Starship: Pirata (3 page)

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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Starship: Pirata
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Forrice exhaló un profundo suspiro.

—¿Sabes?, antes de hablarlo, la piratería me parecía mucho más sencilla.

—Bueno —dijo Sharon—, estamos aquí por culpa de la República. No por culpa de sus ciudadanos, y, desde luego, tampoco por la Federación Teroni. Por ello, creo que, si no surge ningún motivo para atacar a nadie más, tendríamos que limitar nuestras actividades a las naves y propiedades de la República.

—Es un comienzo —dijo Cole.

—¿Y qué me dices de tu hipotética nave médica?

—Es evidente que no vamos a atacar una nave médica —respondió Cole—. Pero, de todas maneras, tenemos que tener claro cuáles son las presas que sí podemos atacar. ¿Alguna propuesta?

—Todo lo que tenga suficiente valor como para que merezca la pena correr el riesgo —respondió Sharon—. Y cuyo saqueo no sea motivo de daño ni de sufrimiento para inocentes, tanto si son ciudadanos de la República como si no.

—Retomemos el primer ejemplo —dijo Cole—. ¿Acaso el robo de una herencia familiar no produce sufrimiento? Y si la persona a quien se la arrebatamos no es miembro del Ejército ni del gobierno de la República, ¿no os parece que ese sufrimiento sería indebido?

—Si te sigues poniendo restricciones, no te quedará otra posibilidad que asaltar bancos en Deluros VIII, y tan sólo los que tengan pólizas de seguros muy generosas —dijo Sharon—. Hemos de ser más flexibles. ¿Cómo vamos a saber ahora cuáles serán las consecuencias de atacar una nave dentro de diecinueve días? ¿Qué tipo de nave será? ¿Quién viajará en ella? ¿Qué transportará?

—Te daré algo más en que pensar —dijo Forrice, que había pasado unos instantes en silencio—. Supongamos que se trata de una nave del Ejército. Como la nuestra lo era antes del motín. Supongamos que se defienden de una nave que les han dicho que está llena de forajidos. Es lo mismo que habríamos hecho nosotros. —Calló por unos instantes—. ¿Estamos seguros de querer matar a una tripulación que sólo hace lo mismo que hicimos nosotros, esto es, seguir órdenes y defender su propia nave?

—Sí, es algo en lo que tendremos que pensar —le respondió Cole, en tono amistoso, como para decirle: «Has tardado mucho en darte cuenta».

—Tendríamos que evitar ese tipo de situaciones —dijo Sharon.

—De hecho —dijo Forrice—, la verdad del asunto es que hace ya medio siglo que tendrían que haber retirado esta nave. Lo más probable es que cualquier navío de la República o de los Teroni que podamos encontrarnos nos derrote.

—Yo no estoy tan seguro —dijo Cole—. Nos encontramos en la Frontera. Aquí no vendrá ninguna nave de guerra con el equipamiento actualizado, si no es en persecución de alguien. Creo que la
Teddy R
. es precisamente el tipo de nave militar que podríamos encontrar aquí.

—Y eso significa que es probable que acabemos matando a jóvenes oficiales y miembros de la tripulación que no habrán cometido ningún delito, aparte de proteger su propia nave —dijo Sharon.

—Estoy de acuerdo —dijo Cole—. Entonces, ¿cómo queda la cosa?

—Tal vez… —empezó a decir Forrice.

—¡Cállate, por favor! —le dijo Sharon, fatigada. Se volvió hacia Cole—: ¿Por qué no nos lo dices de una vez? Porque es evidente que ya has llegado a una conclusión antes de convocarnos.

—A mí me gusta que las personas que trabajan conmigo lleguen a idénticas conclusiones por sí mismas —respondió Cole, sin negar su acusación.

—¿Entonces…? —dijo Sharon.

—Pienso que es evidente —dijo Cole—. No queremos matar, ni siquiera robar a civiles inocentes. No queremos matar a militares que no hacen más que cumplir órdenes y defenderse a sí mismos. No queremos llegar a un enfrentamiento directo con naves de la República, ni de los teroni, que puedan derrotarnos. Ni siquiera querríamos enfrentarnos a una nave a la que pudiéramos vencer. Y, por otra parte, no sacaremos beneficios económicos de la destrucción de una nave militar; no lograríamos nada, aparte de sufrir bajas y malgastar munición.

—¿Pues qué nos queda? —preguntó Forrice.

Cole le sonrió sin responder.

—¡Dios mío! —dijo Sharon, al instante—. ¡No se me había ocurrido!

—A mí todavía no se me ha ocurrido —se quejó Forrice.

—¡Piratas! —exclamó Sharon—. ¡Robaremos a los piratas!

De pronto, el estruendoso ulular de las carcajadas alienígenas resonó en el camarote.

—¡Eso me gusta!

—No queremos robar ni matar a víctimas inocentes —dijo Cole—. Si son piratas, no son inocentes. No queremos enfrentamientos directos con naves de guerra de ninguno de los dos bandos. Si son piratas, no viajarán en naves de guerra. Queremos que los beneficios económicos sean proporcionales a los riesgos. Si asaltamos a piratas, es probable que los beneficios sean considerables. —Calló por unos instantes—. También deberíamos tener en cuenta que viajamos con una tripulación escasa. ¿Qué mejores reclutas que otros piratas, que sabrán cómo operan nuestros rivales y podrán localizarlos?

