Un guerrero de Marte (26 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

BOOK: Un guerrero de Marte
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—¿Qué tal te ha ido aquí, Sanoma Tora? —le pregunté— ¿Cómo te han tratado?

—No me han tratado mal —contestó—; nadie me prestaba atención —pude apreciar el tono de vanidad herida en su voz—. No había visto a Tul Axtar hasta esta noche. Acabo de llegar del salón donde celebra audiencias con sus mujeres.

—Lo sé —dije—. Yo estaba allí y te he seguido hasta aquí.

—¿Me puedes llevar contigo? —preguntó.

—Con toda rapidez, ahora mismo —repliqué.

—Me temo que habrá de ser con mucha rapidez —dijo.

—¿Por qué?

—Al pasar por delante de Tul Axtar me detuvo un momento y le oí hablar con una de las cortesanas que estaba a su lado. Le dijo que averiguara mi nombre y dónde estaba alojada. Las mujeres me contaron lo que sucede después de que Tul Axtar se ha fijado en una, y estoy asustada. ¿Pero qué importa? ¡No soy más que una esclava!

¡Qué cambio había sufrido la arrogante Sanoma Tora! ¿Era esta la misma belleza ensoberbecida que rechazó mi mano? ¿Era esta la Sanoma Tora que aspiraba a ser una jeddara? Ahora se mostraba humilde, como pude comprobar por sus hombros caídos, por el temblor de sus labios, por la atemorizada luz que brillaba en sus ojos.

Mi corazón se llenó de compasión por ella, pero estaba sorprendido, además de consternado al comprobar que no me sentía poseído por ninguna otra emoción. La última vez que vi a Sanoma Tora hubiera dado mi alma por tenerla entre mis brazos. ¿Tanto me habían cambiado las vicisitudes sufridas? ¿Era Sanoma Tora, la esclava, menos deseable para mí que la Sanoma Tora hija del rico Tor Hatan? No. Sabía que eso no podía ser cierto. Yo había cambiado pero, sin duda, se trataba de una metamorfosis temporal a causa de la tensión nerviosa que sufría como consecuencia de la responsabilidad que me había impuesto de la necesidad de avisar a Helium con tiempo, para salvarla de la destrucción a manos de Tul Axtar —no sólo salvar a Helium, sino al mundo. Era una grave responsabilidad. ¿Cómo podía alguien que soportara un peso tan abrumador dedicar sus pensamientos al amor. No. No era yo mismo y, sin embargo, sabía que todavía amaba a Sanoma Tora.

Dándome cuenta de la necesidad de actuar deprisa, hice un examen rápido de la habitación y descubrí que podría realizar fácilmente el rescate de Sanoma Tora sacándola por la ventana, del mismo modo que procedí con Tavia y Phao de la torre este de Tjanath.

Le expliqué, breve, pero cuidadosamente, mi plan y le dije que se preparara mientras estaba fuera, a fin de que no hubiera retrasos cuando estuviera listo para recogerla a bordo del
Jhama.

—Y, ahora, Sanoma Tora ——dije—, adiós momentáneamente. Lo próximo que sabrás de mí será cuando escuches una voz en la ventana, aunque no verás a nadie ni ninguna nave. Apaga la luz de tu habitación y sube al alféizar. Te cogeré de la mano. Tienes que confiar en mí y hacer lo que te indique.

—¡Adiós, Hadron! —respondió ella—. No soy capaz de encontrar las palabras adecuadas para expresarte mi agradecimiento, pero cuando regresemos a Helium no habrá nada que me pidas que no te conceda, no sólo con buena voluntad sino con agrado.

Tomé su mano y le besé los dedos y me volvía ya hacia la puerta cuando Sanoma Tora me sujetó del brazo.

—¡Espera! —dijo— ¡Viene alguien!

Me arrebujé rápidamente en mi manto de invisibilidad y me aparté a un rincón al tiempo que la puerta que conducía al pasillo se abría de golpe. Apareció una de las cortesanas de Tul Axtar que lucía un hermoso correaje. Entró en la habitación y se hizo a un lado de la puerta, que mantuvo abierta.

