No es fácil mantener un diálogo racional con alguien que cree, como cree Dan Kenner, en la eficacia de las drogas homeopáticas y la radiestesia. No encontré la palabra «fitoterapia» en mi diccionario
Webster's
, pero supongo que significa terapia a base de plantas. El empleo que hace Kenner de esta palabra es un perfecto ejemplo de jerga ofuscadora. Desestimar como «tonterías» los numerosos libros recientes sobre el origen genético del altruismo (yo recomiendo
Unto Others: The Evolution and Psychology of Unselfish Behavior
, de Elliott Sober y David Sloan, editado por Harvard University Press) es otra indicación de las pintorescas creencias de Kenner. Y cuando yo hablaba de «tiendas», me refería a las decenas de miles de tiendas de Japón, China e India que venden miles de remedios a base de hierbas (diferentes en cada país) para todas las dolencias imaginables, incluidas las cataratas y las enfermedades venéreas.
Peter Graneau pertenece a un reducido grupo de físicos disidentes que creen que la teoría de la relatividad, ahora confirmada hasta la saciedad, tiene grandes fallos. ¡Está convencido de que la refutan todos los motores eléctricos del mundo! El libro
Newtonian Dynamics
, de Peter y Neal Graneau, es un vigoroso ataque contra Einstein.
Newtonian Electrodynamics
, también de los Graneau, es un intento similar de aplicar la teoría newtoniana a los fenómenos eléctricos. El título de un tercer libro de los Graneau,
Newton versus Einstein
, lo dice todo. En el artículo que yo critiqué, Peter Graneau escribía: «Debería quedar claro que la naturaleza ha hablado y, con lo que dice, recomienda la visión newtoniana del mundo».
Me complace enterarme de que en otro escrito Graneau reconocía que el experimento de Galileo en la torre de Pisa es un mito. Pero entonces, ¿por qué en su artículo dice que la «ceguera» de los que defienden la teoría de la relatividad es «sinónima» de la ceguera «de la que hicieron gala los profesores de la Universidad de Pisa cuando vieron que la bala de cañón y la bala de mosquete de Galileo caían a la misma velocidad de la torre inclinada»? ¿Había olvidado Graneau lo que escribió tiempo atrás? Cuidado con los científicos que se comparan con Galileo y comparan a sus antagonistas con los profesores de Pisa.
Faye Flam, que formó parte del equipo de
Science
y ahora es redactora del
Philadelphia Inquirer
, se hizo eco de mi columna en un largo artículo titulado «¿Hay que llamarlo libertad? ¿O fuera de los márgenes?» (31 de agosto de 1998). El subtítulo era «La actividad del Centro de Ciencias Fronterizas de Temple, atacada por un columnista». «El centro —decía Flam— es un organismo sorprendentemente pequeño, formado por la directora Nancy Kolenda y un estudiante posgraduado». Se incluye una fotografía de Kolenda.
Flam dice que los miembros del profesorado de Temple se muestran reacios a hablar del centro, pero John Alien Paulos, un matemático muy conocido por sus libros de divulgación, no estuvo nada reacio. Comparó el centro con «el escándalo del primo lobotomizado encerrado en el desván» y le dijo a Flam que los artículos de
Frontier Perspectives
eran tan tontos, y sus argumentos tan seudointelectuales, que él, como profesor de Temple, se sentía avergonzado. Describió uno de los artículos como «bobadas cuánticas» sin sentido y plagadas de términos rimbombantes.
Flam añade que los científicos prestigiosos de Temple hacen todo lo posible por distanciarse del centro. Edward Gawlinski, director del departamento de física de Temple, comentaba: «No tenemos ninguna interacción con ellos». Al decir «ellos», se refería a las personas relacionadas con el centro.
Mi columna también se vio reflejada en el artículo de Emily Nussbaum «Ahí afuera», publicado en
Lingua Franca
(diciembre/ enero de 1999). Nussbaum informa de que Kolenda «no tiene formación científica», pero asegura estar titulada en contabilidad por la Universidad Villanova. Sin embargo, en el archivo de Villanova le dijeron a Nussbaum que Kalenda sólo había asistido a tres clases nocturnas y no había completado la titulación.
Naturalmente, Kolenda se sintió insultada por mi columna y por la publicidad que ésta generó. Además de la pequeña carta que se publicó en el
Skeptical Inquirer
, se puede encontrar una respuesta más larga en
Frontier Perspectives
(otoño de 1998). Me vapulea por haber basado mi columna en un solo número de la revista que dirige. Hojeando el número en el que apareció su respuesta, lo encontré igual de malo, o peor, que el número que yo critiqué.
Kolenda promete que toda la controversia se publicará en un próximo número.
No sé si el acaudalado Richard Fox, presidente del consejo de administración de Temple, tiene algún interés especial por la obra de Wilheim Reich, que inventó la terapia orgónica y un método para aprovechar la mítica energía orgónica para provocar lluvia.
