Hizo una pausa. Su mente retrocedió a la discusión que había mantenido unos minutos antes con Von der Stadt.
—Y en lo que respecta a tus bichos y a tus hongos, te digo que el hombre es capaz de adaptarse a todo. Si han sobrevivido a la guerra —y todo indica que lo han hecho— entonces han sobrevivido a sus consecuencias. Puedo apostarlo.
—Tal vez —dijo Von der Stadt—. De todos modos, no entiendo por qué estás tan interesado en los supervivientes. No niego que la expedición sea importante y todo eso.
Debemos restablecer los vuelos espaciales, y ésta es una buena manera de probar nuestros instrumentos. Y supongo que vosotros, los científicos, podréis obtener buenos materiales para los museos. Pero, ¿humanos? ¿Qué nos ha dado la Tierra aparte de la Gran Hambruna?
Ciffonetto sonrió con tolerancia.
—Es a causa de la Gran Hambruna que queremos encontrar humanos —dijo. Hizo una pausa.
—Ahora tenemos que convencer a Nagel. Regresemos.
Comenzó a caminar hacia el lugar de donde habían venido y continuó hablando.
—La Gran Hambruna fue un inevitable resultado de la guerra en la Tierra —dijo—. Cuando dejaron de llegarnos reservas, no hubo manera de mantener con vida a la gente en la colonia lunar. El noventa por ciento pereció de hambre.
—La Luna podía autoabastecerse, pero sólo con una población muy pequeña. Es lo que sucedió. La población tuvo que adaptarse. Reciclamos el aire y el agua, cultivamos alimentos en tanques hidropónicos. Luchamos a brazo partido, pero hemos sobrevivido. Y hemos comenzado la reconstrucción.
—Sin embargo, hemos perdido mucho. Murió demasiada gente. Nuestra reserva genética era terriblemente pequeña y poco diversa. Para empezar, nuestra colonia ha carecido siempre de diferencias raciales. Aquello no ayudó en absoluto. La población decreció durante un largo período hasta que encontramos fuentes físicas para mantener a mayor cantidad de gente. La idea de la pureza de la raza no funcionó. Ahora, la población está aumentando de número, pero de un modo muy lento. Estamos estancados, Von der Stadt. Nos ha llevado cinco siglos volver a utilizar las naves espaciales, por ejemplo. Y todavía no hemos logrado producir muchas de las cosas que existían en la Tierra antes del desastre.
Von der Stadt arrugó el entrecejo.
—Estancamiento es una palabra extraña —dijo—. Creo que lo hemos hecho bastante bien.
Ciffonetto desautorizó el comentario con un movimiento de su linterna.
—Bastante bien —dijo—. Pero no lo suficiente. No estamos yendo a ninguna parte.
Hay muy pocos cambios; cambios en el sentido de ideas nuevas. Necesitamos puntos de vista novedosos, una reserva genética fresca. Necesitamos el estímulo del contacto con otras culturas foráneas. Los supervivientes nos darán lo que queremos. Después de la destrucción de la Tierra, han debido de cambiar de algún modo. Y ellos serán la prueba de que la vida humana puede aún florecer sobre la Tierra. Resulta crucial si es que pretendemos instaurar aquí una colonia.
El último tema fue lanzado casi como una reflexión, pero Von der Stadt captó la idea y la aprobó. Asintió con gravedad.
Habían llegado de nuevo a la estación. Ciffonetto se dirigió resueltamente a la plataforma.
—Vamos —dijo—, regresemos a la base. Ansío ver la cara que pondrá Nagel cuando le contemos lo que hemos descubierto.
Eran hombres.
Greel estaba casi seguro. La textura de sus mentes era rara, pero similar a la de los hombres. Greel era un excelente investigador de mentes. Conocía la burda y desmayada sensación de la mente de los animales, las sombras obscenas que conformaban los pensamientos de las cosas-como-gusanos. Y también conocía la mente de los hombres.
Eran hombres.
Y además, había algo extraño. La fusión de mentes se convertía en una auténtica comunicación cuando se llevaba a cabo con una mente hermana. Siempre se trataba de algo que se compartía con otros hombres. Un modo de compartir oscuro y tenebroso, lleno de nubes y sabores y aromas y emociones. Pero, un modo de compartir.
En este caso no había nada qué compartir. En este caso era como una fusión de mentes con un animal inferior. Tacto, sensaciones, sabores, onda: todo lo que un experto fusionador de mentes podía lograr con un animal. Pero nunca percibiría una respuesta.
Los hombres y los hermanos mentales respondían; los animales, no.
Estos hombres no respondían. Estos extraños hombres de fuego tenían mentes silenciosas, desmanteladas.
En la oscuridad del túnel, Greel se puso tenso en su posición de cuclillas. El fuego había desaparecido de repente de la pared. Los hombres se iban, túnel abajo, alejándose de él. El fuego se marchaba con ellos.
Se adelantó lentamente —H'ssig iba a su lado— con el arpón en la mano. La distancia hacía que la fusión de mentes se dificultara. Debía mantenerles a su alcance. Debía descubrir más cosas. Era un explorador. Tenía un deber que cumplir.
