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Authors: Javier Ugarte Perez
Siguiendo esta línea, no resulta extraño que Valentín Pérez Argilés, catedrático de medicina legal de la Universidad de Zaragoza, publicara unas
Lecciones de psiquiatría
(Pérez Argilés, 1941) al poco de acabar la Guerra Civil. En el prólogo de esta obra, en relación con el solapamiento entre ambas disciplinas y la escasa implantación académica de la psiquiatría, el autor alegaba que «los titulares de Medicina legal nos vemos precisados a simultanear la exégesis de las Psiquiatrías clínica y forense, y así tendrán que continuar las cosas, en tanto no sea creada una cátedra de Psiquiatría en todas las Facultades de Medicina» (1941, p. 5). Cabe recordar que aún faltaban unos años para que se creara una cátedra de psiquiatría en la España de la posguerra, cátedra que sería ocupada en 1946 por el psiquiatra militar Antonio Vallejo Nágera. En este mismo prólogo, Pérez Argilés, refiriéndose a la psiquiatría, se lamentaba en estos términos: «en nuestra Patria —no obstante la meritísima labor de algunos— no ha llegado a existir una figura formadora de escuela en esta rama del saber, al modo de lo ocurrido respecto a la Histología, Endocrinología, etc.» (1941, p. 5). Evidentemente, obviaba a figuras de la talla de Emili Mira López (1896-1964), de Francesc Tosquelles Llauradó (1912-1994) o de Gonzalo Rodríguez Lafora (1886-1971), quienes, junto con toda una generación de psiquiatras leales a la República, se vieron forzados al exilio tras la Guerra Civil (Guerra, 2003). En las
Lecciones de psiquiatría,
Pérez Argilés apenas alude a la homosexualidad, ni tan siquiera para incluirla entre las enfermedades mentales o los trastornos de los instintos, a pesar de haber revisado —según afirma— «hasta un total de más de cuatrocientos trabajos» (1941, p. 6) de diferentes autores y orientaciones. La homosexualidad sí aparece mencionada, bajo el epígrafe de las psicopatías, en la clasificación de las enfermedades mentales que propone Pérez Argilés, siguiendo la nomenclatura de Kraepelin (1941, pp. 91-94). A lo largo de las
Lecciones de psiquiatría
, el autor alude, de forma muy somera, a las «perversiones instintivas» y a las «desviaciones de las tendencias normales». Define la perversión como «desviación de la norma en el sentido que fuere», si bien advierte que para los juristas la perversión se entiende «siempre en el sentido de maldad»; de ahí que no dude en afirmar que «en esta cuestión es donde más hondas diferencias han aparecido entre psiquiatras y juristas» (1941, p. 109). Finalmente, cuando plantea la profilaxis de las enfermedades mentales, remite a medidas eugenésicas drásticas como «la esterilización sexual de los individuos con taras hereditarias» (1941, p. 88), pero en ningún caso hace referencia explícita a los homosexuales entre los sujetos a los que se les debería aplicar estas medidas profilácticas.
Sin ninguna otra aportación al campo de la sexología, unos años más tarde, Pérez Argilés dedicó al tema de la homosexualidad el discurso de la sesión inaugural del curso académico de la Real Academia de Medicina de Zaragoza (Pérez Argilés, 1959). Se trata de un texto marcadamente retórico, aparentemente erudito, recargado de citas de autoridad y escrito para ser declamado en un acto académico solemne. En él se mezclan todo tipo de consideraciones: de la homosexualidad entre los animales a las penas impuestas por sodomía en el Fuero Juzgo o en las Partidas, pasando por el «ejercicio del vicio griego» en la Antigüedad y apuntando la altísima proporción de homosexuales hallados en Alemania e Inglaterra frente a «las proporciones muy reducidas» encontradas en España, sin dejar de lado el tratamiento de la 'inversión' en el viejo refranero español. También se incluye en el
Discurso
una invectiva en contra de aquellos que él denominaba «defensores de la homosexualidad», esto es, autores como Karl Ulrichs, Magnus Hirschfeld y, sobre todo, André Gide.
Del
Discurso,
cabe destacar ahora el apartado que Pérez Argilés titula «Configuración penal de la homosexualidad» (1959, pp. 25-26), ya que allí expone su carácter contagioso, comparándola con la tuberculosis:
los postuladores de la impunidad de la homosexualidad, a partir del Código de Napoleón, van aprovechando la evolución de las doctrinas médicas para fundamentar su postura, y así llegamos, en la etapa contemporánea inmediatamente precedente, al concepto de los llamados estados intersexuales, que parecen constituir una explicación satisfactoria del hecho homosexual. En tal momento se esgrime con fuerza el siguiente raciocinio: el homosexual no es responsable de su homosexualidad, como el diabético no lo es de su diabetes. La comparación viene avalada por tratarse de dos conceptos tomados igualmente del campo endocrinológico, según las teorías imperantes en el momento que se formuló; pero, cual otras comparaciones, adolece de falsedad parcial. En efecto, el diabético no ofrece peligro de contagiosidad. La comparación sería más justa si dijera: Tampoco el tuberculoso es culpable de su tuberculosis; pero tendrá una grave responsabilidad cuando por odio al resto de la Humanidad sana (dolo), o desinteresándose del riesgo de su contagiosidad (dolo eventual), o por ignorancia, etc. (culposamente), se dedique a la siembra de sus esputos bacilíferos (1959, pp. 25-26).