—¡El jeddak! ¡Tul Axtar, jeddak de Jahar! —anunció.

Un instante después Tul Axtar entró en la habitación, seguido por media docena de sus cortesanas. Era un hombre voluminoso, de facciones repulsivas que reflejaban una combinación de fuerza y debilidad, de altiva arrogancia, de orgullo y de duda, una forma innata de cuestionar la propia capacidad.

Las cortesanas formaron detrás de él cuando se situó delante de Sanoma Tora. Eran mujeres de aspecto masculino, evidentemente elegidas por esta característica, precisamente. Eran atractivas en su aspecto masculino y sus cuerpos sugerían que podrían ser unas guardaespaldas muy eficaces para el jeddak.

Durante varios minutos, Tul Axtar estuvo examinando a Sanoma Tora con ojos llenos de apreciación. Se le acercó con una actitud que no me gustó lo más mínimo y cuando le puso una mano en el hombro tuve que hacer un esfuerzo para contenerme.

—No estaba equivocado —dijo—. Eres preciosa. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

Ella tembló, pero guardó silencio.

—¿Eres de Helium?

Tampoco contestó.

—Las naves de Helium se dirigen a Jahar —rió—. Mis exploradores me han traído noticias de que pronto estarán aquí. La flota de Tul Axtar les reserva una calurosa bienvenida —se volvió a las cortesanas—. ¡Fuera! —ordenó— Y que nadie vuelva hasta que yo llame.

Se inclinaron y salieron, cerrando la puerta tras ellas y entonces Tul Axtar puso la mano de nuevo sobre el hombro desnudo de Sanoma Tora.

—¡Ven! —dijo— No voy a luchar contra toda Helium, contigo voy a amar. Por mi primer antepasado que eres digna del amor de un jeddak.

La atrajo hacia sí. Me hervía la sangre y estaba tan poseído por la ira que dejé caer el manto sin pensar en las consecuencias.

CAPÍTULO XIV

Los caníbales de U-gor

Cuando dejé caer el manto de la invisibilidad saqué mi espada larga y el roce que produjo al salir de la vaina hizo que Tul Axtar se diera la vuelta. La sangre fluyó a su corazón y le dejó el rostro pálido cuando me vio. Estaba a punto de gritar cuando la punta de mi espada la detuvo.

—¡Silencio! —musité.

—¿Quién eres? —preguntó.

—¡Silencio!

Hice mis planes en un instante. Le obligué a darse la vuelta y le desarmé, después de lo cual le até fuertemente y le amordacé.

—¿Dónde puedo ocultarle, Sanoma Tora? —pregunté.

—Hay un armario pequeño aquí —dijo indicando una puertecita de un lado de la habitación. La cruzó y abrió la puerta. Yo arrastré a Tul Axtar y le metí en el armario, no con mucha suavidad, lo puedo jurar.

Cuando cerré la puerta vi que Sanoma Tora estaba pálida y temblorosa.

—Tengo miedo —dijo—. Si vuelven y le encuentran así, me matarán.

—Sus cortesanas no volverán hasta que las llame —le recordé—. Oíste que tal era su deseo, su orden.

Ella asintió sin decir palabra.

—Aquí está su daga —le dije—. Si la cosa empeora, puedes mantenerles fuera amenazando con matar a Tul Axtar.

Vi, sin embargo, que la muchacha estaba aterrada, temblando como una hoja, y temí que no lograra superar la prueba, si llegaba el caso. ¡Cuánto deseaba que Tavia estuviera aquí! Sabía que ella no fallaría y, en nombre de mi primer antepasado, ¡cuánto dependía del éxito!

—Volveré pronto —dije recogiendo del suelo el manto de la invisibilidad—. Deja la ventana grande abierta y estate preparada para cuando regrese.

