»—¿Y no había nadie a quien hubiera podido contarle todo eso? ¿Alguien que hubiera podido hacerle ver que tenía que abandonarlo cuanto antes?
»—Se lo había confiado a dos mujeres en todos esos años, con la esperanza de que alguna de ellas la ayudaría. Se lo había contado a una amiga. Y a la pediatra de su hijo.
»—¿Sí?
»—Carla Roberts. Y la doctora Anne Westley».
En ese preciso instante Gillian lo comprendió todo. En cuanto oyó que Tara mencionaba esos dos nombres. Carla Roberts y Anne Westley. De repente comprendió toda la historia, el porqué de la muerte aparentemente absurda de dos ancianas inofensivas. Y el móvil de Tara.
«—¿Ninguna de las dos llegó a ayudarla?
»—No. Roberts estaba tan ocupada con sus propias quejas que ni siquiera llegó a interesarse. Y Westley al parecer no estaba segura de cuál era la mejor manera de ayudarla, por lo que al final decidió no hacer nada. Las dos se mantuvieron completamente al margen. Liza ni siquiera tuvo la oportunidad de recibir ayuda de esas dos mujeres».
Omisión de auxilio. El gran tema en la vida de la fiscal. Carla Roberts y Anne Westley se habían comportado como Lucy Caine-Roslin: habían cerrado los ojos. Ojos que no ven, corazón que no siente.
«—¿Y por eso las…?
»—Lo creas o no, al principio no me había propuesto matarlas. Estaba furiosa con esas dos mujeres porque habían dejado en la estacada a una persona que se encontraba en una situación límite y con ello habían jugado a favor del hombre que la había estado torturando, pero tampoco pensaba matarlas. Lo único que quería era asustarlas. Utilizar el miedo para sacarlas de sus existencias burguesas y acomodadas. Lo que hice fue aterrorizarlas. Liza Stanford vivía día y noche instalada en el miedo. De ese modo esas dos mujeres al menos se harían una idea de lo que se siente.
»—Comprendo.
»—Fue sencillo manipular la puerta de acceso al edificio en el que vivía Carla Roberts. Podía entrar y salir siempre que quería, siempre que disponía de tiempo libre. Me divertía mandando el ascensor hasta el piso en el que solo vivía Roberts, sin que nadie saliera de él, por supuesto. Algo así puede desmoralizar a cualquiera. En el caso de Anne Westley, por las noches me acercaba con el coche hasta aquel lugar tan solitario en el que vivía e iluminaba con los faros la pared de su dormitorio. Luego paraba el motor, pero ella no llegaba a ver a nadie.
»—Sin duda con todo eso conseguiste lo que te proponías.
»—Sí, claro. En cualquier caso, las dos ancianas acabaron de los nervios. Pero…
»—¿No te pareció suficiente?»
Gillian respiró hondo. Lo malo era que con cada minuto que pasaba, se sentía más y más débil. Pero no podía tirar la toalla. Ya había llegado muy lejos, tenía verdaderas posibilidades si no flojeaba.
Pensó en Becky. Becky la necesitaba.
Un último intento desesperado. Con todas sus fuerzas, desplazando todo su peso, agarrando la pata de la mesa con las dos manos, se lanzó de nuevo contra la ventana.
Con un ruido ensordecedor consiguió arrancar uno de los postigos de su fijación. Se rompió hacia fuera y se abrió junto al otro postigo, aunque sin llegar a soltarse. Los dos postigos unidos golpearon la pared exterior de la choza y rebotaron un par de veces antes de quedarse simplemente colgando de las bisagras de un lado.
La ventana quedó abierta.
Gillian miró hacia fuera y necesitó todavía un par de segundos antes de darse cuenta de lo que había logrado. Había conseguido salir de una situación desesperada. Los brazos le temblaban y los músculos le dolían debido al extraordinario esfuerzo que acababa de hacer.
Libre.
A partir de entonces se trataba de proceder con prudencia y sin correr riesgos.
Se metió las preciadas llaves en el bolsillo del abrigo y se aseguró varias veces de que no las perdería por accidente. A continuación cogió los dos bocadillos y la botella de agua casi vacía y se lo metió todo en el otro bolsillo. Todo eso abultaba mucho y no le permitía moverse con comodidad porque le sobresalía del bolsillo, pero era importante que se llevara algo para comer y beber. La linterna, que tanto le había servido, la guardó junto a las llaves. De ese modo tenía todo lo necesario, al menos entre las pocas cosas que tenía a su disposición en esos momentos.
Apoyándose en el alféizar, saltó al otro lado. Al caer se golpeó en la cara con una rama de abeto que le arañó la piel, pero apenas reparó en ello. Aterrizó en el grueso y mullido manto de nieve, se levantó enseguida, no sin dificultad, y se dirigió con cautela hacia la parte delantera de la cabaña sin olvidarse antes de espiar desde la esquina.
