Read Zapatos de caramelo Online
Authors: Joanne Harris
En lo que a Roux se refiere, por lo visto le resulta imposible. Está claro que son muy distintos. Thierry es sólido, poco imaginativo, jamás ha vivido fuera de París y su desaprobación de las madres solteras, los «estilos de vida alternativos» y la comida exótica me ha causado gracia... hasta ahora.
—Dime, ¿qué significa para ti? —quiso saber Thierry—. ¿A qué se debe que sea tan amigo tuyo?
Le volví la espalda.
—Ya lo hemos hablado.
Thierry se puso de todos los colores.
—¿Fuisteis amantes? —inquirió—. ¿De eso se trata? ¿Te acostaste con ese cabrón?
—Thierry, por favor...
—¡Dime la verdad!
¿
Te lo tiraste?
—chilló.
Me temblaron las manos. La ira, más violenta si cabe por haber estado contenida, salió a borbotones cuando espeté:
—¿Y qué si me lo tiré?
Esas palabras fueron muy simples y peligrosas.
Repentinamente pálido, Thierry me miró y me percaté de que, pese a su intensidad, la acusación no era más que otro de sus gestos vacíos de sentido: dramáticos, previsibles y, en última instancia, carentes de significado. Thierry necesitaba dar salida a sus celos, su necesidad de controlar, su angustia sin expresar por la rapidez con la que han progresado nuestras ventas...
El constructor volvió a tomar la palabra con tono tembloroso:
—Yanne, me debes la verdad. He permitido que esto durase demasiado tiempo. Por Dios, ni siquiera sé quién eres. Te acepté con los ojos cerrados, confié en ti y en tus hijas..., ¿me has oído quejarme alguna vez? Una mocosa malcriada y una retardada...
Calló de sopetón.
Lo miré impávida y me dije que, finalmente, se había pasado de la raya.
Rosette dejó de mirar el rompecabezas con el que jugaba en el suelo. Por encima de su cabeza parpadeó una luz. Las formas de plástico que utilizo para cortar galletas tamborilearon sobre la encimera, como si pasase un tren exprés.
—Yanne, lo siento, lo siento muchísimo.
Thierry intentó recuperar el terreno perdido como un vendedor que va de puerta en puerta y que cree que todavía tiene la posibilidad de conseguir una venta esquiva...
El daño ya estaba hecho. El castillo de naipes primorosamente levantado se desplomó con una sola palabra. Ahora veo lo que antes se me escapó. Por primera vez veo realmente a Thierry. Ya había reparado en su mezquindad, su regocijado desdén por los subordinados, su esnobismo y su arrogancia. Ahora también veo sus colores, sus flaquezas encubiertas, la incertidumbre que acecha tras su sonrisa, la tensión de sus hombros, la peculiar rigidez de su postura cada vez que tiene que mirar a Rosette.
Esa palabra horrorosa...
Por descontado que siempre he sido consciente de que Rosette lo lleva a sentirse incómodo. Como de costumbre, intenta compensarlo, pero su alegría es forzada, como la de alguien que acaricia un perro peligroso.
Ahora veo que no solo se trata de Rosette. Este lugar, este local que construimos sin su ayuda también lo incomoda. Cada lote de bombones, cada venta, cada cliente al que saludamos por su nombre, incluso la silla en la que está sentado le recuerdan que nosotras tres somos independientes, que tenemos una vida al margen de su persona, que poseemos un pasado en el que Thierry le Tresset no desempeñó el más mínimo papel...
Thierry también tiene un pasado propio, algo que lo lleva a ser como es. Sus miedos arraigan en ese pasado; no solo sus miedos, sino sus esperanzas, sus secretos...
Dirijo la mirada a la conocida plancha de granito en la que templo el chocolate. Es muy vieja y está ennegrecida por el paso del tiempo; ya estaba gastada cuando la compré y muestra las cicatrices del uso continuado. En el granito hay partículas de cuarzo que inesperadamente reflejan la luz y las veo brillar mientras el chocolate se enfría y queda a punto para ser nuevamente calentado y templado.
No quiero saber tus secretos,
pienso.
La plancha de granito sabe la verdad. Salpicada de mica, brilla, hace guiños, llama mi atención y retiene mi mirada. Prácticamente veo las imágenes reflejadas en la piedra. Adquieren forma mientras las observo y comienzan a adquirir sentido; son vislumbres de una vida, de un pasado que hace de Thierry el hombre que es.
Aquel es Thierry en el hospital. Hace veinte o más años y espera junto a una puerta cerrada. Lleva dos cajas de cigarros para regalar, cada una atada con una cinta, en un caso rosa y en el otro azul. Ha cubierto todas las bases.
Ahora hay otra sala de espera. En las paredes se observan murales con personajes de dibujos animados. A poca distancia una mujer está sentada con un niño en brazos. El crío ronda los seis años. Mira el techo sin verlo y nada (ni Pooh, Tigger ni Mickey Mouse) provoca el menor destello en su mirada.
