Demonios.
Hubo un silencio, luego dijo:
—Necesito un trago. ¿Me acompaña?
Asentí.
Nos instalamos en el mismo rincón oscuro de la primera noche, en la que debía ser la mesa favorita de Sanders. Ya se había despachado tres tragos cuando yo iba por el primero. Tragos largos. Todo en el Castillo de las Nubes era en grande.
Esta vez no discutimos. Hablamos acerca de la puesta de las brumas, de los bosques, y de las ruinas. Mencionamos los fantasmas, y Sanders me contó con cariño las historias acerca de las apariciones. Las conocía todas, por supuesto, pero no tal como las contaba Sanders.
En cierto punto, mencioné que había nacido en Bradbury en el curso de unas vacaciones de mis padres en Marte. Sanders abrió los ojos, y pasamos la hora siguiente contando chistes acerca de los terrícolas. También los había escuchado antes, pero como estaba un poco alegre por las copas, me parecieron todos bastante graciosos.
Luego de esa noche, pasé más tiempo con Sanders que con cualquier otra persona en el hotel. Para entonces creía conocer el Planeta de los Fantasmas bastante bien, pero Sanders me demostró que estaba equivocado. Me mostró lugares escondidos en los bosques que desde entonces me obsesionan. Me llevó a una isla pantanosa donde los árboles son de un tipo desconocido y se mueven en forma horrible aunque no sople viento. Volamos al lejano Norte a otra cadena montañosa donde los picos son más altos y están cubiertos de hielo, y a una meseta en el Sur en donde las brumas se derraman eternamente sobre los bordes en una fantástica imitación de las cataratas.
Yo seguía escribiendo acerca de Dubowski y su cacería de fantasmas. Pero había poco de nuevo para escribir, de modo que pasaba la mayor parte de mi tiempo con Sanders. No me preocupaba demasiado mi producción. Mi serie acerca del Planeta de los Fantasmas había tenido una excelente acogida en la Tierra y en la mayoría de las colonias, de modo que pensé que podía estar tranquilo.
Pero no fue así.
Apenas llevaba unos tres meses en el planeta cuando mi agencia me irradió un mensaje. En algunos sistemas de allí, en un planeta llamado Nuevo Refugio, había estallado una guerra civil. Me pedían que informara sobre ella. De cualquier manera, no había novedades en el Planeta de los Fantasmas, decían, puesto que la expedición de Dubowski se mantendría allí un año más.
Pese a lo que me gustaba ese planeta, aproveché la oportunidad. Mis artículos comenzaban a perder actualidad y sentía la falta de ideas. Lo de Nuevo Refugio prometía ser algo gordo.
Así que me despedí de Sanders, de Dubowski y del Castillo de las Nubes, di un último paseo por los bosques de brumas, y saqué un pasaje para la próxima nave que pasara.
La guerra civil de Nuevo Refugio parecían unos fuegos artificiales. Pasé menos de un aburrido mes en el planeta. El lugar había sido colonizado por fanáticos religiosos, pero el culto original se había escindido, y ambas partes se acusaban mutuamente de herejía.
Todo muy sórdido. El planeta en sí tenía el encanto de un suburbio marciano.
Me desplacé lo más rápido que pude, saltando de planeta en planeta, de reportaje en reportaje. En seis meses, me encontraba de vuelta a la Tierra. Se aproximaban las elecciones, y me vi envuelto en la campaña electoral. Era lo que necesitaba. La campaña era animada, y había un millón de historias en donde escarbar.
Pero en todo este tiempo me mantuve al tanto de las pequeñas noticias que llegaban del Planeta de los Fantasmas. Al final, tal como lo esperaba, Dubowski anunció una conferencia de prensa. Como residente honorario del planeta, me asignaron la tarea informativa, y enfilé hacia allí en la nave estelar más rápida que conseguí.
Llegué una semana antes de la conferencia, antes que nadie. Irradié a Sanders antes de coger la nave, y éste me esperaba en el aeropuerto espacial. Nos trasladamos al salón comedor, y nos trajeron unas bebidas.
—¿Y bien? —le pregunté, después de las formalidades—. ¿Sabe usted qué va anunciar Dubowski?
Sanders tenía un aire taciturno.
—Lo puedo suponer —dijo—. Recuperó todos sus malditos artefactos hace un mes, y ha estado comparando los registros en una computadora. Hubo un par de observaciones desde que usted nos dejó. Dubowski se trasladó horas después de cada una, y revisó el área a fondo. Nada. Eso es lo que va a anunciar, según creo. Nada.
Sacudí la cabeza.
—¿Tan malo es? Gregor tampoco halló nada.
—No es lo mismo —dijo Sanders—. Gregor no procedió igual que Dubowski. A éste la gente le creerá, diga lo que diga.
Yo no estaba tan seguro, e iba a decírselo cuando llegó Dubowski. Alguien debía de haberle informado de mi llegada. Vino dando zancadas, sonriente, me miró y se sentó con nosotros.
Sanders lo estudió, y luego observó su vaso. Dubowski dirigió toda su atención sobre mí. Parecía estar satisfecho de sí mismo. Me preguntó qué estuve haciendo desde que me fui. Se lo conté, y mostró su conformidad.
