Un crimen dormido

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Authors: Agatha Christie

BOOK: Un crimen dormido
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Poco después de que Gwenda se mudara a su nueva casa, comenzaron a suceder cosas extrañas. A pesar de sus esfuerzos por modernizar la vivienda, lo único que consigue es desenterrar el pasado que duerme entre sus paredes. Aún peor, comienza a sentir un terror irracional cada vez que sube las escaleras...

Presa del pánico, Gwenda decide acudir a la señorita Marple para exorcizar sus fantasmas. Juntas deberán resolver un crimen «perfecto», cometido hace ya demasiado tiempo....

Agatha Christie

Un Crimen Dormido

ePUB v1.0

Ormi
11.09.11

Título original:
Sleeping Murder

Traducción: Ramon Margalef

Agatha Christie, 1976

Edición 1983 - Editorial Molino - 256 páginas

ISBN: 8427202997

Guía del Lector

En un orden alfabético convencional relacionamos a continuación los principales personajes que intervienen en esta obra:

ABBOT
(Lily): Doncella de los Halliday.

AFFLICK
(Jackie): Dueño de la agencia de viajes «Daffodil Coaches».

BANTRY
: Matrimonio, ambos amigos de miss Marple. Él, coronel retirado; ella, aficionada a la jardinería.

COCKER
: Cocinera de los Reed.

DANBY
(Alison): Tía de Gwenda, residente en Nueva Zelanda.

ERSKINE
(Richard y Janet): Matrimonio. Richard estuvo locamente enamorado de Helen.

ESTHER
: Cocinera de los Bantry y «Oficial de enlace» con la población.

FANE
(Eleanor): Viuda, amiga de miss Marple.

FANE
(Walter): Hijo de la anterior, director de la firma «Fane & Watchman», fue prometido de Helen, pero rompióse el compromiso.

FOSTER
: Jardinero de los Reed.

GALBRAITH
: Anciano, ex empleado de una agencia de propiedad inmobiliaria, vive con su hija Gladis.

HALLIDAY
(Kelvin): Comandante del ejército británico, padre de Gwenda Reed y esposo de

HALLIDAY
(Helen): Madrastra de Gwenda, bellísima y sumamente frívola.

HAYDOCK
: Médico de miss Marple y antiguo amigo.

HENGRAVE
: Viuda, vendió «Hillside» a los Reed.

KENNEDY
(James): Doctor, hermanastro de Helen.

KIMBLE
(Jim): Esposo de Lily Abbott.

LATS
: Inspector de Policía.

LAYONEE
(Edie): Joven suiza, institutriz de Gwenda.

MANNING
: Jardinero de los Kennedy.

MARPLE
(Miss): Anciana, dama atractiva y de singular sagacidad.

PAGETT
(Edith): Cocinera de los Halliday.

PENROSE
: Director del sanatorio de Norfolk.

PRIMER
: Detective inspector de Policía.

REED
(Giles): Joven simpático y apuesto esposo de

REED
(Gwenda): Bellísima mujer de veintiún años, recién casada.

SAUNDERS
: Matrimonio de avanzada edad, dueños de una casa de huéspedes de Dillmouth.

WEST
(Joan y Raymond): Matrimonio. Pintora ella, novelista él; sobrinos de miss Marple.

Capítulo I
 
-
Una casa

Gwenda Reed se detuvo, un tanto temblorosa, cuando avanzaba por el embarcadero.

Los tinglados portuarios y las restantes construcciones de aquel lugar, todo cuanto abarcaba su vista, oscilaba levemente, ascendía y descendía de una manera imperceptible...

Y fue en tal momento cuando ella tomó su decisión, una decisión que le haría vivir más tarde momentos memorables.

Para trasladarse a Londres no utilizaría aquel tren que enlazaba con un barco, que era lo que había planeado al principio.

