Viaje alucinante (3 page)

Read Viaje alucinante Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Viaje alucinante
6.18Mb size Format: txt, pdf, ePub

–¿La doctora Boranova? –Morrison, confuso, no pudo pensar en nada mejor que repetir como un loro.

El rostro de Ródano no perdió nada de su amabilidad.

–Exactamente. La conocemos muy bien. No la perdemos de vista siempre que está en los Estados Unidos.

–Habla usted como en los viejos tiempos –masculló Morrison.

–En absoluto. –Y Ródano se encogió de hombros–. Ahora no hay peligro de guerra nuclear. Somos correctos unos con otros, la Unión Soviética y nosotros. Cooperamos en el espacio. Tenemos una cooperativa minera estacionada en la luna y libertad de entrada en las colonias espaciales de cada uno. Eso es «los buenos nuevos tiempos» Pero, doctor, algunas cosas no cambian del todo. No perdemos de vista a nuestros correctos compañeros, los soviéticos, para tener la seguridad de que siguen siendo virtuosos. ¿Por qué no íbamos a hacerlo? Tampoco ellos nos pierden de vista.

–Al parecer, tampoco me pierden de vista a mí –contestó Morrison.

–Pero estaba usted con la doctora Boranova. No podíamos dejar de verle.

–Puedo asegurarle que no volverá a ocurrir. No tengo intención de encontrarme de nuevo cerca de ella si puedo evitarlo. Es una loca.

–¿Literalmente?

–Le doy mi palabra... Mire, en lo que a mí se refiere, nada de lo que ella y yo hablamos, es secreto. Me creo en libertad de repetir lo que me dijo. Está metida en un proyecto de miniaturización.

–Hemos oído hablar de ello. Tienen una ciudad especial, en los Urales, dedicada a experimentos de miniaturización.

–¿Sabe usted si han logrado algo?

–Nos lo preguntamos.

–Ha tratado de convencerme de que sí, de que han conseguido llegar a producir verdadera miniaturización.

Ródano no dijo nada.

Morrison, que había esperado un instante para dejarle comentar, añadió:

–Pero eso es imposible, se lo digo yo. Científicamente imposible. Debe darse cuenta o, como su campo de especialidad es el de las lenguas eslavas, y economía, acepte mi palabra.

–No tengo por qué hacerlo, amigo mío. Hay muchos otros que dicen que es imposible, no obstante, seguimos preguntándonoslo. Los soviéticos son libres de jugar con la miniaturización, si así lo desean, pero lo que nosotros no queremos es que la consigan. A menos que nosotros también la consigamos. Después de todo, ignoramos a qué uso podrían dedicarla.

–¡A ninguno! ¡A ninguno! –exclamó Morrison enfurecido–. Es inútil preocuparse por ello. Si nuestro Gobierno no quiere realmente que la Unión Soviética adelante excesivamente en tecnología, debería animar esta locura de la miniaturización. Dejen que los soviéticos se gasten el dinero con ella. Dinero, tiempo y materiales, y que concentren cada átomo de su pericia científica en ello. Todo será un desperdicio.

–No obstante –insistió Ródano–, no creo que la doctora Boranova sea una loca o una imbécil, como tampoco creo que lo sea usted... ¿Sabe en lo que pensaba mientras los contemplaba enfrascados en su conversación en el banco del parque? Me dio la sensación de que ella necesitaba su ayuda. Quizá pensaba que con sus teorías sobre Neurología podría ayudar a impulsar la miniaturización soviética. Las peculiares teorías de ambos podrían sumarse y producir algo que no tenga nada de peculiar. Bueno, así lo pienso.

Morrison apretó los labios.

–Ya le he dicho que no tengo secretos que guardar, así que le digo que tiene razón. Como usted dice, quiere que vaya a la Unión Soviética y la ayude en su proyecto de miniaturización. No voy a preguntarle cómo se ha enterado usted, pero no creo que lo haya adivinado al azar y no intente persuadirme de que es así.

