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Authors: Ignacio Escolar

Tags: #Novela negra

31 noches (2 page)

BOOK: 31 noches
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Yo tampoco pregunto demasiado por esas cosas. Al menos no se lo pregunto a él. Con Velasco aprendí que era mejor así el día en que Alek me lo presentó, unos meses atrás, en una de esas noches que te dan las mil y que no puedes recordar del todo bien. A primera vista me pareció un gañán, un gordo con poco pelo, un cuarentón fondón. Tardas en darte cuenta de que el gordo cabrón está fuerte, como un culturista que se hubiese dejado llevar; que los años en los que estuvo en el ejército, en «los paracas», no solo le sirvieron para aprender a desfilar; que es más joven de lo que aparenta y que con él es mejor no pelear. Aquella noche se entretuvo acosando a la novia de otro tipo, un pijo que estaba en el mismo bar y que no se atrevió a protestar. Más que la impertinencia de Velasco, supongo que le asustó el silencio de Alek. El novio se acojonó y no se quejó, pero las hostias se las llevó igual. Velasco se dedicó a tocarle el culo a la chica media noche y de propina acabó soltándole dos puñetazos al chaval «porque me miró mal». Fue la primera vez que vi a Velasco fuera de control, Alek lo tuvo que sujetar. A la semana siguiente lo hablé con Alek y ni se acordaba. Era lo habitual en una noche con Velasco, una cosa normal, una anécdota tan tonta que no merecía la pena recordar.

Hoy es martes y hay que ser muy golfo para quedarse más allá de las tres. La Premium cierra tarde y, a partir de esa hora, recoge a los borrachos de los otros garitos; es la sala escoba que amontona la noche de esta parte de la ciudad. Mi casa no tiene aire acondicionado y el calor no me deja dormir. Y no solo estoy de copas, me digo a mí mismo mientras hago tintinear los hielos de mi
gin-tonic
como si fuesen una serpiente de cascabel. También me estoy documentando para ver si así escribo unos reportajes de verano sobre la noche de Madrid, algo de color para el cuadernillo de agosto. Supongo que el resto de la sala también tendrá su propia coartada, sus propias excusas. Las mías son tan falsas como las de todos los demás. «Este es un oficio de tres letras D», decía Fernández, uno de mis primeros jefes, de esos periodistas que guardaban una botella de whisky en su cajonera hasta que uno de sus antiguos becarios llegó a director y lo primero que hizo fue vetar el alcohol en la redacción; la broma es que la ley seca llegó para compensar con algo más de sobriedad todas las ocurrencias que aportaba el nuevo director. «Ya sabes, chaval, tres letras D», me decía Fernández: «Dipsómanos, depresivos y divorciados. Somos un oficio de gente que se muere calva, sola y de cirrosis, pero al menos madrugamos poco. El periodismo es duro, pero más duro es trabajar». Yo aún sigo casado. Sigo siendo joven y con pelo, pero ya nadie me llama chaval; en junio cumplí los 36. Iba para periodista estrella de la sección de local, pero hace un año me trasladaron a la mesa de cierre. Se supone que fue un ascenso pero nunca lo pareció. Corrijo las erratas de los
columlistos
, cambio el periódico entero cuando llega una noticia a deshora, nadie me da las gracias cuando arreglo un error ajeno, pero soy el único culpable cuando algo sale mal. Entro a trabajar a las cinco de la tarde y acabo pasada la una de la madrugada. Nadie me espera despierto en casa, así que nunca tengo prisa por llegar. Al menos no madrugo y supongo que solo me falta la D de divorciado para triunfar con el cliché.

