Por eso prefiero cortarla acá, y contar algo mejor: Emiliano, uno de sus hijos, que juega al fútbol en River y me dijeron que muy bien, me llamó por teléfono a mi casa, ¡a mí!, y me dijo que yo soy su ídolo:
Qué me importa lo de mi viejo, eso lo arreglarán ustedes cuando puedan... Pero yo te adoro.
Eso a mí me llenó de orgullo, fue hermoso, divino.
Pero que quede claro algo, por favor: yo nunca, nunca, nunca en mi vida, me opuse a que viniera alguien a la Selección. No, jamás. Al contrario, los que quisieron irse se fueron solos, como Passarella. Que Passarella se fue por menottista del Mundial de México, cosa que jamás va a reconocer. Como jamás, parece, me va a atender, porque yo muchas veces quise hablar con él y no hubo forma... Cuando le pasó lo de la muerte del hijo, lo peor que le puede pasar a un padre, quise hablar con él, porque me dolió en el alma. Pero nunca me contestó: le dejé mensajes, de todo. Hasta le escribí una carta abierta, a través de un periodista amigo, en
El Gráfico.
Ahí puse: "Viví con mucho dolor lo de Passarella. Yo creo que dijimos muchas boludeces... que ¡dije! muchas pavadas: nosotros hablamos del pelo corto, del arito, ¡por el amor de Dios, qué chiquito que es todo eso! Los que estamos lejos, los que lo vemos de afuera, podemos comentar: qué mal, qué dolor. Debe ser lo peor del mundo, pero eso no alcanza. El dolor se lo llevan ellos: podemos acercarnos, hablar, pero no sirve para nada. A mí lo de Passarella me pegó muy fuerte, nadie merece vivir algo así: yo veía las imágenes y me parecía mentira, me parecía que no era cierto que él, que su esposa, que su familia, estuvieran viviendo eso. Lo llamé varias veces después, sabiendo que no servía para nada. Pero para ponerme a disposición: todas nuestras discusiones son una idiotez al lado de eso, no tienen la más mínima importancia. Lo único que se me ocurre decirle es: Daniel, si me necesitas para algo, acá estoy...". Pero con esa historia, tan dolorosa, no quiero mezclar nuestros quilombos.
Para que nadie invente giladas, lo cuento todo: nosotros nos habíamos peleado en la concentración del América de México, en el Distrito Federal, donde vivíamos en la Copa del Mundo del '86. La historia fue así... Yo llegué quince minutos tarde a una reunión junto con los... rebeldes. Eso éramos, según Passarella, Pasculli, Batista, Islas... ¡Quince minutos tarde llegamos! Y entonces nos comimos un discurso de Passarella, con el estilo de él, bien dictador: que cómo el capitán iba a llegar tarde, que esto, que lo otro. Lo dejé hablar, lo dejé hablar... "¿Terminaste?", le pregunté. "Bueno, entonces vamos a hablar de vos, ahora", le dije.
Y conté, delante del plantel completito, todo lo que era él, todo lo que había hecho él, todo lo que yo sabía de él. Y se armó el lío grande, ¡grande, grande! Porque en aquella Selección, hay que decirlo, había dos grupos. Por un lado, los que apoyaban a Passarella. Su banda. Ahí estaban Valdano, Bochini, varios. Passarella les había llenado la cabeza y por eso decían que nosotros habíamos llegado tarde porque estábamos tomando falopa, y que esto, y que lo otro... pero, más que nada, por supuesto, eso de que estábamos tomando falopa y ésos éramos nosotros, mi grupo.
Entonces yo le dije:
—Está bien, Passarella, yo asumo que tomo, está bien...
Alrededor nuestro, un silencio tremendo. Yo seguí:
—Pero acá hay otra cosa: no estuve tomando en este caso... No en este caso, ¡mira vos! Y, además, vos estás mandando al frente a otra gente, a los pibes que estaban conmigo... ¡Y los pibes no tienen nada que ver! ¿entendiste, buchón?
