Un crimen dormido (5 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: Un crimen dormido
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—Una deducción inteligente —manifestó Gwenda, admirada.

—Los pequeños detalles suelen ser siempre los más significativos.

—No obstante, ¿quién era Helen? —preguntó Gwenda, perpleja.

—Dime, querida: ¿estás completamente segura de que era Helen aquella persona?

—Sí... Es raro, porqué yo no sé quién es «Helen», pero al mismo tiempo estoy convencida de que era ella quien yacía allí... ¿Qué más podría averiguar acerca de esto?

—Evidentemente, habrá que averiguar si estuviste alguna vez de niña en Inglaterra. Tus parientes...

Gwenda no dejó seguir hablando a miss Marple.

—Tía Alison. Estoy segura de que ella estará enterada.

—Escríbele entonces. Utiliza el correo aéreo. Explícale que te encuentras en unas circunstancias que te obligan a puntualizar si estuviste tiempo atrás en Inglaterra. Probablemente, la contestación a tu carta llegará antes o al mismo tiempo que tu marido.

—Muchas gracias por sus atenciones, miss Marple. Ha sido usted muy amable conmigo. Espero que sus sugerencias respondan a la realidad. Lo deseo porque así no tendré por qué pensar en nada de carácter sobrenatural.

Miss Marple sonrió.

—Supongo que no me he equivocado. Pasado mañana me voy al norte de Inglaterra, a fin de pasar unos días con unos amigos. Dentro de diez días, más o menos, estaré de vuelta aquí, en Londres. Si tú y tu esposo os halláis en la ciudad entonces y habéis recibido contestación a tu carta me gustaría conocer el resultado de todo. Siento auténtica curiosidad...

—¡No faltaba más, miss Marple! Estoy deseando volver a ver a Giles.

—Charlaremos extensamente sobre este asunto.

Gwenda se hallaba muy animada ahora.

Sin embargo, miss Marple daba la sensación de estar pensativa.

Capítulo V
 
-
Crimen en retrospectiva
1

Diez días más tarde, miss Marple entraba en un pequeño hotel de Mayfair, siendo acogida cordialmente por el matrimonio Reed.

—Le presento a mi esposo, miss Marple. Giles: no tengo palabras para explicarte hasta qué punto ha sido amable conmigo miss Marple.

—Encantado de conocerla, miss Marple. Sé que Gwenda ha vivido muy asustada durante días, hasta el extremo de creer que iba a terminar loca.

Los azules ojos de miss Marple escrutaron el rostro de Giles Reed, formando su dueña una opinión favorable del joven. Era un chico simpático, de elevada estatura, de desenvueltos modales, impregnados de una curiosa y natural timidez. Miss Marple no dejó de notar su aire voluntarioso, la suave energía que trascendía de su mentón.

—Tomaremos el té en la salita de escribir —dijo Gwenda—. Nadie suele estar en ella. Luego, enseñaremos a miss Marple la carta de tía Alison.

Miss Marple miró a la joven, muy interesada.

—Hemos tenido contestación. Y todo, desde luego, es como usted se había figurado.

Después del té, Gwenda procedió a la lectura de la carta escrita por miss Danby:

Querida Gwenda:

Me he sentido muy disgustada al saber que has vivido algunas desagradables experiencias. A decir verdad, ya no me acordaba de que siendo una niña residiste en Inglaterra durante un breve periodo de tiempo.

Tu madre, mi hermana Megan, conoció a tu padre, el comandante Halliday, cuando ella estaba de viaje, con el propósito de visitar a unos amigos nuestros en aquella época destinados en la India. Se casaron y tú naciste allí. Cuando tenias dos años, tu madre falleció. Fue esto un golpe tremendo para nosotros. Entonces, escribimos a tu padre, con quien nos habíamos carteado, pero al que no conocíamos personalmente, rogándole que te dejara a nuestro cuidado. Deseábamos tenerte a nuestro lado y comprendíamos que una niña no podía seguir viviendo con un oficial del ejército viudo y destinado en el extranjero. Tu padre, sin embargo, se negó, anunciándonos que pensaba pedir el retiro para volver contigo a Inglaterra. Añadió que esperaba que le visitáramos algún día ahí.

Tengo entendido que durante el viaje tu padre conoció a una joven, con la que se comprometió, casándose tan pronto pusieron los pies en Inglaterra. El matrimonio, al parecer, no salió bien, y un año más tarde se separaban. Tu padre nos escribió para preguntamos si estábamos dispuestos a acogerte en nuestro hogar. No es necesario que te diga, querida, que nos sentimos muy felices procediendo así. Una institutriz se encargó de traerte hasta aquí. Al mismo tiempo, tu padre cedió la mayor parte de sus bienes sugiriendo que adoptaras legalmente nuestro nombre. Tal decisión se nos antojó bastante curiosa, si bien pensamos que su intención era excelente, pretendiendo tan sólo que fueras una más en nuestra familia. No nos atuvimos a lo sugerido, sin embargo. Un año más después, tu padre moría en una clínica. Supongo que cuando te envió a nosotros se hallaba en posesión de malas noticias sobre su salud.

