32 colmillos (12 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Terror

BOOK: 32 colmillos
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—Diez minutos —replicó Glauer—. Como máximo.

Clara negó con la cabeza.

—Demasiado. Necesitamos pillar a uno de esos bastardos intacto para sacarle algo de información. Dentro de diez minutos estarán desparramados por toda la calle. O el conductor se desviará por una calle lateral que no tenga iluminación y lo perderemos. ¿Qué más podemos hacer? Venga, tú eres un poli de verdad. Tienes que saber algo sobre persecución de vehículos.

Él guardó silencio durante un segundo.

—Maniobra TIP —dijo luego, en el tono de un hombre desesperado.

—¿Qué?

—Maniobra TIP. Son las siglas de «técnica de intervención precisa». Es la manera de detener un coche que huye cuando no funciona absolutamente nada más.

Clara se agachó de modo involuntario cuando un torso humano entero voló hacia ella. Rebotó en una arista lateral del parabrisas. El ruido del golpe la ensordeció por un segundo.

—¿Es peligrosa? —preguntó.

—Sí. Muy peligrosa. Este coche es demasiado bajo, y el centro de gravedad de la furgoneta es demasiado alto, pero funcionará. Lo que no sé es si saldremos intactos.

—A la porra —dijo Clara—. Laura no se lo pensaría dos veces.

—Ya me temía que ibas a decir eso. Vale. Sitúate en paralelo con la furgoneta, con la rueda frontal izquierda en línea con la posterior derecha de la ellos. Iguala su velocidad tanto como puedas.

Clara lo hizo. La furgoneta intentó virar para apartarse, pero el Mazda era mucho más maniobrable y acompañó el movimiento del otro vehículo. El medio muerto que estaba asomado por la parte posterior de la furgoneta, el que había estado lanzando trozos de cuerpos, extendió los brazos e hizo como si intentara atrapar al Mazda. En el intento perdió la mitad de los dedos, que rebotaron por el techo y un lateral del coche con un sonido que a Clara le recordó el que hace una rama de árbol cuando no la esquivas del todo. El medio muerto se retiró a causa del dolor, pero luego regresó con un brazo cercenado que usó como porra para intentar hundir la ventanilla de Clara.

—¿Y ahora qué? —preguntó Clara, con tono exigente—. ¡Dime qué debo hacer!

—Establece contacto con el costado de la furgoneta, un contacto tan ligero como te sea posible… no queremos acabar estrellados a causa de un empujón lateral. Luego, justo cuando establezcas contacto, gira el volante en seco para dirigir la rueda delantera directamente contra la de ellos.

—La furgoneta tiene que pesar cuatro veces más que este coche —dijo Clara—. Es una locura, no vamos a…

—¡Ahora! —dijo Glauer, cuando el Mazda tocó el lateral de la furgoneta con un chirrido horrible. Entonces, él mismo aferró el volante y lo giró con brusquedad.

1739


Todo va bien —le dijo a Vincombe—. Shhh. Túmbate y ya está
.


Yo… todavía puedo… caminar —insistió él, mientras ella lo empujaba al interior del ataúd—. Puedo… salir. Mi trabajo…


Tu trabajo está hecho, mi señor —dijo ella, y le dedicó una cálida sonrisa
.

Había estado practicando aquello durante semanas
.


No —jadeó él, pero no pudo resistir la fuerza de las manos de ella. Lo mantuvo tumbado sobre la seda que forraba el ataúd, y él acabó por relajarse. Acabó por sucumbir al gran cansancio que tiraba de él. Cada noche necesitaba más sangre sólo para mantenerse de pie. Cada noche era más enorme la tarea de llevarle suficientes víctimas. Suficientes como para satisfacer su hambre. Y cada vez ella tenía que inventarse un pretexto que explicara por qué Dios quería que la víctima muriera. Por qué era algo bueno, algo noble que él bebiera de sus venas…

Estaba condenadamente cansada de aquello
.


Dios te recompensará —dijo ella—. Porque has hecho su obra
.


Sí… —dijo él, al fin. Y sus ojos se cerraron
.

Estaba flaco como un palo. La piel le colgaba del cuerpo como un traje que se hubiera hecho demasiado grande para su menguante estructura. En otra época le había parecido que era enorme. Fuerte como un león. Más feroz que un tigre
.

Pero ya no
.


Sí. Descansa. Pronto llegará el alba, y dormirás
.


Justinia… recuerda…


Lo recuerdo todo, mi señor —repuso ella. No pudo evitar que la burla se manifestara en su voz, pero él no pareció percibirla—. Recuerdo todo lo que me has enseñado. Todos los hechizos. Todos los secretos. Recuerdo cómo permanecer dentro del fuego sin quemarme. Recuerdo cómo arrastrar a los muertos de vuelta del Infierno y hacer que me sirvan, si he catado su sangre. Recuerdo cómo dominar a los hombres con los ojos y robarles la mente
.


Y… el propósito…

Ella se posó un dedo contra el mentón
.