Al ponerme el manto vi que temblaba y que no podía hablar; a decir verdad, hasta le faltaban fuerzas para sujetar la daga, que yo temía cayera de sus dedos carentes de nervios, pero nada podía hacer yo, salvo dirigirme apresuradamente al
Jhama
e intentar regresar antes de que fuera demasiado tarde.

Alcancé la cima de la torre sin incidentes. Por encima de mí parpadeaban las brillantes estrellas de la noche barsoomiana, mientras que justo encima del tejado del palacio parecía colgado el precioso planeta Jarsoom
[11]
.

Ni que decir tiene que el
Jhama
era invisible, pero mi confianza en Tavia era tan grande que al alzar la mano al cielo supe que tocaría la quilla de la aeronave, como así fue. Golpeé tres veces la escotilla de proa, señal que habíamos establecido antes de penetrar en el palacio. La escotilla se alzó instantáneamente y un segundo después ya estaba yo a bordo.

—¿Dónde está Sanoma Tora? —preguntó Tavia.

—No me hagas preguntas ahora—respondí—. Tenemos que proceder con rapidez. Prepárate para coger los mandos en cuanto yo los suelte.

Ocupó en silencio el asiento junto al mío, con su suave hombro tocando mi brazo. En silencio, hice descender el
Jhama
hasta el nivel de la ventana del gineceo. En líneas generales, sabía dónde estaba la de Sanoma Tora, pero mientras me acercaba escrutaba por el periscopio las ventanas, hasta que vi la figura de Sanoma Tora en el cristal esmerilado. Acerqué el
Jhama
al alféizar, con el puente superior justo debajo del mismo.

—Hazte cargo, Tavia —dije.

Levanté la escotilla superior unos centímetros y llamé a la muchacha. Al oír mi voz, aunque sabía que yo llegaría y me estaba esperando, San orna Tora tembló y a punto estuvo de dejar caer la daga.

—Apaga la luz —musité.

Vi que se dirigía temblando a un botón embutido en la pared y un instante después la habitación estaba sumida en la oscuridad. Entonces levanté la escotilla y me subí al alféizar. Como no quería que los pliegues del manto de invisibilidad me molestaran, lo había plegado y metido en el correaje, donde lo tendría dispuesto para usarlo si surgía la necesidad. Encontré a Sanoma Tora en la oscuridad, tan debilitada por el terror que tuve que cogerla en brazos y llevarla hasta la ventana, donde Phao se las arregló para introducirla en la nave por la escotilla abierta. Entonces volví al armario donde Tul Axtar estaba atado y amordazado. Me incliné y corté las cuerdas que ataban sus tobillos.

—Haz exactamente lo que te diga, Tul Axtar —dije—, o mi acero encontrará el camino de tu corazón. Está sediento de tu sangre, Tul Axtar, y tengo dificultades para contenerle, pero si no me fallas tal vez te pueda salvar todavía. Puedo utilizarte, Tul Axtar, y de tu utilidad depende tu vida, porque muerto nada vales para mí.

Hice que se levantara y se dirigiera a la ventana. Le ayudé a subir al alféizar. Estaba aterrorizado cuando intenté que diera un paso hacia el vacío, como él pensaba, pero cuando subí al puente del
Jhama
delante de él y vio que aparentemente flotaba en el aire, hizo de tripas corazón y, finalmente, conseguí subirle a bordo.

Cerré la escotilla detrás de él y encendí una tenue luz interior. Tavia se volvió esperando mis órdenes.

—Mantente donde estás, Tavia.

En la cabina del
Jhama
había un escritorio diminuto, donde el oficial del buque guardaría su diario de a bordo y se ocuparía de otros registros e informes que tuviera necesidad de hacer. Había material para escribir y al sacarlo del cajón donde estaba guardado llamé a Phao.

—Tú eres de Jahar —le dije—. ¿Sabes escribir en el idioma de tu país?

—Naturalmente —dijo ella.

—Entonces, escribe lo que te voy a dictar.

