Read Un talento para la guerra Online
Authors: Jack McDevitt
—Setenta días de viaje desde Rigel.
—Más o menos. Está lejos de la zona de batalla. No me imagino qué clase de conexión habría entre La Dama Velada y esa guerra.
—Alguien escondió algo allí-opiné yo—. Tiene que ser eso. No puede ser nada más.
—Lamento decirte, Alex, que me resulta difícil imaginar qué va a resultar de todo este misterio.
Tampoco yo lo sabía. Pero seguí pensando que de algún modo tenía que ver con los Siete. Así que me hundí en los almohadones, levanté los pies y fijé la vista en la nebulosa. Volvieron las luces.
—Es tarde, señor.
La habitación estaba tibia y acogedora. Los cuadros, los libros, el mueble bar, todo resultaba familiar y reconfortante. Un mundo armónico y comprensible.
Me serví un poco de brandi. El cristal con la media docena de escenarios que había sacado de la biblioteca quedó en su estuche en una mesita lateral.
—Es hora de ver el final de Sim —me dije.
«Es un hecho curioso que Sim, que se sitúa a la altura de Alejandro, Rancible o Black George, consiguiera con su muerte lo que fue incapaz de lograr con todas sus brillantes campañas.»
Arena Cash
Guerra en el vacío
Cargué el cristal, me senté y ajusté mi cinta craneal.
—Ahora, Jacob.
—Has hecho un largo viaje, Alex. ¿Estás seguro de que no quieres esperar hasta mañana?
—Ahora, Jacob.
Pausa.
—Como de costumbre, tienes dos opciones: ¿participante u observador?
—Observador.
—¿Histórico o alternativo?
—Histórico. Veámoslo tal como sucedió.
—Ten presente que esta es una reconstrucción de los hechos a partir de las fuentes más fiables. Hay cierta dramatización. ¿Deseas observar desde el
Corsario
o desde
Kudasai?
Lo pensé con cuidado. Tener la experiencia de la acción final a bordo de la nave líder sería más dramático. Y afrontaría el reto de ver hasta dónde podría yo resistir, hasta que el programa mismo me sacara del peligro. Por otra parte, la visión desde el crucero de guerra de Tarien Sim sería más informativa y estaría menos sujeta a la imaginación de los escritores.
—
Kudasai
—dije.
La habitación se oscureció, y la textura de los almohadones se transformó.
—Los hijos de puta han venido en masa hoy.
Con el uniforme de la Confederación, Tarien Sim estaba de pie delante de un portal ovalado mirando contrariado la nube de detritos y gas que circulaba alrededor del gigante Barcandrik. En la distancia, los residuos se convertían en anillos luminosos de encantadora belleza, sólidos y fulgurantes como nunca se habían visto. Tres lunas guías colgaban como antiguas linternas a lo largo de la huella, todas a espacios iguales.
Los rasgos preocupados de Sim se dibujaban contra el perfil más bajo del mismo planeta, cuya atmósfera amarilla verdosa destellaba a la luz del sol. Era imposible confundirle: los ojos grises de un hombre que tal vez había visto demasiado, el cuello rígido y el cuerpo firme de cierto grosor, el cabello rojizo y abundante y la barba. Más bajo que su hermano y aparentemente insignificante. Un individuo de aspecto bastante común. Hasta que uno escuchaba su voz.
Era un torrente firme, y venía respaldada por una convicción inquebrantable. Sonaba como el Tarien real. El corazón me latió un poco más fuerte. (Siempre había sentido que era inmune a ese tipo de caracterizaciones patrioteras y populares.) Sin embargo, el sonido de esa voz familiar me descolocó un poco. Tarien tenía las manos a la espalda.
En la parte superior de mi panel apareció un locutor que me dijo con voz amable y templada:
—Buenas noches, señor Benedict. Bienvenido a Rigel. Yo soy el monitor del programa y seré su guía durante la simulación. Está usted en el puente del
Kudasai
, el solitario crucero de los confederados en esta etapa de las hostilidades. Fue donado por una fundación privada de la Tierra y va a hacer frente a su primera acción. Está escondido en una nube de gas y polvo circunvalando Barcandrik, formando un anillo interior. El capitán de la nave es Mendel LeMara. Tarien Sim es técnicamente un observador.
—¿Por qué está aquí? —pregunté—. Parece haber elegido el peor momento. Esto debió de parecerles a todos la hora final.
—Esa es la razón. Él no espera sobrevivir a Rigel. Usted debería tener presente que, en este punto, todos sus esfuerzos por obtener ayuda han fracasado. La Tierra y Rimway continúan vacilando, ningún otro poderoso ha manifestado la menor intención de intervenir y la fuerza naval confederada se ha reducido a un grupo de naves. La única buena noticia en todo esto ha sido la revolución en Toxicón, que ha logrado consagrar un gobierno favorable a la causa en el poder y finalizar esa guerra de mundos con Muri. De hecho, recibirán ayuda de aquella zona enseguida, pero los aliados ya no pueden esperar más. En consecuencia, Tarien ha elegido compartir el destino de su hermano y sus camaradas.