Según Pérez Argilés, al igual que el tuberculoso, el homosexual tendría una grave responsabilidad en la propagación de su 'enfermedad', por lo que supondría un peligro real para la sociedad. Peligro que unas veces —añade más adelante— será doloso («frecuente afán proselitista»), otras será un dolo eventual («cuando realiza sus conquistas sin preocuparse de la persona a la cual se dirige») y otras actuará de forma culposa («en las ocasiones que, de buena fe, crea dirigirse a un similar y sufra una equivocación»). Por ello, concluye: «la esencia del peligro social del invertido radica en su contagiosidad» (1959, p. 26). De paso, Pérez Argilés, sin citarlo, refutaba la etiología endocrina que postulaba Marañón en defensa de la despenalización de la homosexualidad; y, en una argumentación realmente original, redefinía y convertía la homosexualidad en una enfermedad contagiosa similar a la tuberculosis. Este carácter contagioso atribuido a la homosexualidad, en un discurso académico, resultaría decisivo cuando unos años más tarde se intentó legitimar, mediante argumentos científicos tomados de la psiquiatría y la medicina legal, la reforma de la Ley de Vagos y Maleantes, reforma que acabaría dando lugar a la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social promulgada en 1970. En efecto, Antonio Sabater Tomás, magistrado juez de vagos y maleantes, fue uno de los juristas más implicados en la elaboración del texto del anteproyecto de dicha ley. Autor de una voluminosa obra jurídica, se inspiró directamente en los planteamientos etiológicos de Pérez Argilés acerca de la homosexualidad y abogó por la defensa social ante el peligro cierto que suponían los homosexuales (Adam Donat, Martínez Vidal, 2006).
Mientras cursaba los estudios de medicina en Valladolid, Antonio Vallejo Nágera realizó prácticas en el manicomio de esta ciudad, y tal vez allí se despertase su interés por la psiquiatría. En 1918, se le nombró miembro de la comisión militar de la embajada española en Berlín que, en calidad de representante de un país neutral, debía visitar los campos de concentración donde se encontraban los prisioneros de la I Guerra Mundial. Durante su estancia en Alemania, y siguiendo sus preferencias por la psiquiatría, Vallejo visitó diversos manicomios y se relacionó con algunos profesionales de prestigio. En los años sucesivos, siguió una carrera ascendente: en 1928 fue admitido en la Academia Nacional de Medicina y en 1929 fue nombrado director del Sanatorio Psiquiátrico Militar de San José de Ciempozuelos. Poco después, proclamada ya la II República, accedió al cargo de profesor de psiquiatría de la Academia de Sanidad Militar (Vinyes Ribas, 2001). Con esta trayectoria académica, no resulta extraño que, antes de obtener la cátedra de psiquiatría de la Universidad Complutense de Madrid, ya hubiera publicado una extensa obra psiquiátrica. Diez años antes de acceder a la cátedra, se editó su libro
Propedéutica Clínica psiquiátrica
(Vallejo Nágera, 1936), y unos años más tarde el titulado
Tratamiento de las enfermedades mentales
(Vallejo Nágera, 1940), al que siguió el
Tratado de Psiquiatría
(Vallejo Nágera, 1944). En 1946 ocupó la cátedra; dos años después se publicaba la primera edición de las
Lecciones de Psiquiatría
, que se reeditaría en numerosas ocasiones (Vallejo Nágera, 1952)
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.
Dentro de la tendencia, que se observa en sus escritos, a ignorar la homosexualidad, las referencias más extensas a esta 'perversión' se hallan en el
Tratado de Psiquiatría.
Por ello nos limitaremos a analizar los apartados que se refieren a esta «inversión del instinto», que Vallejo define repitiendo palabra por palabra lo que ya había escrito en la
Propedéutica Clínica Psiquiátrica
unos años antes:
Desígnase con la denominación de uranismo la inversión del instinto sexual presupuesta una conformación normal de los órganos sexuales, denominándose pederastía la inversión sexual en el hombre y tribadismo o safismo la de la mujer. La homosexualidad puede ser activa y pasiva, adoptando el homosexual activo [sic] los vestidos, costumbres, gestos y ademanes de la persona del sexo contrario, por lo cual experimenta repugnancia para las relaciones sexuales normales (1936, p. 295; 1944, p. 213).
La homosexualidad se incluye en dos capítulos del
Tratado.
