1280 almas (22 page)

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Authors: Jim Thompson

Tags: #Intriga

BOOK: 1280 almas
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—No... no te creo. Tú... tú y Lennie. ¡No puedo creerlo!

El caso fue que hasta a mi mismo me impresionó un poco. Porque había dado en el clavo; ya lo sospechaba, pero no era lo mismo que saberlo.

—No puedo creerlo —repitió Rose agitada por los temblores—. ¿Cómo... cómo es que tú?

—Vamos, deja de fingir —dijo Myra—. Nos descubriste y fuiste tan tonta que se lo contaste a Lennie. En cuanto al porqué, también esto vas a descubrirlo, y pronto. Es decir, si le resultas igual de atractiva.

Hizo una seña a Lennie. Este afirmó la cámara pasando una cinta alrededor del cuello de Myra y ésta manipuló los mecanismos durante un instante, disponiéndolos como pretendía. Lennie vertió en el flash un polvillo de una lata que sacó del bolsillo y se lo tendió con cuidado a Myra.

Rose seguía mirándoles fijamente.

Myra lanzó otra carcajada obscena y aterradora.

—No te preocupes por tu retrato, querida. Entiendo mucho de fotografía. Es más, saqué bastante dinero de esta forma antes de casarme; pero que bastante. Te sorprenderías si te dijera lo que me pagaban algunos por ciertas fotos que les hacía.

Rose cabeceó y pareció que por el momento se recuperaba del miedo. Dijo que Myra era la que se iba a llevar la sorpresa como no se llevase su culo de aquella casa.

—¡Óyeme bien, puta gordinflona! ¡Coge al subnormal de tu amante y largaos de aquí antes de que olvide que soy una señora!

—Enseguida, querida. En cuanto te saque una foto... con Lennie.

—¿Sacarme una foto? Me cago en...

—Sí, sí, sacarte una foto. Con Lennie. Será mucho más seguro que eliminarte e igual de efectivo para tenerte callada. ¡Arráncale la ropa, Lennie!

La mano de Lennie se adelantó antes de que Rose pudiera moverse. Le alcanzó la parte delantera del vestido y se la desgarró, llevándose por delante también la ropa interior. Antes de que pudiera darse cuenta estaba envuelta en jirones, desnuda como un recién nacido.

Lennie rebosaba de alegría y se atragantaba con la propia saliva, de la que le corría un hilillo por la barbilla. Myra le dedicó una mirada cariñosa.

—Parece que está muy bien, ¿verdad, querido? ¿Por qué no la pruebas, a ver si es verdad?

—En... eh... —Lennie vaciló—. ¿Y si me pega?

—Venga, ¿qué te va a pegar? —dijo Myra riendo—. Tú eres muy grande y ella es pequeña; además, aquí estoy yo para defenderte.

—Eh... eh... —Lennie seguía dudando. Había desgarrado la ropa de Rose, pero hacerlo, dar un tirón brusco, no precisaba de muchas agallas. No estaba muy preparado que digamos para continuar lo empezado, aún cuando Myra estuviese allí para estimularle y decirle que aquello era cojonudo—. ¿Qué... cómo lo hago, Myra?

—Cógela y tírala al suelo —dijo Myra; y acto seguido, bruscamente, obligándole a obedecer antes de que pudiera pensárselo— ¡Abrázala, Lennie!

Rose se había quedado aturdida desde que le desgarraran las ropas. Con cara de atontada, demasiado estupefacta para intentar siquiera cubrirse.

Pero en aquel momento se le echó Lennie encima, la abrazó, la babeó y las cosas cambiaron. Volvió a la vida como un gato mojado, gritando, manoteando, dando puntapiés y empujones. Sus pies y sus uñas alcanzaron a Lennie en una docena de sitios al mismo tiempo, y esto sin contar un rodillazo en la ingle y una patada en la espinilla.

Lennie se apartó de Rose, gritando y protegiéndose con los brazos. Rose corrió al dormitorio, cerró de un portazo. Myra dio un salto y dio a Lennie un puntapié en el trasero.

—¡Borrico, ve tras ella! ¡Echa la puerta abajo!

—Estoy asustado —gimió Lennie—. ¡Me ha hecho daño!

—¡Yo sí que te voy a hacer daño! —y le retorció la oreja para demostrárselo—. ¡Te voy a dar una paliza de muerte como no hagas lo que te he dicho! ¡Echa la puerta abajo!

