Un rey golpe a golpe (25 page)

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Authors: Patricia Sverlo

Tags: #Biografía, Histórico

BOOK: Un rey golpe a golpe
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El primer elemento discordante lo puso Sabino Fernández Campo en La Zarzuela, con dos iniciativas muy simples, que ha asumido públicamente, y que al comienzo no resultaron demasiado trascendentales. En primero lugar, insistió en el hecho de que Armada no actuara desde la Zarzuela, para no comprometer demasiado a la Corona, aun cuando mantuvieran contacto telefónico durante toda la noche del 23-F. En segundo lugar, con la misma intención, intentó evitar que se involucraran los nombres del rey y de la reina, de la manera tan explícita en que se estaban utilizando, para hacer la llamada al alzamiento. Si quisiéramos creer que la Zarzuela estaba al tanto del golpe del 23-F desde el comienzo, no solamente el rey, sino también su secretario general, Sabino Fernández Campo, las iniciativas de este último sólo habrían sido una precaución para proteger al rey en caso de que saliera mal algo, o incluso tan sólo una cuestión de forma. No se puede olvidar que, pese a la propaganda institucional para presentarlo como el gran defensor de la democracia la noche del 23-F, casi más efectiva con respecto a Fernández Campo que al mismo rey, Sabino no ha brillado nunca precisamente como «progre». Sólo hace falta señalar, por el momento, las declaraciones que ha hecho recientemente, en el verano del año 2000 (en una conferencia en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo), en las que afirmaba que el rey, como moderador y también como necesario mando supremo de las Fuerzas Armadas, «debería intervenir en el caso de que las prerrogativas concedidas por un hipotético Gobierno en minoría a un partido separatista amenazaran la integridad de España». Estaba defendiendo nada menos que una intervención militar en Euskadi, que apoyaba en consideraciones jurídicas sobre el artículo 8 de la Constitución. En la línea constitucionalista de Armada, se le habría podido ocurrir algo parecido en febrero de 1981.

En todo caso, las de Sabino fueron iniciativas que, en sí mismas, nunca habrían evitado el golpe. El elemento verdaderamente distorsionador fue Tejero. Uno de los puntos más débiles del plan era que, con un estilo similar al que Suárez había utilizado para legalizar el PCE, sin informar del todo a los militares, esta vez se había utilizado a Tejero sin decirle toda la verdad del plan. Y en el momento crucial, Tejero fue quien realmente abortó el golpe.

Ajustando las piezas

Independientemente del hecho de que se ejecutara bien o mal, antes del fracaso —sólo relativo— del desenlace final, el golpe del 23-F pasó por un proceso más o menos largo de preparación, con multitud de reuniones y actuaciones previas de los implicados, de las cuales hay confirmación oficial y que no ponen en entredicho el alcance de la conjura. Se tiene constancia de que, ya en el mes de julio de 1980, se reunieron el teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, Pedro Mas (ayudante de campo del general Milans del Bosch en la III Región Militar de Valencia) y el civil Juan García Carrés, para comenzar a planificar el operativo que tenía que tomar las Cortes. El rey en aquellos momentos se hallaba en una ronda de conversaciones con los dirigentes de la oposición (Felipe González, Manuel Fraga, Santiago Carrillo…). Aunque hay pocos datos sobre estas entrevistas, se sabe que se hablaba fundamentalmente de la crisis institucional y de una posible salida con un gobierno de coalición, de «salvación nacional». Según fuentes muy diversas, Suárez era casi el único ausente de la «operación Armada». Pese a aquel digno gesto de no quererse echar atrás, Carrillo parece que sí estaba en la operación, porque sabía que era la única manera de que hubiera un ministro comunista. Además, se sabe que, aparte de sus audiencias con el rey, se reunió varias veces con Sabino Fernández en su casa de los apartamentos Colón.