La única verdad es que Passarella estaba queriendo ganarse al grupo de esa manera, sembrando cizaña, inventando cosas, metiendo palos en la rueda. Quería ganárselo desde que había perdido la capitanía y el liderazgo; lo tenía atragantado, lo tenía acá. Porque él fue un buen capitán, sí, y yo siempre lo dije. Pero yo mismo lo desplacé: el gran capitán, el verdadero gran capitán, fui, soy y seré yo.
Después de eso, cada vez que podía, él me jugaba feo, muy feo.
Lo agarró a Valdano, que es un tipo muy inteligente, a quien todo el mundo escuchaba, incluido yo, que era capaz de estar cuatro horas con él sin poder meter un bocadillo, y le metió en la cabeza que yo estaba llevando a todos a la droga. ¡Que yo estaba llevando a todos a la droga! Entonces me planté, en el medio de esa reunión, y en nombre de mis compañeros y en nombre mío, por supuesto, le grité a Passarella:
—¡Acá nadie toma, viejo, acá nadie toma!
Y lo juro por mis hijas que no tomamos, que en México no tomamos. Pero como estábamos sacando los trapitos al sol, se me ocurrió hacerla completa:
—A ver, ya que estamos... Estos dos mil pesos de teléfono que tenemos que pagar entre todos, porque nadie se hace cargo, ¿por llamadas de quién son?
Nadie saltó, nadie contestó, alguno miró el piso... No volaba una mosca. Lo que no sabía Passarella es que por aquellos tiempos, en 1986, parece que hace un siglo ya, las cuentas telefónicas en México tenían detalle: en la factura venían los números, uno por uno... Y el número era el de él, ¡hijo de puta! Ganaba dos millones de dólares y se hacía el boludo por dos mil. Eso sí que es tomarle la leche al gato.
Yo prefiero ser adicto, por doloroso que esto sea, a ventajero o mal amigo. Esto de mal amigo lo digo por la historia que terminó de alejarme de él y terminó también de formar la verdadera imagen de Passarella para los demás: cuando él estaba en Europa, todo el mundo comentaba que se escapaba a Monaco para verse con la esposa de un compañero, de un jugador del Seleccionado argentino... ¡Eso hacía y después lo contaba en el vestuario de la Fiorentina, como una hazaña! Entonces, cuando Valdano vino a pedirme explicaciones en México, en esa reunión, por lo de la droga, y también a darme una filípica, que yo no podía hacer esto, que yo no podía hacer lo otro... yo lo paré en seco. Le dije:
—Pará, Jorge, la reputa que te parió; vos, ¿del lado de quién estás? ¿Acá lo que te cuenta Passarella es verdad y lo que te cuento yo, no?
Entonces él me dijo:
—
Bueno, está bien, contame...
Ya me había calmado:
—No, espera, vamos a la reunión...
Allá fuimos, y en la reunión, con Passarella presente, conté todo lo que sabía de él y se hizo un silencio profundo... Hasta que saltó Valdano:
—
¡Vos sos una mierda!—
le gritó al Kaiser.
Ahí se rompió todo. Ahí le agarró la diarrea, el mal de Moctezuma, cuando la realidad era que todos meábamos por el culo. Ahí le dio el tirón, ésta es la verdadera historia.
Por eso es que yo digo que lo desafío a Passarella a encontrarnos en el Monumental, sin un hincha de Boca alrededor, a hablar de todo, frente a frente, en una mesa, como si fuéramos a jugar un truco de dos. Pero no se trata de eso, ¿eh? Se trata, mejor, de hablar de compañerismo, hablar de disciplina, cuando él, en las concentraciones ponía mierda en los picaportes de las habitaciones. Lo invito a hablar del pelo largo, cuando yo hice doscientos goles con unos rulos que parecían el casco de Schumacher y nunca se me cruzó por la cabeza decirle a nadie: "...No me pidan que cabecee...". ¿Y Kempes? ¿Por qué fue compañero de Kempes en el 78? En una de ésas el gran capitán se hubiera quedado sin la Copa si no era por Marito. A hablar de todo, lo invito.