Conté aproximadamente doscientas naves enemigas en pantalla. Aunque la mayoría eran cruceros de apoyo y destructores, también había tres naves grandes.
Y, contra ellos, veinte fragatas, un par de destructores y el
Kudasai.
Mendel LeMara era alto, de piel cobriza y rasgos duros. Estaba de pie en la mitad iluminada del puente. Junto a una de las estaciones de transporte, su figura esbelta se destacaba contra el fondo del campo de batalla. Los oficiales trabajaban en sus diferentes puestos en silencio, enmascarando sus emociones. Tarien Sim miraba pensativo a través del portal al gran planeta que estaba en su tercer cuarto. Parecía indiferente a la tensión, como si ya hubiera aceptado lo inevitable. Se inclinó suavemente y buscó mi mirada, insinuando coraje.
—No llegó a ser una estrella —dijo el monitor—. Setenta años a partir de esa fecha tendría lugar un desafortunado intento de ignición. Es el sexto planeta de un sistema de once mundos. Abonai es el cuarto y está cerca del punto de aproximación más cercano.
—¿Por qué no marcharse ahora? —le pregunté al monitor—. ¿Qué importancia tiene Abonai?
—Abonai es el último de los mundos fronterizos de la Confederación original. Todos los otros han caído: Eschaton, Sanusar, la Ciudad del Peñasco, la misma Dellaconda. Por lo tanto, tiene enorme valor simbólico. Con su pérdida, la guerra deja de tener significado. Sim y sus aliados se convierten en un grupo de bandidos nómadas, dependientes por completo de la ayuda de gobiernos que repetidamente se han mostrado indiferentes o temerosos.
—No creemos —dijo el capitán, de pie en la conexión que unía a las naves— que sepan nada del
Kudasai.
Están esperando la acostumbrada flota de destructores y fragatas. Hace tiempo que no tenemos ningún poder real de fuego en esta guerra. Hoy estamos en condiciones de mandar a unos cuantos al infierno.
Estaba bastante exaltado. Alrededor del puente, los oficiales intercambiaban miradas tranquilas.
—Tenemos algunas otras ventajas —continuó—. Los voluntarios de Toxicón se enfrentaron con el cuerpo principal de los ashiyyurenses y desviaron varias naves de apoyo. No tendrán tiempo de regresar para la acción principal. —Recobró el aliento—. Yo sé que ustedes han escuchado los rumores de que la Tierra ha anunciado su intención de intervenir. Debo decirles que no podemos confirmar tal versión. No me cabe la menor duda de que es solo cuestión de tiempo; sin embargo, en este momento no podemos esperar ninguna ayuda de ellos. Las fragatas se nos unirán en unos pocos minutos. Haremos contacto a una distancia cercana a un millón y un cuarto de kilómetros respecto de nuestra posición actual. Nuestras unidades tratarán de hacerse seguir por el Ashiyyur y de atraerlos hacia este lugar.
La iluminación del puente decreció dando lugar a una proyección holográfica de Barcandrik. El gigante gaseoso flotaba en medio de sus anillos. Se veían media docena de satélites. Las flotas enemigas aparecieron como puntos de luz. El Ashiyyur en blanco, los dellacondanos en escarlata. Los tres grandes cruceros, escoltados por los buques menores.
Las dos flotas se aproximaron una a la otra en el otro lado del planeta, bien debajo de su sistema de anillos y lunas. Las fragatas confederadas se movían rápidamente hacia el flanco enemigo, mientras el Ashiyyur se aprestaba a recibir el ataque.
—No somos visibles para las naves enemigas —dijo LeMara—. Y no estamos solos. —Uno de los monitores mostró al
Corsario
, con su brillante color azul y plata en la densa luz—. Con un poco de suerte —continuó—, estaremos sobre ellos antes de que puedan darse cuenta del peligro.
Yo estaba completamente absorto. Sabía que las naves y las personas que me rodeaban eran simulacros, pero lo olvidaba. Pude oír los latidos de mi corazón y me pregunté cuál sería la experiencia de combate de Mendel LeMara y si seguiría en el puente cuando el
Kudasai
fuera volado unas pocas semanas después. Y también pensé en la misteriosa tripulación de leales y desertores de Sim, a bordo del
Corsario
en ese momento.
Los Siete.
Miré el ataque y, aunque me lo conocía de memoria, quedé atrapado en el drama del combate.
Un escuadrón de diez fragatas y cuatro destructores combatieron con los líderes como estaba planeado, confiando firmemente en una moderada ventaja tecnológica para contrarrestar la disparidad numérica con el Ashiyyur. Los buques enemigos estaban demasiado juntos para combatir, se cuidaban de hacer excesivo fuego; a ningún capitán mudo le hubiera gustado herir a un compañero.