Tras el verano, comenzaron a aparecer en prensa comentarios en torno al hecho de que, desde el entorno de Felipe González, se promovía a un general para presidir un gobierno de coalición. Y los rumores circulaban de manera más extensa entre los políticos. El 22 de octubre de 1980, los socialistas Enrique Múgica y Joan Reventós se reunieron con Armada, en casa del alcalde de Lleida, el también socialista Siurana. Trascendió que hablaron de la disposición favorable del general Armada a formar un gobierno de coalición entre la UCD y los grupos de la oposición parlamentaria, presidido por un independiente, presumiblemente militar. En noviembre, los dirigentes de los partidos de la oposición volvieron a pasar por La Zarzuela para hablar con el rey en una nueva ronda de consultas. Ya de vacaciones en Baqueira, también llegó Suárez para conversar; éste se negó a aceptar un gobierno de coalición con ningún partido de la oposición. Pero las referencias en la prensa «seria» o convencional (
El País
,
ABC
…) acerca de esta idea «en una situación de extrema gravedad», en «una eventual emergencia peligrosa para la democracia», se hicieron constantes. Además, el 17 de diciembre, el diario más leído en los cuarteles,
El Alcázar
, publicó un artículo sobre la preparación de una conspiración de militares firmado por el «colectivo Almendros». Aquel mismo mes, Tejero se empezaba a preparar, comprando, a través de mediadores, los seis autobuses que trasladarían a los guardias civiles que asaltaron el Congreso.

Quedaron depositados en una nave industrial de Fuenlabrada (Madrid), alquilada a tal objeto.

En una fecha indeterminada, a finales de año, Armada, temiendo que le espiaran, encargó a Aseprosa (una empresa de seguridad que servía de tapadera del CESID, controlada por Antonio Cortina, hermano de José Luis, el jefe de la AOME) una intervención de sus teléfonos, que fue efectuada por técnicos del CESID. El general todavía estaba destinado en Lleida, desde donde se pudo constatar que, sólo en el mes de diciembre, habló con el rey como mínimo tres veces. El día 18, cuando fue de vacaciones a Madrid, lo visitó en La Zarzuela. Aparte de aprovechar para citarse el 3 de enero en Baqueira, revisaron juntos el discurso que el rey iba a pronunciar en Nochebuena.

Armada conserva una fotocopia de las cuartillas con retoques de su propia mano. El 24 de diciembre, el rey lanzó aquel mensaje navideño lleno de ideas sugerentes, por primera vez sin la familia delante de las cámaras, sentado ante su mesa de trabajo: «La Monarquía que en mí se encarna […] impulsora de una acción de todos para todos». Dirigiéndose a los políticos, dijo: «Consideremos la política como un medio para conseguir un fin y no como un fin en sí mismo. Esforcémonos en proteger y consolidar lo esencial si no queremos exponernos a quedarnos sin base ni ocasión para ejercer lo accesorio». Y al pueblo en general: «No podemos desaprovechar, con inútiles vaivenes, compromisos y disputas, esta voluntad de transformar y estabilizar España…». Dos días después de la entrevista que había concertado con Armada, debido a la cual el general hubo de adelantar el final de las vacaciones, el rey pronunció otro discurso. Esta vez el de Pascua, dirigido a los militares, que acababa así: «Yo tengo la certeza de que si permanecéis unidos, entregados a vuestra profesión, respetuosos con las normas constitucionales en las que se basa nuestro Estado de derecho, con fe y confianza en los mandos y en vuestro Jefe Supremo, y alentados siempre por la esperanza y la ilusión, conseguiremos juntos superar las dificultades inherentes a todo período de transición y alcanzar esa España mejor en la que ciframos nuestra felicidad».

El 10 de enero de 1981, Armada viajó a Valencia para encontrarse con el general Milans del Bosch.

Una semana después, el día 18, fue Milans quien viajó a Madrid para reunirse, en un piso del coronel Mas, con éste y otros conspiradores (en concreto, Tejero, Torres Rojas y el civil García Carrés), e informarles de la entrevista con Armada. Fue en esta reunión donde se estableció el plan de ocupar el Congreso, derrocar por la fuerza al Gobierno y formar uno de nuevo que encarrilara la democracia. Estimaron que la operación no se tenía que llevar a cabo hasta que Armada no fuera nombrado segundo jefe del Estado Mayor del Ejército, hecho previsto para próximas fechas. De este modo se realizaría sin violencia. Incluso se habló de un procedimiento constitucional y político.

Al día siguiente, el coronel Ibáñez, del Estado Mayor de Milans y enlace suyo, fue hacia Lleida para comunicar a Armada el resultado de la entrevista anterior. Cuando el 22 de enero el presidente Suárez se enteró del futuro ascenso de Armada, todos estos militares ya tenían noticias del mismo.

