero si hace más de dos meses que está todo parado!

—¿Parado? ¿Por qué?

—Pues chica, la versión oficial es que el IFI se ha echado para atrás, que no estaba en condiciones de dar una subvención de semejante cuantía. Pero el presidente ha dicho que no digamos nada porque podría perjudicar nuestra imagen y la del IFI, que ya sacaremos algo por nuestra cuenta para salvar el expediente pero…

—¡Le importará mucho al presidente la imagen del IFI! Está demasiado ocupado preocupándose por la suya…

—Pero te iba a decir que yo juraría que hace como un par de semanas escuché al Teletubby Tóxico hablar por teléfono con alguien acerca de la subvención…

—¿El Teletubby Tóxico?

—Sí, el metro y medio ese que tenemos por gerente, gestor o como pollas quiera llamarse. Estaba hablando con alguien de dinero y me pareció que mencionaba lo de la subvención. Al menos dijo algo del IFI y de sesenta mil euros.

—¿Y dices que el proyecto del folleto está parado?

—No sólo el folleto sino varios proyectos más del grupo de mujeres en los que estaban trabajando…

—Qué raro, ¿no?

—Sí pero ya sabes cómo son en el GYLA. El secretismo está a la orden del día. O estás en el grupo de élite o no te enteras de la misa a la media. Y nosotros no somos más que putos currantes. Aunque la verdad es que a mí los tejemanejes que se traigan esos soplapollas me la pelan bastante, que como encuentre otro curro pronto ya me han visto el pelo…

—Oye, Dieguito, ¿y tú no podrías enterarte qué pasa? La verdad es que todo eso me huele un poco raro…

—¡Toma y a mí! Pero no sé, tendría que hablar con el administrativo, él es quien mueve casi todas las cosas y se entera de casi todo, lo quiera o no, a ver si él sabe algo, aunque de chanchullos del GYLA podría llenar varios tomos…

—¿Y eso?

—Pues porque allí se hacen muchas cosas bajo cuerda. Sin ir más lejos el pobre anda un poco acojonado porque tiene que falsificar la firma del presidente en todos los documentos oficiales, cheques, transferencias y subvenciones que tiene que tramitar porque el señor presidente está demasiado ocupado para pasarse una vez a la semana por la oficina a firmar documentos. Por lo visto el tío le dijo hará cosa de un año que tenía que aprender a hacer su firma porque él no podía perder el tiempo yendo cada dos por tres a firmar. Está visto que sólo quiere ser presidente para salir en la foto y poder presumir de ello. Porque, la verdad, en los cinco años que llevo trabajando allí le he visto más veces en Zero que por la oficina…

—¡Qué fuerte, ¿no?!

—Ya te digo. Y eso por no hablar de los viajes, las comidas y cenas personales que cargan a las cuentas de gastos de la asociación… Y, vamos, porque ahora mismo no me acuerdo de más pero a mí me parece más que suficiente para que les hicieran una buena auditoría ya mismo…

—Pues no estaría mal, no… Oye, pues habla con él y entérate de lo que puedas, que a mí lo de destapar tejemanejes me encanta…

—Bueno, pues hablaré mañana con este tío y ya te contaré de lo que me entere.

—Hazlo, hazlo.

—Bueno y ahora, ¿me vas a contar la última barrabasada de Olga?

—Pues básicamente que como he sido muy importante para ella quiere volver a tenerme en su vida como amiga y que cuando nazca la niña le gustaría muchichichisísisimo que les hiciera una visita a su casa para comer, cenar o lo que sea, ¿qué te parece?

—Que esa tía desayuna tripis todos los días, no me jodas.

—Veo que estamos de acuerdo… En fin, corazón, que te voy a dejar que he quedado y, para variar, ya llego tarde. Hablamos en cuanto te enteres de algo, ¿vale?

—Vale, hablamos. Un beso.

—Otro para ti. Hasta luego.

Jugando a policías

L
a situación es la siguiente: Diego me ha llamado a media tarde, mientras disfrutaba de la reparadora siesta del viernes de resaca, conminándome a vernos en una cafetería de la calle Pelayo (no, La Troje no). «¿No querías enterarte de tejemanejes? Pues como lo que estoy viendo sea cierto, vamos a tirar de la manta pero bien». Pese a mis protestas no pudo adelantarme nada ya que estaba en el GYLA con el famoso Teletubby rondando alrededor suyo. «Luego te cuento», me dijo antes de colgar.

