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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Pirata (2 page)

BOOK: Starship: Pirata
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—¿Gracias por qué? —le preguntó Wkaxgini, sin apartar en ningún momento la mirada de un punto fijo en el espacio y el tiempo que sólo el propio Wkaxgini y el ordenador de navegación veían y entendían.

—Por no prestarme una especial atención cuando entro en el puente.

—Ah —dijo Wkaxgini sin entonación alguna. A continuación, pareció olvidarse de Cole y de los otros tripulantes que se hallaban en el puente.

—Ahora que hemos terminado de saludarnos y de ignorar los deseos de nuestro capitán —le dijo a Christine—, ¿tienen algo de que informar?

—No hemos detectado indicios de persecución, señor —respondió—. Durante el último día estándar hemos dejado atrás once planetas habitables. Ninguno de ellos colonizado, ni hemos detectado actividad de neutrinos que pudiera apuntar a una civilización industrial.

—Muy bien —dijo Cole—. Forrice tiene la sensación de que no se aprovechan suficientemente sus talentos. Siento mucho enrabietarlo para nada, pero me parece razonable suponer que la República no considera que merezca la pena perseguirnos, al menos por ahora. Necesitan todas sus naves para la lucha contra la Federación Teroni.

—¿Y qué haremos ahora, señor? —preguntó Briggs.

—Creo que nos pondremos parches en los ojos y practicaremos frases del tipo «todo a babor» y «arriad las velas».

Christine no logró evitar una risilla, pero Briggs insistió:

—Ahora en serio, señor, ¿qué vamos a hacer?

—Ahora en serio: todavía no estoy seguro —respondió Cole—. Tengo la sensación de que habrá que ir con mucho ojo en el negocio de la piratería.

—Pues yo siempre había pensado que sería muy sencillo —dijo Briggs.

—Pues muy bien —dijo Cole—. Escoja una presa.

—¿Disculpe, señor?

—¿Cuánto tiempo hace desde la última vez que Christine y usted localizaron un crucero de placer? —preguntó Cole—. O incluso una nave de carga.

—Once días, señor —respondió de inmediato Christine.

—¿Y el último planeta que habría merecido la pena saquear?

—Había diamantes en dos de los mundos por los que pasamos ayer, y minerales fisionables en otros tres.

—Pero ninguna civilización industrial —observó Cole.

—No, señor —dijo Briggs.

—Yo pensaba que quería ser pirata —dijo Cole—. Pero, por supuesto, si prefiere dedicarse a la minería, podemos dejarle en uno de esos planetas y regresar al cabo de un par de años para ver lo que ha logrado excavar.

—Creo que prefiero la piratería, señor —dijo Briggs.

—Si insiste usted, señor Briggs… —dijo Cole, incapaz de reprimir el tono de burla—. Por lo que respecta a las naves —siguió diciendo—, muchas de ellas irán mejor armadas que nosotros, y las habrá con escolta de la República.

—El oficial más condecorado de toda la República es usted, señor —dijo Briggs—. Seguro que descubrirá una manera de vencerlas.

—Yo ya no soy oficial de la República, y ninguna de las medallas que me dieron fue por mis habilidades en la piratería —dijo Cole—. Esto es tan nuevo para mí como espero que lo sea para ustedes.

—Pero ha pensado usted en ello desde que escapamos, señor —le respondió Briggs con absoluta seguridad—. Estoy seguro de que ahora ya debe tenerlo todo estudiado.

—Le agradezco la confianza que tiene en mí —dijo Cole. «Y no se le ocurra comprar una casa de segunda mano», pensó para sus adentros. Se volvió hacia Christine—. Estaría bien que empezara a trazar un mapa de los mundos más poblados de la Frontera Interior y buscara información sobre las rutas comerciales más importantes. No tenemos prisa. Seguramente, nos hallamos a varios días de viaje de todos ellos, y, a decir verdad, no sé si la información que pueda reunir usted me servirá para nada. Pero, como es posible que sí la necesite, lo mejor será que empiece a reunirla ahora mismo.

—¿Hay algo que yo pueda hacer, señor? —preguntó Briggs.

—Busque los calendarios y las rutas de las naves de línea más importantes que transitan por la Frontera Interior. Probablemente sólo se detendrán en una docena de planetas —Binder X, Roosevelt III y unos pocos más—, pero averigüe todo lo que pueda. Y sea discreto.

—¿Discreto, señor?

—Somos forajidos y se ha puesto precio a nuestra cabeza —explicó Wilson Cole, pacientemente, mientras se preguntaba cuánto tiempo pasaría hasta que la tripulación lo entendiera del todo—. No permita que nadie rastree el origen de sus búsquedas.

—Sí, señor —dijo Briggs, e hizo un vigoroso saludo militar.

Cole lo miró, y se preguntó si le explicaría una vez más que el saludo militar ya no era necesario, pero llegó a la conclusión de que no valía la pena malgastar saliva y se marchó del puente.

—Vas a lograr que ese pobre muchacho se lleve una decepción con su adorado héroe —dijo una voz femenina ya familiar.

—¿Nos estabas observando? —le preguntó Cole al vacío mientras caminaba por el pasillo hacia el aeroascensor.

—Es que soy una fisgona —dijo la voz incorpórea de Sharon Blacksmith—. Es mi oficio.

—Si hubieras fisgado un poco antes, sabrías que quiero que estés en mi camarote a las veintidós horas —dijo Cole.

—Tú siempre me quieres en tu camarote a las veintidós horas —respondió la voz.

—Sí, pero es que esta vez te quiero vestida.

—¿Qué fantasía se te ha ocurrido? —preguntó Sharon.