¿Propósito? Tal vez me he olvidado de eso
.

Los ojos de él volvieron a abrirse de golpe. Pero ya era demasiado tarde
.

Ella había escondido un mazo en la guarida de Vincombe mientras él descansaba. Un gran martillo de cinco kilos destinado a derribar casas. Cuando él se incorporó en el ataúd y extendió los brazos, ella se los rompió. Luego hizo lo mismo con las rótulas
.

Su cuerpo de vampiro podía sanar de cualquier lesión… si se le daba la sangre suficiente para alimentar la transformación. Pero ya no tenía manera de conseguir sangre. Los huesos tardarían mucho tiempo en soldarse solos
.

Hasta entonces, no podría hacer nada más que observarla, mientras ella recorría la hilera de ataúdes que él había protegido durante tanto tiempo. Primero Bolingen. Su creador. Ella separó los huesos del pecho de Bolingen —estaba tan decrépito que pudo hacerlo con las manos desnudas—, y le arrancó el corazón como arrancaría una fruta de un árbol
.

Bolingen gritó, un ruido que ella oyó más dentro de su cabeza que fuera. Vincombe lanzó una exclamación ahogada de compasión
.

Ella apretó el corazón con una mano hasta que estalló
.

Margaret fue la siguiente. Luego vino Hoccleve, que había sido la figura paterna de Margaret. Su corazón explotó en una nube de polvo cuando ella lo golpeó con el mazo. Uno a uno, acabó con todos
.


No hay tanta sangre en este mundo —dijo, tras regresar al ataúd de Vincombe—, así que no hay ni una gota que pueda compartirse. Es toda para mí —le dijo al hombre que ella había pensado que era la Muerte misma. El hombre que pensaba que Dios le había otorgado el don de un cuerpo nuevo, un nuevo propósito—. Me temo que tú también tienes que desaparecer
.


Tú… también… envejecerás —resolló Vincombe. Se removía dentro del ataúd. Era patético, como una tortuga patas arriba que intentara con desesperación darse la vuelta en una playa
.

Ella lo torturó durante años antes de permitir que muriera de verdad
.

18

Un montón de cosas sucedieron al mismo tiempo.

El Mazda chocó directamente contra la rueda de la furgoneta, y el extremo frontal más bajo del coche rechinó como si gritara y se deformó hasta arrugarse; un faro delantero estalló en una lluvia de fragmentos de cristal cuando los dos vehículos impactaron el uno con el otro. El Mazda era demasiado antiguo para tener
airbags
, así que Clara fue lanzada contra el volante cuando el coche se detuvo de modo muy repentino y no muy suave. El motor rugió y luego se apagó, y la cabeza de Glauer chocó contra el parabrisas con la fuerza suficiente como para que sonara como un disparo.

A pesar de todo eso, la furgoneta se llevó la peor parte del impacto. Dio media vuelta en la calzada, directamente delante del Mazda, con los neumáticos chirriando y derrapando. Tenía mucho peso en la parte superior y era muy cuadrada, y el conductor no debía saber cómo controlarla en el derrape, porque de pronto las dos ruedas de la derecha se levantaron del suelo y la furgoneta comenzó a volcarse. Libró una batalla inútil contra la física cuando toda velocidad que traía se sumó a la energía de la colisión y la hizo dar tres vueltas de campana antes de detenerse. El ruido y las vibraciones fueron colosales e hicieron que a Clara le zumbara la cabeza mientras era zarandeada de un lado a otro, como una muñeca de trapo, sujeta por el cinturón de seguridad.

Al fin, las cosas dejaron de moverse y ella dirigió la vista hacia Glauer. Una línea de sangre le cruzaba la frente, donde se la había golpeado contra el parabrisas, pero sus ojos se movían con normalidad.

—Estoy bien —dijo él, con una voz un poco demasiado alta para el silencio que siguió al impacto.

—Bien —dijo Clara. Ella misma se sentía fatal. Se había golpeado el pecho contra el volante y ya podía sentir las contusiones que se le hinchaban allí. Tenía el cuello como si alguien hubiera intentado disparar su cabeza con un tirachinas, y le aterraba la posibilidad de haber sufrido un traumatismo cervical.

—Es necesario… que… vayamos a atrapar a los medio muertos, ver qué… ver qué tienen que decir en su defensa —dijo, y cerró los ojos para contrarrestar un repentino mareo.

—Sí —dijo Glauer—. Sí.

—Sólo dame un segundo para, para…

Un manto de sueño cayó sobre Clara y estuvo a punto de sumergirla.

Mierda. Ése era uno de los síntomas de la conmoción, ¿verdad? Pero no se había golpeado la cabeza. ¿O sí? La verdad era que no lo recordaba.

—Los policías locales vienen hacia aquí —dijo él, en voz muy baja. Era una invitación. Una oferta muy seductora. Podían quedarse sentados sin hacer nada. Esperar la llegada de la ambulancia, y dejar que los polis locales limpiaran el desorden—. Menos de cinco minutos…

—Sí —dijo Clara.