Lennie se puso a empujar la puerta con el hombro. Myra estaba tras él, animándole, diciéndole lo que le ocurriría si no obedecía.

Cedió el cerrojo. La puerta se abrió de golpe y Lennie siguió a la hoja con un traspié, Myra detrás. Y...

Y entonces comprendí que nunca había sabido lo que Myra pensaba. O lo que no pensaba. Si había olvidado la pistola que había obligado a comprar a Rose o si pensaba que Rose no se atrevería a utilizarla. O si estaba tan rabiosa y resuelta a poner a Rose en un apuro que ni siquiera se le había ocurrido pensar en ello.

No señor, nunca había sabido lo que pensaba ni lo que no pensaba. Ni lo sabría nunca. Porque un instante después de abrirse la puerta del dormitorio, ella y Lennie estaban muertos.

Cuando Rose empezó a disparar retrocedieron hasta la salita, cayeron el uno sobre el otro y se desplomaron en confuso montón. Estaban ya muertos entonces, supongo, pero Rose siguió disparando —como si tirara pescado a un barril— hasta que se le vació el cargador.

Subí a la calesa y me dirigí al pueblo, pensando en las extrañas hechuras de la Providencia. Lo que yo había creído, era que Myra mataría a Rose y que entonces se marcharía con Lennie del pueblo, porque yo habría sido totalmente imparcial, por muy parientes míos que fueran, y habría hecho lo posible porque fueran castigados, aunque hubiera tenido que dispararles mientras intentaban escapar. Que probablemente habría sido la mejor forma de solventar la situación.

Pero no había salido tan mal, me dije. Que Rose hubiera matado a Myra y a Lennie me era igual de útil.

Metí caballo y calesa en el establo de alquiler y escuché el ronquido del mozo en el henil. Crucé el pueblo camino del palacio de justicia; todos estaban en la cama hacía rato, obviamente, y parecía que en el mundo no hubiera nadie mas que yo.

Subí a la vivienda y corrí las cortinas. Encendí una lámpara entonces, me serví una taza de café frío que había en el horno y me eché en el canapé para tomármelo.

Me lo termine y dejé la taza en la cocina. Me quité las botas y me estiré en el canapé para reposar. La puerta de abajo se abrió de golpe, Rose subió los escalones con fuertes patadas y entró de golpe.

Me di cuenta de que había ido hasta el pueblo a pie; tenía los ojos dilatados y la cara con expresión de sobresalto. Se apoyó en la puerta para recuperar el aliento y me señaló con un dedo trémulo y acusador. Fue lo único que pudo hacer durante un momento, señalarme tan sólo.

Le dije que cómo estaba, y a continuación que por allí todo bien, yo bien y también sus amigos, pero que no creía muy correcto el señalar a la gente.

—Creí que lo sabías —dije—. No sólo no es correcto, sino que además puedes sacarle un ojo a cualquiera.

—¡Serás... serás...! —dijo, procurando recuperar el aliento—. ¡Serás...!

—Claro que si tienes delante a una persona alta —dije—, puede colársete el dedo por algún otro agujero del cuerpo, lo que podría resultarte muy embarazoso, por no hablar del peligro que correría tu dedo.

Lanzó un prolongado y trémulo suspiro, Se acercó entonces al canapé y se puso a mi lado.

—¡Hijohijohijo de puta! —dijo—. ¡Hediondo, podrido bastardo! ¡Cabrón, chuloputas, tramposo, miserable, desgraciado, odioso, malvado, marrullero insufrible...!

—¡Eh caramba. Rose! —dije—. Que me cuelguen si no parece que estás un poco enfadada conmigo.

—¿Enfadada? —aulló—. ¡Voy a enseñarte lo enfadada que estoy! ¡Voy a...!

—Será mejor que no grites tanto —dije—. Puede venir gente para ver qué pasa.

Rose dijo que acudiera quien quisiera, pero bajó la voz.

—¡Yo les diré lo que pasa, puerco bastardo!¡Les diré lo qué ha pasado!

—¿Qué ha pasado? —dije.

—¡No te hagas el tonto conmigo, maldito seas! ¡Sabes muy bien lo que ha pasado! ¡Estuviste fuera todo el rato, porque te oí cuando te fuiste! ¡Dejaste que ocurriera todo aquello! ¡Estabas allí mirando cuando tuve que matar a dos personas!

—¿Eh? —dije—. ¿Sí?