Se dispuso a seguir mis instrucciones.

—Si se destruye una sola nave de Helium —dicté—, Tul Axtar morirá. Y, ahora, fírmalo Hadron de Hastor, padwar de Helium.

Tavia y Phao me miraron y volvieron luego la vista al prisionero con los ojos llenos de asombro, porque a la tenue luz del interior de la nave no habían reconocido al prisionero.

—Tul Axtar de Jahar —consiguió decir Tavia incrédula—. Tan Hadron de Hastor, esta noche has salvado a Helium y Barsoom.

No pude por menos que observar su rapidez mental, con qué celeridad había entendido las posibilidades que suponían tener en nuestro poder a la persona de Tul Axtar, jeddak de Jahar.

Tomé la nota escrita por Phao y volviendo rápidamente a la habitación de Sanoma Tora la dejé sobre el tocador. Un instante después estaba en la cabina del
Jhama y
nos elevábamos rápidamente por encima de los tejados de Jahar.

El amanecer nos sorprendió más allá de la última línea de naves jaharianas, por debajo de las cuales habíamos pasado guiados por sus luces, una prueba para mí de que la oficialidad de la flota era deficiente, porque ningún hombre bien entrenado que espera a una fuerza enemiga mantiene las luces de a bordo de sus naves encendidas toda la noche.

Nos dirigíamos ahora a toda velocidad en dirección a la lejana Helium, siguiendo un curso que confiaba que nos llevara a interceptar la flota del Señor de la Guerra si ya estaba camino de Jahar, como Tul Axtar había anunciado.

Sanoma Tora había recuperado algo de su forma de ser habitual y controlaba sus nervios. La dulce solicitud de Tavia por su bienestar me conmovió profundamente. Ella la había aquietado y calmado como si hubiera sido su hermana pequeña, aunque ella era más joven que Sanoma Tora, pero con el retorno de la confianza, también la antigua altivez de Sanoma Tora estaba de vuelta y me pareció que mostraba poca gratitud por las amabilidades de Tavia, pero me di cuenta de que esa era su forma de proceder, innata en ella y que, sin duda, en el fondo de su corazón apreciaba y agradecía profundamente lo que hizo por ella. Como quiera que fuera, no puedo por menos que admitir que en ese momento deseaba que ella pronunciara alguna palabra o hiciera algo para mostrar su gratitud. Estábamos volando suavemente, un poco por encima de la altitud normal de los acorazados. La brújula de control del destino seguía fija y el
Jhama
seguía su curso por lo que, después de todo lo que había pasado, sentí la necesidad de dormir un poco. Phao ya había descansado antes, siguiendo mi sugerencia, y todo lo que había que hacer era mantener una cuidadosa vigilancia sobre las naves. Encomendé esta tarea a Phao, y Tavia y yo nos envolvimos en nuestras sedas y pieles y no tardamos en quedar profundamente dormidos.

Tavia y yo estábamos en la parte central de la nave, Phao a proa, con los mandos, manejando continuamente el periscopio buscando naves en el cielo. Cuando me retiré, Sanoma Tora estaba de pie en una de las portillas de estribor contemplando la noche, mientras que Tul Axtar estaba tumbado a popa. Hacía rato que le había quitado la mordaza, pero parecía demasiado acobardado para dirigirse a nosotros y estaba sumido en un silencio hosco, o quizá dormido, no lo sé.

Yo estaba destrozado y dormí como un leño desde el momento en que me tumbé hasta que, repentinamente, me despertó el impacto de un cuerpo sobre el mío. Luché por liberarme y descubrí con disgusto que me habían atado fuertemente las manos mientras dormía, para mi, algo que mi costumbre de dormir siempre con las manos juntas delante de la cara había facilitado.

Tenía la rodilla de un hombre oprimiéndome el pecho, apretándome fuertemente contra el suelo, mientras una mano me agarraba la garganta. A la débil luz de la cabina vi que era Tul Axtar, que sostenía la daga en la otra mano.

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