Ahora, en agosto, el ambiente en la Premium es algo distinto. En las noches de invierno, entre semana, es fácil ver a algún futbolista del Madrid o a alguna de esas chicas siliconadas de portada de
Interviú
. En verano hay menos famoseo y más guiris, más estudiantes universitarios con mucho tiempo libre, mucha chica guapa de extrarradio en busca de novio serio, mucho malote pijo de moto y urbanización en busca de un ligue de una noche. «Joder, aquí ya dejan pasar a cualquiera. Mira, ha venido Torrente», le dice a su colega un bocazas que acaba de entrar en la sala vestido como si viniese de cantar en una gala de Operación Triunfo mientras mira a Velasco, que le ha oído. Ha sido una mala idea.

La verdad es que Velasco no pega en la Premium. Lleva las mismas marcas caras que los demás, las mismas camisas de 120 euros, pero a él no le quedan igual, como cuando uno se prueba la americana de su padre. Alek es tan grande que intimida sin esforzarse; es una torre de dos metros, rapado y con acento polaco. Velasco es más bien bajito, algo fondón, suda mucho y solo parece peligroso al segundo vistazo, cuando le sale ese tic en el ojo izquierdo.

Por eso Velasco es tan exuberante con la pasta como con la mala hostia, por necesidad. El bocazas aún no lo sabe, pero esa noche él y su colega dormirán en el hospital.

IV
EL CHAMONIX

Cuando les vio entrar con los bates de béisbol, el portero del puticlub decidió que 120 euros por noche no compensaban tres costillas rotas o algo peor. Se arrancó el pinganillo de la oreja y lo lanzó a un rincón, cogió una copa a medias de la barra, agarró del culo a una de las chicas que estaban libres y se sentó en uno de los sillones, como si fuese un cliente más.

Velasco escucha la historia y se descojona en la barra.

—Si te lo digo siempre, Alek. Menos abdominales y más cojones, que anda que haces una selección de personal de puta madre, que son todos unos valientes.

—A ti te da mucha risa, no te jode —se lamenta Alek—. Pero a mí me ha metido en un lío muy gordo.

El portero cobarde trabajaba ese día en el Chamonix, uno de los sitios donde la gente de Alek lleva la seguridad. Los mexicanos destrozaron el local, pegaron fuego a una cortina y casi queman todo el edificio; menos mal que llegaron pronto los bomberos. Los otros dos porteros no se rajaron, pero casi mejor que lo hubiesen hecho. Les dieron una paliza con los bates y ahora están en el hospital. También pegaron al camarero y clavaron una navaja en el culo al gerente del puticlub, que se encerró en el despacho de la segunda planta hasta que tiraron la puerta a golpes con un extintor. A saber cuánta pasta se han llevado.

—Que no, periodista, que no fue por pasta —dice Velasco.

—¿Cómo que no?

—Que no, coño —insiste Velasco—. Que nadie en su sano juicio monta un lío así en el Chamonix solo por la pasta, que a esa hora además no hay ni dos duros en la caja. El puto pinche güey mexicano de los cojones fue el miércoles a follar y acabó pegando a una de las putas. Y, claro, aquí los esbirros del Alejandrito le sacaron a hostias, que con un borracho son más valientes.

—No te pases, tío —protesta Alek.

—Que no te mosquees, joder, que lo digo de coña. El problema es que el borracho mexicano no era un chavito cualquiera, era un masca de Culiacán, del cártel de Sinaloa. Y al día siguiente volvió más puesto y mejor acompañado, con cuatro bestias más. Y la liaron parda. En la comisaría los estamos buscando desde hace casi un año, vaya perlas. En octubre le dieron a un tipo una de las palizas más brutales que he visto en mi vida. Era un soplón, o eso decían. Le golpearon varias veces con una barra de hierro en el abdomen. El pobre ya lleva tres operaciones y para cagar ahora usa un tubo y un bote de plástico. Están muy tarados estos mexicanos. Hay que estar muy loco para montar un pollo en el Chamonix. Periodista, ¿tú sabes de quién es?

—Ni idea. Ni siquiera sé dónde está.

—Pues lo sabe todo el mundo, joder. El Chamonix es uno de los puticlubs de los colombianos.

