Un talento para la guerra (17 page)

Read Un talento para la guerra Online

Authors: Jack McDevitt

BOOK: Un talento para la guerra
4.55Mb size Format: txt, pdf, ePub

»Era el caos. La gente creía que Tarien había muerto con su hermano, aunque había algunos entre los dellacondanos que trataban de hacer la paz con el Ashiyyur. ¿Qué mejor momento para dar el zarpazo? —Wyler no usaba anotaciones. Su voz había decaído; hablaba con una fría certeza, apuntando a la audiencia con los dedos para remarcar cada afirmación—. Recuerden que nadie sabía aún que Sim había sido traicionado.

Las luces bajaron, y dos caras holográficas aparecieron detrás y delante del orador. Eran morenos, buenos mozos, dotados con la clase de rasgos que hacen pensar en la nobleza de determinadas personas. Uno con barba, el otro lampiño. Habría unos quince años de diferencia entre ambos. Aun así, el parecido era asombroso.

—Talino es el de la derecha; el otro es Kolm. Es un anuncio de publicidad. Lo muestra tal como aparecía en
Las Profundidades.
—Ambas imágenes se desvanecieron para ser reemplazadas por una tercera: mostraba también un hombre con barba, pero con el pelo encanecido y los ojos turbulentos—. Y esta imagen es de un holo de Talino hecho después de Rigel. ¿Cuál de los dos es? —Tamborileó los dedos contra el podio.

Por un momento me olvidé de Quinda.

—Kolm bien pudo haberse dado cuenta de la necesidad del momento. Y la oportunidad de representar a un héroe virtuoso en la vida real debe de haberlo atraído. Así dio un paso adelante presentándose como Talino, el superviviente solitario, que de algún modo había salido del
Corsario en
sus momentos finales. —Sonrió—. Debió de ser una terrible sorpresa cuando salió a la superficie la historia de la traición. La tripulación de Sim había desaparecido ¿Y qué más natural para la gente común que cree que el hombre que decía haber sobrevivido de forma milagrosa era en verdad un mentiroso? Particularmente, cuando el relato de ese hombre distaba tanto de la versión oficial. Así Kolm, que pensaba vivir en la gloria de un héroe, se encontró en cambio en el papel de traidor. —Se encogió de hombros y abrió las palmas—. Entonces, ¿por qué continuó? ¿Por qué no volvió a su vida anterior? Nunca lo sabremos realmente. Talino pudo haberse ido con facilidad; a nadie le habría importado. Pero él se quedó y continuó haciendo ese papel. Puede que fuera más beneficioso jugar ese papel que volver al anonimato de una carrera fracasada. Sin embargo, yo deseo proponer una posibilidad infinitamente más extraña: que Kolm hiciera tan bien el papel de Talino que se lo creyera de verdad y se consagrara a defender el nombre que había adoptado. Sea cual sea la explicación, Ludik Talino siguió viviendo. Y si sus agrias negativas de haber abandonado a su capitán suenan tan convincentes en nuestros oídos es porque son los gritos de un hombre que era de verdad inocente.

Aunque de forma breve, adujo pruebas. No era mucho: inconsistencias en frases atribuidas a Talino/Kolm, la desaparición del actor al mismo tiempo que la acción de Rigel, dos declaraciones de personas que habrían conocido a Kolm y atestiguaban que había adoptado el papel de Talino. Y otras cosas por el estilo.

—Individualmente —observó el orador—, ninguna de estas pruebas es concluyente, pero en conjunto apuntan a lo mismo. —Miró alrededor, esperando preguntas.

—¿Qué pasó con el verdadero Talino? —preguntó una mujer joven sentada delante.

Quinda se volvió tan naturalmente como pudo y miró en mi dirección. Parecía sumida en sus pensamientos.

—Creo que podemos argumentar —dijo Wyler-que toda la tripulación permaneció leal. Mi opinión es que murió con su capitán.