—A mí me parece bien —dijo Forrice—. ¿Cuándo empezamos?

De pronto, la imagen de la alférez Rachel Marcos apareció sobre el ordenador de Cole.

—Discúlpeme, señor —dijo—, pero pienso que debería saber que hemos localizado una nave.

—¿De la República? —preguntó Cole al instante.

—No, señor —le respondió Rachel—. Es una nave de clase-QQ y origen taborio. No llevan armas. Con atmósfera de cloro, porque eso es lo que respiran los taborios. A mí me parece que se trata de una nave colonial, señor.

—Gracias, alférez. Sígale el rastro, pero no inicie comunicaciones con ellos ni se desvíe de su rumbo. Si nos envían algún mensaje por radio, hágamelo saber.

—Sí, señor —respondió la alférez, hizo un vigoroso saludo militar y sonrió.

La imagen se desvaneció.

—Aún se le acelera la respiración nada más verte —comentó Sharon.

—¿Preferirías que se le acelerara la respiración nada más ver a Cuatro Ojos? —le preguntó Cole, sonriendo.

—En todo caso, preferiría que le sucediera con un hombre que no pudiera ser su padre.

—Lamento interrumpiros —dijo Forrice—, pero estaría bien que comentáramos lo de esa nave que hemos avistado.

—Debe de haber unos cuatrocientos mil millones de criaturas inteligentes en toda la galaxia —le respondió Cole—. Era de esperar que tarde o temprano nos encontráramos con alguna.

—¿No tienes miedo de que informen de nuestra presencia? —insistió el molario.

—¿A quién? —respondió Cole—. Nos encontramos en medio de una gigantesca Tierra de Nadie. Vamos a pensar lo más fácil, y nos imaginaremos que andan en busca de un planeta con atmósfera de cloro para colonizarlo. Y si no fuera así, igualmente estaríamos a varios miles de años luz de aquí cuando llegaran las naves de la República.

—Yo pensaba que no tendríamos que huir más.

—Desde luego —dijo Cole—. Pero no vamos a quedarnos en este sector deshabitado. Mañana mismo empezaremos a buscar.

—¿A buscar? —preguntó el molario—. ¿Y qué buscaremos? ¿Naves piratas?

Cole negó con la cabeza.

—Buscaremos una serie de cosas que necesitamos —respondió—. Desde que nos escapamos viajamos sin ningún médico a bordo. Necesitaríamos como mínimo uno, probablemente dos: un especialista en humanos, y otro que sepa trabajar con las especies no humanas que llevamos con nosotros. Tenemos que hallar un sitio seguro, un puerto que podamos emplear como cuartel general.

—¿Y por qué no nos contentamos con esta nave? —preguntó Forrice.

—Porque le resultaría muy difícil a nuestro perista contactar con nosotros después de nuestras operaciones de piratería. Y como lo más probable es que nuestro perista trabaje en el territorio de la República, no podremos acercarnos a su planeta, y todavía menos aterrizar en él.

—Estaría muy bien que pudiéramos cambiar el primer botín por armas mejores que las que tenemos —propuso Sharon.

—Yo no lo veo tan claro —dijo Cole—. ¿Quién nos va a proporcionar cañones de plasma y láser como los que nos interesan?

—Si haces correr la voz y ofreces suficiente dinero, alguien lo hará —replicó Forrice con absoluta convicción.

—Todo es posible —reconoció Cole—. Pero yo, en tu lugar, no podría muchas esperanzas en ello.

—Bueno, pues ya está —dijo Sharon—. Entonces, ¿eso que decías al principio sobre un Código Ético de la Piratería no era más que una broma?

—En absoluto —dijo Cole—. Todos los miembros de esta tripulación pusieron en juego su vida y su carrera profesional por mí. Se merecen saber cuál será nuestra política, porque se verán obligados a seguirla.

Y así, a la mañana siguiente, un mensaje apareció en todos los ordenadores públicos y privados de la
Theodore Roosevelt
:

CÓDIGO ÉTICO

  1. La
    Theodore Roosevelt
    no atacará a ningún individuo inocente de ninguna raza.
  2. La
    Theodore Roosevelt
    no atacará naves espaciales inocentes ni siquiera naves militares, que se dediquen a sus propios asuntos.
  3. La
    Theodore Roosevelt
    no sustraerá propiedades de ningún individuo ni grupo inocente.
  4. Los piratas no son inocentes.
Capítulo 3

Cole se presentó a la puerta de la sección de Artillería. El único miembro de la tripulación que se encontraba allí, entre los cañones láser y de plasma, era un hombre alto y muy musculoso, que se cuadró al instante y saludó.

—Buenos días, señor —dijo Eric Pampas.

—Buenos días, Toro —dijo Cole—. Insisto en que no tiene por qué hacerme el saludo militar ni llamarme señor.

