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Authors: Charlaine Harris

Todos juntos y muertos (30 page)

BOOK: Todos juntos y muertos
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Bueno, había tenido noches peores.

Hallé la enfermería, que resultó más fácil de localizar de lo que pensaba, ya que la puerta estaba abierta y pude oír una risa familiar que provenía de ella. Entré y vi que Quinn estaba hablando con la mujer con aspecto de oso de la miel, que debía de ser Bettina, y el negro, que debía de ser Hondo. Para mi asombro, Clovache también estaba allí. No se había quitado la armadura, pero daba la sensación de que alguien se la había aflojado.

—Sookie —dijo Quinn. A diferencia de los otros dos cambiantes, me sonrió. No cabía duda de que no era bienvenida.

Pero no era a ellos a quienes había ido a ver. Quería ver al hombre que me había salvado la vida. Me acerqué a él, dejando que me contemplara, dedicándole una pequeña sonrisa. Me senté en una silla de plástico junto a su cama y le cogí la mano.

—Dime, ¿cómo te sientes? —pregunté.

—Como si hubiese apurado demasiado el afeitado —contestó—. Pero me pondré bien.

—¿Podríais disculparnos un momento? —Eché mano de toda mi cortesía cuando miré a los demás ocupantes de la sala.

—Vuelvo a vigilar a Kentucky —dijo Clovache, y se marchó. Puede que me guiñara un ojo antes de irse. Bettina parecía algo desconcertada, como si la maestra hubiese vuelto después de una larga ausencia y le hubiese reprimido la vena autodidacta.

Hondo me lanzó una oscura mirada que era mucho más que una amenaza velada.

—Trátalo bien —espetó—. No le des más problemas de los que tiene.

—Eso nunca —señalé. No se le ocurrió forma alguna de quedarse, ya que, al parecer, Quinn también quería hablar conmigo a solas. Así que se marchó.

—Mi club de fans no para de crecer —bromeé, observando cómo se iban. Me levanté y cerré la puerta tras ellos. A menos que hubiera un vampiro o Barry estuviera al otro lado de la puerta, gozaríamos de una privacidad razonable.

—¿Vienes a decirme que me dejas por un vampiro? —preguntó Quinn. Todo rastro de buen humor se había desvanecido de su rostro, y estaba muy quieto.

—No, ahora es cuando te digo lo que ha pasado, tú me escuchas y después hablamos —lo dije como si no cupiese ninguna duda de que me seguiría, que no era el caso ni por asomo, y mi corazón se me revolvió en la garganta mientras esperaba su respuesta. Finalmente asintió, y yo cerré los ojos, aliviada, aferrando su mano izquierda entre las mías—. Vale —continué, recomponiéndome, y empecé a hablar, esperando que comprendiese que Eric era el menor de los males.

Quinn no apartó su mano.

—Estás vinculada a Eric —dijo.

—Sí.

—Has intercambiado sangre con él al menos tres veces.

—Sí.

—¿Sabes que te puede convertir cuando le venga en gana?

—Cualquiera de nosotros podría ser convertido cuando a un vampiro le viniese en gana, Quinn. Incluso tú. Puede que hicieran falta dos para inmovilizarte y un tercero para drenar tu sangre y darte la suya, pero no deja de ser posible.

—No llevaría tanto tiempo si se decidiera, ahora que habéis intercambiado tantas veces. Y todo por culpa de Andre.

—Ahora no hay nada que pueda hacer al respecto. Ojalá no fuese así. Ojalá pudiese erradicar a Eric de mi vida, pero no puedo.

—A menos que le claven una estaca —insinuó Quinn.

Sentí una sacudida en el corazón que por poco no me obligó a echarme la mano al pecho.

—No quieres que eso ocurra. —La boca de Quinn estaba apretada en una fina línea.

—¡No, claro que no!

—Te importa.

Oh, mierda.

