Una Discriminacion Universal (16 page)

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Authors: Javier Ugarte Perez

BOOK: Una Discriminacion Universal
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Ya se ha mencionado la lectura tan peculiar y sesgada que había hecho López Ibor del informe Kinsey, respecto a la homosexualidad masculina, en las
Lecciones de Psicología Médica.
Una lectura similar se halla en todas las ediciones de
El libro de la vida sexual.
De este modo, ante la pregunta retórica de «¿cuál es la difusión que en nuestros tiempos alcanza la homosexualidad?», él mismo se responde:

Kinsey y su escuela encuentran que un 50% de la población es heterosexual y
un 45% exclusivamente homosexual, quedará pues un 5% con ambivalencia erótica (1968b, p. 568; 1980, p. 435. La cursiva es nuestra).

En ese mismo tono de trivialidad, López Ibor refiere a los lectores de
El libro de la vida sexual
los resultados de una encuesta efectuada en Barcelona por dos abogados, a quienes concede más crédito que al propio Alfred Kinsey. La cita es de sobra elocuente y no precisa de ningún comentario:

de una encuesta realizada en 1966 en Barcelona, por Lidia Falcón y Eliseo Bayo
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, con una muestra que comprendía 100 varones, entresacamos estas dos preguntas:

¿Le han propuesto la homosexualidad?


No contesta, 3%.


Sí, 18%.


No, 79%.

¿Ha tenido alguna experiencia de este tipo?


No contesta, 1%.


Sí, 8%.


No, 91%.

Creemos que estas cifras son más reales que las que nos da el rapport Kinsey y especialmente tienen el indiscutible mérito de revelarnos una incógnita mantenida largo tiempo por impenetrables tabús (1968b, p. 568; 1980, p. 435).

En cuanto a la terapéutica, López Ibor no mantiene siempre la misma opinión. Así, entiende que «la curación de esta desviación sexual no es imposible» (1968b, p. 572), mientras que unos años más tarde declara que «la curación de esta desviación sexual es imposible» (1980, p. 437). No obstante, según él, tanto el psicoanálisis como la «psicoterapia antropológica» estarían indicados como métodos de tratamiento, ya que «ofrecen posibilidades de ayuda» (1968b, p. 572; 1980, p. 437).

En
El libro de la vida sexual
también se alude al reiterado dilema de si la homosexualidad es una enfermedad o un delito, ofreciéndose una respuesta más próxima al modelo médico que la adoptada por Vallejo Nágera. Por su parte, López Ibor defiende que «los homosexuales deben ser considerados más como enfermos que como delincuentes». Esta condición de enfermos no eliminaba su condición de sujetos peligrosos, un prejuicio antihomosexual (Group for the Advancement of Psychiatry, 2000) que se revela en la siguiente afirmación: «debe la ley [la sociedad en la edición de 1980] no obstante protegerse especialmente del proselitismo que puedan desarrollar en colegios, cuarteles, asociaciones deportivas, etc.» (1968b, p. 568; 1980, p. 435). Cabe suponer que al exigir protección a la ley y a la sociedad contra el proselitismo de los homosexuales, López Ibor se estaba refiriendo, aunque de forma implícita, a la aplicación de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, que se venía gestando desde 1967. Curiosamente, en
El libro de la vida sexual
nunca se alude a la legislación española, ausencia tanto más sorprendente en las últimas ediciones, las de principios de los años 80, ya que la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, que contemplaba penas de cárcel para las relaciones homosexuales consentidas entre adultos, estuvo vigente desde agosto de 1970 hasta enero de 1979, en que la homosexualidad, en tanto que estado peligroso, fue eliminada por procedimiento de urgencia.

Ya se ha apuntado que, al compartir las características del régimen, la psiquiatría del franquismo era, entre otras cosas, simple, personalista y arbitraria (Casco Solís, 1995). Estos atributos se manifiestan claramente en el abordaje de la homosexualidad: mantenerla invisible, regresar a modelos médicos previos que la criminalizaban, ignorar a los autores de prestigio, manipular los resultados de los trabajos científicos reconocidos y, por último, desdeñar cualquier intento de desmedicalización (López Ibor, 1974)
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. Desde la perspectiva actual, se pueden añadir otras dos características a la psiquiatría de ese periodo: una homofobia visceral y unos profundos y arraigados prejuicios antihomosexuales.