Un edificio que no es exactamente un hospital y un niño, no, un joven que va del bracete de una guapa enfermera. El joven tiene alrededor de veinticinco años. Fornido como su padre, tiene los hombros hundidos, la cabeza demasiado pesada con relación al cuello y la sonrisa hueca.
Finalmente entiendo: es el secreto que Thierry ha intentado ocultar por todos los medios. Comprendo esa sonrisa amplia y brillante, como la del hombre que vende supercherías puerta a puerta; el modo en el que jamás menciona a su hijo; su profundo perfeccionismo; la forma en la que a veces mira a Rosette o, mejor dicho, la manera en la que no la mira...
Dejo escapar un suspiro.
—Thierry, está bien, ya no tienes que mentirme.
—¿Mentirte?
—Mentirme sobre tu hijo.
Se tensó y, sin la ayuda de la plancha de granito, percibí la agitación que creció en su interior. Se puso pálido, empezó a sudar y la cólera desplazada por el miedo regresó como un viento maligno. Se irguió en toda su estatura, repentinamente se convirtió en un oso, derramó la taza de café y desparramó los bombones envueltos con papeles de vivos colores.
—No hay ningún problema con mi hijo —declaró con voz demasiado estentórea—. Alan se dedica a la construcción. De tal palo, tal astilla. No nos vemos mucho, pero eso no significa que no me respete o que no esté orgulloso de él... —A esa altura hablaba a gritos, por lo que Rosette se tapó las orejas—. ¿Alguien ha dicho lo contrario? ¿Ha sido Roux? ¿Ese cabrón ha metido las narices donde no lo llaman?
—No tiene nada que ver con Roux. Si te avergüenzas de tu hijo, ¿cómo llegarás a preocuparte por Rosette?
—Yanne, por favor, no es así. No me avergüenzo, pero se trata de mi hijo, Sarah no podía tener más descendencia y yo solo quería que fuese...
—Que fuese perfecto, ya lo sé.
Thierry me cogió las manos.
—Yanne, puedo vivir con esto, te lo prometo. Buscaremos un especialista. Rosette tendrá todo lo que necesita, niñeras, juguetes...
M
á
s regalos,
pensé, como si así fuera posible cambiar lo que siente. Negué con la cabeza. El corazón no cambia. Puedes mentir, hacerte ilusiones y engañarte pero, al final, ¿es posible escapar del elemento con el que naces?
Thierry debió de detectarlo en mi expresión porque se demudó y hundió los hombros.
—Pero si está todo organizado —afirmó.
No dijo «te quiero», sino «está todo organizado».
A pesar del mal sabor de boca, experimenté una súbita y arrebatadora andanada de alegría, como si algo ponzoñoso que tenía alojado en la garganta se hubiese soltado por su cuenta y riesgo...
En el local las campanillas resonaron una vez y, sin pensar en lo que hacía, tracé la señal de los cuernos contra la mala suerte. Los hábitos arraigados tardan en desaparecer. Hacía años que no la practicaba. También me sentí incómoda, como si un gesto tan nimio pudiese despertar nuevamente al viento cambiante. Cuando Thierry se fue, me quedé sola y creo que oí voces en el viento, las voces de las Benévolas, y carcajadas distantes.
Lunes, 17 de diciembre
De modo que ya está. Se acabó. ¡Hurra! Me parece que se debió a una pelea por Roux y me moría de ganas de contárselo al salir de la escuela, pero no lo encontré.
Fui a la pensión de la avenue de Clichy, donde Thierry dice que hasta ahora se ha hospedado, pero cuando llamé nadie abrió la puerta y había un viejo con una botella de vino que me gritó por hacer ruido. Tampoco estaba en el cementerio y en la rue de la Croix nadie lo ha visto, por lo que al final me di por vencida, aunque en la pensión le dejé una nota en la que escribí «urgente» y supongo que la leerá cuando regrese..., en el supuesto de que regrese. Para entonces había llegado la policía y nadie iba a ningún lado.
Al principio creí que venían a por mí. Hacía rato que había anochecido, eran más de las siete, y Rosette y yo cenábamos en el obrador. Zozie había salido, mamá se había puesto el vestido rojo y, para variar, estábamos las tres solas...
Se presentaron dos agentes y mi primera y ridícula idea fue que a Thierry le había pasado algo horrible y, de alguna manera, era culpa mía por lo que hicimos el viernes por la noche. Thierry los acompañaba y tenía buen aspecto, salvo que se mostró más gritón, alegre y campechano que nunca, pero sus colores me llevaron a pensar que solo fingía alegría y se mostraba animado para embaucar a las personas a las que acompañaba, lo que me volvió a poner nerviosa.
Resulta que buscaban a Roux. Permanecieron media hora en el local y mamá me mandó arriba con Rosette, pero me las apañé para oír casi todo lo que decían, aunque no estoy segura de los detalles.