—Es la costumbre, señor —dijo Pampas—. Por cierto, señor, he leído el Código Ético que difundió.

—¿Y?

—En ningún momento me había gustado la idea de capturar civiles o colonos a punta de pistola. Esto de ahora se adecua mucho más a lo que nos enseñaron… nuestra nave contra otras naves piratas.

—¿Ésa es la actitud que predomina entre los miembros de la tripulación? —preguntó Cole.

—Entre el personal de Artillería, por lo menos, sí, señor —le respondió Pampas—. De todas maneras, hoy no he hablado con nadie.

—Y eso me lleva a plantearle una pregunta —dijo Cole—. Ahora que tanto usted como Forrice han estado entrenándolos, ¿cuántos miembros de la tripulación cree que podrían trabajar en Artillería?

—Ocho, quizá nueve.

—Entonces, estamos mucho mejor que cuando me transfirieron a esta nave —dijo Cole—. Queda libre de este servicio a partir de mañana.

—¿Señor? —dijo Pampas con el ceño fruncido.

—Puede elegir a su sucesor como director de la sección de Artillería —siguió diciéndole Cole—. Conoce sus capacidades mucho mejor que yo. Tenemos humanos al frente de otras secciones, así que trate de elegir a un no humano.

—Con el debido respeto, señor —dijo Pampas—, aquí no hay nadie que conozca estas armas mejor que yo.

—No lo pongo en duda.

—¿Acaso he hecho algo que pudiera ofenderle, señor? ¿He transgredido alguna de las ordenanzas?

—Esto es una nave pirata —dijo Cole—. Ya no tenemos ninguna ordenanza. Al menos, mientras yo no cree otras nuevas.

—¿Pues entonces…?

—No le he dicho que fuera a degradarle, Toro. Tengo una labor más importante para usted.

—¿Más importante que encargarse de las armas? —preguntó Pampas.

—Piénselo bien —dijo Cole—. Nuestra intención es saquear naves piratas, ¿verdad?

—Sí, señor.

—Si revienta a una de ellas con esos cañones, ¿qué podremos saquear? —preguntó Cole—. A partir de ahora, esos cañones se emplearán únicamente en defensa propia, no en el ataque, y el personal de Artillería tendrá como única ocupación encargarse de que funcionen. Christine, o alguna otra persona que viaje en el puente programará sus blancos.

—No había pensado en eso, señor —reconoció Pampas—. Por supuesto que no podemos destruir las mismas naves que pretendamos saquear.

—Me alegro de que nos hayamos puesto de acuerdo en eso —dijo Cole.

—Pero lo único que he hecho durante estos últimos siete años, desde que me alisté, ha sido trabajar con armas —dijo Pampas—. No sé hacer otra cosa.

—Sí sabe hacer otras cosas, Toro. Usted mandó a cuatro miembros de nuestra tripulación a la enfermería porque los pilló tomando drogas, ¿se acuerda?

—Fue usted quien me ordenó que les impidiese tomar drogas —dijo Pampas, a la defensiva.

—No se lo reprocho, sólo se lo recuerdo —dijo Cole—. Uno de ellos era un polonoi de la casta guerrera. Faltó poco para que lo matara.

—Es que ponía la nave entera en peligro. No podíamos permitir que manejara las armas en ese estado.

—No se lo voy a negar. Tan sólo digo que un hombre que ha sabido derrotar a un polonoi de la casta guerrera con las manos desnudas es un hombre que sabe pelear.

—Sí, es que son algo distintos de los polonoi habituales —confirmó Pampas.

«Sí, desde luego que lo son», pensó Cole. Todos los polonoi eran musculosos y corpulentos, pero lo que diferenciaba a la casta de los guerreros era que sus órganos sexuales, los orificios para comer y respirar, y todas las superficies blandas y vulnerables de su cuerpo —el equivalente del diafragma y el vientre de los humanos— habían sufrido manipulaciónes genéticas para que se hallaran en la espalda. Estaban constituidos de tal manera que tenían que vencer o morir. El polonoi de la casta guerrera no podía volverle la espalda al enemigo, porque, al hacerlo, exponía todos sus puntos vulnerables, mientras que la parte frontal estaba protegida por placas de hueso y era prácticamente inmune al dolor.

—De todas maneras, lo conseguí porque tuve suerte, señor —siguió diciendo Pampas.

—Espero que eso no sea nada más que modestia —le respondió Cole—, porque quiero que un hombre con la destreza física que le atribuyo a usted forme parte de nuestro grupo de abordaje.

—¿De nuestro grupo de abordaje, señor?

—Si lo que queremos no es destruir las naves enemigas, sino apropiarnos de su cargamento, tarde o temprano tendremos que abordarlas —dijo Cole, como si se lo explicara a un niño. «No es posible que sean tan tontos se dijo. Lo único que sucede es que aún no piensan del todo como piratas»—. ¿Tendría algún problema en matar a un pirata con las manos desnudas, o con armas?

—No, en el caso de que él pretenda matarme a mí, señor.

—¿Y si la pirata pesara cincuenta kilogramos y fuera joven, bonita y vulnerable como nuestra alférez Marcos?

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