—¿Qué mierda es eso de «¿eh?, ¿sí?» ¿Vas a decirme que no lo hiciste tú, que no ocurrió así? ¿Que no lo planeaste todo y... y...?

—Yo no estoy diciendo nada —dije—. Lo único que digo o, mejor, pregunto, es qué vas a decir tú a los demás. ¿Qué clase de explicación vas a dar por los dos muertos que tienes en casa, la sangre que llena todo el suelo y por el hecho de que hasta un idiota podría demostrar que fueron liquidados con tu pistola? Porque nadie creerá la verdad, Rose; nadie ira a creer una historia tan extravagante. Piensa un minuto y veras cómo no.

Abrió la boca para hablar, para soltarme más insultos, supongo. Pero entonces pareció pensar otra cosa y tomó asiento tranquilamente junto al canapé.

—Tienes que ayudarme, Nick. Tienes que ayudarme a solucionar esto como sea.

—Bueno, mira, yo no sé muy bien cómo podría hacerlo —dije—. Al fin y al cabo eres culpable de asesinato, fornicación, hipocresía y...

—¿Eh? ¿qué? —me fulmino con la mirada—. ¡Lengua de víbora, hijo de puta! ¡Te atreves a insultarme después de lo que has hecho! ¡Y hasta dirás que no eres responsable del todo! ¿No?

—Ni un pelo —dije—. Que yo ponga la tentación delante de la gente no quiere decir que se tenga que pecar.

—¡Te he hecho una pregunta, maldito seas!¿Quién planeó éstas muertes? ¿Quién ha dicho una mentira cada vez que respiraba? ¿Quién es el que ha estado fornicando conmigo y Dios sabe con cuántas más?

—Ah, vamos —dije—. Esas cosas no cuentan.

—¿Que no cuentan? ¿Qué mierda quieres decir?

Le dije que quería decir que me limitaba a cumplir con mi deber según los santos preceptos de la Biblia.

—Es lo que se espera que haga, ya sabes, castigar a las personas por ser personas. Tentarlas para que revelen su interior y entonces quitarles la mierda a patadas. Y es un trabajo muy duro, mi querida Rose; me figuro que si obtengo un poco de placer en el proceso de atrapar a la gente, me lo tengo pero que enormemente merecido.

Rose se me quedó mirando con la frente fruncida.

—¿Qué dices? —dijo—. ¿Qué tonterías son esas?

—Bueno, mira, puede que parezcan tonterías —dije—, pero yo no tengo ni la más leve culpa de ello. Según la ley, yo debería estar al acecho de los grandes y los poderosos, de los tipos que realmente gobiernan este lugar. Pero no se me permite tocarlos, así que me veo forzado a equilibrar la situación siendo dos veces implacable con la basura blanca, los negros y los individuos como tú que tienen el cerebro perdido allá en el culo porque no encuentran otro sitio donde utilizarlo. Sí señora, soy un trabajador de la viña del Señor, y si no puedo llegar muy alto me veo obligado a trabajar con mayor brío con las cepas que están abajo. Pues el Señor ama al trabajador voluntarioso. Rose; a Él le encanta que un hombre se rompa el culo durante su jornada laboral. Y yo hago que su jornada se acorte, se acorte comiendo y durmiendo, pero yo no puedo comer ni dormir mientras tanto.

Había tenido los ojos cerrados mientras hablaba. Cuando los abrí Rose se había ido, pero la oí moverse en la habitación de Myra.

Fui a la puerta y miré.

Se había quitado la ropa y se estaba probando un vestido de Myra. Le pregunté que si iba a alguna parte y me lanzó una mirada que habría frito un huevo.

—¿Si voy a alguna parte? —dijo con acritud—. Como si no supieras lo que voy a hacer, lo que tengo que hacer.

Le dije que suponía que iba a tomar el tren del amanecer, porque de esa forma nadie la vería: así disponía de casi un día entero antes de que yo me pusiera nervioso y me preocupara por Myra y por Lennie, y tuviera que descubrir que los habían matado.

—Claro, ese tren del amanecer no es de pasajeros, aquí se detiene solo para repostar agua. Pero sé que los empleados se sentirán orgullosos de llevarte donde vean lo amable que eres. Apuesto a que no te cobrarán un céntimo, lo que resuelve muchas cosas, ya que no tienes ningún dinero que puedas llevarte contigo.

Rose se mordió el labio inferior; cabeceó pensativa.