—No me creo ni una palabra —comenté dirigiéndome al público situado frente a mí. Un señor alto, de pelo blanco y barba, con la dicción engolada de un miembro de algún colegio de filosofía, me miró despectivamente.

—Wyler es un sólido investigador-replicó con solemnidad—. Si usted puede demostrar algún error, seguro que nos agrada escucharlo. —Sonrió, dio con el codo a uno de sus compañeros y terminó de beber.

—Da pena pensar —dijo una mujer situada detrás— que un hombre permanece y da su vida mientras otros huyen. ¿Y qué obtiene? —Tenía los ojos llorosos y sacudía la cabeza.

Quinda estaba hablando con un hombre joven, de espaldas a mí. Era ella, estaba seguro. Su abuelo había sido Artis Llandman, uno de los colegas de Gabe. No recordaba el apellido de la nieta. Mientras iba hacia ella, escuché parte de algunas conversaciones que indicaban claramente que nadie estaba tan impactado como yo por las palabras de Wyler.

—Quinda —dije al llegar a su lado—, eres tú, ¿verdad?

Me miró con una expresión entre interrogativa y dudosa, exactamente como la de alguien que ve una cara familiar, pero no recuerda el nombre.

—Sí —respondió dubitativa, tratando de recordar—. Me parece haberte visto antes.

—Alex Benedict. —Aunque sonrió, mi nombre no le dijo gran cosa—. Tú y yo solíamos ir al Melony. ¿Te acuerdas? Mi tío vivía en Northgate y tú venías a veces a visitarnos con tu abuelo.

Frunció el ceño y le chispearon los ojos.

—¡Alex! —dijo con un suspiro de alivio al recordar mi nombre—. ¿Realmente eres tú?

—Has crecido bastante. Eras una niñita la última vez que te vi.

—Todavía lo es —terció su acompañante, cuyo nombre olvidé enseguida.

Momentos después se excusó, de modo que los dos pudimos ir tranquilamente a otra sala a hablar de los viejos tiempos.

—Arin —contestó cuando le pregunté su apellido—. El mismo de antes. —Tenía los ojos verdes y despejados, y el cabello corto enmarcaba su rostro expresivo y agradable con una sonrisa amplia y franca—. Siempre disfrutaba con esas visitas —añadió—. En gran medida por ti.

—Es bonito oír eso.

—No te podía reconocer —agregó.

—He tenido una vida dura.

—No lo digo por eso. No tenías barba entonces. —Me apretó el brazo—. Estaba colada por ti —me confió, poniendo algo de énfasis en el tiempo verbal—. Y, de pronto, un día vamos y ya no estabas.

—Salí a hacer fortuna.

—¿Y la hiciste?

—Sí, en cierto modo.

Era verdad, pues tenía un trabajo que me gustaba, del que podía vivir decentemente.

Esperó a que agregara algo. Lo dejé pasar.

—¿Qué piensas de él? —me dijo señalando a Wyler, que todavía conversaba con un grupo de admiradores.

—¿Del orador?

—De su opinión.

—No sé —respondí. Me había dejado perplejo que la audiencia hubiese creído semejante cosa—. A esta distancia, ¿cómo alguien puede pensar que va a averiguar lo que realmente sucedió?

—Me lo figuro —dijo ella pensativa—. Pero no creo que encuentres a nadie que se haya tragado esa historia.

—Ya he encontrado a uno.

Ella sacudió la cabeza y sonrió con malicia.

—No creo que entiendas la naturaleza de la Sociedad Talino, Alex. Tampoco estoy segura de poder explicártela. Me imagino cuánto te vas a sorprender si te digo que ni el mismo doctor Wyler cree en lo que ha dicho.

—No estás hablando en serio.

Ella miró con rapidez por la habitación y fijó la atención en una señora corpulenta de mediana edad y chaqueta blanca.