Ródano se limitó a sonreír y Morrison prosiguió:

–En todo caso, le dije que no. Me negué, absolutamente. Me levanté y me fui, al instante..., y de prisa. Me vio hacerlo. Es la pura verdad. Habría informado de ello si hubiera dispuesto de un margen de tiempo para hacerlo. Y, como ve, se lo digo a usted ahora. Tampoco hay ninguna razón para que no me crea porque, dadas las circunstancias, no iba a tomar parte en un proyecto que es absolutamente insensato. Incluso si quisiera trabajar en contra de mi país, y éste no es el caso, soy lo suficientemente científico para meterme en algo tan locamente descabellado como trabajar en un proyecto sin futuro. Lo mismo podría estar trabajando en una máquina de movimiento perpetuo, o en la antigravedad, o en los viajes más veloces que la luz o en... –Estaba sudando copiosamente.

Ródano lo interrumpió con voz suave:

–Por favor, doctor Morrison, nadie pone en duda su lealtad. Por lo menos, yo no. No estoy aquí porque me perturbe el que haya sostenido una discusión con la mujer rusa. Estoy aquí porque teníamos motivos para creer que se acercaría a usted y temimos que le hiciera caso.

–¿Cómo?

–Compréndame, ahora, doctor Morrison. Por favor, compréndame. Desearíamos sugerirle, en realidad lo deseamos mucho, que se fuera usted a la Unión Soviética con la doctora Boranova.

Morrison se quedó mirando a Ródano, pálido, con el labio ligeramente tembloroso. Se apartó el pelo con la mano derecha y preguntó:

–¿
Por qué
quiere usted que me vaya a la Unión Soviética?

–Yo, personalmente, no. Lo quiere el Gobierno de los Estados Unidos.

–¿Por qué?

–La razón es obvia. Si la Unión Soviética está dedicada a los experimentos de miniaturización, nos gustaría saber de ello tanto como fuera posible.

–Tiene a Madame Boranova. Debe saber mucho sobre ello. Cójanla y sáquenselo.

–Sé que habla en broma –suspiró Ródano y prosiguió–: Hoy día no se puede hacer semejante cosa. Lo sabe de sobra. La Unión Soviética respondería al instante de la forma más desagradable y la opinión mundial se pondría de su parte. Así que no perdamos más tiempo con semejantes bromas.

–De acuerdo. Coincido con usted que no se puede hacer nada tan salvaje. Supongo que disponemos de agentes intentando descubrir los detalles.

–Ésa es la palabra justa, doctor,
intentando
. Tenemos nuestros agentes en la Unión Soviética, por no hablar de un equipo de espionaje sofisticado, tanto en tierra como en el espacio, lo mismo que ellos tienen sus agentes aquí. Pero si ellos y nosotros somos buenísimos rebuscando sin ruido, también somos muy buenos guardando secretos. Quizá la Unión Soviética sea mejor que nosotros. Incluso no estando en lo que usted llama los «viejos malos tiempos», la Unión Soviética no es aún una sociedad abierta, como la entendemos nosotros, y han tenido más de un siglo de práctica en esconder las cosas.

–Entonces, ¿qué es lo que esperan ustedes de

?

–Usted es diferente. El agente habitual es enviado a la Unión Soviética, o a alguna región en donde la Unión Soviética opera, bajo una cobertura que podría ser penetrada. Él, o ella, debe introducirse en un lugar donde no es realmente bien recibido y conseguir recoger información que es secreta. Esto no es fácil. Él, o ella, no suele tener éxito y él, o ella, suele ser descubierto, lo que siempre es desagradable para todos. Pero, en
su
caso, le
reclaman
; se comportan como si le
necesitaran
. Le situarán en el propio corazón de sus instalaciones secretas. ¡Qué oportunidad la suya!

–Pero sólo me han pedido que fuera en estas dos últimas horas. ¿Cómo sabe usted tanto acerca de esto?