Los dellacondanos, por su parte, como en Hrinwhar, siempre encontraban blancos tentadores. Y durante varios minutos embistieron con fuerza contra el enemigo.
Pero dos destructores desaparecieron súbitamente de las pantallas. Y después, en rápida sucesión, un par de fragatas.
Esperé el regreso, pero no ocurrió. Durante diecisiete minutos hicieron incursiones entre las naves de los mudos. Cuando la señal de retirada llegó por fin, solo cinco naves volvieron hacia Abonai, que, gracias a la buena planificación y un poco de suerte, estaba en línea recta con el polvoriento sistema de Barcandrik.
Una nube de destructores y fragatas los perseguía.
Hacia nosotros.
Uno de los cruceros, incapaz de maniobrar con rapidez, fue abandonado, describiendo un arco que lo dejaría fuera de combate.
Yo sabía lo que venía. Abonai estaba a punto de caer y los dellacondanos se disolverían como fuerza de guerra. Pero el Ashiyyur debería pagar un alto precio por esta victoria. La muerte de Christopher Sim barrería las posiciones neutrales mundo tras mundo. Como resultado de Rigel, nacería la Confederación moderna, cuyo primer acto sería la creación de una armada aliada que, en un año, volvería sobre el Ashiyyur y los haría retroceder hasta el Brazo y más allá del Perímetro desde donde habían llegado.
El
Kudasai
sobreviviría otras dos semanas, justo lo suficiente para ver la intervención. En Arkady, sería destruido peleando junto a las primeras unidades de la Tierra, con Tarien Sim a bordo.
La tripulación del
Kudasai
estaba preparada para la batalla. Las armas desplegadas, los circuitos de voces saturados. Pese a todo, se entendían algunas frases.
LeMara estaba en su silla de comandante. Miraba a Sim, todavía de pie en el portal.
—Mejor que se siente, señor —le dijo gentilmente.
Tarien tenía los ojos entornados, pero tocó el botón del intercomunicador del brazo de su silla y miró al capitán. LeMara asintió y Sim abrió un canal.
—Habla Tarien Sim. Deseo que sepan que estoy orgulloso de estar con ustedes. Hay muchos que dicen que el futuro está de nuestro lado. Si es así, no puede estar en mejores manos. Dios los bendiga.
Junto a nosotros, saliendo en silencio de la nube de polvo, estaba el
Corsario.
Alguien gritaba datos.
Rigel se veía débil desde esta distancia. El gas y el polvo por donde nos deslizábamos se iluminaban con la luz tenue de Barcandrik.
—En esta batalla-dijo el monitor—, el lapso entre el inicio de la retirada y la llegada de los dellacondanos del
Kudasai
fue de varias horas. Hemos comprimido un poco las cosas. Si usted mira el monitor inferior, notará un grupo de estrellas que brillan intensamente. Ahora nuestras naves se aproximan. —Una voló casi inmediatamente—. Solo siete de las naves de guerra sobrevivirían a esta acción. En contra de la opinión común, Sim cometió una serie de errores en Rigel, tanto en la planificación como en la ejecución. En ningún otro lugar se enfrentó directamente con una fuerza enemiga superior. Su fuerza durante la guerra radicó siempre en su táctica de golpear y retirarse. Cada vez que una unidad enemiga salía al hiper, Sim la estaba esperando. Su técnica usual era capturar un par de víctimas y marcharse antes de que la tripulación del Ashiyyur se recobrase de la desorientación que se produce durante el salto. Debió pensar que no tenía alternativa en Rigel. Nunca antes poseyó una nave con el poder de fuego del
Kudasai.
Debió de ser muy tentador poder usarlo. Él y sus aliados habían sufrido considerables pérdidas. Hablamos antes de la importancia simbólica de Abonai como el último mundo confederado. Afortunadamente, el Ashiyyur no comparte las percepciones humanas y pudo no haber reconocido la significación de su conquista. Si lo hubiera sabido, habrían venido con todo lo que tenían. En cambio, armaron con precipitación un par de destacamentos y los enviaron.
Seguían los preparativos de combate.
—Así que Sim apostó todo a una tirada de dados.
—Sí.
—Y perdió.
—Solo su vida.
Sí, ganó la guerra aquí. ¿Pero qué clase de satisfacción pudo haber sido?
Concluía la actividad en el puente. A una orden de LeMara comenzamos a movernos.
—Bajo las actuales condiciones de combate, por supuesto, los puertos de observación estarían cerrados. Los vamos a dejar abiertos para usted. No importa. Las naves están demasiado distantes y los hechos se suceden con mucha rapidez. Pero hemos tratado de hacer algunos ajustes para brindarle una mayor inteligibilidad.
—Los destructores de los mudos están en la zona —aclaró una voz en el intercomunicador—. Parecen ser los primeros en llegar.
—Déjenlos ir.
Pude ver las lunas, globos de luz densa flotando entre las nubes.
Estábamos acelerando.