Un guerrero de Marte (24 page)

Read Un guerrero de Marte Online

Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

BOOK: Un guerrero de Marte
7.8Mb size Format: txt, pdf, ePub

Me desplacé a corta distancia fuera de su curso y cuando volví el periscopio hacia ellos me quedé asombrado al ver que también ellos habían cambiado de dirección y me seguían.

Me elevé rápidamente y tomé otro curso, pero al mirar de nuevo observé que se lanzaban sobre mí y, no sólo eso, sino que me apuntaban con el cañón.

¿A qué se debía? Era evidente que algo había salido mal y que ya no era invisible por completo; fuera lo que fuera, ya no disponía de tiempo para rectificar, aunque hubiera podido. Sólo me quedaba un recurso y rogué a mi primer antepasado que no fuera demasiado tarde para ponerlo en práctica. Si me disparaban, estaba perdido.

Frené el
Jhama
en seco y salté rápidamente hacia atrás, a donde tenía el fusil montado en la plataforma, justo dentro de la torreta de popa.

En ese instante tuve ocasión de refocilarme ante el pensamiento de que tuve la idea de disponer los proyectiles debidamente previendo la necesidad de tener que usarlos en un caso de urgencia como éste. Eligiendo uno, lo introduje en la recámara y la cerré. La torreta, pese a haber sido construida de mala manera y a toda prisa, respondió al toque y un instante después la mira de mi arma cubría el patrullero que se acercaba. Entonces pude comprobar, por la estrecha abertura de la mira, el efecto del primer disparo con el fusil de rayos desintegradores de Phor Tak.

El proyectil que había utilizado era desintegrador de metales y el resultado fue asombroso.

Amaba las aeronaves y me destrozaba el corazón ver que un aparato tan hermoso se deshacía en pleno aire al desaparecer sus piezas ante el rayo desintegrador.

Pero no fue eso todo: la madera, el cuero y los tejidos se precipitaban a tierra a una velocidad creciente, arrastrando a los bravos guerreros a su muerte. ¡Era horrible!

Soy un auténtico hijo de Barsoom; alegre en la batalla porque el conflicto armado es mi derecho de nacimiento y la guerra es la meta de mi ambición; pero esto no había sido una guerra, sino un asesinato.

No me alegró mi victoria en la forma que lo hizo cuando acabé con Yo Seno en combate mortal y ahora, más que nunca, estaba dispuesto a hacer que este instrumento de destrucción fuera, de algún modo, prohibido para siempre en todo Barsoom. La guerra con un arma semejante, totalmente oculta por un compuesto de invisibilidad, era demasiado horrible para pensar en ella. Armadas, ciudades, naciones completas podrían ser borradas en una sola batalla con equipos semejantes. El sueño loco de Phor Tak podría hacerse verdad con facilidad y un maníaco ser quien mandara en Barsoom.

Pero no era el momento de meditar y filosofar. Tenía trabajo que hacer y, aunque fuera necesario barrer toda Tjanath, me propuse realizarlo.

Las sirenas y los gongs empezaron a sonar alarmados de nuevo; los patrulleros se reunieron otra vez. Pensé que debía irme de allí hasta la noche, porque no tenía corazón para verme obligado a volver de nuevo el mortal fusil hacia personas como yo, mientras hubiera otras alternativas.

Empezaba a dirigirme a los mandos de nuevo cuando vi, por casualidad y con sorpresa, que el cierre de una de las portillas estaba levantado. No sé cómo sucedió y siempre ha sido un misterio para mí, pero, cuando menos, explicó lo que había hecho posible que el patrullero me siguiera… El agujero redondo de la portilla desplazándose en el aire tenía que haberles sorprendido, pero, al mismo tiempo, fue la pista para que me siguieran y, aunque no entendieran de qué iba la cosa, siendo bravos guerreros como eran cumplieron con su deber haciendo el seguimiento.

Me apresuré a cerrar la portilla y, después de examinar las otras y comprobar que estaban cerradas recuperé la confianza: con excepción del
ojo
del periscopio estaba rodeado por la más absoluta invisibilidad y, por tanto, sin la inmediata necesidad de abandonar los alrededores del palacio, ya que podría maniobrar la nave para mantenerla fuera del rumbo de los patrulleros que se congregaban ahora cerca del hangar real.

Creo que estaban más que alterados con lo que había sucedido y, evidentemente, no había unanimidad de opiniones sobre lo que deberían hacer.

Los patrulleros iban de un lado para otro, evidentemente a la espera de órdenes, pero no empezaron a hacer una búsqueda sistemática por encima de la ciudad hasta cerca del crepúsculo. No llevaban mucho tiempo con esta maniobra cuando comprendí las órdenes que habían recibido, como si las hubiera leído personalmente. Las naves situadas a menor altura se desplazaban a no más de quince metros por encima de los edificios más altos; a unos sesenta metros por encima de este grupo se desplazaba el siguiente. Las naves de cada nivel volaban formando círculos concéntricos en direcciones opuestas, con lo que peinaban el espacio por encima de la ciudad tan de cerca que ninguna nave enemiga podría acercarse. Por debajo, miles de ojos escrutaban el cielo; en cada punto destacado había centinelas de guardia y en los tejados de todos los edificios públicos aparecieron cañones como por arte de magia.