–Hace ya cierto tiempo que se interesan por usted. Una de las razones por la que me decidí a hablarle dos años atrás, es porque ya entonces parecían interesarse por usted, y nos preguntábamos por qué sería. Así que para cuando se han decidido a actuar, ya estábamos preparados.

Los dedos de Morrison tamborilearon en el brazo del sillón, haciendo un ruidito rítmico.

–Pongamos esto en claro –observó–. Tengo que aceptar ir a la Unión Soviética con Natalya Boranova, supuestamente a la región donde figura que trabajan en miniaturización. Tengo que pretender ayudarles...

–No necesita pretender nada –interrumpió Ródano–. Ayúdelos, si puede hacerlo, especialmente si con ello llega a conocer mejor el proyecto.

–Está bien, los ayudo. ¡Y después les entrego a ustedes la información que tenga cuando regrese!

–Exactamente.

–¿Y qué si no hay tal información? ¿Si todo el montaje no es más que una gigantesca baladronada o si se están engañando a sí mismos? ¿Y qué, si están siguiendo una especie de Lisenko hacia un agujero vacío?

–Pues
cuéntenoslo
. Nos encantaría saberlo..., siempre que sea cuestión de
saber
, no de imaginar. Después de todo, estamos prácticamente seguros de que los soviéticos tienen la impresión de que nosotros estamos progresando en la antigravedad. Puede que sí o puede que no. No están seguros y no vamos a dejar que lo descubran. Puesto que no pedimos a ningún científico soviético que venga a ayudarnos, no les facilitamos la entrada. Por cierto, se dice que los chinos están trabajando en el viaje más veloz que la luz. Curiosamente, ha mencionado usted ambas cosas como teóricamente imposibles. Sin embargo, no he oído hablar de nadie que trabajara en el movimiento perpetuo.

–Éstos son juegos a los que se dedican las naciones –dijo Morrison–. ¿Por qué no hay cooperación en ambas cosas? Parecemos estar de nuevo en los viejos malos tiempos.

–No del todo. Pero estando en los nuevos buenos tiempos no quiere decir que estemos en la gloria. Siguen existiendo restos de sospecha y hay todavía deseos de dar un gran paso hacia delante antes de que alguien más lo haga. Puede que sea una buena cosa. Si nos vemos empujados por motivos egoístas de engrandecimiento, siempre y cuando esto no nos conduzca a la guerra, podríamos progresar rápidamente. Dejar de intentar robarle un adelanto a los vecinos y amigos, puede reducirnos a la indolencia y la decadencia.

–Así que, si voy y estoy eventualmente en situación de asegurarle, con toda autoridad, que los soviéticos perforan en vacío o que en realidad están haciendo progresos en tal o cuál cosa, entonces estaré no sólo ayudando a los Estados Unidos sino a todo el mundo a seguir siendo vigorosos y progresistas..., incluyendo a la Unión Soviética.

Ródano movió la cabeza afirmativamente.

–Es un buen punto de vista.

–Tengo que reconocerles mérito –prosiguió–. Como artistas son ustedes muy inteligentes. No obstante, yo no pico. Favorezco la cooperación entre naciones y no pienso jugar a esos peligrosos juegos del siglo XX, en nuestro racional XXI. Dije a la doctora Boranova que no iba a ir y ahora le digo a
usted
que no voy a ir.

–¿Se da cuenta de que es su Gobierno el que se lo pide?

–Lo que yo sé es que
usted
me lo pide y yo se lo niego a
usted
. Pero si casualmente representara usted el punto de vista del Gobierno, entonces estoy igualmente dispuesto a decir que no al Gobierno.

Y Morrison siguió allí sentado, sofocando, con la barbilla levantada. Su corazón latía rápidamente y se sentía heroico. «Nada me hará cambiar de opinión –pensaba–. ¿Qué pueden hacerme? ¿Meterme en la cárcel? ¿Para qué? Tienen que poder acusarme de algo»

Esperó a que el otro se enfureciera. Que le amenazara.

