Con un ritmo estimulante nos sumergimos de lleno en la vida de Ruth, quien diestramente se mueve en el ambiente jugando a seducir y a ser seducida, en un Madrid donde cada noche es la promesa de unos labios aún por besar y un nuevo cuerpo por descubrir.
¡Por fin una novela que rompe los estereotipos lésbicos a los que nos habían acostumbrado! A por todas provoca, desde el humor y la parodia, la reflexión acerca de una realidad desconocida para la mayoría, profunda y lúdica al tiempo.
Ya en el preámbulo que precede a la narración, la voz de Ruth comparte con el lector algunas reflexiones que inquietan a la autora: "Hombres gays y heteros de ambos sexos se piensan que nuestra vida es modélica y envidiable. Tienen una idea preconcebida que ninguna de nosotras se ha molestado en corregir… ¿Que las lesbianas lo tenemos más fácil? ¿Que las mujeres nos comprendemos entre nosotras? ¿Que jugamos en el mismo equipo? ¿Que somos fieles, monógamas, detallistas, buenas amantes? ¿Que anteponemos las emociones y sentimientos al sexo? ¿Que cuando nos emparejamos es por siempre jamás? ¡Y una leche…!".
Libertad Morán
A por todas
Trilogía de Ruth - 1
ePUB v1.1
Polifemo710.04.12
Imagen portada: © Getty Images
© Libertad Morán, 2005
Odisea Editorial
Palma, 13 28004 Madrid
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Editor original: Polifemo7 (v1.0 a v1.1)
ePub base v2.0
T
engo una amiga que cuando conoce a una mujer que le gusta, la primera pregunta que le hace, es decir, lo que más le interesa saber antes de continuar con el rollito y convertirlo en una posible relación, es qué tipo de trato tiene con sus ex, sobre todo con la última. Si la cosa acabó como el rosario de la aurora, si quiere volver con ella, si su ex ha intentado recuperarla… En definitiva, que si aparte de las tropecientas lobas que hay sueltas por el mundo tiene que preocuparse también por la que ya la tuvo entre sus garras.
Mi amiga es, sin duda, precavida. Aunque su reacción es bastante lógica, habida cuenta de que últimamente ha tenido que lidiar con más de una mujer con una ex de las que dejan huella. Yo en cambio no sería tan concisa. Yo optaría directamente por pasarles un cuestionario de no menos de cincuenta preguntas para saber si el terreno que voy a pisar son arenas movedizas o un brillante prado de césped bien cortado. Entre las cuestiones estaría, sin duda, la que tan certeramente hace mi amiga pero también estarían otras muchas. A saber, ¿tienes mascotas? ¿Duermes con ellas? ¿Qué estudios has realizado? ¿Fue por vocación o buscabas una rápida salida profesional? ¿Aún vives con tus padres? En caso afirmativo, ¿qué grado de independencia y/o libertad tienes? ¿Saben que entiendes? ¿Lo llevan bien o están buscando el momento más oportuno para meterte en la consulta de algún psicólogo tan opusino y reaccionario como ellos mientras tú te dejas manipular y eres incapaz de mantener una relación en la que no te adjudiques el papel de víctima? ¿Qué tipo de aficiones tienes? ¿Practicas deportes de riesgo? ¿Aguantas el cine en versión original? ¿Eres capaz de recordar el título de la última película que has visto? ¿Eres mitómana? ¿Tienes algún ídolo o referente musical/cinematográfico/literario…? ¿Te gusta la música
chochi?