—Te divierte esto, ¿verdad? ¡Te lo estás pasando bomba!

—De veras que no —dije—. Sólo es parte de mi trabajo, ya sabes, recrearme contemplando a la gente en apuros.

—Nick —dijo—. ¿Qué te ha ocurrido? ¿Desde cuándo eres así?

Le dije que, bueno, que si se refería a cuando se me había revelado la verdad, pues que esto había ocurrido durante un proceso muy largo. Había ido captando retazos de ella poco a poco, y de vez en cuando me quedaba perplejo y asustado. Yo no sabía la razón, y solía ocurrírseme que me iba a volver loco o algo parecido. Y de pronto, aquella misma noche, en su casa, mientras estaba fuera de mi mismo planeando cosas, y también después, mientras observaba que las cosas salían como había pensado, había sentido como si alguien apretase un gatillo en mi cabeza y se produjera en ella un violento relámpago; entonces había visto toda la verdad; por lo menos había visto por qué las cosas eran como eran y por qué era yo como era.

—Lo comprendí todo, querida —dije—. Vi la verdad y la gloria; y no te va a ir tan mal como puedes creer. Vaya, una tía como tú puede colocarse de puta en cualquier pueblo de la costa, sólo harás lo que tanto te gusta hacer, y te reconozco que nunca he conocido a una tía que lo haga mejor. Y ya que hablamos de esto, como no vamos a vernos nunca más, no tendría ningún inconveniente en clavártela durante unos cinco o diez minutos, aunque seas ya un poco fugitiva de la justicia.

Rose cogió el reloj despertador de la cómoda y me lo tiró. Se hizo polvo contra la pared, y lo que quiero decir es que realmente se hizo polvo.

—¡Hostia, Rose! —dije—. ¿Cómo coño me voy a despertar ahora para llegar a misa a tiempo?

—¡A misa! ¡A misa! —gimió—. ¡Vas a ir a misa después... después de...! ¡Oh, hijo de puta! ¡Viperino, marrullero, mentiroso, engatusador, bastardo!

—Mírala, ya vuelve —dije—. Ya no tiene sentido fingir más, porque ahora se que estás enfadada conmigo.

Lanzó otro chorro trepidante de maldiciones e insultos. Luego se volvió para mirar al espejo y se puso a zarandear el vestido que se estaba probando.

—Es por la Amy Mason, ¿no? —dijo—. Has querido deshacerte de todos para casarte con ella.

—Bueno —dije—, tengo que reconocer que he pensado en ello.

—¡Y tanto que lo has hecho! ¡Y tanto que lo has hecho, canalla, tramposo!

—Sí, señora —dije—, he pensado en ello, pero el caso es que no consigo aclararme. No es que ella sea una pecadora, porque ella pertenece a los de arriba, a los que tienen sus propias leyes y normas, y con los que no tengo que meterme. Pero me temo que el casarme con ella entorpezca mi trabajo. ¿Sabes, Rose? Yo tengo que hacer mi trabajo; tengo que seguir de jefe de policía, la mayor autoridad jurídica de Potts County, un lugar que es el mundo entero para casi todos los de aquí, porque no han visto otra cosa. Tengo que ser jefe de policía porque he sido hecho singular y característicamente para ello, y no voy a renunciar a ello. De vez en cuando se me ocurre que voy a dejarlo, pero siempre me vienen pensamientos a la cabeza y palabras a la boca para retenerme en mi puesto. Tengo que serlo, Rose. Tengo que ser jefe de policía de Potts County por siempre jamás. Tengo que seguir cuidando de la obra del señor, pues lo único que Él hace es señalar, Rose, lo único que Él hace es escoger a la gente, y yo descargo Su ira sobre los elegidos. Te diré un secreto, Rose: son muchas las ocasiones en que no estoy nada de acuerdo con Él. Pero no digo nada al respecto. Soy el jefe de policía de Potts County y no se me ha hecho para que haga nada que realmente necesite hacerse, nada que pueda poner en peligro mi empleo. Lo único que yo puedo hacer es seguir la dirección del dedo del señor y abatir a los pobres pecadores por los que nadie da una mierda. Como te digo, he intentado alejarme de ello; me he imaginado huyendo, lejos de esto. Pero no he podido, y sé que nunca seré capaz. Tengo que seguir haciendo las cosas como ahora, y me temo que Amy ni lo comprendería ni lo aguantaría, así que dudo que me case con ella.

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