Lamento no poder decirte dónde viviste con tu padre durante tu estancia en Inglaterra. En sus cartas figuraban sus señas naturalmente, pero han transcurrido dieciocho años desde entonces y tales detalles suelen olvidarse. Era en el sur de Inglaterra... Eso es lo que sé. Me imagino que Dillmouth es la población correcta. También pienso en Dartmouth vagamente... Es que estos dos nombres se parecen. Me parece que tu madrastra se casó de nuevo. No recuerdo cómo se llamaba. Claro, tu padre debió decírnoslo en su día, al notificarnos su segundo casamiento, pero es otro de los detalles olvidados. No nos agradó mucho que contrajera matrimonio tan pronto, aunque nos hicimos cargo de sus circunstancias. Por otro lado, las largas horas de travesía, el trato constante con otra mujer durante días, favorecen ciertas cosas. También debió de pensar que con la nueva situación tú saldrías favorecida.

Fue una estupidez por mi parte no haberte dicho nunca que habías estado de niña en Inglaterra. La verdad es que no había vuelto a pensar en ello. La muerte de tu madre en la India y tu venida a nuestra casa fueron siempre fechas clave. Todo lo demás quedó relegado a un segundo plano.

¿Han quedado aclaradas tus dudas?

Espero que Giles no tarde en reunirse contigo. Sois muy jóvenes todavía y ha de resultaros sumamente dura esta separación. En mi próxima carta entraré en más detalles, ya que quiero enviarte ésta ahora mismo para corresponder a tu cablegrama.

Tu tía, que te quiere,

ALISON DANBY.

P.D.: No me has explicado en qué han consistido tus desagradables experiencias.

—Como usted ve —manifestó Gwenda— eso es casi lo que me anticipó, Miss Marple.

Miss Marple alisó, reflexiva, la fina hoja de papel.

—Sí, claro. Nos enfrentamos con la explicación que dicta el sentido común. Muy a menudo, según mi experiencia, es la que suele cuadrar.

—He de darle las gracias por su interés, miss Marple —dijo Giles—. La pobre Gwenda se hallaba muy afectada por los acontecimientos y yo he pasado unos días preocupado, pensando que podía ser una clarividente, una persona dotada de extraños poderes.

—En una esposa, tal condición daría lugar a raras complicaciones —señaló Gwenda—. A menos que siempre hubieras llevado una vida impecable.

—Tal es mi caso —se apresuró a responder Giles.

—Bueno, ¿y qué hay acerca de la casa? —inquirió miss Marple.

—Vamos a trasladarnos allí mañana. Giles está deseando verla.

—Yo no sé si usted lo verá así, miss Marple —declaró Giles—, pero todo queda resumido a la idea de que se nos ha venido a las manos un crimen de primera clase. Prácticamente, nos lo han dejado a la puerta de nuestra casa o, para ser más exacto, en nuestro vestíbulo principal.

—Ya había pensado en eso, naturalmente —dijo miss Marple, pronunciando con lentitud estas palabras.

—A Giles le gustan mucho las novelas detectivescas —puntualizó Gwenda.

—Éste es un asunto detectivesco, verdaderamente. Tenemos en el vestíbulo el cadáver de una bella mujer que ha sido estrangulada. Sólo conocemos de la misma su nombre. Desde luego, ya sé que todo pasó hace veinte años. No pueden existir pistas después de tanto tiempo, pero cabe siempre la posibilidad de efectuar indagaciones, de esforzarse por localizar algunos de los hilos de la trama. ¡Oh! No voy a afirmar que va uno a acabar por descifrar el enigma...

—Puede llegarse a eso —declaró miss Marple—. Aunque hayan pasado dieciocho años. Sí. Yo creo que podría lograrlo.

—De todos modos, a nadie perjudicaría realizar una intentona en ese sentido.

Giles guardó silencio, mostrando una cara radiante.

Miss Marple se agitó en su asiento. La expresión de su rostro era de gravedad. Se sentía inquieta, casi.

—Podrían derivarse serios perjuicios de todo ello —manifestó—. Yo os aconsejaría... ¡oh, sí!..., os aconsejaría, muy convencida, de que era lo mejor que podíais hacer, que os desentendierais de este asunto por completo.

—¿Usted cree? Hubo un crimen...

—Yo también pienso que fue cometido un crimen. Por eso precisamente opino así. Un crimen es una cosa muy seria, con la que nadie debe enfrentarse a la ligera.

Giles objetó:

—Sin embargo, miss Marple, si todo el mundo pensara igual...

Ella no le dejó seguir.

—¡Oh, ya sé! En ocasiones, aclarar uno de estos enigmas constituye el deber de una persona... Puede haber por en medio una persona inocente, que se ve acusada; puede ser que recaigan sospechas en varios seres; es posible que ande por ahí un criminal peligroso, dispuesto a actuar de nuevo... Pero en este caso el crimen cometido queda muy atrás, en el pasado. Evidentemente, no fue tenido por tal. De lo contrario, el viejo jardinero, u otra persona, hubiera hablado de él. Un crimen, por mucho tiempo que haya transcurrido, siempre es noticia. De una manera u otra, el cuerpo de la víctima desapareció, por lo que no hubo sospechas. ¿Estáis realmente seguros de que no es una imprudencia remover este asunto de nuevo?

