Los senos le dolían.
A principios de febrero se encontraban ya en España los contingentes italianos previstos, los cuales habían formado las brigadas «Flechas Negras» y «Flechas Azules». Intérpretes españoles, entre ellos el tenor Fleta, servían de enlace. El exuberante temperamento de los oficiales y de los soldados había abierto brecha en el afecto de mucha gente. Sin embargo, por prejuicios de raíz oscura, y pese a que los aviadores legionarios se habían ganado en buena lid el título de valientes, existían dudas sobre la eficacia guerrera de los italianos, especialmente de los que operarían por su cuenta, sin mezcla de tropa española. La situación tenía mucho de desafío: «Exigimos de vosotros que sepáis morir». Salvatore, que escribía a Marta casi a diario, se hizo eco de esas dudas. «¿Por qué esa desconfianza?» Salvatore estimaba que para ser buen soldado no era indispensable pisar recio como los alemanes ni llevar en la camisa tantas calaveras como los voluntarios del Tercio.
Los italianos desembarcados en Cádiz iban a ser puestos a prueba en la operación de Málaga, sobre cuyos pormenores Queipo de Llano y el general Roatta habían llegado a un acuerdo. La ofensiva, al igual que la de la Reconquista, partiría de las bases dominantes de la sierra de Ronda, en poder de los «nacionales». Pronto se supo que los «rojos» estaban dispuestos a plantar cara y que en consecuencia habían concentrado en la zona gran número de efectivos, si bien muy incoherentes y con artillería escasa, a las órdenes del general Villalba.
La operación constituyó un éxito completo. El día 8 de febrero fueron ocupados la ciudad y el puerto. Queipo de Llano no defraudó a sus radioyentes, y el culto general Roatta, el más joven de los generales italianos llegados a España, hizo gala de una pericia extrema. Desde el primer momento las tropas maniobraron con elegancia, arrollando al adversario. La «motorización» anunciada por Roatta pilló de sorpresa al enemigo, así como el ágil empleo de la artillería ligera ¡y de los lanzallamas! Los lanzallamas hicieron su aparición y sus chorretes de fuego parecían rayos de muerte. La aviación «nacional», con base en el aeródromo de Tablada, se adueñó del aire. ¡Y Jorge, el huérfano Jorge, hizo su debut! Jorge había terminado los cursillos en dicha base y soltó las primeras bombas, que parecían gotearle del cerebro. También los cruceros
Canarias
y
Baleares
actuaron con eficacia, bombardeando la costa. La desbandada «roja» fue tal, que por un momento pareció factible la idea del conde Ciano consistente en perseguir al ejército enemigo hasta Almería y subir luego hasta Valencia. Pero, de pronto, a la altura de Motril, la prudencia o la falta de reservas aconsejaron dar por terminada la operación.
En Málaga cayó prisionero el corresponsal inglés Arturo Koestler y fue encontrada una misteriosa maleta propiedad del general Villalba, la cual contenía, al parecer, una extraordinaria reliquia: la mano de Santa Teresa de Ávila. Corrió la voz de que dicha reliquia era la auténtica y que sería ofrecida al general Franco para que la llevara consigo a lo largo de la campaña.
La gente de Málaga relató el inevitable capítulo de horrores, Salvatore, cuyos vivarachos ojos parecían taladrar cuanto se le ponía por delante, descubrió en una hondonada una serie de cadáveres que llevaban una grotesca colilla en la boca. Núñez Maza, que entró en la ciudad con su equipo de propaganda, mostró a Aleramo Berti, al miope Schubert y a los periodistas un recorte de diario que por sí solo daba testimonio de las matanzas efectuadas por los anarquistas: se trataba de una felicitación a «los camaradas enterradores» del cementerio de San Rafael por su labor sin descanso durante días y días desde el estallido de la revolución. Un hospital había sido destruido por completo, a excepción de un crucifijo, a cuyos pies una nota escrita con letra dubitativa decía: «Te respetamos por inocente». Parte de los detenidos en las cárceles habían sido evacuados por los milicianos y conducidos ¡a pie! rumbo a Almería.
En la España «nacional» la victoria de Málaga produjo gran júbilo, sepultando por unas semanas el desencanto por el fracaso del ataque a Madrid. Todo el mundo decía: «Málaga, la hermosa». Conquistar lo hermoso era tan importante como conquistar lo útil. Don Anselmo inauguró la estación «Málaga». Mateo, recordando que Pilar había nacido en Málaga, perdió el dominio de sí. Seguía en el Alto del León, que estaba nevado. Tomó una cantimplora de coñac y le dijo a José Luis Martínez de Soria: «Con permiso, ¡voy a cometer una barbaridad!» Y se emborrachó, cosa increíble en él. Los olés andaluces se multiplicaron, y en la zona «roja» el propio Matías, al oír el parte, se levantó, tomó a Carmen Elgazu de la cintura y la obligó a dar dos vueltas en el comedor. Carmen Elgazu sonrió: «Chico, el día que caiga Madrid me haces papilla». Cuando, poco después, llegaron a Gerona dos trenes de refugiados de Málaga, la familia Alvear los contempló con emoción, recordando su estancia en aquella ciudad mediterránea.
