A bordo del naufragio (5 page)

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Authors: Alberto Olmos

BOOK: A bordo del naufragio
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... ahorcado de un harpa o ahogado en un harpa o cortándote las venas con la sonora cuerda de un harpa afilada como una cuchilla de afeitar afilada esperándote esperando a que te decidas tu decisión esperando está el harpa por tu cabeza y tus pulmones y las azules líneas intraepidérmicas que te riegan y te nutren por causas ajenas a tu voluntad todo es por causas ajenas a tu voluntad altos edificios desde los que zambullirse en el asfalto y quedar por siempre aleado a él como un bache o un remiendo o una mancha de grasa por sobre la cual coches y autobuses y algún peatón inconformista y bicicletas montadas por niñas sin bragas pueden pasar o deban necesariamente pasar durante años o siglos o eternidades urbanas siendo tú ya del todo parte de esta gran cacharrería solidario por fin con sus semáforos y sus esquinas y no extranjero provinciano con paja todavía enhebrada en el cabello gases de muchos tipos y rumorosos nombres que riman entre sí butano metano propano como un cóctel de suicidio y desesperación penetrándote invisiblemente como mensajeros sutilísimos de la muerte agostando tus entrañas tus pulmones tus ojos vueltos y cayendo al suelo totalmente inundado de incendios que no fueron y frituras que quedaron sin realizarse y calefacciones frías por la ausencia de chispa ignición deflagración un trazo rápido y decidido es suficiente no debes ser pusilánime si quieres hacerlo sin producirte daño más daño del que necesitas para irte cuchillas navajas cuchillos incluso tijeras cristales rotos hojalatas enmohecidas o cuerdas de harpa pueden ser efectivas a la hora de delinear la muerte de forma perfectamente perpendicular a tu vida sobre la taza del wáter para que nadie pueda decir que te fuiste dejándolo todo miserablemente manchado de glóbulos espurios de origen desconocido
... Te mira. Es un chico alto, delgado, pelo largo, sucio. Sales. Te diriges a la biblioteca. En el pasillo hay una máquina que expende compresas, rotuladores, diskettes, folios y demás adminículos. La pared está tomada por los anuncios. Se comparten pisos y vehículos, se vende y se compra de todo, se reclama la participación en una mani o en un club político. Abres la puerta de entrada de la biblioteca y tienes que apartarte para que salgan varias personas. Te cansas de hacer de portero y entras por la puerta que dice Salida. La biblioteca está desértica. Suele estarlo, pero hoy es especialmente notorio. Quizá sea viernes. Cruzas el control antirrobo y te acercas al mostrador. Pones la mochila sobre él y la abres. Sacas uno, dos, tres, cuatro libros hasta que encuentras los que pertenecen a esta biblioteca; los devuelves. La señora te dice que tienes treinta y cuatro días de sanción. Notas en sus ojos una cierta maldad. (Puta.) Te diriges a las escaleras. Subes mirando el culo de un chico. Cuando llegas arriba, puedes observarle mejor. Está bastante bueno. A veces tienes la impresión de que todo el mundo está bastante bueno menos tú. Le ves alejarse y se te ocurre que una de las causas o motivaciones que pueden llevar a la homosexualidad es la abstinencia. No quieres ahondar en la cuestión porque ya tienes suficientes problemas como para ponerte ahora a desentrañar tus orientaciones sexuales. ¿Qué vas a hacer? Puedes hojear libros, qué otra cosa si no. Eres el gusano de las bibliotecas. Entras en ellas como en una manzana, dispuesto a comértelas por dentro. Y nunca quedas saciado. Lo curioso es que no hay gente que más odies que los que se pasan la vida leyendo libros. Pessoa, ese nombre aparece en tu cerebro. Tienes que leer algo de Pessoa. No sabes con exactitud quién es. Ni siquiera sabes de qué país ha salido. (Es lo malo del autodidactismo: las lagunas.) Le supones portugués, porque eso de que la suma y conjunto de la