¿Sabes siquiera lo que es? ¿O te decantas más por el rollito cantautor? ¿Qué clase de religión profesas? ¿Qué opinión te merece la iglesia católica? ¿Has ejercido tu derecho al voto desde que cumpliste la mayoría de edad? ¿A qué ideología política te sientes más cercana? ¿Alguna vez has colaborado con algún colectivo? ¿Qué piensas del activismo gay y lésbico? ¿Te defines como feminista? ¿Te gusta el fútbol o te sale un sarpullido repentino cada vez que le ves el careto a Beckham? ¿Cambias tus hábitos y costumbres cuando tienes pareja? ¿Eres de las que se queda en casa un sábado por la noche viendo películas de vídeo o prefieres apurar las madrugadas del fin de semana bailando en alguna discoteca? ¿O eres capaz de alternar las dos opciones? ¿Estás abierta a ampliar tus amistades o te mantienes fiel a tu grupo de amigas del instituto/facuitad/primera época en el ambiente? ¿Tus pasadas relaciones te han dejado algún tipo de trauma o frustración palpable (aunque aquí es probable que nadie contestara con sinceridad porque muchas veces ni son conscientes de padecer ninguna incapacidad sentimental)? ¿Te asusta que te digan «te quiero»? ¿Te cuesta decirlo a ti? ¿Eres de las que quieren o de las que se dejan querer? ¿Pierdes los estribos con facilidad o ni te inmutas ante los problemas? ¿Demuestras tus emociones, aunque sean negativas? ¿Te consideras racional o visceral? ¿Sólo te fijas en personas con problemas emocionales y/o psicológicos porque tienes una desesperada necesidad de ayudar para olvidarte de tus propios problemas, o en cambio no soportas que se preocupen por ti por algún tipo de complejo de inferioridad? ¿En alguna ocasión te has inclinado hacia el masoquismo físico o emocional? ¿Tienes perfectamente asumida tu orientación sexual —sea les o bi— o sólo estás experimentando y se te caerán las bragas en cuanto pase el primer tío que te guiñe un ojo? ¿Te asusta la libertad? Y la más esclarecedora de todas y quizá la más difícil de contestar: ¿estás preparada emocional, psicológica y físicamente para mantener una relación estable y equilibrada con una mujer adulta? Si las candidatas sonrieran con media boca y asintieran con la cabeza mientras contestan a las preguntas, sabría que la cosa podría funcionar. Si alguna llegase al final, repasara las respuestas y me devolviera el cuestionario con una sonrisa de complicidad, caería rendida a sus pies porque, muy probablemente, estaría ante la mujer de mi vida. Todo sería mucho más fácil así. Ahorraríamos tiempo, esfuerzo y el dolor de haber depositado tus esperanzas en la persona equivocada si la relación se va a la mierda cuando menos te lo esperas.
Lamentablemente, si a la segunda o tercera cita sacase de mi bolso un bolígrafo y el susodicho cuestionario para que mi candidata me ilustrase sobre su persona, es muy probable que se levantara indignada y me tildara de neurótica. Y como tampoco está muy bien visto aplicar el tercer grado a la primera de cambio a una desconocida con la que hasta el momento tan sólo habrás compartido un par de copas, una cena y cuatro polvos, no queda más remedio que pasar las primeras semanas actuando de detective, indagando y preguntando solapadamente para tratar de averiguar toda la información necesaria y tomar la decisión de cortar por lo sano o instalarte, con calma y tranquilidad, en la vida conyugal.
En los últimos tiempos a mi amiga no le va mal del todo. Ha conocido a una chica que, a primera vista, es bastante normal y parece que la cosa les funciona. Y yo no me puedo quejar. Más que nada porque hace mucho tiempo decidí no tomarme las relaciones en serio. Conozco a muchas mujeres, unas más interesantes que otras. Con unas no voy más allá de un fin de semana con mucha cama y pocas perspectivas de quedar a tomar un café el lunes por la tarde. Con las que vuelvo a quedar una semana después nunca llego a durar más de uno o dos meses. He adoptado la ruptura como medida preventiva. Oye, a otros les da por bombardear países de Oriente Medio para sentirse más seguros, y a mí por dejar a mis chicas antes de que me puedan hacer daño dejándome ellas. También para sentirme más segura. Cuestión de prioridades. Porque ya han sido muchas las que me han jurado amor eterno para luego dejarme atrás sin una mirada de arrepentimiento.
