Una canción para Lya (7 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Una canción para Lya
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Pero estaba en paz. Todavía recordaba todo, y la manera en que lo había afectado, pero no le molestaba como lo había hecho antes. Sólo que ahora lamentaba que no estuviesen con él. Le apenaba que muriesen sin Unión Final. Casi como la mujer shkeen, ¿recuerdas? La del Encuentro, con su hermano…

—Lo recuerdo —dije.

—Así. Su mente también estaba abierta. Más que la de Kamenz, mucho más. Cuando campanilleaba, los niveles desaparecían, y todo ascendía a la superficie, todo el amor y el dolor, todo. Su vida entera, Robb. Compartí su vida entera con él, en un instante. Todos sus; pensamientos, también… ha visto las cavernas de la Unión… bajó allí, antes que se convirtiera. Y yo…

Más silencio, volcándose sobre nosotros y oscureciendo el coche. Nos acercábamos al límite de Shkeentown. La Torre se recortaba en el cielo delante nuestro, brillando al sol.

Las cúpulas y arcadas de la reluciente ciudad humana empezaban a dejarse ver.

—Robb —dijo Lya—. Para aquí. Quiero pensar un momento. ¡Vuelve sin mí. Quiero caminar un rato entre los shkeen!

La miré, frunciendo el ceño.

—¿Caminar? Hay un largo trecho hasta la Torre, Lya.

—Todo irá bien. Por favor, sólo quiero pensar un poco…

La leí. La niebla mental había vuelto, más densa que nunca, entrelazada con los colores del miedo.

—¿Estás segura? —dije—. Estás asustada, Lyanna. ¿Por qué? ¿Qué sucede? Los gusanos-devoradores están muy lejos.

Me miró, confusa.

—Por favor, Robb —repitió.

No sabía qué otra cosa hacer, así es que descendí.

Yo también pensé, mientras conducía de vuelta a casa. Acerca de lo que había dicho Lyanna, y leído, de Kamenz y Gustaffson. Me concentré en el problema que nos habían asignado para resolver. Traté de mantener a Lya aparte de él, y fuese lo que fuese que la molestara. Eso se resolvería por sí mismo, pensé.

De vuelta en la Torre, no perdí el tiempo. Fui directamente a la oficina de Valcarenghi.

Estaba solo, dictando a una máquina. La apagó cuando entré.

—Hola, Robb —dijo—. ¿Dónde está Lya?

—Allí fuera, caminando. Quería pensar. Yo también estuve pensando. Creo que tengo la respuesta.

Levantó las cejas, esperando.

Me senté.

—Encontramos a Gustaffson esta tarde, y Lya lo leyó. Creo que es evidente por qué se pasó. Era un hombre destrozado, en su interior, no importa cuánto sonriera. Greeshka le dio un fin a su dolor. Y había otro converso con él, un tal Lester Kamenz. Él también había sido muy miserable, un hombre patético y solitario que no tenía nada por lo cual vivir.

¿Por qué no se convertiría? Compruébelo en los otros conversos, y estoy seguro que hallará una regla. Los más perdidos y vulnerables, los fracasados, los aislados: ésos son los que se dirigirán a la Unión.

Valcarenghi asintió.

—De acuerdo, aceptaré eso —dijo—. Pero nuestros psicos adivinaron eso hace ya mucho tiempo, Robb. Sólo que no es una respuesta, no en realidad. Claro que los conversos en su conjunto han sido gente desorientada, no le discuto eso. Pero ¿por qué se orientaron hacia el Culto de la Unión? Los psicos no pueden responder a eso. Tome el caso de Gustaffson. Era un hombre fuerte, créame. Nunca lo conocí personalmente, pero conocía su historial. Tuvo algunos destinos duros, en general, a solicitud suya, y los dominó. Podría haber elegido la comodidad, pero no le interesaba. He sabido del incidente en Pesadilla. Es famoso, en un sentido deformado. Pero Phil Gustaffson no era el tipo de hombre que se deja vencer, ni aun por una cosa semejante. Se lo quitó de encima con bastante rapidez, por lo que me dijo Nelse. Vino a Shkea y puso las cosas en orden, aclarando el lío que había dejado Rockwood. Estableció el primer contrato de comercio de verdad que hayamos hecho, y consiguió que los shkeen comprendiesen lo que significaba, lo cual no es fácil. De modo que allí está, este hombre competente y de talento, que ha hecho carrera enfrentándose a duras tareas y organizando a los hombres.