Así que como había quedado con Pilar más o menos a la misma hora, me espabilé, me pegué un duchazo y me di un paseo Fuencarral abajo mientras llamaba a la susodicha para que fuera directamente a la cafetería en la que había quedado con Diego.

Ahora las dos esperamos, sentadas en los sillones de cuero rojo de la cafetería tomándonos sendas cervezas, a que aparezca Diego. Y Diego aparece acompañado de Juan y de un chico muy delgado y ojeroso, con gafas y mirada cansada.

—Hola, chicas —dice al llegar a nuestra mesa—. Este es Juanjo, el administrativo del GYLA.

El aludido esboza una sonrisa y se inclina hacia nosotras para darnos dos besos. Después Diego y Juan hacen lo propio antes de sentarse frente a Pilar y a mí. Los cinco nos removemos nerviosamente en nuestros asientos. Yo miro expectante a Diego alzando las cejas.

—Bueno, ¿qué? —le pregunto a bocajarro.

Diego mira a Juanjo y luego vuelve a mirarme.

—Es difícil de explicar y ni siquiera sé por dónde empezar porque no tenemos nada claro…

—¡Pues di lo que sepas, coño! —exclamo yo muerta de la curiosidad.

Diego abre la boca para hablar pero, antes de que pueda pronunciar una palabra, Juanjo les interrumpe.

—Creemos que el GYLA está desviando fondos.

Cuatro pares de ojos abiertos de par en par, los de Pilar y los míos, para ser más concreta, se clavan en Juanjo. Nuestras bocas también están abiertas pero no sabemos qué decir, al menos yo.

—A ver —empieza Diego—, de momento es sólo una suposición, no hemos encontrado pruebas suficientes pero creo que no estamos muy desencaminados.

—La semana pasada se pasó por el GYLA Mateo Fuentes… —empieza Juanjo.

—¿Ese no era el del festival de cine? —pregunto yo.

—El mismo —asiente Juanjo—. No sé si sabéis que hace tiempo que él no trabaja allí —Pilar y yo asentimos con la cabeza—. El caso es que después de estar en el GYLA se metió en otro sitio y hace poco se le acabó el contrato. Venía a pedir los certificados de empresa y todo el papeleo para pedir el paro…

El camarero interrumpe su relato para tomarles nota. Pilar y yo nos miramos con cara de alucinadas. Yo, por mi parte, sonrío para mis adentros. Las razones que me llevaron a dejar el activismo y mis ganas de sacar la basura a la luz se están dando de la mano ahora mismo alborozadas.

—Pues bueno —continúa Juanjo—, me pongo a buscar y a preparar los papeles de Mateo y a hablar con la gestoría que nos lleva los temas de contratación. Tras varios días de darme largas los de la gestoría a mí y yo a Mateo, el chaval se planta el otro día en la oficina y me dice que ha estado en la Tesorería de la Seguridad Social y que le han dicho que allí no consta que durante el tiempo que estuvo trabajando en el GYLA se pagaran sus seguros sociales…

El camarero, oportuno como él solito, vuelve a interrumpir para servirles a los chicos sus consumiciones. Juanjo da un sorbo a su coca-cola
light
antes de proseguir.

—Así que con las mismas nos plantamos en la gestoría. Allí nos despiden con cajas destempladas porque la chica que lleva los papeles del GYLA está de vacaciones.

—Qué típico, ¿no? —digo.

—Ya. Bueno, volvemos al GYLA y pillamos por banda a Luisito.

—¡No me lo digas! ¿El Teletubby Tóxico?

Diego y Juanjo se echan a reír.

—El mismo. Nos hacemos los tontos y le explicamos la situación. Y él, poniéndose nerviosísimo, se deshace en explicaciones y disculpas.

—¡El! —bufa Diego—. Que lo más bonito que ha dicho de nosotros es que tenemos un problema de actitud y que hacemos lo que nos da la gana… Y eso que para él, el concepto de trabajo se resume en cubrir la mesa de papeles y fingir que está muy ocupado… Aparte de cagarla constantemente en todo lo que intenta hacer.