A fin de cuentas, ¿por qué había de proceder de otro modo? Nadie la esperaba, nadie la estaba esperando. Acababa de abandonar aquel crujiente buque en que pasara tres días, muy movidos, cruzando la bahía y subiendo hasta Plymouth, y lo último que deseaba era meterse en un vagón de ferrocarril, lento, agobiante, tan incómodo como el barco. Buscaría un hotel, un hotel bien firme, erguido sobre la sólida tierra. Y se metería entre las ropas de un lecho que no crujiera, que no se moviera lo más mínimo. Así se quedaría dormida, y a la mañana siguiente... ¡Oh, sí! ¡Qué magnífica idea! Alquilaría un coche, sin prisas, efectuaría un desplazamiento por el sur de Inglaterra, en busca de una casa, una bonita casa, la que ella y Giles habían proyectado encontrar. En efecto, la idea no podía ser mejor.

De esta forma, podría ver algo de Inglaterra, de aquella Inglaterra de que Giles le hablara, que Gwenda no había visto nunca, aunque al referirse a ella hiciera lo que la mayoría de los naturales de Nueva Zelanda: llamarla su «patria». De momento, Inglaterra no se presentaba a sus ojos particularmente atractiva. Aquél era un día gris, la lluvia era inminente, y soplaba un viento desagradable. Plymouth, pensó Gwenda, mientras avanzaba lentamente la cola formada frente a las oficinas de «Pasaportes y Aduanas», no debía ser lo mejor del país.

A la mañana siguiente, sin embargo, sus impresiones eran radicalmente distintas. Brillaba el sol. Desde la ventana de su habitación disfrutaba de una vista excelente. Y el mundo de los alrededores había dejado de oscilar, de cabecear. Habíase inmovilizado. Aquello era ya Inglaterra, por fin. Y allí estaba ella, Gwenda Reed, una mujer de veintiún años, casada. La fecha del regreso de Giles a Inglaterra era incierta. Tal vez la siguiera en un plazo de varias semanas. Quizá tardara hasta seis meses. Él le había sugerido que le precediera, dedicándose mientras tanto a buscar una casa que reuniera determinadas condiciones. A los dos les seducía la idea de poseer un hogar fijo. El trabajo de Giles les exigiría algunos desplazamientos periódicos. En ocasiones, Gwenda viajaría también, pero no siempre sería esto lo más aconsejable. Con todo, les agradaba enormemente pensar que dispondrían de un hogar, de un lugar exclusivamente suyo. Recientemente, Giles había heredado de una tía suya algunos muebles. En su proyecto, pues, había tanto de sentimental como de práctico.

Puesto que tanto Gwenda como Giles se hallaban razonablemente acomodados desde el punto de vista económico, su plan no ofrecía serias dificultades.

Gwenda se había negado al principio a buscar la casa por sí sola. «Es una tarea que debemos acometer juntos», objetó. Pero Giles repuso, riendo: «La verdad es que yo no entiendo mucho de casas. Lo que a ti te guste me gustará a mí. Un pequeño jardín, desde luego, una construcción que no vaya a ser unos de esos horrores modernos que se ven por ahí..., no demasiado grande, además. Como emplazamiento, me agrada la costa del Sur. De todas maneras, no muy metida tierra adentro.»

Gwenda preguntó a Giles si había pensado en una población concreta. Él respondió negativamente. Se había quedado huérfano muy joven (los dos habían vivido idéntica experiencia en tal aspecto), yendo a parar a diversas casas de parientes durante las vacaciones, no existiendo ninguna que supusiera un particular recuerdo. Aquélla había de ser la vivienda de Gwenda... En cuanto a lo de esperarle para elegir juntos su futuro hogar, ¿qué pasaría si se veía retenido seis meses? ¿Qué haría Gwenda a lo largo de ese tiempo? ¿Ir de hotel en hotel? Nada de esto. Ella buscaría una casa y se acomodaría en la misma.

«Lo que tú quieres en realidad —declaró Gwenda— es que me haga cargo de todo el trabajo.»

Sin embargo, le complacía la idea de encontrar aquel hogar, de arreglarlo a su gusto, de instalarse en él, esperando la llegada de Giles.