Victoria moral, botín considerable. En el puerto, los barcos,
Satrústegui
y
África
, además de diez mil toneladas de petróleo, trenes, ametralladoras. ¡El mar azul! El mando «rojo» se sintió incómodo. Los militares rusos, espoleados por Orlov, flamante jefe de la GPU recién llegado a España, exigieron responsabilidades y fueron detenidos y encarcelados varios generales, entre ellos. Asensio, Martínez Monge y Martínez Cabrera.
La victoria de Málaga, en la que participaron voluntarios portugueses llamados «viriatos», enardeció a los «nacionales», los cuales, nuevamente seguros de sí, se aprestaron a lanzar sin apenas reposo una ofensiva en gran escala en el sector de Madrid. La palabra «Madrid» tenía gancho e incluso misterio. Inspiraba temor. No se trataba de entrar en Madrid, sino de apretar más aún el cerco. El ataque no sería frontal. Sería una maniobra envolvente, destinada a cortar de buenas a primeras la carretera de Valencia.
Las tropas italianas fueron también citadas al combate… Trasladadas rápidamente desde Málaga, se les asignó como objetivo la toma de Guadalajara, en tanto que las tropas españolas cruzarían los ríos Tajuña y Jarama. Roatta había recibido un balazo en Málaga, pero la herida fue leve y el general italiano se encontraba ya restablecido y dispuesto a repetir su gesta del frente del Sur.
Pero los hados de la guerra habían decidido lo contrario… El ataque se saldó con un terrible desgaste, lo mismo por parte española que por parte italiana. Los ríos Tajuña y Jarama quedaron sembrados de cadáveres del Tercio, de moros y de «alféreces provisionales». Cadáveres que formaban pila hasta lo alto de las cotas del Pingarrón. Al mismo tiempo, en la zona de Brihuega, en Guadalajara, el Cuerpo de Tropas Voluntarias italianas sufrió un aparatoso descalabro. Habiendo avanzado con arrojo y pericia, de pronto la infantería se encontró inmovilizada en el barro —empezó a llover con imprevisible violencia— mientras los carros de combate y otros vehículos motorizados, hundidos en las charcas de las carreteras y caminos, no podían ni siquiera hacer marcha atrás.
El general Roatta no había previsto la posibilidad de que se le opusieran elementos atmosféricos. Pronto se abrió fuego contra él, desde ángulos diversos, obligando a los legionarios a multiplicarse. «¡Adelante!» Imposible. Los motores no funcionaban, estaban anegados y su impotencia desesperaba a los infantes. Por otra parte, el enemigo hacía gala de un tesón admirable y su aviación iba adueñándose del cielo, debido a que sus aeródromos, situados al sur de Madrid, estaban secos y permitían el despegue de los aparatos, mientras que los aeródromos con los que Roatta contaba, eran lagunas.
Inesperada vulnerabilidad. Los comentaristas italianos achacaron la derrota a esos factores y algunos de ellos insinuaron que determinadas tropas españolas que debían distraer al adversario remolonearon. Como fuere, esta vez los mandos «rojos» no serían castigados, sino lo contrario. Especialmente las Brigadas Internacionales 13, 14 y 15 y las tropas de guerrilleros de Líster y del Campesino se cubrieron de gloria. Sobre todo el Campesino, con su negrísima barba y su «despanzaburros», parecía una fuerza do la naturaleza. «¡Hale,
macarroni italiano
, chupaos eso!» «¡Hijo-putas, maricas, hijos del Papa,
pa-trás
!» Alguien le había enseñado a decir
gigolo
, y le gritaba
gigolo
al general Roatta. El Campesino se olvidó incluso de Moscú —Líster no decía Moscú, sino «La Casa» y escoltado por dos dinamiteros lanzaba con honda bombas do mano en nombre de España. De prolongarse un poco más el combate victorioso, hubiera luchado en nombre del Cid.
El mando de Madrid lanzó las campanas al vuelo y Fanny la mentó horrores haberse perdido aquello. Los caricaturistas de la zona, que tanto admiraba Ezequiel, llenaron las paredes de siluetas italianas con el rabo entre piernas. Las agencias de prensa del mundo entero difundieron las listas del enorme botín capturado entre el barro, con las correspondientes fotografías. Entre el botín figuraban cartas italianas manchadas de sangre, impresos para el envío de giros postales, mapas, efigies de un Mussolini enérgico arengando a las multitudes desde un balcón.
¡Guadalajara! La palabra se convirtió en símbolo, que se unía al símbolo «Madrid». La mesa reservada para el general Mola en el café Molinero seguiría desocupada durante mucho tiempo… Por segunda vez quedaba demostrado que el Estado Mayor «rebelde» podía equivocarse como cada quisque. Los «lanzallamas» sorpresa se habían convertido en mangueras de agua. En Gerona se organizó un baile en el local de la UGT, durante el Cual David y Olga no cesaron de dar vueltas «en honor de la cobarde Italia».
