Read Zapatos de caramelo Online
Authors: Joanne Harris
Bajé sigilosamente la escalera, encendí dos petardos que había comprado ese mismo día, los dejé caer entre las pilas de libros y salí sin hacer ruido.
No volví la vista atrás, no era necesario. Mi madre siempre dormía como un tronco y estoy convencida de que la dosis de valeriana y de lechuga montes que incorporé a su infusión habría relajado al más inquieto de los durmientes. Scott y sus amigos serían los primeros sospechosos, al menos hasta que se confirmase mi desaparición, pero para entonces yo me proponía estar allende los mares, muy lejos.
Comprenderéis que lo suavicé al explicárselo a Anouk y me abstuve de mencionar la pulsera, la piñata negra y mi fogoso adiós. Tracé una imagen conmovedora de mí misma: sola, incomprendida y sin amigos por las calles de París; me sentí desesperada de culpa, dormí donde pude y solo viví de la magia y el ingenio.
—Tuve que ser fuerte y valiente. Es duro estar sola a los dieciséis pero, de alguna manera, me defendí por mí misma y con el tiempo aprendí que existen dos fuerzas que nos impulsan. Si lo prefieres, dos vientos que soplan en direcciones contrarias. Un viento te acerca a lo que quieres y el otro te aleja de lo que temes. Las personas como nosotras tenemos que elegir entre volar con el viento o dejar que te vuele.
Por fin, a medida que la piñata se parte y deja caer su botín sobre los fieles, aparece el premio que tanto he esperado, el billete que no solo conduce a una vida, sino a dos...
—Nanou, ¿cuál eliges? —inquiero—. ¿El miedo o el deseo? ¿Huracán o Ehecatl? ¿El Destructor o el Viento del Cambio?
Me clava la mirada de sus ojos entre grises y azules, el mismo tono que el del borde de una nube de tormenta cuando comienza a deshacerse. A través del Espejo Humeante veo que sus colores mudan hacia los púrpuras y los azules más turbulentos.
También atisbo algo más: una imagen, un icono, que aquí se presenta con más claridad que la que puede manifestar una niña de once años. La veo menos de un segundo, pero es suficiente: se trata de la escena del belén de la place du Tertre, de la madre, el padre y el pesebre.
Claro que en esta versión de la escena la madre viste de rojo y el pelo del padre tiene el mismo color que...
Por fin empiezo a entender. Por eso le interesa tanto que se celebre la fiesta; por eso dedica tantas atenciones a los muñecos de la casa de Adviento y los agrupa, los acomoda con el mismo cuidado y mimo que prodigaría a la situación real.
Mirad a Thierry en el exterior de la casa. No desempeña papel alguno en esta peculiar representación. También están los visitantes: los Reyes Magos, los pastores y los ángeles; en nuestro caso, Nico, Alice, madame Luzeron, Jean-Louis, Paupaul, madame Pinot... Desempeñan la función de coro griego y proporcionan aliento y apoyo. Luego está el grupo central: Anouk, Rosette, Roux, Vianne...
¿Qué fue lo primero que me dijo?
¿
Qui
é
n ha muerto? Vianne Rocher.
Lo consideré una broma, un intento infantil de provocar, pero ahora que conozco un poco más a Anouk me doy cuenta de lo serias que podrían ser esas palabras aparentemente frívolas. El viejo sacerdote y la trabajadora social no fueron las únicas víctimas del viento de diciembre de hace cuatro años. Vianne Rocher y su hija Anouk también murieron aquel día y ahora le gustaría resucitarlas...
Nanou, cuánto nos parecemos.
Verás, yo también necesito otra vida. Françoise Lavery todavía me persigue. Esta noche volvió a aparecer en la prensa local, entre otros alias también conocida como Mercedes Desmoines y Emma Windsor; publicaron dos fotos borrosas tomadas del circuito cerrado de televisión. Verás, Annie, tengo mis propias Benévolas y, por lentas que parezcan, son constantes y su persecución ha dejado de resultarme fastidiosa y se ha convertido en algo casi amenazador.
¿Cómo se enteraron de la existencia de Mercedes? ¿Cómo descubrieron tan pronto a Françoise? ¿Cuánto tiempo supones que pasará hasta que también Zozie sea víctima de su impiedad?
Me digo que tal vez ha llegado el momento. Quizá ya he agotado París. Al margen de los encantos, es posible que haya llegado la hora de emprender otros caminos, pero no como Zozie, ya no.
Si alguien te ofreciese una vida totalmente nueva, ¿la aceptarías?