Por fin me decidí a preguntarle por sus resultados.
—Sin comentarios —dijo—. Para eso convoqué una conferencia de prensa.
—Vamos —dije—, he dado cuenta de sus tareas durante meses, mientras todo el mundo ignoraba la expedición. Creo que podría darme un adelanto. ¿Qué consiguió?
Titubeó.
—Bueno, de acuerdo —dijo, con dudas aún—. Pero no le dé publicidad todavía. Puede irradiarlo unas horas antes de la conferencia. Así tendrá la primicia.
Asentí con la cabeza.
—¿Qué es lo que halló?
—Los fantasmas —dijo—. Tengo los fantasmas, en un lindo paquete con un lazo. No existen. He reunido suficiente evidencia para probarlo sin sombra de duda.
Sonrió abiertamente.
—¿Sólo porqué usted no encontró nada? —respondí—. Tal vez se ocultaban. Si son inteligentes, tal vez sean lo bastante listos. O tal vez escapen a la capacidad de detección de sus sensores.
—Vamos —dijo Dubowski—. Usted no creerá eso. Nuestras trampas para fantasmas están dotadas de todas las clases de sensores con los que podíamos contar. Si los fantasmas existiesen, deberían quedar registrados en alguna parte. Pero no existen.
Teníamos las trampas preparadas en las áreas donde tres de las llamadas apariciones de Sanders tuvieron lugar. Nada. Absolutamente nada. Prueba concluyente que la gente se imaginaba ver cosas, no seres vivientes.
—¿Y qué me dice de las muertes y desapariciones? —pregunté—. ¿Qué pasó con la expedición de Gregor, y otros casos típicos?
Su sonrisa se hizo más amplia.
—No puedo refutar todas las muertes, claro está. Pero nuestra búsqueda dio como resultado el hallazgo de cuatro esqueletos.
Sacó la cuenta con los dedos.
—Dos murieron en un desmoronamiento, y uno tenía marcas de garra de alimaña en los huesos.
—¿Y el cuarto?
—Asesinado —dijo—. El cuerpo fue enterrado en una fosa poco profunda, evidentemente por manos humanas. Un aguacero de verano lo dejó al descubierto.
Constaba en los registros como desaparecido. Estoy seguro de poder hallar los otros cadáveres, si buscamos lo suficiente. Y veremos que todos murieron de muerte natural.
Sanders levantó los ojos del vaso. Había amargura en su mirada.
—Gregor —testarudo—. Gregor y los otros casos clásicos.
La sonrisa de Dubowski se tornó satisfecha.
—Ah, sí. Rastreamos el área con sumo cuidado. Mi teoría era cierta. Encontramos una tribu de monos en las inmediaciones. Unas bestias enormes, como mandriles gigantes, de sucia piel blanca. No muy lograda como especie: hallamos sólo una pequeña tribu, y se están extinguiendo. Pero seguramente es lo que vio el hombre de Gregor, exagerando su relato.
Hubo un silencio. Luego habló Sanders, pero su voz sonaba abatida.
—Sólo una pregunta —dijo, en voz baja—. ¿Por qué?
Esto cogió a Dubowski de sorpresa, y la sonrisa desapareció de su rostro.
—Usted nunca lo entendió, Sanders, ¿no es cierto? —dijo—. Fue al servicio de la verdad. Para liberar este planeta de la ignorancia y la superstición.
—¿Liberar al Planeta de los Fantasmas? —dijo Sanders—. ¿Estaba acaso oprimido?
—Sí —contestó Dubowski—. Oprimido por mitos estúpidos, por el miedo. Ahora quedará libre, y abierto. Ahora podremos descubrir la verdad de esas ruinas sin leyendas oscuras acerca de fantasmas semihumanos que enturbien los hechos. Podemos abrir este planeta a la colonización. La gente no temerá venir y trabajar la tierra. Vencimos el miedo.
—¿Colonias, aquí? —Sanders parecía divertido—. ¿Va a traer ventiladores gigantes para dispersar las brumas, o qué? Ya hubo colonos aquí, y se marcharon: la tierra no es buena. Con todas esas montañas, no se puede cultivar. Por lo menos, no en escala rentable. No hay manera de sacar beneficios de la agricultura en este planeta. Además, hay centenares de colonias planetarias que necesitan gente. ¿Tenía tanta necesidad de que hubiera otra? ¿El Planeta de los Fantasmas debe convertirse en otra Tierra?
Sanders sacudió la cabeza con tristeza, terminó su trago, y prosiguió:
—Es usted el que no entiende, doctor. No se engañe. Usted no ha liberado al Planeta de los Fantasmas. Lo ha destruido. Le ha robado los fantasmas, y ha dejado un planeta vacío.
Dubowski sacudió la cabeza.
—Creo que está equivocado. Se encontrarán maneras justas y provechosas para utilizar este planeta. Pero aún si estuviera en lo cierto, bueno, lo siento. Lo importante para el hombre es el conocimiento. La gente como usted ha tratado de frenar el progreso desde el comienzo de los tiempos. Pero fracasaron, como ha fracasado usted. El hombre necesita saber.