Se lo comunicó el rey, en una reunión en La Zarzuela que acabó con una acalorada discusión entre los dos. Ni Suárez ni Gutiérrez Mellado estaban de acuerdo, pero el rey impuso su criterio.

Se continuaban insertando nuevos artículos en
El Alcázar
con el pseudónimo «colectivo Almendros», y otros textos entregados a otras publicaciones, alusivos al golpe, momento en el que Suárez decidió dimitir, el 26 de enero. Lo comunicó a los miembros de su Gobierno antes que a nadie. Dice que tuvo la precaución de anunciarlo a ellos antes que al rey, para que el monarca no se pudiera apuntar el tanto de haber sido quien le había pedido que dimitiera. «A mí no me hace lo que a Arias», comentó al parecer. Sólo al día siguiente, el 27, fue a La Zarzuela a informar al rey.

Suárez siempre ha dado a entender que estaba enterado del hecho de que se planeaba un golpe de Estado para destituirlo y que dimitió para evitarlo. En la larga conversación que mantuvo con el rey, le dijo que lo hacía «como única manera de evitar a Vuestra Majestad el riesgo político de resolver la crisis que se anuncia». En otro contexto explicó, además, que en aquellos momentos tenía la obligación de «defender al rey, incluso del rey mismo». Y el 29 de enero lo explicó en un mensaje televisado bastante claro para todo el mundo: «Dimito porque no quiero que el sistema democrático, tal como nosotros lo hemos deseado, sea, una vez más, un simple paréntesis en la historia de España». Tras todas las tensiones y discusiones con el monarca, no tanto para conseguir que Suárez presentara la dimisión como para intentar llevarlo a su terreno en política internacional (en el tema del ingreso en la OTAN fundamentalmente); tras negarse repetidamente a formar un gobierno de coalición con la oposición; tras todos los planes que habían hecho, hablando y hablando en los medios de comunicación de una inevitable crisis institucional para preparar el terreno, con objeto de dar el «golpe de timón» previsto con la excusa de que Suárez no dimitía… Tras todo esto, la intempestiva decisión del presidente pilló al monarca por sorpresa. Su primera reacción, que ofendió profundamente a Suárez, fue recurrir a Sabino para preguntarle qué tenía que hacer. Con el consejo de su secretario, decidió tomarse un poco de tiempo, aprovechando que el congreso de la UCD que se tenía que celebrar en Mallorca se retrasaba por una huelga de controladores aéreos. El mismo partido habría de escoger un nuevo candidato para proponerlo a las Cortes, sin prisa. La dimisión de Suárez supuso un revés. Aparentemente, se habían quedado sin excusa para actuar.

Pero los objetivos reales del golpe iban mucho más allá de conseguir un simple cambio de presidente, los planes ya estaban en marcha y ahora no se volverían atrás. Bien al contrario, se decidió acelerarlo.

Al día siguiente del anuncio público de la dimisión, Emilio Romero publicaba en el ABC un artículo en el que ya se hablaba explícitamente de la «solución Armada». El 3 de febrero el rey telefoneó a su ex-secretario para darle la noticia de su nombramiento y la enhorabuena, desde el aeropuerto de Barajas, donde esperaba que se abriera el de Vitoria para iniciar su primer viaje oficial al País Vasco (el famoso y accidentado viaje a Gernika). Este mismo día Armada también habló con el coronel Ibáñez, que acudió a Lleida personalmente desde Valencia para entrevistarse con el general, y valorar juntos la nueva situación que se había creado tras la dimisión de Suárez. El 6 de febrero los reyes, que estaban en Baqueira para descansar tras los acontecimientos de la Casa de Juntas de Gernika, se citaron con Armada para cenar en un restaurante de Artíes. La cena en el restaurante se tuvo que suspender cuando recibieron la noticia de que la madre de la reina, Federica, estaba gravísima en la clínica de la Paloma, en Madrid. En realidad, ya había muerto. Sofía salió rápidamente en helicóptero hasta Zaragoza, desde donde cogió un DC-9 con destino a Madrid. Pero la entrevista del rey con Armada no podía posponerse, de manera que, independientemente de cómo estuviera su suegra, el rey se quedó a cenar con el general, una cena improvisada por la infanta Elena en casa, a base de ensalada y tortilla francesa. Estuvieron juntos hasta las tres de la madrugada. A esta hora, el mismo Juan Carlos, que conducía su coche, lo dejó en el parador del Valle de Arán.