Ródano se limitó a contemplarle con expresión de tranquilo desconcierto. Por fin preguntó:

–¿Por qué se niega, doctor Morrison? ¿Es que no tiene sentimientos patrióticos?

–Patriotismo, sí. Locura, no.

–¿Por qué locura?

–¿Sabe lo que se proponen hacer conmigo?

–Dígamelo.

–Se proponen miniaturizarme y meterme en un cuerpo humano para investigar el estado neurofísico de una célula cerebral, desde dentro.

–¿Y por qué querrían hacer eso?

–Según ellos para ayudarme en mi investigación, que también les ayudará a
ellos
. Pero le aseguro que no pienso someterme a tal experimento.

Ródano se rascó su escaso pelo, lo desbarató, pero rápidamente lo alisó de nuevo como si se sintiera ansioso por no enseñar demasiada calva rosada.

–No creo que esto deba preocuparle. Me dice que la miniaturización es lisa y llanamente imposible..., en cuyo caso no podrán miniaturizarle pese a sus intenciones y deseos.

–Realizarán
algún
experimento conmigo. Dicen que ya tienen la miniaturización, lo que significa que o son unos embusteros o están locos y, en cualquier caso, no estoy dispuesto a que jueguen conmigo..., ni para satisfacerlos a ellos, o a usted, o a todo el Gobierno americano.

–No están locos –afirmó Ródano–, y sea cual fuere su intención, saben perfectamente que les consideramos responsables del bienestar de un ciudadano americano invitado por ellos a su país.

–¡Gracias! ¡Gracias! ¿Y cómo les haría responsables? ¿Les enviaría una nota de protesta? ¿Retendría a uno de sus ciudadanos en represalia? Además, ¡ni que me fueran a ejecutar públicamente en la Plaza Roja! ¿Y qué si deciden que no me quieren devolver por si hablo de su trabajo de miniaturización? Sacarán lo que quieran de mí, sea lo que sea, y decidirán que el Gobierno americano no tiene por qué beneficiarse de cualquier conocimiento que yo haya adquirido de ellos. Así que arreglarán un pequeño accidente. ¡Lo sentimos! ¡Lo sentimos! Y ellos naturalmente, pagarán una indemnización a mi desconsolada familia y devolverán un ataúd envuelto en la bandera nacional. No, gracias. Yo no sirvo para misiones suicidas.

–Está dramatizando. Será un invitado. Les ayudará si puede y no necesita mostrarse ostentoso en cuanto a aprender cosas. No le pedimos que sea un espía; le agradeceremos cualquier cosa que pueda usted averiguar, más o menos inevitablemente. Lo que es más, tendremos gente por allá que tratará de no perderle de vista. Estamos dispuestos a que regrese usted sano y salvo...

–Si pueden –interrumpió Morrison.

–Si podemos –asintió Ródano–. No podemos prometerle milagros. ¿Nos creería si lo hiciéramos?

–Hagan lo que quieran, no es un trabajo para mí. Yo no soy tan valiente. No me propongo transformarme en un peón de una loca partida de ajedrez, con mi vida muy probablemente en juego, sólo porque
usted
, o el Gobierno, me lo piden.

–Se asusta innecesariamente.

–Nada de eso. El miedo representa su propio papel. Le mantiene a uno cauteloso y vivo. Hay un truco para mantenerse en vida cuando se es alguien como yo, se llama cobardía. Puede no ser admirable ser cobarde si alguien posee los músculos y la mentalidad de un toro, pero no es ningún crimen serlo para un débil como yo. Tampoco soy tan cobarde que se me pueda obligar a aceptar un papel de suicida simplemente porque temo revelar mi debilidad. Lo confieso alegremente. No soy lo bastante valiente para el papel. Ahora, márchese por favor.

Other books

Dead Matter by Anton Strout
Margaret St. Clair by The Best of Margaret St. Clair
Wolf Hunt by Armand Cabasson, Isabel Reid (Translator)