Ha pasado por una pesadilla personal que no lo ha destruido. Está tan firme como siempre. Y de pronto se vuelve hacia el Culto de la Unión, poniendo su firma para el más grotesco suicidio. ¿Por qué? ¿Para terminar con el dolor, dice usted? Una teoría interesante, pero hay otras formas de terminar con el dolor. Gustaffson tuvo años entre Pesadilla y los greeshka. Nunca escapó del dolor. No se volvió hacia el alcohol, ni hacia las drogas, ni hacia ninguna de las salidas habituales. No se dirigió hacia la Antigua Tierra para que un psi-psico le borrara los recuerdos, y créame, se lo hubieran pagado, si hubiese querido. La oficina colonial hubiera hecho cualquier cosa por él, después de lo de Pesadilla. Él continuó, se tragó el dolor, se reconstruyó. Hasta que de pronto se convierte.

Su dolor lo hizo más vulnerable, si, no hay duda de ello. Pero algo más lo llevó, algo que le ofrecía la Unión, algo que no podía obtener del vino o de la eliminación de recuerdos.

Lo mismo vale para Kamenz, y los otros. Tenían otras salidas, otras maneras de decir no a la vida. No se detuvieron en ellas. Pero eligieron la Unión. ¿Entiende hacia dónde voy?

Entendía, por supuesto. Mi respuesta no era tal y me daba cuenta de ello.

—Sí —dije—. Entiendo que todavía tenemos que seguir leyendo —sonreí—. Hay una cosa, sin embargo. Gustaffson no había derrotado a su dolor, nunca. Lya fue muy clara al respecto. Estaba dentro de él todo el tiempo, atormentándolo. Sólo que nunca lo dejó aflorar.

—Eso es una victoria, ¿no es así? —dijo Valcarenghi—. Si uno entierra sus sufrimientos tan profundo que nadie puede darse cuenta…

—No lo sé. No pienso así. Pero… de todas formas, había más. Gustaffson tenía la Plaga Lenta. Está muriéndose. Se ha estado muriendo durante años.

La expresión de Valcarenghi se transformó por un instante.

—No lo sabía, pero reafirma mi posición. He leído que el ochenta por ciento de las víctimas de la Plaga Lenta optan por la eutanasia, si se hallan en un planeta donde ésta es legal. Gustaffson era un administrador planetario, podría haberla legalizado aquí. Si prescindió del suicidio durante todos esos años, ¿por qué habría de escogerlo ahora?

No tenía respuesta para eso. Lyanna no me había dado una, si es que la tenía.

Tampoco sabía dónde podríamos encontrarla, a menos que…

—Las cavernas —dije, de pronto—. Las cavernas de la Unión. Tenemos que ir a presenciar una Unión Final. Debe haber algo allí, algo que importa para la conversión.

Dennos la oportunidad de descubrir qué hay allí.

Valcarenghi sonrió.

—De acuerdo —dijo—. Puedo arreglarlo. Esperaba que plantearan eso. No es agradable, sin embargo. Se lo prevengo. Yo mismo he estado, y sé lo que le digo.

—Está bien —le dije—. Si cree que leer a Gustaffson fue divertido, debería haber visto a Lya cuando lo hacía. Ahora está tratando de despejarse. —Eso, había concluido, debía ser lo que la molestaba—. La Unión Final no debe ser peor que los recuerdos de Pesadilla, estoy seguro de ello.

—Muy bien, entonces. Lo arreglaré para mañana. Iré con ustedes, claro está. No quiero correr el riesgo de que les pase algo.

Asentí. Valcarenghi se puso de pie.

—Quedamos así —dijo—. Mientras tanto ¿tiene algún plan para la cena?

Nos enrollamos comiendo en un falso restaurante shkeen, llevado por humanos, en compañía de Gourlay y de Laurie Blackburn. La conversación fue sobre tópicos sociales: deporte, política, arte, viejos chistes y ese tipo de cosas. Creo que no hubo ni una mención a los shkeen o los greeshka en toda la noche.

Más tarde, cuando volvimos a la suite, encontré a Lyanna esperándome. Estaba en la cama, leyendo un libro de poemas de la Antigua Tierra. Me miró cuando entré.

—Hola —dije—, ¿cómo fue el paseo?