Empecé a sentirme bastante aprensivo: tal y como se estaban desarrollando las cosas ni siquiera el diminuto
ojo
de mi periscopio pasaría desapercibido, por lo que hice descender mi aeronave a un pequeño claro entre algunos árboles de gran altura que había dentro del jardín del palacio, donde aguardé a unos seis metros del suelo, con el periscopio totalmente oculto a la vista, sin ser visto, pero, a mi vez, sin poder ver hasta que la noche barsoomiana cayó rápidamente sobre Tjanath; entonces me elevé lentamente de la fronda que me protegía.

Hice una pausa por encima de los árboles para echar un vistazo por el periscopio. Muy por encima de mí vi las luces parpadeantes de los patrulleros que volaban en círculos y, por debajo, las luces de los miles de ventanas del palacio. Delante de mí se alzaba la silueta oscura de la torre este contra el cielo estrellado.

Elevándome lentamente di la vuelta a la torre hasta que situé el
Jhama
frente a la ventana de Tavia.

Mi nave no tenía luces, naturalmente, y yo no había encendido las de la cabina, por lo que pensé que podría levantar impunemente una de las escotillas superiores. Así lo hice. El
Jhama
estaba con el puente superior a unos cuarenta centímetros por debajo del alféizar de la ventana de Tavia. Antes de aventurarme desde abajo me puse el manto de invisibilidad.

La habitación de Tavia estaba a oscuras. Acerqué la oreja a la reja y escuché: no percibí el menor sonido. El corazón me dio un salto. ¿La habrían trasladado a algún otro lugar del palacio? Podría ser que Haj Alt había venido y se la había llevado? Este simple pensamiento me hizo estremecer y maldije la suerte que le había permitido escapar de mi espada. Temí que, con tantos ojosy oídos alerta en la oscuridad, el menor sonido me delatara, aunque pensé que había pocas probabilidades de que vieran en la oscuridad reinante la escotilla abierta; sin embargo, tenía que asegurarme de que Tavia estaba en la habitación o no. Me incliné hacia la reja y musité su nombre. No hubo respuesta.

—¡Tavia! —repetí, ahora mucho más alto, tanto que me pareció que mi voz se alzó hasta los altos cielos en un tono que incluso los muertos hubieran podido oír.

Esta vez llegó una respuesta del interior de la habitación. Sonó como un grito sofocado y oí moverse a alguien que se acercaba a la ventana. El interior estaba tan oscuro que no podía ver cosa alguna, pero entonces escuché una voz que sonó a mi lado.

—¡Hadron! ¿Dónde estás?

Había reconocido mi voz. Por alguna razón me sentí emocionado al pensar en ello.

—Estoy aquí, en la ventana, Tavia —respondí.

Se acercó mucho.

—¿Dónde? —preguntó— ¡No te veo!

Se me había olvidado el manto de invisibilidad.

—No importa —dije—. No me puedes ver, pero ya te lo explicaré más adelante. ¿Está Phao contigo?

—Sí.

—¿Nadie más?

—Nadie.

—Os voy a llevar conmigo, Tavia, a Phao y a ti. Ponte a un lado, fuera de la línea de la ventana, para no causarte daño cuando quite los barrotes. Luego, subid a mi nave inmediatamente.

—¿Tu nave? —inquirió— ¿Dónde está?

—Eso no importa ahora. Hay una nave aquí. Haz exactamente lo que te diga. ¿Confías en mí?

—Con mi propia vida, Hadron, siempre —musitó.

Algo dentro de mí entonó un himno de alegría. Era más que una simple emoción. No puedo explicarla, no podía entenderlo, pero tenía otras cosas en las que pensar.

—Apártate rápidamente, Tavia y que Phao se mantenga lejos de la ventana hasta que os llame de nuevo.

Pude ver su figura borrosa un instante y luego se retiró de la ventana. Volviendo a los mandos situé la torreta de proa de la nave enfrente de la ventana, sobre las barras, a las que apunté con el fusil. Cargué el arma y pulsé el disparador. A través de la diminuta abertura de la mira y a causa de la oscuridad no pude ver el resultado, pero sabía perfectamente bien lo que había sucedido y cuando descendí con la nave de nuevo y salí al puente vi que los barrotes se habían desvanecido en el aire.

—¡Rápido, Tavia, venid! —dije.

Con un pie en el puente de la aeronave y el otro en el alféizar de la ventana, mantuve la nave junto a la pared de la torre y de la mejor forma que pude sostuve el manto de invisibilidad como un toldo para ocultar a las muchachas mientras subían a bordo del
Jhama.

Era una operación arriesgada y difícil. Deseaba tener unos ganchos de abordaje, pero no los tenía de manera que, como mejor pude, sostuve el manto con una mano y ayudé a Tavia a subir al alféizar con la otra.

—No hay ninguna nave —dijo ella ligeramente asustada.