Por supuesto que sí.
Y si esa vida te ofreciese aventuras, riquezas y una cría, no cualquiera, sino esta niña bella, prometedora, talentosa, que todavía no ha sido tocada por la mano del karma y que te devuelve hasta el último mal pensamiento y cada acto cuestionable con la fuerza triplicada..., algo que arrojar a las Benévolas cuando al final no quede nada más...
Si se presentara esa oportunidad, ¿la aprovecharías?
¿La aprovecharías?
Por supuesto que sí.
Mi
é
rcoles, 12 de diciembre
De momento llevamos poco más de una semana de clases y dice que ha comenzado a notar cambios. He aprendido más cosas mexicanas: nombres, historias, símbolos y signos. Ahora sé despertar el viento con Ehecatl, el Cambiante; invocar a Tlaloc para que llueva e incluso apelar a Huracán para que desate la venganza sobre mis enemigos.
Tampoco se trata de que esté pensando en la venganza. Desde aquel día en la cola del autobús, Chantal y compañía no han asistido al liceo. Al parecer, todas tienen lo mismo. Según monsieur Gestin, han contraído algo parecido a la tiña y tienen que quedarse en casa hasta que mejoren para no contagiar a los compañeros. Es sorprendente lo que cambian las cosas en una clase de treinta alumnos cuando las cuatro personas más desagradables no están. En ausencia de Suzanne, Chantal, Sandrine y Danielle, ir a clase es un placer. Nadie se convierte en el bicho raro, nadie se ríe de Mathilde por estar gorda y hoy Claude respondió sin tartamudear a una pregunta de matemáticas.
A decir verdad, hoy me he ocupado de Claude. Cuando lo conoces resulta encantador, pero la mayor parte del tiempo tartamudea tanto que casi no habla con nadie. Me las ingenié para meterle en el bolsillo un trozo de papel con un símbolo, el del Uno Jaguar, para darle valor, y quizá se deba a que el cuarteto no está, pero lo cierto es que me parece que he notado mejorías.
Está más relajado, permanece erguido en lugar de hundir los hombros y, aunque no ha desaparecido, hoy su tartamudez no fue tan marcada. A veces va tan mal que se atasca, se pone rojo y está a punto de echarse a llorar; todos nos sentimos incómodos, incluso los profesores, y lo miramos, salvo Chantal y compañía; hoy habló más que nunca y no se atragantó ni siquiera una vez.
También he hablado con Mathilde. Es muy tímida y apenas toma la palabra, se pone enormes jerséis negros para disimular su figura e intenta volverse invisible con la esperanza de que la dejen en paz. Siempre se meten con ella y camina cabizbaja, como si temiese mirar a alguien a los ojos, lo que le da un aspecto rechoncho, torpe y penoso, por lo que nadie se da cuenta de que tiene un cutis fantástico (nada que ver con el de Chantal, que se ha llenado de acné) y que su melena es tupida y hermosa y con la actitud adecuada también podría...
—Deberías probarlo —aseguré—. Te llevarías una sorpresa.
—¿Qué quieres que pruebe? —preguntó Mathilde con un tono que daba a entender que se preguntaba por qué yo perdía el tiempo con ella.
Le expliqué parte de lo que Zozie me había dicho. Prestó atención y se olvidó de mirar al suelo.
—Sería incapaz —reconoció al final, pero detecté su mirada esperanzada.
Esta mañana, en la parada del autobús, la encontré distinta: más recta, más segura de sí misma y, por primera vez desde que la conozco, no iba de negro. Llevaba un jersey corriente, rojo oscuro, que no le quedaba excesivamente holgado. Comenté que le sentaba bien y Mathilde se mostró confundida pero satisfecha y, también por primera vez, entró sonriendo en el liceo.
Hay que reconocer que me resulta un punto extraño eso de ser repentinamente..., bueno, no digamos que popular, sino algo parecido, que la gente te vea con otros ojos, que puedas cambiar su manera de pensar...
¿Cómo es posible que mamá renunciase a todo eso? Me gustaría preguntárselo, pero sé que no puedo. Tendría que hablarle de Chantal y compañía, de los muñecos de pinzas, de Claude y Mathilde, de Roux, de Jean-Loup...
Jean-Loup ha vuelto al liceo; estaba algo pálido pero animado. Sucede que solo tuvo un resfriado, pero el trastorno cardíaco es delicado y hasta un resfriado puede convertirse en algo grave. De todos modos, hoy ha vuelto y nuevamente toma fotos y observa el mundo a través de la cámara. Hace fotos de todo: de los profesores, del portero, de los estudiantes, hasta de mí. Las dispara tan rápido que nadie tiene tiempo de interrumpir lo que está haciendo, por lo que a veces se mete en líos, sobre todo con las chicas, a las que les gustaría acicalarse y posar...