literatura portuguesa apenas es literatura y casi nunca portuguesa y de que cuando no es auténtica basura, debería serlo, para ser algo al menos, sólo tiene gracia dicho por un portugués. Buscas en los carteles la literatura portuguesa, pero no la encuentras. Hay alemana, italiana, colombiana..., pero no portuguesa. Lo cierto es que Portugal está aquí al lado y, sin embargo, sabes más de China que de él. Escoges varios libros de la estantería que tienes más cerca y te sientas a hojearlos. Te arrimas uno a la cara y lo hueles. Te gusta oler los libros. Te gusta tocar los libros. No puedes concebir una novela cuyo formato no sea el libro. Te gustaría ver a alguien olfateando un texto en una pantalla o escribiendo dedicatorias en un cd-rom. La tecnología y el progreso están bien, pero que estén bien no significa que tengan que joderlo todo. Tú crees que hay que dejar algo de suciedad en los rincones. La informática es tan limpia que te da ganas de vomitar. De hecho, en estos momentos no te encuentras demasiado bien. Pero no le vas a echar la culpa a la informática. No hay ni un solo ordenador en diez metros a la redonda. La cosa viene de atrás. Como si una náusea vital fuera escondiéndose en los pliegues de tu alma esperando el día apropiado. Quizá hoy sea el día apropiado. ¿A qué te refieres? No lo sabes. En realidad no sabes nada. Lanzas ideas y citas a voleo porque no puedes dejar de hacerlo, pero eso está lejos, muy lejos, de ser un discurso coherente y constructivo. Te da igual. La coherencia es para los tipos coherentes y la construcción para los tipos constructivos. Lo único que has construido en tu vida fue una cabaña en el pajar de tu abuelo, y te la tiraron al tercer día. Entonces decidiste no fabricar nada fuera de tu cabeza, así nadie podría destruirlo (sí, eras un ingenuo). No hay nada en tu cabeza, ninguna construcción, ningún andamiaje de ideas, ningún conglomerado de conceptos. A menos que consideremos como tal la gran mentira que es tu vida. También es verdad que mentirse a uno mismo tiene su mérito, necesita un esfuerzo constante, algo de creatividad; pero como todo el mundo lo hace, al final volvemos a lo mismo: que eres un mierda. Puedes profundizar en la siguiente cuestión: ¿qué clase de mierda soy? Pero es una estupidez. El caso es que eres un mierda y que haya mierdas mucho peores que tú no te libra de ser un mierda. Estás en una biblioteca medio vacía, es decir, que eres un mierda del tipo rata de biblioteca. Eso es lamentable, muy lamentable. Si fueras un mierda del tipo pastillero o del tipo aprobador-conformista-que-tomasólo-cerveza, estarías mejor considerado que como rata de biblioteca. Y, para acabar de crucificarte, tenemos que aun siendo un rata de biblioteca eres incapaz de encontrar un libro de Pessoa. Te levantas e inicias una nueva búsqueda. Te das de bruces con el muro de la literatura española. No tienes un concepto muy alto de las letras nacionales. No te gusta
El Quijote
, no te gusta
El Buscón
, no te gusta Juan Ramón Jiménez. Quizá tu antipatriotismo es pura irreverencia, infantilismo, deseo de trasgredir, de ser iconoclasta. En ese caso, deberías alegrarte. Lo que sería realmente patético es que tu crítica se basara en un examen serio, competente y exhaustivo. ¿Quién necesita seriedad cuando se es un mierda? ¿Qué tiene que ver la competencia con la mierda? ¿Dónde diablos va a encontrar nadie un mierda exhaustivo? Además, qué dices, por lo menos tú conoces la literatura nacional, no como todos éstos, que sólo leen la cosa norteamericana, o que los no estudiantes, que leen cosas peores: literatura italiana. Y es que ya se sabe que éste es un país reacio a reconocer a sus genios, propenso a matar de hambre o a tiros el talento, inclinado a canonizar la cochambre, abierto a todo tipo de absurdos foráneos, devoto de la holganza, matrimoniado con la necedad, inimicísimo de la razón, sublimador de enanos, sufragador de dispendios; y así es normal que tú tampoco creas en Cervantes. Vuelves a tu asiento con las manos vacías y sigues hojeando los libros que tomaste antes. Delante de ti, un par de chicas cuchichean entre risas. Te las quedas mirando hasta que una de ellas se da cuenta y te devuelve la mirada