Su mente salió otra vez para gustar el sabor de las otras mentes. Tenía que asegurarse.
Los pensamientos de ellos se movía a su alrededor; el ondulante caos se interrumpía por momentos con ráfagas de brillantez y emociones y conceptos a medio entrever. Greel entendió muy poco. Pero logró reconocer algo. Y algo más llegó hasta él.
Se entretuvo y degustó sus mentes por completo, y aprendió. Sin embargo, todavía era como fusionarse con un animal. No podía hacerse sentir. No pudo obtener ninguna respuesta.
Todavía se alejaron un poco más, y sus pensamientos se hicieron más borrosos, y la fusión mental más difícil. Greel avanzó. Vaciló al llegar al punto en que el túnel se curvaba. Pero debía continuar. Era un explorador.
Se acostó en el suelo, parpadeó, y se deslizó alrededor de la curva ayudándose con las manos y las rodillas.
Más allá de la curva, se detuvo y respiró hondo. Estaba en un inmenso vestíbulo, una inmensa caverna con un techo abovedado y unos pilares gigantes que sostenían el cielo raso. Todo el recinto brillaba a causa de la luz, una luz extraña, feroz, que danzaba por encima de todo.
Se trataba de un lugar de leyenda. Un vestíbulo de los Tiempos Antiguos. Greel jamás había visto una cámara tan vasta. Y, de entre los integrantes de la Gente, era él quien había llegado más alto y más lejos.
Los hombres no se hallaban a la vista, pero su fuego danzaba alrededor de la boca del túnel en el otro extremo del vestíbulo. Era intenso, pero no insoportable. Los hombres estaban ocultos por otra curva. Greel comprendió que sólo veía el débil reflejo de su fuego. En tanto no lo mirara directamente, estaba a salvo.
Entró en el vestíbulo mientras el explorador que había en él clamaba por trepar la pared e investigar la cámara superior a la que conducían los pilares. Pero, no. Los hombres de fuego eran más importantes. Siempre podría retornar al vestíbulo.
H'ssig se frotó contra su pierna. Greel bajó su mano y acarició la delicada piel de la rata, tranquilizándola. Su hermano mental podía percibir el torbellino de sus pensamientos.
Hombres, sí, estaba seguro. Y sabía aún más. Sus pensamientos eran diferentes a los de la Gente; pero eran pensamientos humanos y él había logrado entender algunos. Uno de ellos ardía, ardía por encontrar a otros hombres. Buscaban a la Gente, pensó Greel.
Sabía eso. Era un explorador y un fusionador de mentes. No cometía errores. Pero no sabía qué es lo que debía hacer.
Buscaban a la gente. Eso era bueno. Al principio, cuando había aprendido el concepto, había temblado de gozo. Estos hombres de fuego eran los Antiguos de la leyenda. Si buscaban a la Gente, él les guiaría. Habría recompensas y gloria, y los trovadores cantarían su nombre durante generaciones.
Además, era su deber. Las cosas no habían marchado bien para la Gente durante los últimos años. Se había terminado el tiempo de bonanza cuando las cosas-como-gusanos habían obligado a la Gente a trasladarse túnel tras túnel. E incluso ahora, debajo de sus pies, la lucha continuaba aún, en los Malos Niveles y en los túneles de la Gente.
Y Greel sabía que la Gente estaba perdiendo la batalla.
Lentamente pero sin pausas. Las cosas-como-gusanos eran nuevas para la Gente.
Más que animales; pero menos, mucho menos que hombres. Ellas no precisaban de los túneles. Reptaban por debajo de la tierra, y ningún hombre estaba a salvo.
La Gente luchaba con denuedo. Los fusionadores de mente podían sentir a las cosas-como-gusanos y arrojarles los arpones, y las grandes ratas cazadoras podían hacerlas trizas. Pero siempre, las cosas-como-gusanos regresaban del fondo de la tierra. Y había muchas; y muy poca Gente.
Ahora, estos hombres de fuego, estos hombres nuevos podrían cambiar las cosas. Las leyendas decían que los Antiguos habían luchado con fuego y con armas extrañas, y estos hombres vivían en el fuego. Podría ayudar a la Gente. Podrían entregarles armas poderosas para obligar a las cosas-como-gusanos a regresar al lugar de dónde habían venido.
Pero.
Pero estos hombres no eran lo suficientemente humanos. Sus mentes estaban desmanteladas, y muchos, muchos de sus pensamientos resultaban extraños a Greel.
Sólo podía vislumbrar algunos destellos. La fusión de mentes con ellos no resultaba igual que con los integrantes de la Gente.
Sabía cómo conducirles hasta la Gente. Conocía el camino. Abajo y arriba, una vuelta aquí, un giro más allá. A través de los Túneles Medios y de los Malos Niveles. Pero, ¿qué ocurriría si les llevaba y resultaban enemigos? ¿Si destruían a la Gente con su fuego?
Tenía miedo de lo que pudieran hacer.
