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Authors: Charlaine Harris

Todos juntos y muertos (34 page)

BOOK: Todos juntos y muertos
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—Un momento, por favor —murmuré. El repentino giro del camarero me recordó algo, otra cosa que se me había antojado extraña.

—Le ruego que preste atención, señorita Stackhouse —insistió el abogado, y tuve que desestimar el hilo de mis pensamientos—. Esto es lo que tiene que hacer. La reina va a negociar por una serie de pequeños favores que necesita para reconstruir el Estado. Haga lo que mejor sabe para asegurarse de que todo el mundo negocia con honorabilidad.

No eran instrucciones muy específicas que digamos.

—Lo que mejor sé —dije—. Pero creo que debería encontrar a Diantha, señor Cataliades. Creo que hay algo realmente extraño y torcido en relación con ese ataúd de sobra. Recuerde que también había una maleta de sobra —añadí—. La subí a la suite de la reina.

El señor Cataliades se me quedó mirando, en blanco. Pude ver que pensaba que el pequeño problema de unos objetos extraviados era una cuestión menor y por debajo de sus prioridades.

—¿Le ha hablado Eric de la mujer asesinada? —le pregunté, y su atención se redobló.

—No he visto al señor Eric esta noche —dijo—. Me aseguraré de localizarlo.

—Algo está pasando, aunque no sé exactamente el qué —murmuré, más para mí misma, y me giré para alcanzar a Sophie-Anne.

El comercio se llevaba a cabo con un estilo de mercadillo. Sophie-Anne se situó en una mesa donde Bill ya estaba sentado vendiendo su programa informático. Pam le estaba ayudando, pero llevaba su ropa normal. Me alegró que la ropa de harén se tomara un respiro. Me pregunté cómo había que proceder, así que adopté una actitud observadora, y no tardé en descubrirlo. El primero en acercarse a Sophie-Anne fue el tipo grande y rubio que había ejercido como juez.

—Estimada señora —dijo, besándole la mano—, estoy encantado de verte, como siempre, y desolado por la destrucción de tu preciosa ciudad.

—Una pequeña porción de mi preciosa ciudad —matizó Sophie-Anne con la mejor de las sonrisas.

—Me atenaza el pensamiento de los aprietos por los que debes de estar pasando —siguió, tras una leve pausa para interiorizar la corrección—. Tú, gobernante de un reino tan rentable y prestigioso… llevada ante la ley. Espero poder ayudarte desde mis humildes posibilidades.

—¿Y qué forma tendría esa ayuda? —inquirió Sophie-Anne.

Después de mucha palabrería, resultó que el señor Flowery estaba dispuesto a enviar una cantidad inimaginable de madera a Nueva Orleans si la reina accedía a entregarle el dos por ciento de los beneficios de los cinco años siguientes. Lo acompañaba su contable. Le miré a los ojos con enorme curiosidad. Di un paso atrás y Andre se deslizó a mi lado. Me volví para que nadie pudiera leerme los labios.

—Calidad de la madera —dije, haciendo el mismo ruido que las alas de un colibrí.

El proceso fue de lo más trabajoso y aburrido. Algunos de los potenciales proveedores no llevaban humanos con ellos, y en esos casos nada podía hacer yo; pero sólo eran excepciones. Algunas veces, un humano pagaba a un vampiro increíbles sumas para «patrocinarlo», de forma que pudiera estar presente en la sala y susurrar sus ofertas. Para cuando el vendedor número ocho se puso ante la reina, yo ya era incapaz de reprimir mis bostezos. Comprobé que Bill estaba haciendo historia con la venta de su base de datos vampírica. Para ser un tipo tan reservado, no se le daba mal explicar y promocionar su producto, habida cuenta de que muchos vampiros se mostraban muy desconfiados ante los ordenadores. Si oía lo del «Paquete de actualización anual» una sola vez más, vomitaría. Había un montón de humanos alrededor de Bill, más familiarizados con los ordenadores que los propios vampiros. Mientras se dejaban llevar por las explicaciones, me proyecté para mirar acá y allá, pero sólo destilaban ideas de megahercios, RAM, discos duros y cosas así.

