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Authors: Martin Gardner

Tags: #Ciencia, Ensayo

¿Tení­an Ombligo Adan y Eva? (29 page)

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Evidentemente, el objeto conocido como el Acompañante del Hale-Bopp ya no acompaña al cometa. Sin embargo, no sé dónde está actualmente. Estos datos parecen indicar que una instalación del gobierno con una gran estructura en forma de cúpula está observándolo, o tal vez buscándolo. Los humanos que trabajan en la instalación parecen ser muy conscientes de la existencia del objeto.

Es esférico, brillante y de color dorado. La instalación del gobierno parece encontrarse en una zona con un clima frío y desapacible, muy probablemente en la parte norte o noroeste de Estados Unidos. Los Dakotas podrían ajustarse a esta descripción.

El personal de alta graduación que está a cargo del seguimiento de este objeto parece estar muy preocupado por las implicaciones de su existencia. Al parecer, algunos miembros de este personal son partidarios de destruir el objeto, sin más. Hay tensión en el ambiente mientras continúan observándolo o buscándolo.

No conozco el propósito de este objeto. Evidentemente, es capaz de moverse por el espacio, y es posible que se utilice para transportar seres vivos y equipo físico. El objeto en sí podría tener cualquier tamaño. Simplemente, no sé cuál es su tamaño actual, ni puedo discernir su tamaño a partir de estos datos.

Este objeto ha causado más controversia que ningún otro ovni, con excepción del famoso aparato estrellado en Roswell. Probablemente, la existencia de este objeto es sumamente importante en el drama que tiene atrapada actualmente a la humanidad. Además, su existencia demuestra que algunos extraterrestres quieren forzarnos a una crisis psicológica de conciencia. No parece que quieran ocultar sus naves ni su polémica tecnología. Quieren que las veamos.

Brown no menciona sus apariciones en el programa de Art Bell, ni el papel que desempeñó su instituto en los suicidios colectivos de los creyentes de la Puerta del Cielo.

VIII. MÁS CIENCIA MARGINAL
20. Thomas Edison, paranormalista

Thomas Alva Edison (1847-1931) fue el inventor más famoso y más prolífico del mundo. Dedicaré poco tiempo a los detalles de su biografía porqué son fáciles de encontrar en las enciclopedias o en los más de sesenta libros que tratan de Edison. Tampoco pienso discutir si sus 1.093 patentes son todas producto de su indiscutible genio o del trabajo de numerosos ayudantes. Se ha dicho que su invento más importante fue la fábrica de inventos, o equipo de investigación. Muchos de sus inventos fueron mejoras de trabajos hechos anteriormente por otros (casi todos los inventos lo son). La bombilla incandescente, por ejemplo, tenía una larga historia antes de que Edison encontrara por fin mejores filamentos. Su único gran invento original e indiscutible fue el fonógrafo.

Tampoco es éste el lugar adecuado para hablar de los defectos de Edison: sus estallidos de cólera, su avidez de dinero, sus intentos de robar ideas, sus fanfarronadas sobre armas de guerra que nunca existieron o sus desastrosas relaciones con sus dos esposas y sus hijos. Éstos son aspectos del carácter de Edison que yo no conocía hace cuarenta años, cuando escribí un artículo muy elogioso sobre él para el
Children's Digest
(noviembre de 1954).

Aquí me propongo centrarme en las cambiantes opiniones religiosas de Edison, su interés de toda la vida por los fenómenos psíquicos y su credulidad. Mis principales fuentes son dos biografías —la de Robert Conot,
Thomas A. Edison: A Streak of Luck
(1979), y la de Wyn Wachorst,
Thomas Alva Edison: An American Myth
(1981)— y el capítulo sobre Edison del libro de Martín Ebon,
They Knew the Unknown
(1981).

De joven, Edison era un librepensador deslenguado. Era un gran admirador del libro de Thomas Paine,
Age of Reason
, pero a diferencia del deísta Paine, Edison no creía en Dios, en el alma ni en la otra vida. En aquella época, Edison era panteísta y le gustaba decir que la Naturaleza era «la Suprema Inteligencia», indiferente y despiadada para con la humanidad. Su amigo Edward Marshall le entrevistó para el
New York Times
(2 de octubre de 1910): «No hay más razones para creer que un cerebro humano sea inmortal —declaraba Edison— que para creer que uno de mis cilindros de fonógrafo sea inmortal. […] No, el cerebro es una pieza de un mecanismo de carne. Nada más que un maravilloso mecanismo de carne».

Las palabras de Edison, motivadas por la muerte de William James, generaron una oleada de oposición por parte de cristianos de todas las modalidades. Fue severamente fustigado por el cardenal Gibbons. La revista católica
Columbian Magazine
dedicó un número entero a atacar lo que llamaba «el materialismo de Edison».