...tú piensas no quiero ir y dices qué hora es y él dice las seis y tú piensas joder y piensas joder y piensas joder y no dices nada salís de casa tu abuela duerme el sol duerme todo el mundo duerme menos tú y tu abuelo que estáis subiendo la calle y ya camináis por la carretera hacia el pinar pasa un camión tan largo que sigue pasando y pasando durante minutos con sus pilotitos rojos flotando en el aire y sus luces blancas resucitando sombras llegáis al camino tu abuelo va delante lleva un morral y la escoda tú vas de manos vacías tienes frío tienes sueño la luna os mira redonda inviolada también va de manos vacías haciendo nada pero seguro que no tiene frío ni tiene sueño andáis andáis seguís andando hasta el arroyo y luego andáis andáis seguís andando hasta que empiezas a ver el pinar despuntando en el horizonte tu abuelo va delante pero más delante que antes estás cansado no te gusta caminar tu abuelo quiere hacerte un hombre tú no eres un hombre tampoco eres un crío tú eres tú tu abuelo no entiende eso entráis en el pinar tus pisadas cobran mayor hondura huele a tomillo y noche oyes crujir el barrujo a tus pies corre una brisa verde tu abuelo deja el morral empuña la escoda elige un pino y te dice mira cómo se hace tú miras pero no entiendes cómo se hace tu abuelo golpea golpea golpea los cortes suenan en todo el cielo reinan tu abuelo respira hondo es viejo te dice has visto y tú piensas tengo frío tengo sueño no entiendo por qué me has traído y dices sí tal vez tu abuelo coge una tira de hojalata y la clava al tronco coge un pote y lo pone debajo ya está dice vamos tú le sigues tienes frío tienes sueño tu abuelo empieza a labrar de nuevo un tronco silba la hoja doble de la escoda caen esquirlas de madera sobre la tierra olorosa el alba muerde la noche tu abuelo acaba toma dice éste hazlo tú coges la herramienta tienes frío tienes sueño pesa la herramienta pesa el frío pesa el sueño tu abuelo dice venga dale y tú piensas no sé y das la escoda araña la roña y se te escurre de las manos inútil grita tu abuelo cógela otra vez no la agarres tan abajo y dice se hace así y sientes sus manos duras sobre tus manos blandas preparas el golpe lo das has mejorado tú lo notas la escoda está en tu mano y al pino le falta un buen trozo tu abuelo dice muy mal tan alto no sirve de nada y dice dale por aquí y toca el tronco con la punta de sus alpargatas alzas la escoda y la dejas caer con fuerza calculada chilla la madera suena como manzana mordida tu abuelo dice sigue y tú sigues hasta que te duelen los hombros y tu abuelo dice qué pasa y tú dices nada y él dice pues sigue y tú piensas joder y sigues y acabas y pones la chapa como le has visto ponerla a él y colocas el pote como le has visto ponerlo a él y le miras no dice nada echa a andar vas tras él te señala otro pino dice ahora éste y tú suspiras estás cansado y él dice qué te pasa y tú dices nada y él dice tienes que aprender un oficio y tú piensas vaya mierda de oficio y dices soy joven para trabajar y él dice qué quieres hacer y tú dices quiero seguir estudiando y él dice todos a estudiar y que trabaje Dios