Aparece, en primer lugar, en el capítulo titulado «Trastornos del instinto sexual», con lo que el autor retrotrae la homosexualidad al campo de la perversión de los instintos y la sitúa en un terreno propio de la medicina decimonónica, obviando todos los cambios ocurridos en el ámbito de la sexología en las décadas precedentes (Cleminson, Vázquez García, 2000; Vázquez García, 2001)
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. El otro capítulo en el que se encuentran referencias a la homosexualidad es en el de las psicopatías. Para Vallejo los «psicópatas homosexuales» son, en su mayor parte, «deficientes mentales, o verdaderos enfermos mentales». En ellos, añade a continuación, «la tendencia homosexual es un síntoma accesorio» (1944, p. 1191). De este modo, Vallejo disentía de todo el discurso médico occidental, el cual, como ya hemos apuntado anteriormente, había ido construyendo, desde mediados del siglo XIX, no solamente una nueva enfermedad —la homosexualidad— sino un nuevo tipo de identidad social: la del homosexual moderno.
En cuanto a las causas de la homosexualidad, considera relevante el antecedente de un cuadro de encefalitis que no habría presentado secuelas neurológicas pero sí cambios del carácter y de la personalidad. Y, de esta manera, afirma:
Adquieren estos postencefalíticos todas las características propias de las personalidades psicopáticas: holgazanería, importunidad, mala intención, hábitos viciosos, amoralidad, tendencias cleptómanas, agresividad, vagabundeo, etc., impulsivos [sic]. Lo característico es la labilidad cinética y la tendencia a la acción, sin finalidad o con fines perversos. Son sujetos que se entremeten en todo, se hacen insoportables, es imposible el aprendizaje escolar o profesional, se permiten bromas groseras y pesadas con las personas mayores, importunan al médico con peticiones imposibles de satisfacer, propenden a la homosexualidad (1944, p. 834).
También considera posibles causas de índole psicoanalítica y sugiere, en relación a la sexualidad puberal, la posibilidad de una «homosexualidad de transición, que en un medio favorable, como sería un colegio religioso, podría prolongarse por más tiempo del normal» (1944, p. 1047)
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. En las
Lecciones de Psiquiatría
la homosexualidad no aparece como entidad nosológica independiente, sino como «síntoma accesorio» asociado a distintos trastornos:
• dentro de las oligofrenias: «el imbécil erético [...], que si es hombre, se entrega a la homosexualidad» (1952, p. 91).
• en el terreno de las psicopatías: «en la esfera instintiva los trastornos son graves, especialmente la precoz y perversa sexualidad, muchas veces tendencias homosexuales» (1952, p. 99).
• y finalmente, entre los síndromes paranoicos: «las ideas de alusión brotarían de remordimientos de conciencia (masturbadores, homosexuales) (1952, p. 179).
Ni en el
Tratado de Psiquiatría
, ni tampoco en las
Lecciones de Psiquiatría,
indica Vallejo Nágera cuál era el tratamiento que se les debía administrar a los homosexuales. Sin embargo, sí que había mencionado algunas de sus convicciones al respecto en dos obras anteriores, aunque utilizando argumentos contradictorios. Así, en
Higiene de la raza,
consideraba que ni la castración ni la «reglandulación» corregían las tendencias homosexuales (Vallejo Nágera, 1934, pp. 85-127). Pero, en cambio, en el
Tratamiento de las enfermedades mentales,
no dudó en señalar las tendencias psicopáticas sexuales entre las indicaciones de la esterilización. La eficacia de esta medida terapéutica, con la que se había obtenido «la total extinción del apetito genésico» (Vallejo Nágera, 1940, p. 26), se demostraría exclusivamente en el control de las perversiones y las exaltaciones de la libido de los psicópatas. En definitiva, Vallejo Nágera no ofrecía ninguna alternativa terapéutica y, al contrario que Marañón, que se había opuesto a la penalización de la homosexualidad, remitía a los juristas para el tratamiento de estos delincuentes:
aterra el estudio de estos casos monstruosos; infanticidas, violadores, homosexuales y pervertidos de todas las categorías, de manera que, en realidad, pierde poco la sociedad en privar del derecho a la paternidad a tales desechos de presidio. Mas no son los médicos ni los biólogos los que deben decidir sobre la sanción que corresponde a los delincuentes sexuales, sino los juristas, y a ellos endosamos el problema (Vallejo Nágera, 1934, p. 89; y 1940, p. 26).
En suma, Vallejo Nágera situaba al homosexual más próximo a la figura del delincuente que a la del enfermo. Esta actitud criminalizadora, que también podemos encontrar en los tratados de medicina legal de la época, suponía una regresión ante las ideas expuestas por Marañón veinte años antes, así como la invalidación del modelo médico de la sexualidad de su tiempo. Y, lo que es peor, con este abordaje de la homosexualidad se justificaba desde el magisterio universitario —recordemos que Vallejo fue durante años el único catedrático de psiquiatría en España— el internamiento indiscriminado de los homosexuales en los manicomios o en las cárceles y la obligatoriedad de seguir unos tratamientos inhumanos.