A hablar de mujeres, ¡de mujeres!, y a hablar de fútbol. A hablar de droga, ¡de droga! ¡A hablar de lo que quiera, de lo que quiera!
Porque él dice que de mí no habla, que conmigo no habla, pero él sabe muy bien que no es quién para venir a decirme a mí nada de la droga. Porque si vamos a hablar de eso, tendremos que remontarnos a un proceso muy largo y muy viejo en el fútbol argentino, de una época en la que él jugaba y yo no, de una Copa Libertadores que yo nunca jugué y él sí, varias veces... ¿Y soy el único drogadicto, yo?
Una vez, cuando era presidente, Menem me invitó a conversar de este tema, que parecía ser sólo mío en la Argentina, con Passarella. Una reunión para charlar de todo, y también de la droga. "Cuando quiera, presidente, cuando quiera", le dije. Pero Passarella nunca apareció, parece que no se animó.
Para que quede clarito, esto: Passarella, si vos no querés que te ensucien, no ensucies; si yo conocí la droga en el fútbol, fue por vos, ¡fue por vos! Entonces, claro:
De Maradona no hablo.
Porque si él habla y yo contesto, se pudre todo.
Ni con Passarella ni con Ramón Díaz me pelié por el tema de mi adicción a las drogas, nada que ver. Somos hombres y, con droga o sin droga, podíamos pelearnos a muerte por otras cosas. Hombres como Bilardo y Menotti, que están lejos de las drogas, también se pelearon entre ellos sólo por tener ideas diferentes. ¡Y de fútbol!
Esto, todo esto que estoy escribiendo, no es de buchón: esto se lo quise decir siempre en la cara a Daniel, pero nunca me atendió. Pero se acabó: quiero terminar con esta historia de que Maradona inventó la droga en el fútbol argentino: a mí me agarraron con cocaína y eso no es ventaja, ¡es desventaja! Pero cuando la droga se usó en el fútbol argentino, ¡se usó para correr! Fue para estar a la misma altura de los alemanes, fue para ganar la Copa Intercontinental, para ganar la Copa Libertadores... Para jugar, por lo menos, esa bendita Copa Libertadores que yo nunca pude jugar.
Y otra cosa: si a mí me designan técnico de la Selección, pero a cambio de eso tengo que meterle la mano en el bolsillo a los jugadores, digo que no. Y eso hizo Passarella cuando fue técnico, ¿eh? A ver si se entiende: en la Selección no se gana plata y vos no podes aceptar que, encima, la AFA te ponga trabas para que recaudes algo por otro lado. Porque eso yo lo viví, ¿eh?: cuando salí campeón, en México '86, gané 33.000 dólares, ¡33.000 dólares! Mientras mi amigo Ciro Ferrara, en Italia '90, salió tercero en la Copa del Mundo que organizaba su país y ganó ¡220.000 dólares! O sea, paremos la mano acá: yo quiero la gloria, dámela, pero no me metan la mano en el bolsillo, querido. Y eso hizo Passarella, que cuando asumió de técnico tomó dos medidas fundamentales: hacerles cortar el pelo a los jugadores y echarle la culpa de todas las derrotas a las gorritas con publicidad y a los contratos con la televisión. Si eso no es meterle la mano en los bolsillos a los jugadores, ¿qué es? Es decir, dejó que la AFA tomara medidas para que el plantel ganara menos. Mientras tanto, eso sí, él tenía un contrato de la puta madre y los jugadores casi tenían que pagarse los pasajes cuando viajaban desde el exterior
Passarella dijo:
¡Basta de gorrito, basta de publicidad, basta de pelo largo!,
como si las gorritas jugaran a la pelota, como si él no hubiera salido campeón del mundo gracias a Mario Kempes, que tenía una melena que le llegaba a la cintura.