—Puede ser —dijo Sanders—: Pero ¿es lo único que necesita? No lo creo así. Creo que también necesita misterio, poesía y romanticismo. Creo que necesita algunas preguntas sin respuesta, para hacerlo meditar e interrogarse.
Dubowski se puso de pie de manera repentina, y frunció el ceño.
—Esta conversación es tan inútil como su filosofía, Sanders. No hay lugar en mi Universo para preguntas sin su correspondiente respuesta.
—Pues vive usted en un Universo muy monótono.
—Y usted, Sanders, vive en el hedor de su propia ignorancia. Encuentre una nueva superstición si la necesita, pero no trate de engañarme con sus cuentos y leyendas. No tengo tiempo para fantasmas. —Se dirigió a mí—. Lo veré en la conferencia de prensa —dijo.
Pegó media vuelta y salió del salón a zancadas.
Sanders lo miró marcharse en silencio, luego giró su silla para observar las montañas.
—Están saliendo las brumas —dijo.
Luego se demostró que Sanders también estaba equivocado acerca de las colonias.
De hecho se estableció una, aunque no tenía nada de que vanagloriarse: algunos viñedos, unas pocas fábricas, y algunos miles de personas, todo controlado por un par de grandes compañías.
Los cultivos comerciales resultaron poco rentables, con una excepción, una uva local, gorda y gris, cada grano del tamaño de un limón. El Planeta de los Fantasmas tiene un sólo producto de exportación: un vino blanco ahumado con un sabor dulce persistente.
Lo llaman vino de las brumas, por supuesto. Me he acostumbrado a él con los años. Su sabor me recuerda vagamente la puesta de las brumas, y me hace soñar. Aunque eso se deberá a mí, no al vino. La mayoría de la gente lo aprecia poco.
Sin embargo, a escala secundaria, es un producto lucrativo. De modo que el Planeta de los Fantasmas sigue siendo un punto de parada regular en las rutas espaciales. Por lo menos, para las naves de carga.
Los turistas tiempo ha que se fueron. Sanders tenía razón en este punto. Paisajes los pueden conseguir más cerca de su casa, y más baratos. Venían por los fantasmas.
Sanders también hace tiempo que se ha marchado. Era muy testarudo y tenía poco espíritu práctico como para invertir en el negocio de vinos cuando tuvo la oportunidad, de modo que se quedó en su castillo hasta el final. No sé qué pasó luego, cuando el hotel se quedó sin clientes.
El castillo en sí todavía está allí. Lo vi hace algunos años, cuando me detuve un día en mi ruta hacia Nuevo Refugio por un reportaje. Se está derrumbando. Su mantenimiento es demasiado costoso. En pocos años más, no se distinguirá de las otras ruinas antiguas.
Por lo demás, el Planeta no ha cambiado mucho. Las brumas siguen saliendo con la puesta del sol, y se ponen al amanecer. El Duende Rojo sigue bello y erguido contra la luz temprana de la mañana. Los bosques siguen en su sitio, y los gatos monteses siguen aullando.
Sólo faltan los fantasmas.
Sólo los fantasmas.
18 de junio
Mi relevo ha partido hoy desde la Tierra.
Por supuesto, pasarán al menos tres meses antes de que llegue. Pero ya está en camino.
Hoy ha despegado desde El Cabo, como lo hice yo cuatro años atrás. Una vez en la Estación Komarov, se dirigirá hacia una nave lunar, luego girará en órbita alrededor de Luna, en la Estación del Espacio Profundo. Allí comenzará realmente su viaje. Hasta entonces sólo habrá estado rondando terreno familiar.
Hasta que
La Charon
no abandone la Estación del Espacio Profundo y se sumerja en la noche, no lo sentirá, no lo sentirá realmente, como no lo sentí yo hace cuatro años. No le afectará el golpe hasta que la Tierra y la Luna se desvanezcan a sus espaldas. Por supuesto, sabe desde el principio que ya no puede echarse atrás. No obstante, hay una diferencia entre saberlo y sentirlo. Ahora, lo sentirá.
Se producirá una parada orbital intermedia alrededor de Marte para enviar suministros a la ciudad de Burroughs. Y otras escalas en el cinturón. Pero,
La Charon
comenzará entonces a ganar velocidad. Viajará velozmente cuando llegue a Júpiter. Y mucho más después de rodearlo utilizando la gravedad del enorme planeta como un disparador que aumentará su aceleración.
A partir de este momento,
La Charon
no volverá a detenerse. No, hasta llegar adonde estoy, aquí, en el Anillo de la Estrella Cerbero, seis millones de millas más allá de Plutón.
Mi relevo dispondrá de un largo tiempo para meditar. Como me ocurrió a mí.
Aún hoy sigo meditando, cuatro años después. Lo que sucede es que no hay otra cosa que hacer aquí. Las naves anulares llegan con rareza y, a la larga, uno se aburre de las películas, de los tapes, de los libros. Entonces, uno medita. Se piensa en el pasado y se sueña con el futuro. Se lucha para que la soledad y el aburrimiento no le vuelvan loco a uno.