Y entonces, algo le ocurrió a Edison cuando iba camino de su laboratorio. En una entrevista titulada «Edison trabaja en formas de comunicarse con el Otro Mundo», en
American Magazine
(octubre de 1920), B. C. Forbes —que más tarde fundaría la revista
Forbes
— revelaba que Edison no sólo había empezado a creer en la otra vida, sino que estaba trabajando en un aparato eléctrico para comunicarse con los difuntos. (Ver también «Las opiniones de Edison sobre la vida después de la muerte», de Austin Lescarboura, en
Scientific American
, 30 de octubre de 1920). No se sabe nada sobre el tipo de máquina que Edison había ideado, aunque sí sabemos que realizó experimentos con ella. Probablemente se trataba de algún tipo de teléfono que utilizaba ondas electromagnéticas muy amplificadas.

Martín Ebon cita los siguientes comentarios de Edison en su conversación con el entrevistador del
Scientific American
:

Si nuestra personalidad sobrevive, entonces es estrictamente lógico y científico suponer que conserva la memoria, el intelecto y otras facultades y conocimientos que adquirimos en este mundo. Por lo tanto, si la personalidad sigue existiendo después de lo que llamamos muerte, es razonable llegar a la conclusión de que a los que dejan este mundo les gustaría comunicarse con los que han quedado aquí.

Me inclino a creer que nuestra personalidad futura será capaz de afectar a la materia. Si este razonamiento es correcto, y si podemos desarrollar un instrumento tan delicado que pueda ser afectado o movido o manipulado […] por nuestra personalidad, tal como ha sobrevivido en la otra vida, cuando esté disponible debería registrar algo.

Algunos de los métodos que ahora se utilizan son tan toscos, tan anticientíficos, que resulta asombroso que tantos seres humanos racionales puedan confiar en ellos. Si alguna vez conseguimos establecer comunicación con personalidades que han dejado esta vida, desde luego no será por medio de esos artefactos infantiles, que al científico le parecen una tontería.

Las autoridades cristianas, aquí y en el extranjero, dieron la bienvenida en sus filas a Edison, que ahora era un teísta que creía en la inmortalidad. El
Scientific American
, en el artículo antes citado, incluía una fotografía de Edison vertiendo líquido de un frasco en un vaso de laboratorio. El pie de foto decía: «Thomas A. Edison —el inventor más famoso del mundo—, que ahora trabaja en un aparato diseñado para situar la investigación psíquica sobre una base científica».

Aunque Edison nunca llegó a hacerse cristiano, Mina Miller, su joven y bella segunda esposa (era dieciocho años más joven que él), nunca se desvió de su devota formación metodista. Conot (p. 427) dice de ella que era «una fundamentalista intransigente que […] pensaba que la evolución era una maquinación de Satanás». Yo tuve el placer de conocerla cuando era pequeño. Mis padres me habían llevado a Chautauqua (Nueva York), donde los Edison tenían una residencia de verano. Llamé a su puerta para pedir un autógrafo del gran hombre. Él no estaba en casa, pero la señora Edison prometió amablemente que le haría enviármelo, y así lo hizo.

Otra entrevista de Marshall, titulada «¿Tiene el hombre un alma inmortal?», apareció en el
Forum
en noviembre de 1926. En ella Edison habla del «alma» y se refiere a Dios como un «Gran Poder» y un «Creador». «Hoy día, la preponderancia de la probabilidad está muy a favor de la creencia en la inmortalidad de la inteligencia, del alma, del hombre», dice Edison. Elogia el cristianismo, diciendo que es la más sabia y la más bella de las religiones del mundo y que lo ve evolucionar hacia una fe con menos insistencia en las doctrinas y más en el código moral de Jesús. Los teólogos deberían dejar de debatir acerca de los credos, afirma Edison, y dedicar más tiempo a «acumular evidencias […] que ningún tonto escéptico pueda echar abajo».

En posteriores entrevistas, que se anunciaron con grandes titulares en todo el mundo, Edison conjeturaba que la mente humana estaba compuesta por miles de millones de partículas infinitesimales, que son las responsables de la inteligencia y la memoria. Creía que procedían del espacio exterior y que aportaban sabiduría de otros planetas habitados. Cuando morimos, estas partículas pueden dispersarse o pueden volar en enjambre, como las abejas, y penetrar en otros cráneos humanos. Edison llamaba a estas partículas «la gente menuda». De vez en cuando, decía, entran en conflicto unas con otras. Así lo escribió en su diario:

Luchan para dirimir sus diferencias, y el grupo más fuerte toma el mando. Si la minoría está dispuesta a ser disciplinada y conformarse, hay armonía. Pero a veces, las minorías dicen: «Al infierno con este sitio. Vámonos a otra parte». Se niegan a hacer el trabajo que se les ha encomendado en el cuerpo de la persona, y ésta enferma y muere; la minoría sale, y también, por supuesto, la mayoría. Todos quedan libres para buscar nuevas experiencias en alguna otra parte.