—Y echar a perder la foto —concluyó Jean-Loup.
—¿Por qué? —quise saber.
—Porque con la cámara se ve más que a simple vista.
—¿Incluso fantasmas?
—También.
Me pareció divertido, pero Jean-Loup tiene razón. Está hablando del Espejo Humeante y de que puede mostrarte cosas que normalmente no verías. Está claro que no conoce los antiguos símbolos, aunque tal vez hace tanto tiempo que toma fotos que aprendió el truco de enfocar de Zozie, de ver las cosas tal como realmente son en lugar de como la gente quiere verlas. Por eso le gusta el cementerio, busca lo que el ojo no ve. Busca luces espectrales, la verdad o algo por el estilo.
—Según tú, ¿qué aspecto tengo?
Recorrió su galería de fotos y me mostró la instantánea tomada esa misma mañana, durante el recreo, en el preciso momento en el que corría hacia el patio.
—Está un poco borrosa —opiné.
Mis piernas y mis brazos estaban por todas partes, pero mi cara había quedado bien y me reía.
—Eres tú —aseguró Jean-Loup—. Es hermosa.
No supe si fanfarroneaba o si acababa de echarme un piropo, así que no me di por aludida y miré las demás.
Vi a Mathilde, con aspecto triste y gorda pero, en el fondo, realmente bonita; vi a Claude, que hablaba conmigo sin tartamudear, y a monsieur Gestin con expresión divertida y sorprendente, como si intentase mostrarse serio a pesar de que interiormente se partía de risa; también vislumbré fotos de la chocolatería, que Jean-Loup todavía no había descargado, pero las pasó tan rápido que apenas las vislumbré.
—Ve más despacio —pedí—. ¿Esa no es mi madre?
Era mamá con Rosette. Pensé que parecía vieja y, como Rosette se había movido, no se veía claramente su cara. También avisté a Zozie a su lado; no se parecía en nada a sí misma, pues tenía las comisuras de los labios hacia abajo y algo en la mirada...
—¡Vamos! ¡Llegaremos tarde! —espetó Jean-Loup.
Echamos a correr hacia el autobús y, como de costumbre, fuimos al cementerio a dar de comer a los gatos y a caminar por los senderos, bajo los árboles de los que caían las hojas secas y estaban rodeados de fantasmas.
Cuando llegamos oscurecía y los sepulcros no eran más que formas perfiladas contra el cielo. No va bien para hacer fotos a no ser que utilices el flash, algo que Jean-Loup considera «imperfecto», aunque de todas maneras es extraño y maravilloso debido a las luces navideñas colgadas colina arriba y extendidas cual una telaraña de estrellas.
—Casi nadie llega a ver todo esto. —Jean-Loup hizo fotos del cielo amarillo y gris, con las tumbas como cascos en un astillero abandonado—. Por eso me gusta a esta hora, cuando la noche está a punto de caer, la gente ha vuelto a casa y ves realmente que se trata de un cementerio más que de un parque lleno de famosos.
—No tardarán en cerrar —añadí.
Cierran para evitar que los vagabundos duerman en el recinto. De todos modos, algunos lo hacen. Trepan el muro o se esconden para que el guarda no detecte su presencia.
Al principio pensé que se trataba de un mendigo que se aprestaba a pasar la noche; solo fue una sombra detrás de una de las tumbas, cubierta con un abrigo enorme y con un gorro de lana que le tapaba la cabeza. Toqué el brazo de Jean-Loup, que asintió y murmuró:
—Prepárate para correr.
En realidad, yo no estaba asustada ni nada que se le parezca. Creo que corres el mismo peligro con una persona sin techo que con alguien que tiene casa. Por otro lado, nadie sabía que estábamos allí, estaba oscuro y era consciente de que a la madre de Jean-Loup le daría un ataque si se enteraba adónde iba casi todos los días al salir de la escuela.
Está convencida de que acude al club de ajedrez.
Me parece que no conoce a su hijo.
Sea como fuere, allí estábamos, dispuestos a salir volando si el hombre intentaba acercarse a nosotros. En ese momento se volvió y vi su rostro...
¿
Roux?
Desapareció sin darme tiempo a pronunciar su nombre; se desplazó entre las tumbas rápido como un gato de cementerio y sigiloso como un fantasma.