Y es que el planeta bollo es más complicado de lo que muchos se piensan. Hombres gays y heteros de ambos sexos se piensan que nuestra vida es modélica y envidiable. Tienen una idea preconcebida que ninguna de nosotras se ha molestado en corregir. Y voy a intentar explicarlo haciéndote tres preguntas. La primera de ellas es: ¿cuántas mujeres no heterosexuales se han sentido identificadas con las andanzas de Bridget Jones? La segunda: ¿cuántas veces las lesbianas hemos tenido que oír de labios de mujeres heterosexuales, para las cuales la señorita Jones es casi una heroína, la afirmación de que nosotras lo tenemos mucho más fácil a la hora de enamorarnos y conservar a nuestra pareja? Y finalmente, ¿cuántas lesbianas se han sentido realmente identificadas con las protagonistas de las novelas lésbicas?
Y yo misma, que soy de las que se lo guisa y se lo come solita, responderé a todas las cuestiones.
He leído las dos entregas de los diarios y he visto las pelis de la Zellweger (que, para ser franca, me da menos morbo que una lata de arenques). Tras las respectivas lecturas y el visionado de las comedietas no puedo dejar de reconocer que son productos entretenidos, destinados a un consumo masivo y poco crítico (esa pátina de supuesto nuevo feminismo con el que quieren recubrirlo no resulta del todo convincente para una espectadora algo más exigente y bastante más consciente de lo que realmente significa la palabra feminismo). Mentiría si dijera que no me reí, incluso a carcajadas, que no me divertí asistiendo a las meteduras de pata de la inocente Bridget en su búsqueda de ese ansiado príncipe azul que parece no llegar nunca y que, cuando finalmente lo hace, no parece dispuesto a quedarse por mucho tiempo.
Sin embargo no acabo de encontrarle a ambos productos (novelas y películas) esa supuesta originalidad que sorprendió, deslumbró, cautivó y fascinó a medio mundo (medio mundo mayoritariamente femenino, por supuesto). Para mí su historia no tiene mayor interés que el que me pueda suscitar la de Rob Gordon, protagonista de una novela de culto llevada también al cine,
Alta fidelidad
.
Rob y Bridget vienen a representar el universo masculino y femenino respectivamente de lo que ha sido
el fin de siècle
y lo que está siendo el inicio del nuevo milenio. Millones de hombres y mujeres se han sentido identificados con ambos personajes y en sus historias han visto reflejadas muchas de sus vivencias cotidianas. Y no sólo, presumo, hombres y mujeres heterosexuales. No creo que la orientación sexual sea algo excluyente de sentimientos universales o lugares comunes. Todos somos seres humanos con un corazoncito dentro del pecho (unos más grandes que otros pero corazoncitos al fin y al cabo). Hombres y mujeres, heterosexuales, homosexuales o bisexuales somos igualmente víctimas de una vida moderna que nos impone determinadas pautas de conducta. Y supongo que todos (o casi todos) sufrimos las mismas obsesiones, padecemos con angustia la ausencia de amor o nos martirizamos cuando nuestro aspecto físico no es el que desearíamos.
Yo misma, incluso, he podido sentirme un poco como Bridget viendo que la mujer de mis sueños no acababa de aparecer o bien que, cuando lo hacía, desaparecía de nuevo de la mano de cualquier petarda que, en mi opinión, no solía llegarle a la altura de los zapatos. O cuando la báscula marcaba más kilos de lo debido. O cuando comprobaba que mi vida social sólo me reportaba espantosas resacas y un aliento con perfume a cenicero rebosante de colillas. O bien, tal y como le ocurre al personaje de John Cusack en
Alta fidelidad,
cuando me obsesionaba con mis ex, culpándolas de toda mi infelicidad (por muy hijas de puta que hayan sido conmigo, que lo fueron) sin querer reconocerme a mí misma que soy yo quien tiene la última palabra en ese aspecto.
Lo que quizá me moleste más de todo este juego de identificaciones procedente de los iconos audiovisuales y literarios de nuestra época es el halo de universalidad de que pretenden dotarlos. Es decir, yo, como mujer lesbiana, puedo reconocer en Bridget, mujer heterosexual, comportamientos y emociones que también forman parte de mi vida pero, ¿cuántas mujeres heterosexuales han llegado a sentir esa misma empatia viendo, pongamos por caso, las peripecias de las lesbianas protagonistas de
Go fish?
No es por ser pesimista pero hasta la fecha no he conocido a ninguna.