—Quinn, sabes que Eric y yo estuvimos juntos durante un tiempo, pero tiene amnesia y no lo recuerda. O sea, sabe que ocurrió, pero no recuerda nada.

—Si alguien que no fueras tú me contara esa historia, sabrías lo que pensaría.

—Quinn, no soy otra persona.

—Nena, no sé qué decir. Me importas mucho y me encanta pasar el tiempo contigo. Me encanta acostarme contigo. Me gusta que comamos juntos, que cocinemos juntos. Me gusta prácticamente todo lo que está relacionado contigo, incluido tu don. Pero no se me da bien compartir.

—No estoy con dos tíos a la vez.

—¿Qué quieres decir?

—Digo que estoy contigo, a menos que prefieras lo contrario.

—¿Qué harás cuando el señor grande y rubio te diga que saltes a la cama con él?

—Diré que me debo a alguien… si eso crees tú también.

Quinn se removió incómodo sobre la estrecha cama.

—Me estoy curando, pero me duele —admitió. Parecía muy cansado.

—No te molestaría con todo esto si no pensara que es algo importante —dije—. Estoy intentando ser sincera contigo. Del todo. Recibiste una flecha por mí, y es lo mínimo que puedo hacer a cambio.

—Lo sé. Sookie, soy un hombre que casi siempre tiene las cosas claras, pero he de decirte que… no sé qué decir. Pensaba que estábamos hechos el uno para el otro hasta que ha pasado esto. —Los ojos de Quinn centellearon de repente—. Si él muriera, no tendríamos problemas.

—Si lo mataras, yo sí que tendría un problema —dije. No podía ser más clara.

Quinn cerró los ojos.

—Tendremos que volver a hablar de esto cuando me haya curado y tú hayas dormido y te hayas relajado —contestó—. Tienes que ver a Fanny también, estoy demasiado… —pensé, horrorizada, que Quinn iba a sollozar. Si lloraba, se me contagiaría, y lo último que necesitábamos eran unas lágrimas. Me incliné tanto sobre él que estuve a punto de caerme encima, y lo besé, apenas una presión de mis labios sobre los suyos. Pero entonces me agarró de los hombros y me volvió a atraer hacia él. En esa ocasión hubo mucho más que explorar, como su calidez y su intensidad… y un jadeo suyo nos arrancó del momento. Trataba de no quejarse por el dolor.

—¡Oh, lo siento!

—Nunca te disculpes por un beso como ése —dijo, y se alejó de la linde del llanto—. Estoy seguro de que hay algo entre nosotros, Sookie. No quiero que el puto vampiro de Andre lo eche a perder.

—Yo tampoco —respondí. No quería perder a Quinn, y menos ante nuestra chisporroteante química. Andre me aterraba, y a saber cuáles eran sus intenciones. No tenía la menor idea. Sospechaba que Eric tampoco sabía mucho más que yo, pero nunca se enfrentaba al poder.

Me despedí de Quinn, una despedida renuente, y empecé a deshacer camino hacia el baile. Me sentí obligada a comprobar que la reina no me necesitaba, pero estaba agotada, y necesitaba quitarme el vestido y hundirme en mi cama.

Clovache estaba apoyada en la pared del pasillo, y me dio la impresión de que me estaba esperando. La Britlingen más joven era menos escultural que Batanya, y mientras ésta parecía un ave de presa de rizos negros, Clovache daba impresión de mayor ligereza, con una cabellera plumosa marrón ceniza que pedía a gritos un buen estilista y grandes ojos verdes con unas cejas grandes y arqueadas.

—Parece un buen hombre —dijo con su duro acento, y me dio la sensación de que Clovache no era una mujer sutil.

—A mí también me lo parece.

—Mientras que un vampiro es, por definición, retorcido y mentiroso.

—¿Por definición? ¿Quieres decir que no existen las excepciones?

—Así es.