Los colombianos. Velasco se va al baño y me quedo a solas con Alek, que está más callado de lo habitual. Hay un silencio incómodo. Le pregunto por el portero cobarde.

—No sé dónde está. Se habrá ido al pueblo, a ver a su madre. Estará en algún sitio sin cobertura porque hace días que no coge el teléfono.

V
LAS DEUDAS

Aleksander Kowalski fue un inmigrante olímpico. Llegó a España en el verano de 1992, en el año de los juegos. Viajó a Barcelona desde Varsovia en un autobús lleno de aficionados; 30 horas de carretera para que España ganase la final de fútbol a Polonia por 3 a 2. Aunque eso no fue lo peor. Alek vio el partido desde un bar, como el resto de la expedición. Les habían vendido unas entradas falsas y no pudieron entrar en el estadio. El autobús de vuelta tampoco apareció y Alek, entonces 25 años, decidió quedarse unos meses para probar suerte. La suerte tardó en llegar, pero Alek nunca regresó.

—Es que aquí sois la leche, periodista. La leche de país. Llevo 16 años trabajando en discotecas y ahora me hacéis pasar un examen. ¡Un examen!

»Y ahí nos tienes a todos en los pupitres, a los más malos de toda la noche de Madrid. El Chino, el Bernie, el Beto, el Salva, el Pablo, el Uñas, el Panata..., todos allí, muertos de sueño, porque el examen era un sábado por la mañana y la mayoría veníamos de currar. Los más macarras pasaron todos y ahora ganan más pasta porque hay menos competencia. Y se ha quedado sin carné la poca gente profesional, los mejores tíos.

—Pero tú tienes carné, ¿no? —le replico bromeando— Tampoco sería tan difícil si te lo sacaste tú.

—Sí, joder, tú ríete. Yo me lo saqué pero la mayoría de los que curran conmigo no. Y no veas cómo son ahora con las multas. Una pasta, me va a costar una pasta la mierda esta. Y ya es la tercera vez, joder.

Conocí a Alek hace casi dos años, cuando escribía para el periódico un reportaje sobre el carné de manipulador de borrachos que se inventó el Gobierno de Madrid después de que un gorila se cargase a un crío de una paliza. Alek consiguió aprobar, pero el examen aún le persigue. Esta noche la poli ha estado en la Premium y uno de los porteros no estaba titulado. Al dueño de la discoteca le tocará pagar una multa, aunque la pasta no la pondrá él. Es Alek quien se responsabiliza de sus chicos, así que saldrá de su dinero. Alek lleva toda la noche lamentándose.

—No te quejes tanto, joder —interrumpe Velasco—. Si quieres, hablo con la comisaría y te arreglo lo de la puta multa.

—¿Y cómo lo vas a hacer? —pregunta Alek.

—Ya veré cómo lo apaño, algo se me ocurrirá. Les diré que eres un soplón y que ya me devolverás el favor.

Aleksander Kowalski lleva 17 años en España, 16 años largos en la puerta de una discoteca. En Varsovia estuvo en el ejército y después trabajó en una fábrica de coches de la marca FSO, en la línea de montaje tres, en pintura del Fiat Polski 125P: un modelo italiano que al otro lado del muro dejó de fabricarse en 1982 y que en Polonia estuvo en producción hasta 1991. Ese mismo año, el gobierno de Lech Walesa privatizó la fábrica de la FSO, la compró Daewoo. Los coreanos llevaron tecnología y echaron a la mitad de la plantilla; la producción se triplicó y los costes se dividieron por seis. Alek fue de los despedidos. Estuvo unos meses sin trabajo hasta que la derrota olímpica le dejó varado en Barcelona, sin saber hablar una palabra de español. «¿Te das cuenta? Era un polaco en Cataluña», ironizaba cuando me contó su historia, supongo que después de que tantos otros antes que yo le hubiesen gastado esa misma broma sobre su situación; no sé cuánto tiempo tardaría el pobre Alek en pillar el chiste. Otro de los náufragos de aquella expedición olímpica, un amigo que después de un par de meses se volvió, conocía a una chica polaca que se había casado con un español y vivía en Hospitalet. La chica tenía un hermano. El hermano curraba en la puerta de una discoteca. Allí había trabajo para un gigante como él. No hacía falta hablar ni español ni catalán.