Edison estuvo fascinado por el ocultismo durante toda su vida. A los treinta y tantos años se sintió intrigado por los escritos de la divertida charlatana madame Helena Petrovna Blavatsky, la gran maestra de la teosofía. Edison asistió a reuniones de la Sociedad Teosófica en Nueva York y obtuvo algún tipo de diploma. Firme creyente en la psicoquinesis, intentó mover péndulos por control mental, pero los resultados fueron negativos. También intentó confirmar la telepatía mediante experimentos con bobinas eléctricas alrededor de las cabezas de los receptores y transmisores humanos. Ebon cita el diario de Edison: «Primero, cuatro de nosotros nos situamos en habitaciones diferentes, conectados por el sistema eléctrico. […] Después, nos sentamos en los cuatro rincones de la misma habitación, acercando poco a poco nuestras sillas hacia el centro de la habitación, hasta que nuestras rodillas llegaron a tocarse; y a pesar de todo, no observamos resultados». Henry Ford, buen amigo de Edison, fue quien le presentó al mago Berthold Reese (1841-1926), más conocido como Bert Reese. Era un hombre de pequeña estatura, gordo y calvo, con ojos saltones y cara redonda como la de un querubín. El «doctor» Reese, como le gustaba llamarse, había nacido en lo que ahora es Polonia y viajó por toda Europa realizando lo que los magos llaman «magia mental» ante celebridades y miembros de la realeza.

Le gustaba llevar en la corbata un alfiler con un enorme diamante que le había regalado el rey de España, y en un dedo llevaba un anillo con un diamante aún mayor. Muchos de los principales parapsicólogos estaban convencidos de que poseía extraordinarios poderes psíquicos.

Reese estaba especializado en lo que se llama «lectura de billetes». Le pedía a un espectador que escribiera algo en una hoja de papel, que él doblaba y escondía o destruía. A continuación, Reese fingía leer el mensaje por percepción extrasensorial. Sus métodos eran bien conocidos por los magos honestos de la época.

Hay docenas de maneras de realizar el truco de la lectura. Houdini estaba tan impresionado por la habilidad de Reese que en una carta a Conan Doyle (3 de abril de 1920), decía que Reese «es sin duda el más hábil lector de mensajes que jamás ha existido». Houdini recomendaba encarecidamente a Conan Doyle que asistiera a una «sesión» con Reese si alguna vez pasaba por Nueva York, donde Reese residía por entonces, para ver «si eres capaz de descubrir cómo lo hace».

En su libro
Paper Magic
, Houdini habla de Reese en una nota a pie de página, diciendo que «a mi juicio es el mejor lector de pelotillas que jamás ha existido (una pelotilla es un papel arrugado y hecho una bola). Tuve una sesión con el doctor Reese y, si no hubiera sido por mis muchos años de experiencia como experto, me podría haber dejado engañar por sus habilísimas manipulaciones y fantásticas deducciones».

Edison fue la persona más famosa que se dejó embaucar totalmente por Reese. Como otros muchos científicos que pican con charlatanes psíquicos, Edison se consideraba demasiado inteligente para que lo engañaran y, por supuesto, nunca se le ocurrió pedir explicaciones a un mago profesional. Cuando un artículo del
New York Graphic
reveló algunos de los trucos de Reese, Edison se puso furioso, y envió al periódico una carta en la que decía:

Estoy convencido de que Reese no es ni un médium ni un farsante. Lo he visto varias veces, y cada vez escribí algo en un trozo de papel sin que Reese estuviera cerca, incluso estando él en otra habitación. Ni una sola vez llegaron los papeles a manos de Reese, y algunas veces ni siquiera los vio, y aun así recitó correctamente el contenido de cada papel.

Varias personas de mi laboratorio han tenido el mismo tipo de experiencia, y hay cientos de personas distinguidas de Nueva York que pueden atestiguar lo mismo.

Houdini escribió a Doyle el 8 de agosto de 1920:

Puede que hayas oído un montón de historias sobre el doctor Bert Reese, pero yo he hablado con el juez Rosaisky y éste me informó personalmente de que, aunque no había descubierto cómo lo hacía Reese, estaba convencido de que no era telepatía. Yo estoy seguro de que Reese recurre a la prestidigitación, tiene una memoria asombrosa y es un gran lector de caracteres. De paso, es un magnífico juez de los seres humanos.

Lo más grande que ha hecho Reese, y me lo reconoció abiertamente, fue una demostración ante un tribunal de Alemania, que no pudo descubrir cómo lo hacía.

No me avergüenza decirte que en la sesión que tuve con Reese le tendí una trampa, y le pillé con las manos en la masa. Al terminar se quedó asustado, pues sabía que le había tumbado el truco.

Hasta tal punto que me aseguró que yo era el único que le había descubierto, y en la conversación que mantuvimos después hablamos de otros practicantes de lo que nosotros llamamos la prueba de la pelotilla: Foster, Worthington, Baldwin y otros. Después de mi sesión con él, me fui a casa y puse por escrito todos los detalles.

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