Sin él, jamás les encontrarían. Greel estaba seguro de ello. Sólo él, en muchas generaciones, había llegado tan lejos. Y sólo con cautela, con la fusión mental, y con H'ssig a su lado. Nunca encontrarían el camino por el que había venido, los túneles retorcidos que llevaban a lo profundo, a lo profundo de la tierra.
Si no actuaba, la Gente estaría segura. Pero, eventualmente, las cosas-como-gusanos podrían vencer. Les llevaría generaciones. Sin embargo, la Gente no lograría resistir.
Era su decisión. Ningún fusionador de mentes podría llegar hasta donde se encontraba.
Debía decidir solo.
Y no tardó mucho en hacerlo. Muy pronto, se dio cuenta de que los hombres de fuego regresaban. Sus extraños pensamientos se hicieron más poderosos, y la luz de la pared cada vez más intensa.
Vaciló. Después retrocedió lentamente hacia el túnel de donde había venido.
—Aguarda un minuto —dijo Von der Stadt en el momento en que Ciffonetto se disponía a escalar la pared—. Intentémoslo en la otra dirección.
Ciffonetto movió la cabeza de un lado a otro con disgusto y dejó de subir, volviendo al suelo del túnel. Parecía molesto.
—Tenemos que regresar —dijo—. Ya tenemos bastante.
Von der Stadt se encogió de hombros.
—Vamos. Tú eras el que quería explorar aquí abajo. Por consiguiente, debemos realizar una tarea exhaustiva. Tal vez nos encontremos a pocos pasos de uno de tus grandes descubrimientos.
—Está bien —dijo Ciffonetto, retirando su linterna del cinturón donde la había colocado para ensayar el salto a la plataforma—. Supongo que tienes algo en mente; sería terrible que trajéramos a Nagel y descubriera algo que hemos pasado por alto.
Von der Stadt asintió. Los haces de luz de sus linternas se fundieron en uno y los dos hombres se hundieron en la oscuridad del túnel.
Venían. El miedo y la indecisión se unieron en la mente de Greel. Se apretó contra la pared del túnel. Retrocedió, rápido y en silencio. Debía mantenerse alejado del fuego antes de decidir lo que habría de hacer. Pero después de la primera vuelta, el túnel se estiraba, largo y estrecho. Greel era veloz. Pero no lo suficiente. Y sus ojos estaban descubiertos cuando, con una furia total, hizo su aparición el fuego. Sus ojos ardieron.
Profirió un alarido de pánico y se arrojó al suelo. El fuego se negó a marcharse. Danzaba delante de él, incluso con los ojos cerrados, lanzando horribles colores.
Greel luchó por controlar la situación. Aún existía una buena distancia entre ellos. Aún tenía el arma en su poder. Se conectó con H'ssig que se hallaba cerca de él. La rata sin ojos volvería a ser su vista.
Con los ojos todavía cerrados comenzó a arrastrarse hacia atrás, lejos del fuego. H'ssig se quedó allí.
—¿Qué demonios era eso?
La pregunta de Von der Stadt quedó suspendida en el aire durante unos instantes. Se había quedado paralizado en el sitio en que nacía la curva. Ciffonetto se había quedado también estático al oír el ruido.
El científico parecía asombrado.
—No lo sé —dijo—. Era… extraño. Parecía una especie de animal en pánico. Un grito, o algo así. Pero como si el que gritó intentara ahogar el alarido.
La linterna alumbró hacia el lugar cortando la oscuridad con ondas de luz, pero sin revelar nada interesante. La luz de Von der Stadt iluminó, inmóvil, hacia delante.
—No me gusta esto —afirmó Von der Stadt dubitativamente—. Tal vez haya algo aquí abajo. Pero no parece amistoso.
Pasó la linterna a su mano izquierda y cogió la pistola.
—Veamos —dijo.
Ciffonetto arrugó el ceño pero no dijo nada. Comenzaron a avanzar de nuevo.
Eran grandes y se movían velozmente. Greel comprendió con desesperación que le cogerían. La elección ya estaba hecha.
Sin embargo, tal vez fuera la correcta. Eran hombres. Hombres como los Antiguos.
Ayudarían a la Gente contra las cosas-como-gusanos. Se avecinaba un nuevo tiempo.
Las viejas glorias que cantaran los trovadores renacerían. Desaparecería el horror.
Pasaría el miedo. La Gente construiría nuevos túneles y vestíbulos asombrosos.
Sí. Habían decidido por él, pero la decisión era correcta. Era la única posible. El hombre debe encontrar al hombre, y juntos debían enfrentarse a la cosas-como-gusanos.
Mantuvo los ojos cerrados. Pero aguardó.
Y habló.
Otra vez se quedaron rígidos, a medio camino. Esta vez el sonido no parecía un ruido ahogado. Era suave, casi un susurro, pero era lo suficientemente claro para no confundirlo.
Las dos linternas oscilaron salvajemente al mismo tiempo. Entonces, una detuvo su movimiento. La otra titubeó, después se unió a la primera.
Ambas formaron un remanso de luz sobre la oscura pared del túnel. Y el remanso iluminó… ¿qué cosa?