—Miss Marple —dijo Gwenda—; se siente usted verdaderamente preocupada, ¿verdad?

—Estoy preocupada, en efecto, querida. Sois dos jóvenes encantadores. Os casasteis hace poco y os sentís felices. Os ruego que no os dediquéis a descubrir cosas que podrían causaros... ¿cómo lo diré?... serias perturbaciones.

Gwenda miró fijamente a miss Marple.

—¿Está usted pensando en algo especial? ¿Qué es lo que piensa usted exactamente, miss Marple?

—Sólo pretendo daros un consejo: que os desentendáis de todo esto. Tengo muchos años y sé muy bien cómo es la naturaleza humana. He aquí mi consejo: olvidadlo todo.

—No es tan fácil proceder así. —La voz de Giles tenía ahora otro tono, impregnado de severidad—. «Hillside» es nuestra casa, aquella en que Gwenda y yo vivimos. Alguien fue asesinado en la vivienda. Es lo que nosotros creemos, al menos. No puedo permanecer indiferente ante un crimen que fue cometido en mi casa... ¡Aunque hayan transcurrido dieciocho años desde entonces!

Miss Marple suspiró.

—Lo siento —contestó—. Me imagino que la mayor parte de los jóvenes de claro espíritu piensan así. Hasta simpatizo con vuestra idea, os admiro incluso. No obstante, desearía que pensarais de otro modo.

2

Al día siguiente, circuló por la pequeña población de St. Mary Mead la noticia de que miss Marple se encontraba en su hogar de nuevo. Había sido vista en la calle High a las once. Se presentó en el Vicariato a las doce menos diez minutos. Aquella tarde, tres de las parlanchinas damas de la población fueron a visitarla, escuchando sus impresiones sobre la alegre capital. Rendido tal tributo de cortesía, las tres mujeres entraron en detalles relativos al puesto de labores de la
Féte
y el emplazamiento de la tienda del té.

Más adelante, aquella tarde misma, miss Marple pudo ser vista como de costumbre en su jardín. Por una vez, sin embargo, sus actividades tenían que ver más con las malas hierbas y su supresión que con las vidas y milagros de sus vecinos. Durante la cena se mostró distraída, prestando muy poca atención a lo que le contaba su criada Evelyn sobre las idas y venidas del farmacéutico local. Al día siguiente, continuaba distraída, reparando en el extraño fenómeno de dos o tres personas, entre las que figuraba la esposa del pastor. Por la noche, miss Marple confesó que no se sentía muy bien, acostándose inmediatamente. Por la mañana, llamó al doctor Haydock.

El doctor Haydock llevaba muchos años siendo el médico, el amigo y el aliado de miss Marple. Escuchó la relación de sus síntomas, la reconoció y se recostó en su asiento, apuntándola luego con el estetoscopio.

—Para una mujer de su edad —declaró—, y a pesar de su engañoso aire de fragilidad, encuentro que goza de una salud excelente.

—Sí, ya sé que mi salud es buena —contestó miss Marple—. Lo que ocurre es que me siento fatigada, deprimida...

—Ha pasado unos días en Londres, ¿no?, acostándose tarde, seguramente, correteando de un lado para otro.

—Por supuesto. Londres se me antoja una ciudad muy pesada actualmente. El aire, por otro lado, está corrompido. No es precisamente como el que se respira junto al mar.

—El aire que se respira en St. Mary Mead es puro, fresco, sumamente agradable.

—Pero resulta sofocante a menudo. Además, aquí hay mucha humedad. No es fácil levantar en este lugar el ánimo cuando una se siente decaída.

El doctor Haydock escrutó el rostro de su interlocutora, interesado.

—Le recetaré un tónico —declaró.

—Gracias, doctor. El jarabe «Easton» me ha ido siempre muy bien.

—Las prescripciones las hago siempre yo, mujer.

—He estado preguntándome si, tal vez, un cambio de aires...

Miss Marple fijó sus cándidos ojos azules en el médico.

—Acaba de pasarse tres semanas fuera de aquí.

—Ya. Pero en Londres, una ciudad grande, enervante. Y luego estuve en el Norte, en una región saturada de fábricas. El aire del mar es lo que más conviene en ciertos casos.

El doctor Haydock cerró su maletín. Luego, se volvió hacia ella, sonriente.

—¿Para qué me ha hecho venir? Hábleme y yo iré repitiendo sus palabras. Usted desea que le diga que lo que necesita es pasar una temporada junto al mar, ¿no?

—Estaba segura de que llegaría a comprenderme —manifestó miss Marple, reconocida.

—Un excelente recurso el aire del mar, sí. Será mejor que se traslade cuanto antes a Eastbourne. De lo contrario, su salud puede quebrantarse gravemente.

—Tengo entendido que en Eastbourne hace más bien frío. El Sur es lo bueno.

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