—Pero Caxton no lo haría… ella…

—Ella ya estaría destrozando a los medio muertos a puñetazos —acabó la frase Clara.

Se miraron fijamente el uno al otro durante un segundo. Desafiando al otro a que se diera por vencido.

Ganaron los recuerdos que Clara tenía de Laura. Se quitó el cinturón de seguridad, abrió la puerta de un empujón y salió del automóvil dando traspiés por el asfalto. No iba a permitir que los medio muertos escaparan. Esta vez no.

Sin embargo, una vez resuelto eso había otro problema. No veía dónde estaba la furgoneta. Pasó un mal rato al pensar que debía de haber caído sobre las ruedas y simplemente haberse alejado. Que no habían logrado nada.

Pero luego la vio, o más bien lo que quedaba de ella. Había volcado dentro de un colector de aguas de la autovía, cabeza abajo y de morro. Las ruedas aún giraban como locas, intentando hacer tracción en el aire. La puerta posterior había sido arrancada, pero dentro de la cabina abierta sólo se veía oscuridad.

Desenfundó el arma y la alzó en posición de disparo. Oyó que Glauer abría el maletero del Mazda, detrás de ella. Laura siempre había llevado una escopeta allí, y Clara nunca se había molestado en sacarla.

Avanzaron con cautela hacia la furgoneta, cubriendo cada paso del otro por el camino. No se veía ni rastro de ningún medio muerto por los alrededores del vehículo, pero eran unos bastardos astutos a los que uno no les podía volver la espalda a menos que quisiera que le clavaran un cuchillo de carnicero en los riñones.

Cuando Clara llegó a la parte posterior de la furgoneta, apuntó al interior con el arma y luego apoyó un pie en el techo de la cabina, que ahora era el suelo. Ninguna mano huesuda apareció de repente para sujetarla por el tobillo, así que le hizo una señal con la mano a Glauer y saltó al interior. Lo sintió detrás de sí, con la escopeta en posición para dispararle a cualquier cosa que se moviera.

No tenía por qué molestarse. Dentro de la cabina no había ningún medio muerto.

Sólo trozos de ellos.

Montones y más montones de trozos. Brazos, piernas y costillares. Órganos y huesos desnudos, por todas partes. Ni una gota de sangre, por supuesto, pero el cuerpo humano está lleno de otros fluidos, y éstos salpicaban todas las paredes de la furgoneta y chorreaban por el tapizado. Clara contó tres cabezas. Los globos oculares aún se movían en sus cuencas, y los dientes entrechocaban como si quisieran morderla, pero no podían alcanzarla.

Una mano cercenada intentó trepar por el inclinado fondo de la cabina, impulsándose con los huesos de los dedos. Clara la pisoteó hasta que dejó de moverse.

—Guau —dijo Glauer, detrás de ella.

—Sí.

—¿Y el conductor?

Los ojos de Clara se abrieron de par en par. No había pensado en él. La parte delantera de la cabina estaba muy deformada, y los asientos delanteros sobresalían en ángulos extraños. El parabrisas de la furgoneta simplemente no estaba. La fuerza del impacto había arrancado el volante de la columna. Encontró de inmediato la mitad inferior del conductor, pues sus piernas estaban atrapadas debajo del salpicadero hundido. La mitad superior, sin embargo, no pudieron encontrarla en ninguna parte.

—Tiene que haber sido arrojado fuera. ¡Rápido!

Clara saltó otra vez al exterior y siguió la trayectoria del vehículo con los ojos. Al otro lado del colector se veía el aparcamiento de un supermercado iluminado por unas luces tan brillantes que la cegaron. Parpadeó mientras sus ojos se acostumbraban, luego trepó por la cuneta para pasar al otro lado, jadeando porque su maltratado cuerpo se negaba a creer lo que ella estaba exigiéndole. Oía los potentes latidos de su corazón mientras aferraba el arma con ambas manos.

El conductor, o al menos su mitad superior, se arrastraba hacia las luces del supermercado. Las vísceras se desenrollaban detrás de él, y dejaban un rastro claro. Mientras se impulsaba con las manos, se volvía constantemente a mirar a Clara, como si de verdad pensara que podía escapar.

Tenía que haber volado unos quince metros cuando se estrelló la furgoneta. Había cubierto otros seis metros por sus propios medios. Después de haber sido cortado por la mitad.

—¡Alto! —gritó Clara, pero él no le hizo caso y continuó arrastrándose.

Ella echó a correr hacia él, pero no dejaba de resbalar en la pendiente de la cuneta. Al fin logró salir de ella y se lanzó en línea recta hacia el medio muerto, gritando mientras corría.

—¡Alto, o te dejaré sin brazos a tiros! Quiero interrogarte. ¡Detente de inmediato!

—Para interrogarme… Me parece que no —le chilló el medio muerto. Entonces rodó para tumbarse de espaldas y se llevó las dos manos a la cara.

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