... No debes irte sin encontrar un libro de Pessoa. Por lo menos debes ser capaz de encontrar la estantería de literatura portuguesa, aunque sea basura (te encanta Pessoa ya sólo por esa frase). Miras por todos lados y sigues sin encontrar lo que buscas. Te das por vencido y tomas asiento. Por el pasillo, largo pasillo, se aproxima una chica sexualmente interesante (¿qué otro interés si no?). La miras de arriba abajo. Siempre se mira de arriba abajo, de los ojos al suelo. Incluso cuando lo que llama la atención es un culo, un pecho, una boca, siempre se buscan inmediatamente los ojos antes de volver al culo, el pecho o la boca. Es rubia, pelo liso largo, labios rojo loreal, pendientes de aro, ojizarca, jersecito blanco de punto, senos altivos, vaqueros azules sin cinturón, vientre agudísimo, Reeböck blancas, pasos decididos, confianza en sí misma, mochila negra de cuero, mano mórbida mesando cabellos, uñas rojas, olor a frutería, culo impecable. Y piernas: su cuerpo es su currículum. Miras la estantería que tienes delante, pero no puedes olvidar el culo que tienes detrás, alejándose, quién sabe camino de qué hombre, o de qué mujer, porque en estos tiempos ya sabes. Y sigues mirando la estantería, llena de libros rojos, y no rojos, o sea que son de otros colores, y otros tamaños y blancos y más grandes y más pequeños y no blancos y gruesos y rotos y negros y alguien pasa por el lado menos vigilado de tu córnea y no sabes si será un chico, una chica, un dinosaurio, Benito Pérez Galdós o Picasso, pero seguro que no es la chica del culo impecable, porque podrías verla con los ojos cerrados, y olerla con los ojos cerrados, y oírla con los ojos cerrados, y abrirla con los ojos cerrados. Y es que te vienen a la mente ciertos deseos y tienes miedo. No debes tenerlo. No te preocupes de lo que hay dentro de ti, reconócelo, ámalo, sélo: eres tú. Ese agua negra, ese hollín, esa esperma podrida te conforma, en ella consistes. Es como la mujer que encuentra un bulto y el médico le dice que es un tumor y que ha de pasarse por su consulta cada equis meses. La mujer convive con su tumor, lo observa, lo calibra, lo conoce. Y acaba queriéndolo, porque es algo suyo, nadie se lo ha dado, nadie se lo ha metido dentro, ella lo ha creado, puede decir, el tumor también soy yo, y al extirparlo puede exclamar, soy yo y el tumor que ya no tengo, yo y un vacío de dolor. De modo que revuélcate sin miedo en el lodazal de las perversiones, no temas volverte loco y violar niñas. Eso no está en tu mano. Si empiezas a jugar al escondite con tu conciencia, perderás. Se pierde siempre. La única forma de superar los defectos es reconocerlos. No puedes abatir el ave que no ves. El cielo es muy grande, hay muchas nubes, nubes como la moral pública, que ocultan bandadas enormes de cuervos, buitres, políticos y periodistas. No te hostilices. El alquitrán es negro pero no quiere herirte, sólo quiere ser. Si empiezas a ponerle barreras te hará daño, entonces sí, un daño salvaje, ya lo conoces, un dolor como tambores de guerra, como arietes queriendo echar abajo tu frente. Estás demasiado asustado para saber lo que quieres. Tienes una burocracia mental que hace que tus deseos mueran antes de recibir la respuesta a su instancia. Deberías despedir a tanto funcionario filibustero y abrir las ventanas de los despachos, que ya hieden. Deberías pensar menos, vaciarte. Deberías no escuchar las voces que te dicen qué hacer, que te tratan con desprecio, desde arriba, imperativamente, como un autor a su personaje. Tú no eres un personaje. No eres un personaje porque Dios no es tan buen novelista como para crear algo como tú. Ni siquiera Dostoievski creó nunca nada tan complejo, alambicado (mortal y rosa), como tú. Y es que nunca comprendiste aquello de que Dios nos creó a su imagen y semejanza. Ni siquiera querías dar clase de religión. Eras ateo porque si no se puede negar a una persona en la tierra, lo mejor es negar a su Dios en tu mente. No podías ir en contra de puertas afuera, por eso te vengaste de puertas adentro. Y Dios fue el primero en caer, porque era el más grande, todo lo ocupaba, y no podías errar el tiro. No entendiste nunca nada. El cura era soltero y se hacía llamar padre. María tenía un hijo y se hacía llamar la Virgen. Unían tres personas en una y lo llamaban misterio. Se unían un hombre y una mujer y lo llamaban pecado. Y luego te decían que el hombre era el único animal creado a imagen y semejanza de Dios y ahí sí que te reventaban

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