Tras la celebración del II Congreso de la UCD, el día 10 el rey finalmente propuso a Calvo Sotelo en las Cortes para la presidencia del Gobierno. De nuevo, se quiso reunir con Armada. Cuando éste pasó por La Zarzuela al día siguiente, para los oficios religiosos ortodoxos en memoria de la madre de la reina, a los cuales asistían familiares y amigos todas las tardes, tuvieron la ocasión de hablar brevemente en un aparte. El rey le dijo que le interesaba mucho verlo, y lo citó para el día 13, a las 10:30. Llamó a Sabino para que lo apuntara en el libro de visitas, y Sabino le advirtió de que no había horas libres, pero el rey insistió en el hecho de que retrasara la hora a quien hiciera falta (que en este caso fue Alfonso de Borbón, citado a aquella hora). Ninguno de los dos ha revelado nunca el contenido de la conversación que mantuvieron en aquella cita extraordinaria. Alfonso Armada solicitó permiso por escrito a Juan Carlos para darla a conocer como prueba que le favoreciera en su juicio. Pero no se lo autorizaron y Armada cumplió la orden al pie de la letra.

Una vez escogido el candidato a presidente, el rey tuvo que mantener una nueva ronda de consultas con los líderes políticos, preceptiva constitucionalmente. Con González, Fraga, Carrillo… con todos los líderes. Pero estos días hubo muchas más reuniones. El 16 de febrero se celebró una nueva entrevista en Madrid entre Ibáñez (el segundo de Milans) y Armada, concertada previamente por teléfono por el mismo Milans del Bosch. El 17, otro contacto del rey y Armada, en un aparte de un acto en la Escuela Superior del Ejército. Al fin, el día 18, Ibáñez establecía con Tejero, en una conversación telefónica, la fecha definitiva para la «Operación Congreso». Se había pensado en el viernes 20, con ocasión de la votación de investidura del nuevo presidente del Gobierno. Pero Tejero puso dificultades y acordaran que podría ser el lunes 23, puesto que se repetiría la votación y, nuevamente, el pleno del Congreso de los Diputados volvería a estar reunido y todos los miembros del Gobierno presentes. Apenas quedaban unos cuantos días para el día señalado, cuando José Luis Cortina Prieto, jefe de la Agrupación Operativa de Medios Especiales (AOME) del CESID, se encontró con el entonces embajador de los Estados Unidos en Madrid, Terence Todman, y con el nuncio del Vaticano, monseñor Antonio Innocenti. Cortina también se reunió, el día 21 por la noche, en Madrid, con Antonio Tejero, Alfonso Armada y Vicente Gómez Iglesias (su mano derecha en el CESID). Fue en esta reunión en la que Armada se descubrió personalmente delante de Tejero como jefe de la operación. Cortina le indicó al guardia civil que los socialistas no darían nada de guerra, que aceptarían lo que les propusiera, que también veían la necesidad de un golpe de timón. Se le explicó, al parecer no demasiado bien, que su operación en el Congreso se tendría que reconducir hacia el objetivo político de Armada. Según la declaración que hizo en el juicio, a Tejero en aquel momento le dieron a entender que el nuevo gobierno sería sólo de militares; y que el verdadero jefe era el rey, que lo apoyaba totalmente. Armada, en concreto, le explicó: «La monarquía necesita robustecerse, por ello Su Majestad me ha encargado esta operación». Matizó, además, que «la Corona y la Democracia seguirían incólumes… aunque ya hay preparados varios decretos que entrarán inmediatamente en vigor». También le revelaron que tanto el Vaticano como el Gobierno norteamericano habían sido sondeados y que la Administración Reagan les había prometido ayuda. En vísperas del 23 de febrero, el comandante Pardo Zancada, de la División Acorazada (DC) Brunete, viajó a Valencia para entrevistarse con Milans del Bosch, el verdadero jefe militar de toda la operación. Milans también conversó por teléfono con Armada.

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