Del comunismo de la pintura y la línea de montaje del Fiat 125P, pasó al capitalismo más extremo: el del mundo de la noche. Alek sabe que allí las deudas siempre se pagan y que las peores son aquellas que no tienen precio, las que nunca sabes cuánto te van a costar ni cuándo te las van a cobrar. O al menos eso imagino yo, mientras le veo dudar.

—Bah, déjalo, que al final me vas a meter en un lío aún más gordo —responde Alek.

—Como quieras, tronco, pero deja ya de quejarte, joder. Por cierto, hablando de quejas, que me dicen los colombianos que a ver cuándo te pasas a saludar y les explicas lo de tu colega del Chamonix.

VI
LA VISITA DEL COLOMBIANO

El portero cobarde del puticlub Chamonix no se fue al pueblo a ver a su madre, eso seguro. La madre del portero que se achantó cuando los mexicanos asaltaron el local llamó ayer por teléfono a Alek para preguntarle con acento gallego por su rapaz. A saber cómo había conseguido su teléfono. La señora estaba asustada. Alek intentó tranquilizarla y al menos la convenció para que no denunciase la desaparición.

—Seguro que no ha pasado nada, señora, ya verá. Esté usted tranquila.

—No sé, no sé. Nadie sabe nada de él y en su casa su compañero de piso me dice que no está. No es normal que lleve tantos días sin llamar.

—No se preocupe, señora, que ya sabe cómo son los chicos de esa edad. Esta semana libraba en el trabajo. Seguro que está en casa de alguna chica guapa y por eso no llama, ya verá como no es nada. Su chaval está hecho un ligón, que aquí es famoso por eso.

—¿Y si aviso a la policía por si le ha pasado algo?

—No le haga eso al pobre chico. Imagínese qué vergüenza si la policía lo busca y es por una tontería. Espere antes un par de días, que ya pregunto yo por aquí, que seguro que alguno sabe con qué chica está.

Hablaron poco más de tres minutos, pero en ese tiempo Alek mintió dos veces a la señora. Su hijo no estaba con ninguna chica, eso seguro. El rapaz era gay; por eso le encargó la puerta del puticlub, porque a él las chicas no le meterían en problemas. La segunda mentira era aún más piadosa. Aún no sabía el qué, pero Alek ya estaba también seguro de que algo malo le había pasado al rapaz.

La segunda evidencia de que el problema de Alek era mucho más grave de lo que él mismo había calculado se planteó unas horas después, en la puerta de la Premium. Uno de los colombianos se pasó a saludar. El menda me sonaba, pero entonces no sabía de qué. Alek desconectó el pinganillo y estuvo hablando con él un rato largo en un extremo de la barra. Se despidieron con un abrazo tan falso como efusivo. Alek me dio largas cuando le pregunté quién era, «un viejo amigo, nada más». Pero el bocazas de Velasco me contó lo que pasaba cinco copas después.

—Joder, periodista, pareces tonto. Qué mal se te da leer las señales. Alek se ha metido en un lío con los colombianos, que son los dueños del Chamonix, porque el rapaz que se cagó cuando los pinches de Sinaloa arrasaron el puticlub trabajaba para él, así que la cagada también es suya.

—¿Lo van a matar?

—No, hombre, no; con lo grande que es, solo por no enterrarlo... Además, los colombianos hace tiempo que querían meter su coca en la Premium, que es un sitio cojonudo. Ya sabes, quien controla la puerta controla la sala. Alek ahora va de legal y pasa de meterse en líos, pero después de lo que ha ocurrido tendrá que tragar. —Velasco intenta imitar a Marlon Brando—. Le han hecho una oferta que no puede rechazar.

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