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Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

Velo de traiciones (35 page)

BOOK: Velo de traiciones
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Para entonces, Obi-Wan había llegado ya hasta Tiin y el otro Jedi.

—Son los androides —empezó a decir con un chorreo de palabras.

Tiin le calmó y le hizo repetir todo lo que Cohl les había contado. A continuación, el iktotchi se volvió hacia Ki-Adi-Mundi, Vergere y los demás.

—Situaos lo más cerca de Valorum que os sea posible. Obi-Wan, Ki y yo nos pondremos junto al pabellón de la Federación de Comercio. Los demás, dispersaos para poder desviar los disparos láser. Sed discretos, pero manteneos alerta.

—Maestro Tiin, ¿crees que la Federación de Comercio sospecha lo que se alberga entre ellos? —preguntó Obi-Wan mientras cruzaban la sala.

—No pueden sospecharlo. Sólo son agresivos en todo lo que se refiere a tratos comerciales. Si Havac ha infiltrado ese androide entre los demás, ha debido hacerlo sin que lo sepan los miembros de la Directiva.

—¿No deberíamos pedir a la delegación que haga salir a los androides, Maestro?

—La persona que esté vigilando puede decidir poner en marcha al androide. Y si eso sucede, parecerá que la amenaza somos nosotros y que los androides responden a ella disparando. Si hubiera tiempo haríamos que alguien abordase el carguero de la Federación para desconectar su ordenador central.

—¿Has luchado antes con esos androides, Maestro Tiin?

—Sólo sé que no tienen muy buena puntería, padawan. Obi-Wan frunció el ceño mientras corría.

—No creo que eso importe con trece de ellos disparando a la vez.

Apenas habían recorrido la cuarta parte del pasillo que accedía a las cabinas de los medios, cuando Boiny localizó a Havac por el pequeño panel de acero transparente situado en lo alto de la puerta.

Qui-Gon pegó la espalda a la pared del pasillo, dejando que Cohl se sostuviera por sus propios medios.

—¿Cuántos hombres hay dentro? —preguntó al rodiano.

—Havac, y puede que dos humanos más sentados a la derecha de la puerta.

Qui-Gon hizo un gesto hacia la palanca de apertura de la puerta.

—Prueba a ver.

Boiny posó una mano temblorosa en la palanca.

—Cerrada. —Miró hacia el panel de la pared—. Probablemente pueda interferir…

—Tengo un método más rápido —le interrumpió el Jedi.

Activó el sable láser e introdujo la brillante hoja en el mecanismo de la cerradura. El metal brilló rojo antes de empezar a fundirse, tiñendo el aire de un olor amargo. La puerta se abrió con un sonido chirriante.

Para entonces, Havac y sus compañeros ya estaban en pie con las pistolas en la mano. Una lluvia de disparos fue desviada por el arma de Qui-Gon, que éste mantenía erguida y movía a izquierda y derecha en gestos precisos. Los disparos desviados brillaron por toda la cabina, hiriendo dos de ellos a los hombres de Havac y derribándolos al suelo.

Un terror agudo hizo que Havac soltase la pistola. Cuando ésta caía, Qui-Gon usó la Fuerza para que el arma volara hasta él, guardándola luego en el cinto que le ceñía la túnica.

Havac se dejó caer en el asiento situado ante la consola, temblando de miedo y levantando las temblorosas manos por encima de la cabeza. Los dos piratas siguieron a Qui-Gon al interior de la cabina. Cohl calibró la situación y miró al Jedi.

—Me alegra no haber tenido que enfrentarme nunca a vosotros.

—Cohl —exclamó Havac con auténtico sombro.

—Ya lo sabe para la próxima vez, aficionado.

—¿Dónde está el control remoto del androide de combate? —le preguntó Qui-Gon a Havac.

Havac adoptó un aire de inocencia y perplejidad.

—¿Control remoto? No sé a qué se refiere.

Qui-Gon se acercó más a él.

—Ha infiltrado un androide entre los que trajo la Directiva de la Federación de Comercio. —Agarró a Havac y lo levantó de la silla, sosteniéndolo contra el ventanal de la cabina—. ¿Dónde está el control remoto?

Havac se aferró en vano a la mano del Jedi.

—¡Basta! ¡Bájeme y se lo diré!

Qui-Gon lo bajó hasta la silla.

—Lo tiene nuestro tirador —dijo, mordiéndose el labio.

—Sé a quién se refiere —comentó Cohl—. Es un francotirador.

—¿Dónde está? —continuó el Jedi mirando a Havac.

—En las pasarelas —farfulló, apartando la mirada.

Qui-Gon miró a Cohl, tomando una decisión.

—¿Está lo bastante bien como para quedarse con estos tres mientras su socio y yo buscamos a ese tirador?

Cohl se sentó en una de las sillas.

—Creo que encontraré fuerzas para ello.

El Jedi le entregó la pistola de Havac. Empezó a decir algo, pero se contuvo y volvió a empezar, señalando a los dos hombres heridos.