—Es Maryan Shough. Puede demostrar concluyentemente que el actor Kolm era de hecho uno de los Siete. —Quinda reprimió una sonrisa—. El verdadero propósito de la Sociedad Talino no se dice, nunca se confiesa.

Sacudí la cabeza.

—No puede ser cierto. Su
objetivo
está claramente expresado en el letrero de la puerta de entrada junto a las escaleras: «Para limpiar el nombre y brindar un digno homenaje por sus actos a Ludik Talino». O algo así.

—«Leal piloto del
Corsario»
—terminó ella con solemnidad burlona.

—¿Así que cuál es el secreto?

—El secreto, Alex, es que no hay nadie aquí, excepto quizá tú y los dos nuevos invitados, que se tome esto en serio.

—Vaya.

—¿Por qué no me hablas ahora de tu tío? ¿Cómo está Gabe? ¿Cuánto hace que regresaste?

—Gabe estaba en el
Capella.

—Lo lamento —dijo, cerrando de golpe los ojos.

—La condición humana-repuse encogiéndome de hombros. Sabía que su abuelo había muerto también; se lo había oído decir a Gabe hacía ya unos años—. Explícame por qué la gente se reúne aquí a oír estos infundios.

Pasaron varios segundos antes de que se recuperara.

—Me gustaba mucho Gabe.

—Como a todo el mundo.

Fuimos al bar y pedimos algo para beber.

—No sé si sabré explicarlo con exactitud —dijo—. Es una fantasía, un modo de evadirse de la monotonía y de estar en el puente con Christopher Sim.

—¡Pero eso se puede hacer con simuladores!

—Supongo que sí. —Cavilaba—. Pero en realidad no es lo mismo. Aquí, en la Sociedad Talino, siempre es 1206 y el
Corsario
todavía dirige las defensas.

Ejercemos cierto control sobre la historia, podemos cambiarla, hacerla nuestra. Oh, Dios, no sé cómo explicártelo para que le encuentres sentido. —Sonrió mirándome—. El tema es, supongo, que la idea de Wyler podría ser cierta. Es posible. Y esa posibilidad nos da lugar para respirar y movernos en los tiempos de la Resistencia. Es un modo de llegar a ser parte de ella, ¿no lo ves? —Me miró durante un rato y luego meneó la cabeza con buen humor—. Está bien, Alex. Dudo que cualquier persona razonable pueda entenderlo.

No quería ofenderla. Así que, por supuesto, le dije que lo entendía y que pensaba que era una buena idea.

Si yo hubiera sido un desconocido para ella, se habría irritado. Como no lo era, la vi decidida a tolerarme.

—Está bien —dijo—. Escucha, tengo que saludar a algunos amigos. ¿Vas a volver por aquí?

—Sí, probablemente —respondí, queriendo decir, desde luego, que no. Ella asintió. Comprendía—. ¿Y si vamos a cenar? —le pregunté—. Tal vez mañana por la noche.

—Sí —replicó con entusiasmo—. Me gustaría.

Arreglamos los detalles y me fui a otro sitio.

Encontré poca gente que conociera a John Khyber. Les agradaba. Pero no parecía haber nada extraordinario acerca del hombre, al menos nada que pudiese haber despertado el interés de Gabe. Solo uno o dos se habían percatado de su muerte.

La Sociedad Talino mantenía una sala de trofeos, que era una exposición (y una rareza) permanente en el Collandium. Daba a una de las áreas de conferencias y estaba llena de visitantes cuando llegué allí.

Estaba dominada por exquisitos retratos de Talino y Christopher Sim. Sobre las paredes había certificados y placas. Eran reconocimientos a personas que supuse serían miembros activos: logros académicos, exploraciones en Grand Salinas, análisis de la psicología ashiyyurense tan afectada por el ataque en Punto Edward, la publicación de una colección de aforismos atribuida a Tarien Sim y muchas cosas más. Me pregunté cuánto de todo eso era real y cuánto era simplemente una ilusión.