—Largo —una sonrisa arrugó su pequeña y pálida cara, y luego desapareció—. Pero tuve tiempo de pensar. Acerca de esta tarde, de ayer, de los Unidos. Y de nosotros.

—¿Nosotros?

—Robb, ¿me amas? —la pregunta surgió como al pasar, en un tono lleno de dudas.

Como si no supiera. Como si de verdad no supiera.

Me senté en la cama y cogí su mano y traté de sonreír.

—Seguro —dije—. Tú sabes eso.

—Lo sabía. Lo sé. Tú me amas, Robb, de verdad me amas. Tanto como un ser humano puede amar. Pero… —se detuvo. Sacudió la cabeza y suspiró, cerrando el libro—. Todavía estamos separados, Robb. Todavía estamos separados.

—¿De qué estás hablando?

—Esta tarde. Me sentí tan confundida, tan asustada. No estaba segura de por qué, pero he pensado acerca de ello. Cuando leía, Robb, yo estaba allí, con los Unidos, compartiendo su amor con ellos. Lo estaba de verdad. No quería salir de ellos, Robb.

Cuando lo hice, me sentí aislada, sola.

—Es culpa tuya —le dije—. Traté de hablar contigo. Pero estabas muy ocupada pensando.

—¿Hablar? ¿Para qué sirve hablar? Es comunicar, supongo, pero, ¿lo es de verdad?

Antes pensaba que sí, antes que entrenaran mi Talento. Luego de eso, la verdadera comunicación parecía ser leer; la manera real de llegar a otra persona, a alguien como tú.

Pero ahora no lo sé. Los Unidos, cuando tañen sus campanas, están tan juntos, Robb.

Todos vinculados. Como nosotros cuando hacemos el amor, casi. Y se aman recíprocamente, también. Y nos aman a nosotros, tan intensamente… Yo siento… no sé.

Pero Gustaffson me ama tanto como tú. No. Me ama mucho más.

Su rostro estaba blanco cuando dijo esto, sus ojos grandes, perdidos, solitarios. Yo sentí un súbito escalofrío, como un viento helado que soplara a través de mi alma. No dije nada. Sólo la miré, y me mojé los labios. Y sangré.

Ella vio el dolor en mis ojos, creo. O lo leyó. Su mano golpeó la mía, la acarició.

—Oh, Robb. Por favor. No quería herirte. No se trata de ti. Sino de todos nosotros.

¿Qué es lo que tenemos, comparado con ellos?

—No sé de qué estás hablando, Lya. —Una mitad mía quiso de pronto gritar. Mantuve unidas ambas partes y mi voz, estable. Pero por dentro no me sentía estable, no estaba para nada estable.

—¿Me amas, Robb? —otra vez, preguntándose.

—¡Sí! —dije ferozmente. Era un desafío.

—¿Qué significa eso? —dijo ella.

—Sabes lo que significa —dije—. Por amor de Dios, Lya, ¡piensa! Recuerda todo lo que hemos tenido, todo lo que hemos compartido. Eso es el amor, Lya. Es eso. Somos los afortunados, ¿recuerdas? Tú lo dijiste. Los normales sólo tienen un roce y una voz, y luego vuelven a su oscuridad. Apenas si pueden encontrarse. Están solos. Siempre.

Yendo a tientas. Intentándolo, una y otra vez; tratando de salir de sus pozos de aislamiento, y fracasando, una y otra vez. Pero nosotros no, hemos encontrado la manera, nos conocemos tanto como haya podido hacerlo un ser humano. No hay nada que no te diga o comparta contigo. Lo he dicho antes, y sabes que es verdad, lo puedes leer en mí.
Eso es amor
, santo cielo. ¿No es así?

—No lo sé —dijo, con triste desconcierto. Y se puso a llorar en silencio. Y mientras las lágrimas corrían solitarias por sus mejillas, siguió hablando—: Tal vez sea amor. Siempre pensé que era así. Pero ahora no lo sé. Si lo que sentimos es amor, ¿qué es lo que sentí esta tarde, cuando me conmoví y compartí algo? Oh, Robb, yo también te amo. Lo sabes.

Trato de compartir todo contigo. Quiero compartir lo que leí, cómo lo vi. Pero no puedo.

Estamos separados. No te puedo hacer entender. Estoy aquí y tú estás allí y podemos tocarnos y hacer el amor y conversar, pero seguimos apartados. ¿Lo ves? ¿Lo ves? Estoy sola. Y esta tarde, no lo estaba.