Por lo visto, tiene que ver con un cheque. Thierry dice que se lo entregó a Roux, que ha conservado el resguardo y que Roux intentó modificarlo antes de ingresarlo en su cuenta para obtener mucho más dinero del que figuraba en el cheque.
Los policías hablaron de mil euros. Según Thierry, se llama «fraude» y por cometerlo puedes ir a la cárcel, sobre todo si abres una cuenta bancaria con otro nombre, retiras el dinero antes de que se enteren y te esfumas sin dejar rastro, ni siquiera una dirección a la que remitir el correo.
Eso es lo que dicen de Roux. Es una soberana estupidez, ya que todo el mundo sabe que Roux no tiene cuenta bancaria y que jamás se le ocurriría robar, ni siquiera a Thierry. Por otro lado, ha desaparecido sin dejar huellas. Al parecer, desde el viernes no le ven el pelo en la pensión y, como es obvio, no ha ido a trabajar. Eso significa que es posible que yo sea la última persona que lo ha visto. También quiere decir que no puede volver a la chocolatería porque, si se presenta, lo detendrán. ¡Qué estúpido es Thierry! Lo odio. No me sorprendería que se hubiera inventado todo con tal de fastidiar a Roux.
Cuando los policías se fueron, mamá y Thierry discutieron por esa cuestión. A él lo oí gritar desde arriba. Mamá intentó mostrarse sensata, insistió en que seguramente se había producido un error y Thierry se mostró cada vez más agitado, se quejó de que no entendía por qué mamá se ponía de parte de Roux y lo llamó delincuente y degenerado, que quiere decir holgazán y alguien en quien no se puede confiar; repitió «Yanne, no es demasiado tarde» hasta que mamá le pidió que se fuese; se marchó y, como si de mal olor se tratara, dejó en la entrada del local una nube de sus colores mezclados.
Cuando bajé, mamá lloraba. Dijo que no estaba llorando, pero me di cuenta. Además, sus colores eran oscuros y confusos, estaba blanca de no ser por las dos manchas rojas bajo los párpados inferiores y dijo que no me preocupase, que todo se aclararía, pero supe que mentía. Siempre sé cuándo miente.
Es gracioso lo que los adultos le dicen a los niños.
No hay ning
ú
n problema. Todo se resolver
á
. No te responsabilizo, fue un Accidente. ..,
pero mientras Thierry estuvo aquí pensé que cuando me había reunido con Roux en la tumba de Dalida estaba muy malcarado y que lo había señalado con la Mazorca de Maíz para proporcionarle riqueza y buena suerte...
Ahora me pregunto qué he hecho. Prácticamente lo veo con la imaginación: el último cheque que Thierry le extendió, Roux diciendo «tengo varias cosas que resolver» y añadiendo un cero a la cifra...
Es absurdo, por supuesto. Roux no es un ladrón. Tal vez un puñado de patatas del borde de un sembrado, algunas manzanas de un huerto, maíz a la vera de un camino, un pez de un estanque privado..., pero jamás cogería dinero y, menos aún, así.
Vuelvo a hacerme preguntas. ¿Y si se trata de una venganza? ¿Y si intentó desquitarse de Thierry? Por si eso fuera poco,
¿
y si lo hizo por Rosette y por m
í
?
Para una persona como Roux, mil euros es un dineral. Tal vez con esa cifra se puede comprar un barco. También puedes asentarte, abrir una cuenta bancaria, ahorrar dinero para la familia...
En ese instante recordé lo que mamá había dicho:
Roux hace lo que le da la gana, siempre lo ha hecho. Vive todo el a
ñ
o en el r
í
o, duerme al raso y ni siquiera se siente c
ó
modo en una casa. Nosotras no podemos vivir as
í
.
Entonces lo supe. Es culpa mía. Con los muñecos de pinza, los deseos, los símbolos y las señales he convertido a Roux en un delincuente. ¿Y si lo detienen? ¿Y si lo encierran en la cárcel?
Mamá solía contar un cuento sobre tres seres fantásticos llamados Pic Azul, Pic Rojo y Colégram. Pic Azul se ocupa del cielo, las estrellas, la lluvia, el sol y las aves del aire. Pic Rojo cuida la tierra y todo lo que en ella crece: plantas, árboles y animales. Colégram, el más joven, está presuntamente a cargo del corazón humano, pero siempre la pifia; cada vez que intenta que alguien satisfaga el deseo de su corazón, lo único que consigue es que esa persona se haga daño. En cierta ocasión intenta ayudar a un pobre viejo y convierte las hojas otoñales en oro; el anciano se entusiasma tanto al ver el dinero que intenta meterlo en su mochila y muere aplastado por el peso. No recuerdo el final de la historia; solo sé que me apené por Colégram, que hace muchos esfuerzos y siempre mete la pata. Tal vez yo también soy así; quizá no puedo alegrar a nadie.