A mí me dio mucha pena que, por mi culpa, porque decían que yo era el símbolo de todos los desarreglos del fútbol argentino, lo eligieran a él como técnico, como sinónimo de disciplina y de orden. ¿¡De disciplina y de orden, Passarella!? ¡Por favor! En una de ésas, disciplina y orden es untar con mierda los picaportes en las concentraciones, para divertirse con los compañeros... ¡Eso es el orden y la disciplina de Passarella!
Si yo tuviera que elegir a un técnico para que me dirija, me quedaría con el Flaco Menotti. Por sabiduría... Las cosas que él decía a mí me pasaban. Te hablaba y te quedabas mudo, y salías a la cancha y te sentías orgulloso de lo que intentabas hacer.
Y Bilardo... Carlos es como un padre para mí. Alguna vez dije que me gustaría que mis hijas tuvieran sus principios. Me ayudó mucho y nunca voy a terminar de agradecerle que confiara en mí como confió: fue decisivo para mi carrera.
Eso sí: siempre tuvo una actitud, más allá de lo futbolístico, que a mí nunca me gustó. Nunca dejó que ganaran plata los demás, los que estaban con él. Se le fue Pachamé, se le fue Echevarría... ¡y toda la plata para él! El propio Echevarría, que era su mano derecha y una de las personas más buenas que yo conocí en el fútbol, necesitó que Basile le diera una mano, que se lo llevara al Atlético de Madrid cuando el Profe, pobre, ya estaba muy enfermo.
Y otra cosa: tampoco me quiso explicar nunca, nunca —y yo lloré mucho por eso— por qué lo dejó a Valdano afuera del Mundial de Italia. Porque yo, ¡yo!, le fui a pedir a Valdano que intentara el regreso, después de su hepatitis, y se retirara del fútbol como lo que es, un grande, ¡un grande de verdad! Yo se lo pedí delante de Jorgito, su hijo. Y yo sentí que los traicioné a los dos cuando Bilardo lo dejó afuera... Sé que hay muchas sospechas, sé que a Valdano lo relacionaban con mis reclamos gremiales desde México '86, cuando juntos denunciamos que era criminal jugar al mediodía sólo porque la televisión lo pedía. Pero a mí me dijeron que Valdano no rendía, eso me dijeron. Y nosotros teníamos lesionados a dieciocho, ni yo podía jugar. Lo único cierto es que por alguna razón Valdano no tenía que estar en aquel plantel y yo nunca pude enterarme de la verdadera historia.
Eso es lo único que me duele en el balance de mi relación con Bilardo. Como con Menotti me duele que me haya robado el orgullo de jugar el Mundial 78. Pero, igual, al Narigón lo quiero como a un padre y al Flaco lo admiro.
Ninguna de esas dos cosas, por supuesto, puedo decir de Joáo Havelange. Es otro tipo con el que nos separamos al nacer. Orígenes distintos, relación imposible, por más que él diga que me quiere como a un hijo, a un nieto, a un bisnieto... No le creo nada. Nada. El solo, con su historia, me dio la oportunidad de definirlo con pocas palabras, como a mí me gusta hacerlo cuando me cruzo con alguien que no me gusta nada de nada: fue jugador de waterpolo... Me la dejó picando, en la línea, la toqué de rabona para meterla: "Perdón, don Joáo, ¿waterpolo? ¿Y entonces por qué no es presidente de esa federación en vez de la nuestra". Claro, era la voz de un futbolista, y la voz de un futbolista, en la FIFA, no vale un mango. Si lo nuestro empezó al nacer, creció en México, cuando ellos, que estaban en palcos con aire acondicionado o con negros abanicándolos, nos hacían jugar al mediodía... Ojo, aquello no era Fiorito, ¿eh?, era mucho mucho peor. Y lo que no terminaba de cazar el cabeza de termo de Havelange era que yo no quería ni quiero arruinarle el negocio, ¡no! Al contrario... Pero quería que entendiera, sí, que la clave de todo ese negocio, de todo ese espectáculo, éramos nosotros, los jugadores. Y eso es lo que voy a seguir intentando desde nuestro sindicato: que nos escuchen.