No vi a Quinn. Como era un cambiante, supuse que ya estaría recuperado de sus heridas de la noche anterior. Sólo podía tomar su ausencia como una señal. Me sentía muy triste y agotada. La reina invitó a Dahlia, la pequeña y bella vampira que había dirigido el tribunal, a su suite para tomar una copa. Dahlia aceptó encantada, y toda la comitiva se desplazó hasta la habitación. Christian Baruch nos acompañó. No había dejado de revolotear alrededor de la reina en toda la noche.

Su cortejo de Sophie-Anne era de los que se hacen notar, por decirlo de alguna manera. Volví a pensar en el chico faldero al que había visto la noche anterior, el que hacía cosquillas en la espalda de su amada imitando a una araña, consciente de que ella les tenía miedo, y cómo ella lo había apretado más contra sí. Sentí que se me encendía la bombilla sobre la cabeza, y me pregunté si sería visible para los demás.

Mi opinión acerca del hostelero cayó en picado. Si pensaba que esa estrategia funcionaría con Sophie-Anne, aún tenía mucho en lo que seguir pensando.

No vi a Jake Purifoy por ninguna parte, y me pregunté también qué le habría encomendado Andre. Algo inocuo, probablemente, como asegurarse de que todos los coches tenían el depósito lleno. Lo cierto es que nadie confiaba lo suficiente en él como para encomendarle tareas de mayor calado. Al menos, aún no. La juventud de Jake y su pasado como licántropo jugaban en su contra, y tendría gue menear mucho la cola para ganar puntos. Pero Jake no tenía prisa. No dejaba de mirar hacia su pasado, hacia su vida como licántropo. Siempre llevaba encima un saco de amargura.

Habían limpiado la suite de Sophie-Anne; había que limpiar las suites de todos los vampiros de noche, por supuesto, mientras estuvieran fuera. Christian Baruch empezó a contarnos sobre la ayuda extraordinaria que había necesitado para sobrellevar la cumbre, y lo nerviosos que se mostraban algunos de esos empleados al limpiar habitaciones ocupadas por vampiros. Era evidente que Sophie-Anne no se había dejado impresionar por la asunción de superioridad de Baruch. Era muy joven en comparación, y para ella debía de ser como un arrogante adolescente frente a sus siglos de veteranía.

Jake llegó justo en ese momento, y tras mostrar sus respetos a la reina y presentarse a Dahlia, se sentó a mi lado. Yo estaba tirada sobre una incómoda silla de espalda recta, y él trajo una idéntica donde acomodarse.

—¿Qué te cuentas, Jake?

—Poca cosa. He ido a comprar entradas para la reina y Andre, para el espectáculo de mañana. Es un montaje completamente vampírico de
Hello Dolly
!

Traté de imaginármelo. No tardé en comprobar que no podía.

—¿Qué piensas hacer? Está marcado como tiempo libre en la agenda.

—No lo sé —dijo, con un tono curiosamente remoto en la voz—. Me ha cambiado tanto la vida que no puedo predecir lo que va a pasar. ¿Saldrás durante el día, Sookie? No sé, de compras. Hay unas tiendas estupendas en Widewater Drive. Está cerca del lago.

Incluso yo había oído hablar de Widewater Drive.

—Es posible —respondí—. No soy precisamente una loca de las compras.

—Deberías ir. Hay unas zapaterías increíbles, y un gran Macy's; te encantará Macy's. Aprovecha el día. Aléjate de todo esto mientras puedas.

—Me lo pensaré —contesté, algo perpleja—. Eh, ¿has visto a Quinn hoy?

—De pasada. Hablé con Frannie un rato. Han estado ocupados preparando la ceremonia de clausura.