—Enviaré a un equipo médico.

—No hay prisa —respondió Cohl.

Cuando Qui-Gon y Boiny desaparecieron por la puerta, Cohl miró ominosamente a Havac.

º º º

Los trompetistas hicieron una breve pausa e iniciaron la segunda fanfarria.

Los músicos llevaban ya una estrofa cuando un paje humano se acercó a la tribuna de la Federación de Comercio y preguntó por el virrey Gunray. El kuati de la delegación dirigió al paje al otro extremo de la curvada mesa de la Directiva.

Gunray contempló con aprensión palpable cómo se le acercaba el paje.

—Siento interrumpir, virrey —empezó a decir el paje en básico, subiendo la voz lo bastante como para ser oído por encima de las trompetas—, pero parece ser que hay algún problema con su lanzadera. El control del espaciopuerto de Eriadu necesita hablar enseguida con usted.

El gesto de irritación de Gunray alargó aún más su ya prominente mandíbula inferior.

—¿No puede esperar a que concluya la Cumbre?

—Le pido disculpas, virrey, pero es una cuestión de seguridad —contestó, negando con la cabeza—. Le aseguro que sólo le ocupará unos momentos de su tiempo.

El kuati, que había estado al tanto de la conversación, hizo girar su silla para mirar de frente a Gunray.

—Vaya a ocuparse de ese asunto. Si tiene usted suerte, no tendrá que soportar el discurso de apertura del canciller supremo Valorum.

Lott Dod se puso en pie cuando Gunray se disponía a irse.

—¿Debo quedarme en su ausencia, virrey?

Gunray lo pensó un momento, negando luego con la cabeza.

—Acompáñeme. Usted es más hábil que yo a la hora de enfrentarse a las normativas y los tecnicismos. Pero, démonos prisa, senador. No quiero perderme la Cumbre más tiempo del necesario.

Capítulo 33

Q
ui-Gon y Boiny corrían a cien metros sobre el suelo de la sala de reuniones, por el laberinto de pasarelas, viguetas y ménsulas que iban de pared a pared en la parte superior del edificio.

El bramido marcial de las trompetas reverberaba en los curvados muros, falseando el sonido. La luz del sol se tornaba de colores por la enorme cristalera del centro de la cúpula.

Las pasarelas que sobresalían de las paredes o estaban suspendidas del techo eran de suelo calado con barandillas tubulares y lo bastante anchas como para dejar pasar a un ser humano de tamaño normal. A intervalos regulares, sobre todo en la intersección de dos pasarelas, había plataformas que permitían al personal de mantenimiento ocuparse de las baterías de focos o altavoces.

Había innumerables lugares en los que podría esconderse un francotirador solitario armado con un control remoto o con un arma láser.

Qui-Gon y Boiny no tardaron mucho en encontrar al primer agente de seguridad. Éste les apuntó con una pistola cuando se acercaron a él y exigió saber qué asuntos los llevaban hasta allí.

El Jedi se lo explicó en las menores palabras posibles, al tiempo que lo examinaba mediante la Fuerza para asegurarse de que su actitud de autoridad justificada era auténtica.

Desconcertado por la revelación, el agente conectó su comunicador y notificó a los agentes cercanos que volvieran a comprobar los documentos de todos los que estuvieran en los pasillos y plataformas, por mucho que sus placas identificativas los calificaran como técnicos o compañeros agentes. Al mismo tiempo, ordenó que se cerraran todas las entradas al pasillo circular que daba acceso a las cabinas.

Momentos después, un grupo adicional del personal de seguridad se unía a Qui-Gon, Boiny y el agente. Se dividieron en tres grupos para peinar las pasarelas.

Qui-Gon y Boiny se apartaron del perímetro para concentrarse en las pasarelas situadas sobre el suelo de la sala. Justo debajo de ellos estaban las dos líneas de trompetistas y tambores.

Llegaron a otro cruce y se separaron.

Buscando con sus sensaciones, Qui-Gon se movió con cuidado hacia la siguiente plataforma.

Un agente de seguridad apareció ante él, acunando un rifle láser entre los brazos.

—Me han informado mediante el comunicador —dijo—. En la siguiente plataforma hay dos técnicos. Sugiero que empecemos por ellos.

El agente se apartó para dejar pasar a Qui-Gon. Éste echó a correr, pero la Fuerza lo detuvo en seco.

Empezó a darse media vuelta.

—¡Jedi! —gritó alguien.

Qui-Gon terminó de girar y vio a Boiny corriendo hacia él. El agente de seguridad estaba entre ellos, con el rifle láser cruzado sobre el pecho.

—Ése es… —dijo Boiny señalando al agente.

Éste miró a Qui-Gon.

—Está conmigo… —empezó a decir el Jedi.

El agente se agachó y disparó, acertando a Boiny en el centro del pecho y haciéndole retroceder por la pasarela. A continuación se volvió hacia Qui-Gon, sin dejar de disparar.