—Pues sí —sonríe Juanjo con media boca mirando a Diego—. Un tío cuya educación brilla por su ausencia poniéndose amabilísimo y diciéndole a Mateo que no se preocupe, que debe haber habido un error pero que se puede solucionar rápidamente pagando los seguros con efecto retroactivo… Así que Mateo se va, todavía preocupado, claro está, y nos quedamos el Teletubby y yo solos en la oficina. Durante diez minutos fingió que no pasaba nada pero después agarró su móvil y se escabulló al despacho del teléfono de información, que estaba vacío en ese momento. Disimuladamente me fui al almacén que está al lado como si fuera a buscar folletos y aunque no pude entender qué decía, sé que estaba hablando con el presidente y que estaba muy nervioso.

—Y cuando llegamos mi compañero y yo —continúa Diego—, nos coge por banda y nos dice que bajemos a tomar un café. Y ya fuera nos cuenta la historia, así que decidimos ir también nosotros a una tesorería. Y, ¿adivináis qué nos dijeron?

—Que no estabais dados de alta, como si lo viera —afirmo yo frunciendo el ceño.

—¡Efectivamente! —corrobora Juanjo dando una palmada en el borde de la mesa.

—Oscar, el otro trabajador social, aún no ha podido ir pero nos olemos que le van a decir lo mismo.

Pilar y yo nos reímos de puro asombro. Juan sigue manteniendo la actitud callada, tan poco habitual en él, de la que ha hecho gala durante todo el rato. Yo le doy el último trago a mi cerveza y miro abiertamente a Diego y Juanjo.

—Y bueno, ¿qué pensáis hacer? —le pregunto.

Diego se recoloca en su asiento y se inclina hacia la mesa entrelazando las manos.

—Pues hay dos opciones. O vamos a la policía con este cuento, que ya es bastante…

—… o entramos esta noche en el GYLA a ver cuánta mierda hay —añade Juanjo lanzándome una significativa mirada.

Alzo las cejas estupefacta por toda reacción.

Damos vueltas por Chueca hasta medianoche fingiendo ser uno más de los grupos de amigos que a esas horas llenan las calles del barrio. Aunque por la cara de estreñidos que lucimos deduzco que nunca tendríamos un gran porvenir en la delincuencia organizada. Pasadas las doce nos metemos en el Nike a tomar unos tardíos bocadillos y a seguir haciendo tiempo, pues ningún momento nos parece adecuado para rondar por el GYLA.

Pilar está comiendo medio nauseabundo bocadillo de tortilla con mayonesa (el otro medio se le cayó, en un alarde de torpeza, cuando cogió el plato de la barra en un momento en que sus cinco sentidos estaban puestos en una imponente morenaza de metro ochenta que entraba por la puerta) cuando su rostro se ilumina interrumpiendo incluso el proceso de masticación.

—¡Mira quién está ahí! —exclama tragando a duras penas—. ¡Eh! ¡Alicia! ¡Aquí!

Miro en la misma dirección que Pilar y veo que, efectivamente, Alicia está con algunas chicas del grupo de mujeres del GYLA y que se están levantando de la mesa en la que estaban. La interpelada nos mira, sonríe y se acerca hasta donde estamos.

—Vaya, chicas, qué sorpresa…

Reprimo el impulso de darle un pescozón a Pilar.

—¿Sí, verdad? —profiero entre dientes.

—¿Ya te vas? —le pregunta Pilar con un mohín.

—Sí, bueno, es que las demás ya se van y yo no sé muy bien qué hacer… —nos explica con cara de circunstancias.

—¡Ah! ¡Pues quédate con nosotras! —suelta Pilar con una gran sonrisa que le llega casi hasta la nuca.

—¡Ay, pues sí, mira, que todavía no tengo ganas de irme a casa! —accede Alicia sin pensárselo demasiado—. Esperadme aquí que voy a despedirme de las chicas.

Y dicho esto, da media vuelta para reunirse con el grupo de chicas con las que estaba mientras mi mirada y la de los chicos convergen en una Pilar que, totalmente ajena a la realidad, sonríe beatíficamente sin quitarle los ojos de encima a Alicia.

—¿Es que eres imbécil o qué? —le digo al borde del alarido.

Pilar me mira extrañada.

—¿Por qué? ¡Joder, Ruth, que a ti te caiga mal no quita para que a mí me guste…!

—¡Pilar! ¡No estamos de parranda! ¡Dentro de un rato vamos a entrar de incógnito en el colectivo donde milita esa misma chica a la que has invitado tan alegremente a unirse a nosotros!

La expresión de Pilar se transforma de súbito cuando cae en el error que ha cometido.

— ¡Ay! ¡Joder! ¡Qué marrón! ¿Y ahora qué le decimos?

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