* * *
La cobarde Italia… Fue el sonsonete que recorrió la España «nacional». Los italianos fueron llamados, sin matices, «Corriere de la Sera», y la matrícula CTV de sus coches pasó a significar ¿Cuándo te vas? Guadalajara se convirtió en deshonor y chiste. «Una cosa es cantar ópera y otra arrear candela.» «¡Corrían como Nuvolari!» Corrían, corrían. Salvatore se desgañitaba: «¿Cómo íbamos a correr, si el barro nos llegaba a las rodillas?» Mil doscientos muertos italianos, tres mil quinientos heridos italianos, Convertidos en chiste. Aleramo Berti lloró de rabia, mientras su Colega Schubert, el miope nazi, mandaba a Berlín un informe exhaustivo en el que calificaba a todos los mediterráneos, sin excepción, de «instintivos» y «primarios».
¡Si el profesor Civil hubiera podido defender sus principios! Por lo demás, eran muy numerosos los españoles que parecían alegrarse o poco menos del fracaso italiano, y entre ellos figuraba Javier Ichaso. Javier Ichaso hizo un viaje a Biarritz, por encargo de «La Voz de Alerta» y coreó estrepitosamente, sin saber por qué, las irónicas carcajadas de los diplomáticos. El embajador italiano escribió a su Gobierno: «La ayuda italiana provoca entre los españoles torrentes de gratitud hacia Francia e Inglaterra». Cabía exceptuar, desde luego, a las enfermeras de los hospitales, con las que los voluntarios italianos trazaron muchos idilios, algunos de los cuales iban a durar hasta la muerte. Uno de estos voluntarios fue Salvatore, herido en la mano izquierda. Salvatore, sin olvidarse por ello de Marta, en el Hospital Provincial de Valladolid le dijo a la muchacha que le vendaba la herida:
—Una palabra tuya, y mañana mismo ocupo Guadalajara por mi cuenta.
* * *
Las consecuencias del fracaso envolvente en torno a Madrid fueron penosas. Los «nacionales» se vieron obligados a llamar más hombres a filas, a extremar el rigor en el establecimiento del «Plato Único». —«La Voz de Alerta» decía: «¡bueno!, eso significa servir varios platos en uno solo»—, y los «viriatos» portugueses, así como algunos destacamentos irlandeses recientemente llegados, comprobaron que la palabra «tristeza», empleada por Cosme Vila y el Responsable, era certera. Una gran tristeza planeó sobre quienquiera que meditara un poco y sólo se libraban de ella las personas frívolas o los soldados aptos para gozar de los encantos de la camaradería. Se intensificaron los rezos, los cirios ganaron en altura y se vendieron más ejemplares de
La Ametralladora
. De pronto, los ojos se miraban unos a otros diciéndose: «Es una cosa terrible una guerra civil».
En ese momento exacto empezaron a circular toda clase de rumores relativos a la actitud del general Franco. Entre los falangistas corrió la voz de que el general «era partidario acérrimo de la guerra larga, de llevar la guerra a ritmo lento». Al parecer se lo había declarado sin ambages al embajador italiano. «La guerra que dirijo no es una conquista, es una liberación. Ocuparé región por región, pueblo por pueblo, ferrocarril por ferrocarril. Pero donde mis tropas entren he de tener la seguridad de poder implantar un régimen político y por lo tanto he de tener guardadas las espaldas, lo cual es todavía prematuro. Nada de destrucciones masivas, sino un afianzamiento previo de nuestro credo en la retaguardia, a la que tampoco puedo imponer excesivos sacrificios. He de preocuparme incluso de la salvación espiritual del enemigo. Si no lo hiciera así, ganaría la guerra, pero conduciría a mi país a la ruina.»
Núñez Maza era, sin duda, el hombre mejor informado sobre la cuestión. El privilegiado puesto que ocupaba en Propaganda y su libertad de movimientos le permitían introducirse en cualquier sitio a cualquier hora. Y cuando no él, delegaba sus poderes en cualquiera de los cuatro falangistas que lo acompañaban y lo ayudaban en su labor.
De hecho, pues, Núñez Maza fue quien alertó a sus camaradas de la Falange sobre la «gravedad de la actitud del general Franco». El primer aviso lo tuvo en Salamanca el día en que coincidió en la escalera del local del Partido con el agresivo Berti, delegado fascista, y con Salazar. «Sube con nosotros, querríamos hablar un momento contigo.» La entrevista fue cortísima. Llegados arriba, Berti resopló, como era su costumbre, y desembuchó: «Sólo queremos que sepas esto: Franco va a lo suyo. Considera a la Falange no ya un grito izquierdista, sino una aventura juvenil y poética, de la que será preciso ir prescindiendo poco a poco».
El segundo aviso se lo dio Schubert, el miope delegado nazi, y Núñez Maza se alarmó más aún, puesto que todo cuanto proviniera de Alemania era para él artículo de fe.
—Amigo Núñez Maza —le dijo Schubert, aspirando rapé, como le era habitual—, creo poder afirmar que Franco está decidido a inclinarse progresivamente del lado de la Iglesia y del capitalismo. Si la Falange no reacciona de manera fulminante… y sin contemplaciones, antes de nada se encontrarán ustedes barriendo las escaleras de los círculos carlistas.