También había fotos de hombres y mujeres con los viejos uniformes celestes y azul oscuro de la Confederación, retratos de personajes de mediana edad que fueron los fundadores de la Sociedad y una enorme copa de platino que habían ganado los niños patrocinados por la Sociedad.

Algunos de los trofeos estaban decorados con brillantes fragatas o soles encendidos. Una placa de plata particularmente prominente tenía la forma de una arpía negra. Unos sesenta nombres estaban allí grabados; en realidad, pertenecían a los miembros de la Sociedad elegidos anualmente. La sala de trofeos incluía un banco de datos con dos terminales. Esperé hasta que hubiera uno disponible y entonces me senté. Era un sistema fuera de red, vinculado con bancos de datos de las distintas partes del edificio, pero que no estaba conectado a la red general. La entrada era o bien verbal o por teclado. Las respuestas aparecían en pantalla. Solicité el menú, abrí un canal dirigido a «Archivos», introduje «John Khyber» y pedí la información biográfica disponible. No era mucha.

«Khyber, John

Código 367L441»

Su nombre y el número por el que se le podía ubicar en la red. Solicité las tareas efectuadas para la Sociedad Talino. La unidad respondió:

«Presidente del comité de finanzas,

1409-10.

Miembro del comité de miembros,

1406-08.

Miembro del comité de recursos,

1411-12.

Consejero naval, grupo de simulación Rigel,

1407.

Maestro de ceremonias, ocasiones varias.

1407-presente.»

«¿Quiere detalles?»

—No. ¿Habló alguna vez en las reuniones?

«Sí, ¿quiere los detalles?»

—Sí, los títulos por favor.

«Aprendiendo de los errores en Imarios; Cormoral reacciona.

3/31/02

Características de la batalla en los cruceros de Cormoral.

4/27/04

La guerra del crepúsculo: la fragata alcanza su madurez.

13/30/07

El alcohol y el Ashiyyur.

5/29/08

Las niñas danzantes de Abonai pierden la guerra.

8/33/11

Táctica de fuerza pequeña: Sim en Eschat'on.

10/28/13

Las guerrillas llegan para quedarse: Sim en Sanusar.

11/29/13

Raíces de la victoria: la criptología dellacondana.

3/31/14.»

«Hay disponibles copias impresas.» —Por favor, deme copias de todo.

Oí el chirrido de la impresora encerrada en un gabinete contiguo al terminal. Había ido allí con la esperanza de saber por qué Khyber viajaba con Gabe. Pero en este laberinto de charadas, ¿qué se podía creer?

—Ordenador, ¿Gabriel Benedict estuvo alguna vez aquí? «Por favor, tenga en cuenta que las entradas y las salidas de los socios y sus invitados no se registran. Sin embargo, hay una ocasión en que Gabriel Benedict asistió a un encuentro mensual.»

—¿Cuándo fue?

«El primer encuentro de este año, Prima 30.» —¿Estaba solo? «No hay datos.» —¿Estaba Khyber esa noche? «No hay datos.»

Pensé que no había nada más. ¿Qué quería saber?

—¿Habló el señor Benedict? Al grupo, quiero decir.

«No.»

Debió haber habido algo especial en ese encuentro.

—¿Puedo ver el programa de ese día?

403° encuentro de la Sociedad Ludik Talino

Prima 30,1414

2000 horas.

Orador invitado: Lisa Parot.

Conspiración: ¿fue asesinado Sim por los conspiradores antes de Rigel?

Orador principal: doctor Ardmor Kail.

Un psicólogo mira los registros de Talino.

Cena: Ternera a la Marchand,

Ensalada Temere,

Verduras.

Other books

Lavender Lady by Carola Dunn
Kiss Me Goodnight by Michele Zurlo
A People's Tragedy by Orlando Figes
EMERGENCE by Palmer, David
That's a Promise by Klahr, Victoria
The Liverpool Basque by Helen Forrester
Taking Aim by Elle James
The Missing Madonna by Sister Carol Anne O’Marie