Guardé silencio mientras seguimos caminando. Estaba demasiado cansada como para tratar de imaginar las intenciones de la guerrera al decirme eso. Decidí preguntar.

—¿Qué pasa, Clovache? ¿Qué me quieres decir?

—¿Te has preguntado qué hacemos aquí, cuidando del rey de Kentucky? ¿Por qué ha decidido pagar nuestras astronómicas tarifas?

—Sí, pero supuse que no era asunto mío.

—Pues te concierne sobremanera.

—Entonces dímelo. No estoy para adivinanzas.

—Isaiah capturó a una espía de la Hermandad entre su séquito hace un mes.

Me paré en seco y Clovache me imitó. Procesé sus palabras.

—Qué mal —dije, consciente de que las palabras no eran las más adecuadas.

—Mal para la espía, por supuesto. Pero nos reveló cierta información antes de irse al valle de las sombras.

—Vaya, bonita forma de exponerlo.

—Es un montón de mierda. Murió, y no fue nada bonito. Isaiah es un tipo de la vieja escuela. Moderno por fuera, pero un vampiro tradicional por dentro. Se lo pasó bien con la pobre zorra antes de doblegarla.

—¿Crees que puedes fiarte de lo que dijo?

—Buena observación. Yo confesaría cualquier cosa si pensase que con ello me ahorraría alguna de las cosas que sus compinches le hicieron.

No estaba segura de que eso fuese cierto. Clovache estaba hecha de un material muy duro.

—Pero creo que le dijo la verdad. Según ella, un grupo infiltrado de la Hermandad supo de esta cumbre y decidió que sería su gran oportunidad para darse a conocer por su lucha contra los vampiros. No sólo manifestaciones y sermones, sino una guerra abierta. Ésta no es la doctrina oficial de la Hermandad… Sus líderes siempre se cuidan de decir que no admiten la violencia contra nadie, que sólo advierten a la gente de que tome precauciones si se relaciona con vampiros, porque éstos se relacionan con el diablo.

—Sabes muchas cosas de este mundo —dije.

—Sí—convino—. Investigo mucho antes de aceptar un trabajo.

Tuve ganas de preguntarle cómo era su mundo, cómo viajaba de uno a otro, cómo cambiaba, si todos los guerreros de su mundo eran mujeres o si también los chicos podían dedicarse a patear traseros; y, de ser así, qué aspecto tenían con esos maravillosos pantalones. Pero ése no era ni el sitio ni el momento.

—Bueno, ¿y cuál es el fondo de todo esto? —pregunté.

—Creo que la Hermandad pretende montar una gran ofensiva aquí.

—¿Te refieres a la bomba en la lata de refresco?

—Lo cierto es que eso me desconcierta. Pero estaba cerca de la habitación de Luisiana, y a estas alturas la Hermandad debe de saber que su operativo no funcionó, si es que fue obra suya.

—Y también están los tres vampiros asesinados en la suite de Arkansas —señalé.

—Como ya te he dicho, me desconcierta —dijo Clovache.

—¿Crees que mataron a Jennifer Cater y a los demás?

—Sin duda, si tuvieron la oportunidad. Pero hacer algo tan discreto cuando, según su espía, pretendían montar una gorda, me parece muy improbable. Además, ¿cómo se las iba a arreglar un humano para meterse en una suite y matar a tres vampiros?

—¿Y cuál fue el resultado de la bomba en la lata? —pregunté, tratando de discernir las intenciones que había detrás. Reanudamos la marcha, y nos encontramos justo fuera de la sala de ceremonias. Podía oír a la orquesta.

—Bueno, te añadió unas cuantas canas —bromeó Clovache, sonriendo.

—No alcanzo a imaginar el objetivo —afirmé—. No soy tan egocéntrica.

Clovache cambió su enfoque.

—Tienes razón —explicó—. La Hermandad no puede haber sido. No querrían atraer la atención sobre su plan a mayor escala con esta pequeña bomba.