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GAYS EN LA PICOTA. SU REPRESENTACIÓN EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Arturo Arnalte

Un historiador francés, especialista en el tránsito de la Edad Media a la Moderna en España, utilizaba a veces un servicio público, hoy desaparecido, en la Plaza de la Cibeles, cuando era estudiante en Madrid, a finales de los años cincuenta. Siempre que entraba en el urinario público, le llamaba la atención un letrero que conminaba a los usuarios a «abandonar inmediatamente el lugar, una vez terminado el servicio». El joven hispanista, becado por su gobierno para cursar su especialidad en Madrid, no salía de su perplejidad, al no entender para qué querría nadie permanecer en una letrina bajo tierra una vez satisfechas las demandas de la naturaleza. Sólo mucho tiempo después descubrió su ingenuidad y entendió que el cartel conminatorio era una advertencia a los homosexuales para que no remolonearan en el lugar, ya que los servicios públicos eran uno de sus espacios tradicionales de encuentro en la época de la clandestinidad.

Para cualquier usuario del servicio, sólo la existencia de la prohibición inducía a la sospecha, y ésta a la certeza de que los homosexuales se conocían en ese tipo de espacios. La represión de una actividad, el remoloneo para contactar con semejantes, era paradójicamente el cartel anunciador de que esa misma actividad tenía lugar en ese preciso espacio. La negación se convertía en confesión y las autoridades franquistas, irónicamente, estaban señalando con un letrero luminoso un punto de encuentro para seres que estaban perseguidos y ofreciendo pistas a quienes tenían muchas dificultades para dar con otros que fueran como ellos.

Éste es un claro ejemplo del tratamiento que durante el franquismo recibió la homosexualidad. Su condena y la amenaza de castigar su práctica teman el doble efecto de censurar, excluir y marginar pero, a la vez, de publicitar su existencia a falta de otras vías. El escritor homosexual norteamericano Gore Vidal escribió que la representación negativa, angustiada y patética que las películas de Hollywood hacían de los homosexuales, quienes solían terminar siempre asesinados o suicidándose, era mejor que nada, porque, aunque los guionistas los condenaran a un trágico destino, los demás gays confirmaban en el patio de butacas que había otros como ellos, mientras que el silencio podía ser mucho más desolador
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.

El proceso de deshumanización

La homosexualidad en España quedó expresamente prohibida en la reforma de la Ley de Vagos y Maleantes de 1954. La modificación de la Ley no significaba que los homosexuales no fueran, desde el fin de la Guerra Civil, la diana de las iras de la policía, la medicina y la Iglesia. El franquismo se ensañó con gays y lesbianas en varios frentes. En lo penal, la homosexualidad era punible con una estancia en la cárcel de tres meses a tres años —ya fuera en las colonias agrícolas penitenciarias, en las galerías de invertidos de las prisiones modelo, o en las cárceles de Badajoz y Huelva, que a partir de 1970 se «especializaron» en albergar internos homosexuales—.

En el terreno de la medicina, la homosexualidad mantuvo siempre su consideración de enfermedad. En la prisión de Carabanchel, en Madrid, hubo un Centro de Observación de presos homosexuales a cargo de tres médicos que publicaron un estudio sobre la homosexualidad basado en sus conclusiones
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; en la calle, había numerosos psiquiatras que ofrecían curaciones a base de terapias conductistas, de las que la más extrema era torturar con descargas eléctricas al homosexual cada vez que sintiera deseo carnal. La Iglesia, por su parte, consideraba al homosexual como un pecador, cuya única salvación del fuego eterno estribaba en abstenerse de satisfacer su deseo. Esa triple vía de condena, que justificaba la marginación y castigo de la homosexualidad porque era a la vez delito, pecado y enfermedad, contaba con un elemento indispensable para asegurarse la complicidad mayoritaria de la sociedad: los medios de comunicación. Diarios, revistas de humor gráfico, cine, teatro, televisión, libros, y hasta los carteles de los servicios públicos, cumplieron un papel decisivo para que la represión se llevara a cabo sin afectar a la sensibilidad de la opinión pública.

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