Pero sí sé que su Fundación Fox, que tiene una dotación de cinco millones de dólares, dio 14.000 dólares a James DeMeo para trabajar en su rompenubes. DeMeo es el principal investigador reichista de este país. Para un comentario de su utilización de largos tubos para disparar energía orgónica a las nubes y provocar lluvia, ver el capítulo 3, «Wilheim Reich, el Hacedor de Lluvia», de mi libro
On the Wild Side
(Prometheus Books, 1992). En su revista
Pulse of the Planet
, DeMeo agradece a Fox la subvención para sus trabajos de rompenubes en Israel.
Beverly Rubik es amiga de DeMeo. Cuando era estudiante posgraduada en la Universidad de California en Berkeley, realizó un estudio sobre los experimentos de Reich en los que intentaba crear formas de vida microscópicas que llamaba biones. Se dice que Rubik fabricó un gusano segmentado de un centímetro de longitud a partir de materia no viva. No tengo ni idea de lo que ha estado haciendo desde que dejó Temple.
El Centro de Ciencias Fronterizas de la Universidad de Temple celebró su decimoctava convención anual en Alburquerque (Nuevo México), del 3 al 5 de junio de 1999. El físico David Thomas informó sobre la reunión en el
Skeptical Inquirer
(septiembre/ octubre de 1999). Las comunicaciones presentadas eran aun más disparatadas que las que se publicaban en el número de la revista del centro que yo resumo en este capítulo.
Hubo, entre otras cosas, ataques a la relatividad y la evolución, conferencias que defendían la realidad de la facultad de doblar cucharas, e informes sobre la creación milagrosa de objetos, los efectos curativos de la oración, las abducciones por extraterrestres, la cara de Marte, la medición de contaminación bacteriana a miles de kilómetros de distancia, la psicoquinesis, la reencarnación, los médiums espiritistas y, según palabras de Thomas, «casi todos los tipos de fenómenos paranormales imaginables».
Lee Pulos, de la Universidad de Columbia, informó sobre los milagrosos poderes de un tal Thomas Greene Morton, un mago reconvertido en psíquico que vive en Brasil. Uno de sus trucos consistía en transformar un dólar de plata estadounidense en un medallón hecho con un metal totalmente diferente. Cuando Thomas le preguntó a Pulos que por qué no llevaba a Morton ante Randi para cobrar el millón de dólares que Randi ofrece, Pulos rechazó con desprecio la sugerencia, diciendo que Morton no tenía ningún interés en que le pusieran a prueba.
David Jacobs, de Temple, estaba allí, junto con John Mack, de Harvard, para hablar sobre abducciones por extraterrestres. Jacobs opina que los extraterrestres son malvados; Mack cree que nos aman. El francés Jacques Benveniste defendió su última teoría: que los poderes de las medicinas homeopáticas se pueden transmitir por radio.
Los directivos del Centro de Ciencias Fronterizas y sus selectos «científicos» no tienen ni la más remota idea de cómo distinguir la auténtica ciencia especulativa (por ejemplo, la teoría de las supercuerdas) de la falsa ciencia sin mérito alguno. Es lamentable que el centro esté respaldado por una universidad prestigiosa en otros aspectos.
… y desde mi almohada, mirando a la luz
de la luna o de estrellas favorables, pude contemplar
la antecapilla donde se alzaba la estatua
de Newton, con su prisma y su rostro callado,
el índice de mármol de una mente que viaja eternamente,
sola, por los desconocidos mares del Pensamiento.
WlLLIAM WORDSWORTH
Preludio
, Libro 3, versos 58-63
Hay tres Isaac Newtons. Durante varios siglos, el Newton más conocido ha sido el gran físico matemático que a los veintipocos años inventó el cálculo, descubrió el teorema del binomio, introdujo las coordenadas polares, demostró que la luz blanca era una mezcla de colores, explicó el arco iris, construyó el primer telescopio de reflexión y demostró que la fuerza que hacía caer las manzanas era la misma fuerza que guía a los planetas, satélites y cometas y provoca las mareas. Sus descubrimientos revolucionaron la física. Su genialidad no la discute nadie.
Pero existen otros dos Newtons desconocidos para la mayoría de la gente, incluso en nuestros tiempos. Uno es el alquimista que se esforzó durante décadas por convertir los metales vulgares en oro. El otro es el Newton fundamentalista protestante.
Newton trabajó solo y en silencio, casi en secreto, para hacer sus grandes descubrimientos. Su obra clásica,
Philosophiae Naturalis Principia Mathematica
, no se publicó hasta veinte años después de sus logros juveniles, y fue gracias a la insistencia del astrónomo Edmund Halley, el que dio nombre al cometa, que financió la publicación del libro. Durante gran parte de su vida, Newton dedicó su tiempo y su energía a infructuosos experimentos alquímicos y a la interpretación de las profecías bíblicas. Sus manuscritos sobre estos temas son mucho más voluminosos que sus escritos sobre física. Suman varios millones de palabras, ahora repartidas entre las secciones de libros raros de varias bibliotecas y colecciones privadas. El filósofo norteamericano Richard Popkin está preparando una edición en doce tomos de dichos manuscritos.