Qui-Gon sacó el sable láser, pero la andanada de disparos se había liberado con tal rapidez y precisión que apenas pudo desviarlos todos. Dos de ellos franquearon su arma, rozándole el brazo izquierdo y la pierna derecha.

Se tambaleó ligeramente.

Un trío de agentes atraído por los disparos apareció por el mismo lugar por el que había aparecido Boiny. El tirador sacó una segunda arma de una cartuchera del hombro y disparó contra los agentes, hiriendo a dos de ellos.

Qui-Gon desplazó la hoja de su arma para que desviase los disparos hacia ambos lados, en vez de hacia el tirador, por miedo a herir a alguno de los refuerzos. Pero los agentes ya devolvían el fuego, mostrando pocos miramientos por la situación de Qui-Gon.

El francotirador era increíblemente rápido con sus manos y con su cuerpo al esquivar los disparos y lanzarse de un lado al otro de la estrecha pasarela, mientras su armadura corporal absorbía los pocos disparos que conseguían llegar hasta él.

Qui-Gon saltó hacia adelante, moviendo horizontalmente el sable láser y cortando los dos soportes verticales de la pasarela.

A continuación lo movió hacia abajo para cortar los puntales que sujetaban la plataforma.

De pronto, las dos secciones de la cortada pasarela se inclinaron, enviando el uno contra el otro al Jedi y al francotirador, y hacia la creciente separación entre los dos extremos de la plataforma.

Un chillido brotó de la garganta del tirador. Resbaló en el suelo y empezó a deslizarse por la abertura, disparando ambas armas contra Qui-Gon mientras caía.

En el breve silencio que insertaron los músicos entre la segunda y la última fanfarria, se oyó un rumor de voces asustadas.

Valorum se sentaba envarado en el centro de la tribuna dedicada a Coruscant, no muy seguro de qué había podido provocar esos gritos hasta que vio a Sei Taria, llevándose una mano a la boca, mientras señalaba al techo de la sala con la otra.

En el laberinto de pasarelas situado bajo la claraboya de la cúpula brillaban y se entrecruzaban disparos bajo la tintada luz. Otros rebotaban contra la hoja verde de un sable láser. Las chispas llovieron como una bendición sobre trompetistas y tambores.

Sei gritó.

Los Maestros Adi Gallia y Vergere avanzaron con las espadas extendidas. Entonces una figura se precipitó desde una de las pasarelas.

º º º

La Directiva contemplaba boquiabierta el tiroteo de las elevadas pasarelas. Al mismo tiempo, en el suelo, tres Jedi y varios judiciales se movían rápida y subrepticiamente en dirección a su tribuna.

El kuati examinó la distancia que separaba el suelo del techo.
¿Habría sido la Cumbre un truco para apresar a la Directiva?
, se preguntó.
¿Tan osada sería la República como para atacarlos en público?

Los androides de seguridad habían pasado de su postura de firmes a otra de atención, con el cuerpo ligeramente agachado, los brazos doblados y la pierna izquierda extendida hacia atrás. Estaban programados para responder a una orden de cualquiera de los miembros de la Directiva, o al menos a retransmitir cualquier orden suya al ordenador central situado a bordo de la nave de la Federación, pero respondían sobre todo a los neimoidianos.

El asiento del kuati giró buscando al virrey Gunray, dándose cuenta de que aún no había regresado. Sin saber qué hacer, se volvió hacia uno de sus ayudantes.

—Activad el campo de fuerza.

El ruido de los disparos y los gritos de pánico llegaron hasta la cabina de Havac. Allí, Cohl, sentado en una silla y apuntando a su prisionero, oyó cómo se ponía en marcha la holocámara y que Havac desviaba la vista hacia ella.

—¿Tengo razón al suponer que pretende matarme? —preguntó Havac—. Después de todo, matar es lo que mejor sabe hacer.

—Usted lo hace bastante bien para ser un principiante.

Havac lanzó un bufido desdeñoso.

—Estoy dispuesto a morir por mi causa, capitán.

—Puede que sea así, pero yo no pienso concederle ese privilegio. Va a morir por matar a Rella. Y además, su causa está perdida.

—¿Usted cree? —repuso, volviendo a mirar a la cámara.

Cohl hizo un gesto hacia el ventanal de acero transparente.

—¿Oye esos disparos? El Jedi ha encontrado a su francotirador, el que controla el androide. Valorum está fuera de peligro. En cualquier caso, tampoco era un plan muy inteligente, en vista de que Valorum pretende desmantelar la Federación de Comercio, igual que usted.

—Sigue sin ver la realidad —dijo Havac con una carcajada—. Está usted demasiado viejo para este juego. ¿Qué le hace pensar que íbamos a por Valorum?

Cohl dejó de sonreír.

Haciendo muecas por el dolor se obligó a levantarse de la silla y cojear hasta el ventanal. El tiroteo había provocado el caos en la sala. Los miembros de la Directiva de la Federación de Comercio estaban en pie tras su curvada mesa, rodeados de sus androides de seguridad, a salvo tras un invisible campo de fuerza.

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