No vio a nadie. La nieve aportaba algo de claridad a la noche y entre los nubarrones asomaban la luna y algunas estrellas. Gillian se abrió paso por el breve tramo de bosque cercano y se detuvo. Desde allí tenía una buena vista general. Por detrás y por los lados tenía bosque. Por delante, las llanuras por las que Tara y ella habían llegado hasta allí unas horas antes. Le pareció reconocer incluso las huellas en la nieve. No le costaría mucho encontrar el camino de vuelta hasta el coche.
Lo embarazoso era que mientras pasara por las llanuras se la vería fácilmente, su silueta oscura destacaría mucho entre la nieve. Si Tara decidía volver a la cabaña, podría divisar a Gillian desde lejos. Pero al revés también, claro.
Gillian contempló de nuevo el paisaje y consideró la posibilidad de ir hasta una franja de bosque lejana para gozar de la protección de los árboles. Sin embargo, eso habría significado dar un rodeo considerable que la obligaría a recorrer el doble de distancia. Además corría el peligro de desorientarse. Allí no habría huellas que la guiaran y si llegaba a perderse por esos bosques no sobreviviría ni dos días al frío. Decidió volver por el mismo camino por el que había llegado hasta allí. Podría ver a Tara con el tiempo suficiente para poder decidir qué hacer. De todos modos, gozaba de una pequeña ventaja: ella sí contaba con encontrarse con Tara, mientras que esta, en cambio, creía estar sola ahí fuera.
Se puso en marcha, andando pesadamente por la nieve. Sabía que después de todo lo que había pasado, no podía obviar el miedo a no poder superar el trayecto que tenía por delante. Sin embargo, la euforia que sintió al verse liberada había bombeado una nueva dosis de adrenalina en su cuerpo. De algún lugar surgió una energía que en realidad no debería haber sentido.
Lo conseguiré. No logrará matarme.
De repente volvió a oír la voz de Tara en su cabeza, a sentir el estremecimiento de horror que le había provocado.
«—No, llegó un momento en el que no tenía suficiente con aterrorizar a Roberts y a Westley.
»—¿Y entonces las mataste?
»—Sí. Pero en el momento en el que ocurrió… no las estaba matando a ellas. Eran simplemente la prolongación de un momento que me había dejado satisfecha. Aunque no lo suficiente. Nunca jamás quedaré satisfecha del todo.
»—¿Qué quieres decir?
»—Quiero decir que no puedo dejarlo. Cuando maté a Roberts y a Westley me di cuenta de que mientras viva, no podré dejarlo.
»—¿Cómo?
»—Lucy. Mi madre. No puedo dejar de matar a mi madre».
12
John no habría pensado que en una zona como Peak District pudiera haber callejones sin salida, pero era evidente que habían ido a parar a algo parecido. Llevaban mucho tiempo siguiendo la carretera sin divisar el coche de Tara y de repente la calzada se había ensanchado sin previa señalización, era uno de esos lugares que servían para que los coches pudieran dar la vuelta. Por delante de ellos había un espeso bosque que se extendía también por los lados. Y ni rastro del coche que buscaban, por no hablar de cabañas o de mujeres andando pesadamente por el paisaje nevado.
John se vio obligado a dar la vuelta, pero antes detuvo el coche.
—Bueno, es evidente que el camino termina aquí. Al parecer no era el bueno.
—Hay muchos caminos como este por aquí —dijo Samson con tono decaído.
—Sin duda alguna. Muéstreme de nuevo el mapa. —John lo examinó un momento—. Me parece que estamos cerca de aquí. Eso significa que estamos dentro de la zona que Sherman nos ha marcado. En cualquier caso, por la parte de abajo. La cabaña se encuentra mucho más hacia el centro.
—Eso si realmente está en esta zona. Al fin y al cabo, Sherman no había visto jamás la cabaña y hacía treinta años que le habían descrito dónde se encontraba —dijo Samson.
A John le habría gustado tirar el libro por la ventanilla, pero consiguió controlar ese impulso.
—Claro. Puede que se haya equivocado. Además, también es posible que la cabaña ya no esté. Tal vez Tara Caine se haya refugiado en otro lugar completamente distinto. Gillian y ella podrían estar en Cornwall. O en Escocia. O en un maldito pueblucho galés, ¡qué sé yo! Pero esa cabaña es el único punto de referencia que tenemos. Por mínima que sea la posibilidad que tenemos y aunque me parezca una locura desperdiciar nuestro tiempo y sobre todo el de Gillian, no tenemos elección. La buscaremos por aquí. Cualquier otra opción sería todavía más absurda.
—C… claro —consintió Samson—. Entonces, ¿qué? ¿Volvemos atrás?
John volvió a arrancar el coche.
—Sí. Recuerdo que al principio hemos encontrado una bifurcación. Parecía como si nos llevara en dirección norte. Deberíamos probarlo por ahí.
—Pero era un camino muy estrecho.
—Me ha parecido bastante despejado. Y quién sabe si nos conducirá hasta otro camino. La red de carreteras de esta zona es como una telaraña en la que todos los hilos están conectados. Tarde o temprano habremos recorrido todos los caminos.