—Está aquí, Tavia —respondí—. Piensa solo en tu confianza en mí y haz lo que te digo —La sujeté firmemente por el correaje, en el punto donde se cruzaba en la espalda—. No tengas miedo —dije mientras la hacía pasar por la escotilla y la depositaba suavemente en el interior del
Jhama.

Phao venía detrás de ella y debo reconocer que se portó tan valientemente como Tavia. Tiene que haber sido una experiencia aterradora sentir que las llevaban por el aire a treinta metros del suelo, ya que no podían ver la nave, que no era más que un agujero más negro que la negrura de la noche.

Tan pronto como estuvieron a bordo las seguí, cerrando la escotilla a mis espaldas.

Estaban acurrucadas en la oscuridad, en el suelo de la cabina, débiles y agotadas por la prueba por la que acababan de pasar, pero no disponía de tiempo para responder a las muchas preguntas que, lo sabía muy bien, se agolpaban en sus cabezas.

Si lográbamos pasar por entre los vigilantes de los tejados y los patrulleros que sobrevolaban tendríamos muchísimo tiempo para preguntas y respuestas. De no ser así, las primeras serían inútiles y no habría las segundas.

CAPÍTULO XIII

Las mujeres de Tul Axtar

Con las hélices girando sólo lo necesario para avanzar un poco, nos deslizamos lenta y silenciosamente desde la torre. No me atreví a elevarme hasta la altitud de las naves que volaban en círculo por temor a una colisión inevitable a causa del limitado campo de visión del periscopio, por lo que me limité a un rumbo que sólo nos llevaría por encima del tejado de la parte más baja del palacio, hasta que llegáramos a la ancha avenida que llevaba en dirección este hasta los muros exteriores de la ciudad. Me mantuve muy por debajo de los tejados de los edificios, donde había menos probabilidades de encontrarme con otra nave. El único peligro de ser detectados ahora, y desde luego era muy ligero, era que los vigilantes de los tejados pudieran escuchar el zumbido de la hélice del avión, pero la algarabía que formaban los motores de las naves que sobrevolaban la ciudad ahogaría cualquier débil sonido que las aspas de la nuestra, que giraban lentamente, pudieran producir. Finalmente llegamos a la puerta del extremo de la avenida. Me elevé por encima de las murallas y salimos de Tjanath a la oscuridad de la noche más allá. Las luces de la ciudad y las de posición de las naves patrullando en círculos se fueron haciendo mas débiles, hasta que se desvanecieron allá atrás.

Habíamos mantenido un silencio absoluto durante nuestra fuga de la ciudad, pero, tan pronto como pareció que estábamos seguros, Tavia abrió las compuertas de su curiosidad. Lo primero que hizo Phao fue preguntar por Nur An. Su suspiro de alivio fue una demostración de su amor por él, más que si lo hubiera dicho con palabras. La dos escucharon, pendientes de mis labios, la historia de nuestro milagroso escape de La Muerte. Luego quisieron saberlo todo sobre el
Jhama,
el compuesto de invisibilidad y el rayo desintegrador que había disuelto los barrotes de la ventana de su prisión. No pudimos discutir plan alguno sobre el futuro hasta que aplaqué plenamente su curiosidad.

—Pienso que debo ir inmediatamente a Jahar —dije.

—Sí —convino Tavia en voz baja—. Es tu deber. Tienes que ir allí, primero que nada, y rescatar a Sanoma Tora.

—Pienso que si hubiera algún lugar en el que pudiera dejaros, a ti y a Phao, en condiciones de seguridad, podría llevar a cabo esta misión con mucha más tranquilidad, pero no conozco ningún otro lugar que Jhama, y dudo sobre si volver allí y que Phor Tak se entere de que no fui inmediatamente a Jahar, como era mi intención. Ese hombre está loco y ni que decir tiene que podría hacer cualquier cosa si supiera la verdad; tampoco estoy seguro de que las dos podáis estar seguras en su poder. Sólo confía en sus esclavos y podría obsesionarle la alucinación de que sois espías.

—No tienes que pensar en mí, en absoluto —respondió Tavia—, porque no me quedaré donde quiera que nos dejes. El lugar de una esclava es al lado de su amo.

—No digas eso, Tavia. No eres mi esclava.

—Soy una esclava —replicó— y si debo ser la esclava de alguien, prefiero serlo tuya.

Su lealtad me conmovió, pero me disgustaba pensar en Tavia como una esclava. Sin embargo, por mucho que repudiara la idea, lo cierto es que lo era.

—Te concedo la libertad, Tavia —dije.

—No la quiero —dijo ella sonriente—. Y ahora que está decidido que me quedaré contigo (¡ella lo había decidido todo!), deseo aprender todo lo necesario para manejar este
Jhama,
porque puede ser la mejor forma de ayudarte.

Los conocimientos de Tavia sobre la navegación aérea simplificaron la tarea; en realidad no tuvo la menor dificultad para pilotar la nave.

Other books

Hot Lava by Rob Rosen
The White Father by Julian Mitchell
Simply Unforgettable by Mary Balogh
June Bug by Jess Lourey