—Oh —dije. Bien. Claro. Eso llevaba un montón de tiempo.

—Llámale y pídele que te lleve por ahí mañana —insistió Jake.

Traté de imaginarme pidiéndole a Quinn que me llevara de compras. Bueno, no era del todo descabellado, pero tampoco entraba dentro de las opciones más probables.

—Sí, puede que salga un poco.

Jake pareció satisfecho.

—Puedes irte, Sookie —ordenó Andre. Estaba tan cansada que ni siquiera me di cuenta de que se deslizaba hacia mí.

—Vale. Buenas noches a los dos —dije, incorporándome. Me di cuenta de que la maleta azul seguía donde la había dejado hacía dos noches—. Ah, Jake, tienes que volver a bajar esa maleta al sótano. Llamaron diciendo que era nuestra, pero nadie la ha reclamado.

—Preguntaré por ahí —comentó vagamente, y se marchó a su habitación. La atención de Andre ya había vuelto a su reina, que reía ante la descripción de una boda a la que Dahlia había acudido.

—Andre —susurré, en voz muy baja—. Creo que el señor Baruch ha tenido algo que ver con la bomba que había en la puerta de la reina.

Andre reaccionó como si alguien le hubiese clavado un clavo en el trasero.

—¿Qué?

—Creo que quería asustar a Sophie-Anne —expliqué—. Creo que pensó que así se sentiría vulnerable y necesitaría un hombre fuerte para protegerla si se sentía amenazada.

Andre no era precisamente el señor expresividad, pero vi incredulidad, asco y convicción pasando rápidamente por su expresión.

—También creo que quizá le dijera a Henrik Feith que Sophie-Anne planeaba matarlo. Porque es el propietario del hotel, ¿no? Henrik daría continuidad al juicio de la reina al ser convencido de que lo mataría. Una vez más, Baruch estaría allí para ser su gran salvador. Quizá él lo mandó matar después de tenderle la trampa, para saltar a la palestra, triunfante, y engatusar a Sophie-Anne por su enorme preocupación por ella.

Andre lucía una expresión extrañísima en la cara, como si le costara seguir mis razonamientos.

—¿Hay pruebas de eso? —inquirió.

—Ni una. Pero cuando hablé con el señor Donati en el vestíbulo esta mañana, me insinuó que había una cinta de seguridad que estaría interesada en ver.

—Ve a verla —mandó Andre.

—Si exijo verla, lo despedirán. Tienes que conseguir que la reina le pida a bocajarro si puede ver las cintas de seguridad del vestíbulo en el momento que dejaron la bomba. Con o sin chicle pegado a la cámara, algo se verá.

—Márchate antes, para que no te relacione con esto. —De hecho, el hostelero estaba absorto en la reina y su conversación, o de lo contrario su oído vampírico habría detectado que estábamos hablando de él.

A pesar de sentirme exhausta, tuve la gratificante sensación de que me estaba ganando el dinero que me pagarían por ese viaje. Y me alegró mucho sentir que lo de la lata de Dr Pepper estaba resuelto. Christian Baruch no jugaría más a las bombas, ahora que la reina estaba con él. La amenaza que suponía el grupo infiltrado de la Hermandad…, bueno, sólo lo había escuchado de oídas, y no tenía prueba alguna de cómo se iba a manifestar. A pesar de la muerte de la mujer del centro de tiro, me sentí más relajada que nunca desde que puse el pie en el Pyramid of Gizeh, ya que estaba dispuesta a atribuirle la muerte del arquero asesino también a Baruch. Puede que, al ver que Henrik le arrebataría Arkansas a la reina, se pusiera ambicioso y decidiera ordenar a alguien que lo eliminara, para que ella se lo quedara todo. Esa hipótesis tenía algo de confuso y erróneo, pero estaba demasiado cansada como para pensarlo con más detenimiento, y preferí dejar la maraña tranquila hasta haber descansado.