Llevaban tres meses casados. Amaba mucho a su marido.

Después de haber desayunado en la cama, Gwenda se levantó, estudiando su plan de acción. Pasó un día entero viendo Plymouth, ciudad que le agradó. Al siguiente, alquiló un cómodo «Daimler» con chófer, iniciando su recorrido por Inglaterra.

Hacía buen tiempo, disfrutando mucho con su desplazamiento. Vio algunas posibles residencias en Devonshire, pero ninguna en definitiva encajaba en sus deseos. No tenía prisa. Continuaría buscando. Frente a los anuncios de los agentes de la propiedad inmobiliaria, aprendió a leer entre líneas y a prescindir de descripciones entusiastas, con lo cual se ahorró algunas gestiones que no la hubieran llevado a ninguna parte de todos modos.

Un martes por la tarde, seis días después de su llegada allí, cuando el coche descendía por una carretera algo elevada para adentrarse en Dillmouth, en las cercanías de esta todavía encantadora playa veraniega, Gwenda vio el clásico rótulo de «Se vende» a un lado del camino, divisando fugazmente entre los árboles una pequeña y blanca villa de estilo victoriano.

Inmediatamente, Gwenda se sintió atraída por ella. Fue casi como si hubiera reconocido «su» casa. Estaba segura de eso. Imaginóse el jardín, las alargadas ventanas... Se hallaba convencida de haber dado con lo que necesitaba.

Estaba ya muy avanzado el día, así que decidió encaminarse al «Royal Clarence Hotel». A la mañana siguiente, utilizando las señas de los agentes que viera en el rótulo, se apresuró a visitarlos.

Más tarde, en posesión de un permiso para ver la propiedad, se encontró dentro de un largo salón de corte antiguo que daba a una terraza pavimentada con grandes losas, desde la cual se descubría una extensión de césped con rocalla y florecientes arbustos. Por entre los árboles que había hacia el fondo del jardín veíase el mar.

«Ésta es mi casa —pensó Gwenda—. Éste es
mi
hogar. Lo veo ya, como si conociera en todos sus detalles la vivienda.»

Abrióse la puerta, entrando en la estancia una mujer de elevada estatura y gesto melancólico, que husmeaba como si tuviera un catarro nasal.

—¿La señora Hengrave? Los agentes de la firma «Galbraith & Penderley» me han dado una autorización para ver la casa. Desde luego, es muy temprano todavía, pero...

La señora Hengrave se sonó la nariz, replicando con una mueca de tristeza que era igual. Empezaron a recorrer la vivienda.

Sí. Ésta no resultaba muy grande. Se había quedado anticuada, pero ella y Giles podían dotarla de otro cuarto de baño, o de dos más. La cocina tendría que ser modernizada. Había detalles aprovechables. Con un nuevo fregadero y el equipo al día...

Distraídamente, mientras pensaba en sus planes, Gwenda oyó la voz de su acompañante, refiriéndole las circunstancias que rodearan la última enfermedad del difunto comandante Hengrave.

Mecánicamente, Gwenda pronunció unas palabras convencionales de condolencia, de simpatía y comprensión. Todos los familiares de la señora Hengrave vivían en Kent... A ella le hubiera gustado vivir cerca de ellos, pero al comandante le agradaba mucho Dillmouth, había sido durante numerosos años secretario del Club de Golf...

—Sí... Claro... Sería terrible para usted... Es muy natural... En efecto, cuando en una casa hay un enfermo... Desde luego... Debió usted de pasar lo suyo...

Mientras tanto, Gwenda pensaba en lo que a ella le interesaba verdaderamente: «Éste debe ser el armario para la ropa blanca... Una habitación doble, desde la que se ve el mar... A Giles le gustará. Esta pequeña habitación ha de ser de gran utilidad... El cuarto de baño... Espero que la bañera esté encajada en caoba... ¡Pues sí! Magnífico! Y en el centro del pavimento... No efectuaré aquí el menor cambio... Se trata de un mueble de época.»

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