Continuaron conduciendo ya a altas horas de la noche, entre la oscuridad. Samson miraba atentamente por la ventanilla con la esperanza de hallar alguna pista decisiva. Una cosa le había quedado clara: la hipótesis que había formulado, según la cual las dos mujeres solo podrían haber utilizado las carreteras principales y no las secundarias, en cualquier caso demostraría ser cierta. No era capaz de distinguir ni un solo camino bajo el manto de nieve.
Todo irá bien, se dijo a sí mismo en silencio, aunque tampoco estaba seguro de creer sus propias palabras.
No se había dado cuenta de lo lejos que habían llegado por aquella carretera. En cualquier caso, se le hizo muy largo el camino de vuelta hasta la bifurcación que habían descartado al principio porque les había parecido demasiado estrecha. No habían tenido ninguna otra posibilidad de elegir antes de ese punto.
—Estamos tardando demasiado —profirió John entre dientes.
Tomaron el camino en cuestión, que los condujo por un paisaje amplio, sin árboles y lleno de colinas.
—Las turberas son las primeras estribaciones que se encuentran por aquí —dijo el ex policía con una maldición—. Los pantanos que Sherman ha mencionado. Hemos ido demasiado hacia el sur, debería haberme dado cuenta antes.
Frenó justo donde se bifurcaba el camino, en una pequeña intersección. Podían continuar conduciendo en línea recta, hacia la derecha o hacia la izquierda.
—¡Mierda! —exclamó Samson.
—Bueno, ¿y ahora qué? —preguntó John—. ¿Lanzamos una moneda al aire a ver qué sale? —Miró a su alrededor para intentar orientarse—. Sherman ha dicho que la cabaña estaba al borde de una zona boscosa, lo que no deja de ser lógico. El padre de Caine construyó la cabaña con sus propias manos. De este modo no tuvo que arrastrar los troncos de árbol durante varios kilómetros, por valles y montañas. ¿Dónde hay bosques?
Los dos hombres salieron del coche. El viento era todavía más fuerte y tuvieron la impresión de que aún hacía más frío que antes.
—¡Maldita sea, qué frío! —se quejó John. Se echó el aliento en las manos ante la sensación de que se le habían congelado en cuestión de un segundo. Esperaba que, si Gillian estaba en algún lugar de ese inmenso paraje, no estuviera al aire libre, sin un techo en el que poder refugiarse. Era fácil morir de frío en una noche como esa.
—Ahí, al fondo —dijo Samson mientras señalaba en dirección norte—. ¡Creo que hay un bosque cerca del horizonte!
John tuvo que admitir que, en efecto, la franja algo más oscura que se divisaba a lo lejos bien podía ser un bosque. Eso significaría que tenían que continuar en línea recta. Tanto hacia el oeste como hacia el este, no consiguieron reconocer nada, lo que por otra parte tampoco significaba necesariamente que no hubiera bosques en esas direcciones. El terreno tenía muchas más colinas y, por consiguiente, resultaría más difícil verlos. Había una elevación considerable relativamente cerca y no era posible divisar lo que había detrás.
—Sigamos en línea recta —decidió John—. Tal vez tenga razón, Samson, y haya un bosque ahí al fondo. Al fin y al cabo, no podemos ver lo que hay en las otras direcciones, por lo que tendremos que seguir contentándonos con los más mínimos puntos de referencia que podamos encontrar. ¡Adelante, pues!
Subieron al coche de nuevo y continuaron conduciendo.
Tenían una mínima posibilidad de acertar.
13
En algún momento llegó a quedarse dormida, a pesar de haber querido evitarlo bajo cualquier circunstancia. Se despertó sobresaltada de un sueño confuso y quiso incorporarse, aunque lo evitó el dolor que se había adueñado de todo su cuerpo. ¿Qué le pasaba? Le dolía todo, hasta el último hueso, músculo y tendón. Soltó un leve gemido antes de que su mente adormilada se diera cuenta de repente de que no había sucumbido a ninguna misteriosa enfermedad. Era la postura crispada que había mantenido en el asiento de atrás del coche la que le provocaba ese dolor. Y el frío atroz, por supuesto. Tuvo la impresión de haberse quedado literalmente tiesa de frío. No podía quedarse dormida de nuevo, no podía permitírselo de ningún modo. Era peligroso. Había tenido suerte de que algo la hubiera despertado.
¿Algo? El sueño, quizá. Se había enfrentado a su madre y Lucy había hablado con ella. Sin embargo, le había hablado en voz tan baja que no había logrado comprender nada en absoluto. Solo había podido leerle los labios y había luchado desesperadamente por pescar al vuelo alguna palabra suelta. Pero no lo había conseguido. Le había suplicado que hablara más alto, pero Lucy se había limitado a sonreír sin preocuparse de los ruegos de su hija. Tara se había vuelto loca imaginando que tal vez le estuviera diciendo algo muy importante, algo que respondiera a todas sus preguntas pero que se había perdido solo porque no había sabido comprender a su madre. El corazón se le había acelerado y se despertó de repente.