Crucé el pequeño vestíbulo hasta el ascensor y pulsé el botón. Cuando se abrieron las puertas, me topé con Bill, que tenía las manos llenas de formularios de encargo.

—Se te ha dado bien la noche —dije, demasiado cansada para odiarlo. Hice un gesto con la cabeza hacia los formularios.

—Sí, todos sacaremos mucho dinero de esto —admitió, aunque no parecía especialmente emocionado.

Esperé a que se apartara, pero no lo hizo.

—Lo dejaría todo si pudiera borrar todo lo que pasó entre los dos —añadió—. El tiempo que nos amamos no, pero…

—¿El tiempo que pasaste mintiéndome? ¿El tiempo que fingiste no poder esperar para verme, cuando la verdad era que tenías órdenes al respecto? ¿Ese tiempo?

—Sí—expresó, pero sus profundos ojos marrones no vacilaron—. Ese tiempo.

—Me hiciste demasiado daño. Eso no ocurrirá jamás.

—¿Amas a alguien? ¿A Quinn? ¿A Eric? ¿Al capullo de J.B.?

—No tienes derecho a preguntarme eso —espeté—. Por lo que a mí respecta, no tienes derecho a nada.

¿J.B.? ¿De dónde se había sacado eso? Siempre me había caído bien, era adorable, pero su conversación era tan estimulante como la de un mueble. No paré de menear la cabeza mientras bajaba con el ascensor hasta el piso de los humanos.

Carla no estaba, como era de esperar, y como eran las cinco de la mañana, había muchas posibilidades de que no volviese. Me puse mi pijama rosa y coloqué las zapatillas junto a la cama, para no tener que buscarlas a tientas en una habitación a oscuras en caso de que regresase antes de que me hubiera despertado.

Capítulo 17

Abrí los ojos de repente, como persianas que hubiesen sido enrolladas con demasiada fuerza.

«¡Despierta, despierta, despierta! Sookie, está pasando algo.»

«Barry, ¿dónde estás?»

«Delante del ascensor de la planta de humanos.»

«Voy para allá.»

Me puse lo mismo que la noche anterior, pero sin los tacones. En lugar de ellos, me enfundé los pies en unas sandalias de suela de goma. Cogí la delgada cartera que contenía la tarjeta llave de la habitación, la metí en un bolsillo, metí el móvil en el otro y corrí para abrir la puerta. Se cerró tras de mí con un ominoso ruido. El hotel se antojaba vacío y silencioso, pero mi reloj marcaba las diez menos diez.

Tuve que atravesar a la carrera un largo pasillo y girar a la derecha para llegar a los ascensores. No me crucé con un alma. Un instante de meditación me indicó que no era extraño. La mayoría de los humanos de la planta aún estarían dormidos, ya que seguían también el ritmo de los vampiros. Pero ni siquiera había empleados del hotel limpiando los pasillos.

Cada pequeño rastro de inquietud que se había arrastrado hasta cobijarse en mi mente, como la huella de una babosa en la entrada trasera, se había ido uniendo hasta convertirse en una palpitante masa de ansiedad.

Me sentí como si estuviera a bordo del Titanic y acabase de oír cómo se rasgaba el casco contra el iceberg. Finalmente vi a alguien tendido en el suelo. Me espabilé tan de repente, que todo lo que había hecho hasta el momento se me antojaba una ensoñación, por lo que encontrarme con un cuerpo tirado no supuso tanto un sobresalto.

Solté un grito y Barry apareció por una esquina. Se agachó junto a mí. Di la vuelta al cuerpo. Era Jake Purifoy, y ya nada podía hacerse por él.

«¿Por qué no está en su habitación? ¿Qué hacía fuera tan tarde?» Incluso la voz mental de Barry estaba teñida de pánico.

«Mira, Barry, está tendido apuntando hacia mi habitación. ¿Crees que iba a verme?»

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