Aunque otros científicos de la época, en especial Robert Boyle, se interesaron también por la alquimia, ninguno estuvo tan obsesionado por este tipo de investigación como Newton. Leyó todos los libros antiguos de alquimia que pudo encontrar, y llegó a acumular más de 150 en su biblioteca. Construyó hornos para innumerables experimentos y dejó escritas un millón de palabras sobre el tema. Se veía a sí mismo como un continuador de una tradición secreta de sabiduría oculta que se remontaba a la antigüedad más remota. ¡Incluso sospechaba que los antiguos ya conocían la ley gravitatoria del cuadrado de la distancia! Pero el tema principal de este capítulo es el fundamentalismo de Newton. Era un devoto anglicano que creía firmemente que la Biblia es una revelación de Dios, aunque admitía que los textos originales habían sido muy deformados por la desaprensiva Iglesia de Roma. Aceptaba al pie de la letra la versión del Génesis sobre la Creación en seis días, la tentación y caída de Adán y Eva, el arca de Noé y el diluvio universal, la sangrienta redención a cargo de Jesús, su nacimiento de una virgen, la resurrección de su cuerpo y la vida eterna de nuestras almas en el cielo o en el infierno. Jamás dudó de la existencia de ángeles y demonios, y de un Satán destinado a ser arrojado a un lago de fuego el día del Juicio Final. El obispo James Ussher, erudito irlandés del siglo XVII, había determinado que la Creación tuvo lugar en el año 4004 a.C. Newton revisó esta fecha en la dirección equivocada, fijándola quinientos años después.
El universo de Newton era una inmensa máquina que funcionaba siguiendo leyes creadas y mantenidas por una divinidad personal pero trascendente. El espacio infinito era el «Sensoriam» de Dios, el medio del que se valía para observar y controlar el cosmos. Aunque para Kant y otros admiradores posteriores de Newton el universo era determinista y nunca se desviaba de sus leyes inalterables, Newton estaba convencido de que, de vez en cuando, Dios tenía que reajustar las órbitas de los planetas para mantenerlas libres de perturbaciones provocadas por cometas y otras fuerzas.
Este concepto, que Dios tiene que manipular el universo para repararlo, escandalizaba al rival alemán de Newton, el gran filósofo y matemático Leibniz, que lo consideraba blasfemo. Si Dios es perfecto, omnipotente y omnisciente, como Newton creía, ¿por qué iba a crear un universo tan defectuoso que necesitaba reparaciones perpetuas?, quería saber Leibniz.
Newton no aceptaba de ningún modo el panteísmo. Su Dios era el Dios de la Biblia, a cuya imagen y semejanza fuimos creados, pero nos es tan totalmente ajeno que no podemos comprender en qué nos parecemos a Él. En lo que más se apartó Newton de la religión predominante en Inglaterra fue en su rechazo de la Trinidad. Era arriano (el arrianismo fue un precursor del unitarismo), y para él Jesús era verdaderamente el divino Hijo de Dios, pero ni mucho menos igual al Padre. El trinitarismo, en opinión de Newton, era una burda herejía inventada por la Iglesia de Roma en los siglos IV y V. Se guardó esta creencia para sí mismo, sabiendo perfectamente que si se llegaba a conocer sería expulsado de su colegio de Cambridge, irónicamente llamado Trinity, donde fue profesor de matemáticas durante veintiséis años. Más adelante, esta creencia habría puesto en peligro su puesto en la Real Casa de la Moneda, donde trabajó durante la última mitad de su larga vida. Fue un funcionario diligente en la supervisión de la moneda inglesa, e implacable con los falsificadores, a los que enviaba a la horca. Fue el primero en recomendar el oro como patrón monetario.
Para Newton, las bellas pautas del universo material eran una prueba abrumadora de los poderes creadores de Dios. Como ejemplo, destacaba el hecho de que todos los planetas orbitaran en un mismo plano, en la misma dirección, con la fuerza centrífuga justa para evitar que se estrellaran contra el Sol. A Newton le desconcertaba el hecho de que la gravedad pareciera actuar instantáneamente a cualquier distancia. Reconocía que no podía hacer más que describirlo, sin comprender cómo funcionaba. La gravedad siguió considerándose una «fuerza» hasta que la teoría general de la relatividad de Einstein cambió este concepto por el del movimiento de la materia por el camino más corto en un espacio-tiempo curvo. Como le gusta decir al físico John Wheeler, las estrellas le dicen al espacio-tiempo cómo tiene que curvarse, y el espacio-tiempo les dice a las estrellas cómo deben moverse.