—Tú no estás sola, maldita sea —dije de pronto—. Yo estoy aquí —apreté su mano con firmeza—. ¿Sientes, escuchas? ¡No estás sola!

Ella sacudió la cabeza, y acudieron las lágrimas.

—Tú no lo entiendes, ¿lo ves? Y no hay manera de que te pueda explicar. Has dicho que nos conocemos tanto como cualquier humano haya podido nunca. Tienes razón.

¿Pero cuánto pueden los seres humanos conocer del otro? ¿No están todos aislados, en realidad? ¿Cada uno en un universo oscuro y vacío? Nos engañamos a nosotros mismos cuando pensamos que ahí fuera hay alguien. Al final, en el frío y solitario final, estamos sólo nosotros, por nosotros mismos, en la oscuridad. ¿Estás ahí, Robb? ¿Cómo puedo saberlo? ¿Morirás conmigo, Robb? ¿Estaremos juntos entonces? ¿Estamos juntos ahora? Tú has dicho que éramos más afortunados que los normales. Yo también lo dije.

Ellos sólo tienen un roce y una voz, de acuerdo. Un roce y dos voces, en el mejor de los casos. Ya no es suficiente. Estoy asustada. De pronto estoy asustada.

Comenzó a sollozar. De manera instintiva tendí mis brazos hacia ella, la abracé y la acaricié. Nos recostamos juntos y ella lloró sobre mí pecho. La leí, brevemente, y leí su pena, su súbita soledad, su hambre, todo entremezclado en una oscura tormenta de miedo. Y, aunque la tocaba y la acariciaba y susurraba, una y otra vez, que todo saldría bien, que yo estaba allí, que no estaba sola, sabía que no era bastante. De repente había un foso entre nosotros dos, algo oscuro y con grandes fauces que crecía y crecía, y yo no sabía cómo superarlo. Y Lya, mi Lya, estaba llorando, y me necesitaba. Y yo la necesitaba, pero no podía llegar a ella.

Entonces me di cuenta que yo también estaba llorando.

Estuvimos así abrazados, con las lágrimas silentes en los ojos, durante lo que debe haber sido una hora. Pero por fin las lágrimas dejaron de correr. Lya se acurrucó contra mí con fuerza, tan fuerte que apenas podía respirar, y yo la abracé con la misma intensidad.

—Robb —dijo, en un susurro—. Tú dijiste… que nosotros nos conocíamos bien de verdad. Lo has dicho muchas veces. Y has dicho, a veces, que estoy bien para ti, que soy perfecta.

Asentí, queriendo creer.

—Sí. Sí lo eres.

—No —dijo ella, forzando las palabras hacia fuera, al aire, luchando consigo misma para decirlas—. No es así. Te he leído, sí. Puedo escuchar las palabras dando vueltas alrededor de tu cabeza mientras compones una frase antes de decirla. Y he escuchado como te reprochabas cuando habías hecho algo estúpido. Y veo recuerdos, algunos recuerdos, y vivo contigo a través de ellos. Pero todo sucede en la superficie, Robb. Por debajo, hay más, más de ti. Huidizos pensamientos a medio hacer que no consigo atrapar. Sentimientos para los cuales no tengo nombre. Pasiones que suprimes, y recuerdos que ni siquiera sabes que tienes. A veces llego a esos niveles. A veces. Si realmente lucho, si me agoto hasta quedar exhausta. Pero cuando llego allí, yo sé, yo sé… que hay otro nivel por debajo de ése. Y más y más, cada vez más abajo. No puedo llegar a ellos, Robb, aunque formen parte de ti. No te conozco. No puedo conocerte. Tú ni siquiera te conoces, ¿te das cuenta? Y a mí, ¿me conoces? No. Aún menos. Sabes lo que te digo, y te digo la verdad, pero quizás no toda. Y tú lees mis sentimientos, mis sentimientos de superficie: el dolor de un tobillo doblado, un relámpago de descontento, el placer que me da tenerte dentro mío. ¿Quiere decir eso que me conozcas? ¿Qué pasa con mis niveles? ¿Qué hay de las cosas que ni yo misma sé? ¿Las conoces tú? ¿Cómo, Robb, cómo? —Sacudió nuevamente la cabeza, con ese cómico gesto que tenía cuando estaba, confundida—. Y tú dices que soy perfecta, y que me amas. Que estoy bien para ti.

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