—Entonces, estaba allí para otra cosa.

—¿Qué otra cosa?

—El resultado final de la bomba, de haber explotado, habría sido dar a la reina un buen susto —insinué lentamente.

Clovache parecía desconcertada.

—¿No querían matarla?

—Ni siquiera estaba en su habitación.

—Tenía que haber explotado antes —dijo Clovache.

—¿Cómo lo sabes?

—El de seguridad. Donati. Es lo que la policía le dijo. Donati nos ve como compañeras de la profesión —sonrió—. Le gustan las mujeres con armadura.

—Eh, ¿ya quién no? —le devolví la sonrisa.

—Y tenía poca potencia, si es que se puede decir eso de una bomba. No quiero decir con eso que no hubiera causado daños. Eso no se duda. Puede que incluso alguien hubiese muerto, como tú. Pero toda esta historia da impresión de incompetencia y mala planificación.

—A menos que sólo haya sido diseñado para asustar. Para llamar la atención y que alguien desarmase la bomba.

Clovache se encogió de hombros.

—No lo comprendo —dije—. Si no ha sido la Hermandad, entonces ¿quién? ¿Cuáles son los planes de la Hermandad? Entrar al asalto en el vestíbulo armados con bates de béisbol?

—La seguridad aquí no es muy buena —afirmó Clovache.

—Ya, lo sé. Cuando estaba en el sótano, buscando una de las maletas de la reina, vi que los guardias eran un poco vagos, y tampoco creo que registren a los empleados cuando entran a trabajar. Tienen un montón de maletas mezcladas.

—Y eso que son los vampiros los que contratan al personal. Increíble. Por una parte, los vampiros se dan cuenta de que no son inmortales. Se les puede matar. Por la otra, han sobrevivido tanto tiempo que se sienten omnipotentes. —Clovache se encogió de hombros—. Bueno, volvamos al trabajo. —Habíamos llegado a la sala de baile. La banda del Hombre Muerto seguía tocando.

La reina estaba muy cerca de Andre, quien ya no permanecía tras ella, sino a su lado. Sabía que era un gesto significativo, pero no lo suficiente como para desanimar a Kentucky. Christian Baruch tampoco andaba lejos. Si tuviese cola, la estaría meneando de lo ansioso que estaba por complacer a Sophie-Anne. Observé a los demás monarcas presentes en la sala, reconocibles por sus séquitos. Nunca antes los había visto a todos juntos en la misma habitación, y los conté. Sólo había cuatro reinas. Los otros doce monarcas eran hombres. De las cuatro reinas, Minnesota parecía estar unida al rey de Wisconsin. Ohio rodeaba con su brazo a Iowa, así que también eran pareja. Aparte de Alabama, la única reina sin pareja era Sophie-Anne.

A pesar de que muchos vampiros suelen ser flexibles en cuanto al género de su compañero sexual, o al menos tolerantes hacia quienes prefieren algo diferente, algunos de ellos son todo lo contrario. No cabía duda de que Sophie-Anne brillaba, independientemente de que el nubarrón de la muerte de Peter Threadgill se hubiese disipado. Los vampiros no parecían recelar de las viudas felices.

El humano faldero de Alabama pasó sus dedos por la espalda desnuda de ella, quien se estremeció en fingido temor.

—Sabes que odio las arañas —advirtió, divertida, pareciendo casi humana y acercándoselo más. A pesar de su juego para asustarla, ella lo aferró con más fuerza.

«Un momento», pensé. «Espera un momento.» Pero la idea no acababa de formarse.

Sophie-Anne me vio espiando y me llamó por señas.

—Creo que la mayoría de los humanos se han ido ya —señaló.

Una mirada en derredor me hizo coincidir.

—¿Qué le ha inspirado Julian Trout? —pregunté, para desterrar mis temores de que le hubiera hecho algo horrible.

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