—No es momento para fantasías —dijo Cole—. Es hora de que empecemos a trazar planes para el saqueo de la galaxia.

Capítulo 2

Sharon Blacksmith se presentó en el camarote de Cole a las 22.00 horas. Era pequeña y nervuda, y su uniforme disimulaba con eficacia las curvas que pudiera poseer.

—Esta reunión tiene que ser importante —dijo—. Es la primera vez que te haces la cama desde el día del motín.

—Se me ha ocurrido que, si estás ocupada metiéndote con el penoso estado de mi camarote, no te quedará tiempo para criticar mi actuación —respondió Cole. De repente, sonrió—. Además, mi despacho está hecho un desastre.

—Lo sé.

Forrice llegó al cabo de un momento. Las sillas humanas no estaban concebidas para su estructura física y por ello se dejó caer suavemente sobre la cama.

—Bueno, ya estamos todos aquí —dijo el molario—. ¿Y ahora qué?

—Ahora vamos a hablar del futuro —dijo Cole, sentado frente a un escritorio—. No del futuro lejano —añadió—. Sino del futuro inmediato.

—¿Y qué tenemos que discutir? —preguntó Forrice—. No podemos regresar a la República. Tenemos una nave entera con sus tripulantes a nuestra disposición. Es hora de que nos pongamos manos a la obra.

—En efecto —dijo Cole—. Pero tenemos que empezar a pensar qué clase de piratas queremos ser.

—¿Con qué nos vienes ahora? —le preguntó Forrice—. Un pirata es un pirata.

—Antes de que empecemos —les interrumpió Sharon—, decidme una cosa: ¿esperamos a alguien más?

Cole negó con la cabeza.

—No, solamente nosotros tres… los oficiales superiores de esta nave.

—Pues entonces yo no tendría que estar aquí —dijo Sharon—. No soy oficial superior.

—Tú me respaldaste cuando me adueñé de la nave —dijo Cole—. Te acusaron de cooperación en el motín. Entiendo que con eso has ascendido a oficial superior.

—Pero es que no lo soy —dijo ella—. Soy la directora de Seguridad.

—El capitán dice que sí lo eres —le replicó Cole—. Ahora ya no estamos en la Armada. Ya no estamos en la República. Esto es una nave de forajidos y no hay ley que nos gobierne. —Calló por unos instantes—. Ahora, en estas circunstancias, ¿quién es la ley?

—Tú —dijo Sharon.

—Hasta que alguien tenga la idea de cortarte la cabeza —añadió Forrice—. Al fin y al cabo, somos piratas.

—Cuento con que la directora de Seguridad me proteja —dijo Cole.

—Y ahora que hablamos de oficiales superiores —dijo Sharon—, me imagino que Forrice ha pasado de oficial tercero a primero. Así que ¿no tendrías que nombrar un oficial segundo y un tercero?

—Hasta el momento no los hemos necesitado —le respondió Cole—. Todo lo que hemos hecho ha sido huir, sin indicios de que nadie nos persiguiera. Un piloto cuyo nombre no aprenderé a pronunciar jamás supo componérselas sin ayuda. Cubriré esos cargos en cuanto empiecen nuestras operaciones de piratería.

—Pues entonces empecemos a discutir los asuntos por los que nos has convocado —dijo el molario.

Cole asintió.

—Tenemos que resolver varias cuestiones, y, como os había dicho, lo más importante de todo es decidir qué clase de piratas vamos a ser.

—Unos piratas de esos que se vuelven ricos —dijo Forrice.

Cole tocó un punto sobre el escritorio y, al instante, se abrió una conexión con el puente. En ese mismo instante apareció frente a él la imagen holográfica de una bella joven.

—Alférez Marcos —dijo—, envíeme imágenes del planeta habitable más cercano.

—¿Habitable para los humanos, señor? —preguntó Rachel Marcos.

—Sí, para los humanos.

De repente, el holograma de un planeta verde y dorado empezó a girar sobre la cabeza de Sharon.

—Gracias, alférez —dijo Cole. La joven le sonrió, y su imagen desapareció—. Ya está, Cuatro Ojos. Ya tenemos nuestra primera presa.

—Muy bien, pues ya está —dijo Forrice—. ¿Y ahora qué?

—Supongamos que allí viven seis familias. Originalmente había treinta, pero ocho fueron víctima de los depredadores locales y otras dieciséis se marcharon durante una sequía que duró tres años. En estos momentos habitan el planeta once adultos y catorce niños con edades entre los tres meses y los dieciséis años. Son granjeros. ¿Qué vamos a hacer?

—¿Cómo que qué vamos a hacer?

—Imaginemos que andamos necesitados de suministros para la cantina. Imaginemos también que de algún modo, quizá mediante los buenos oficios de Sharon, sabemos sin ningún tipo de duda que poseen una suma de dieciocho mil créditos, así como cierto número de joyas de oro y platino, muy valiosas, que recibieron por herencia familiar. Nos llevaría diez minutos enviar una partida a tierra en una lanzadera y quitarles todas sus posesiones. Aun cuando no nos ofrezcan resistencia y no los matemos, tendríamos que destruir todas las radios subespaciales que posean para que no puedan denunciarnos.

—Esto es la Frontera —exclamó Sharon—. No hay nadie a quien puedan denunciarnos.

—Acepto la corrección —dijo Cole—. Bueno, de todos modos les robaremos las radios… seguro que nos darán algo por ellas en el mercado… e inutilizaremos, o destruiremos todas las naves que tengan, para que no puedan perseguirnos. —Clavó la mirada en Forrice—. ¿Era esto lo que tenías en mente?

—Sabes muy bien que no —masculló el molario.

—Voy a ponerte otro ejemplo. Una nave de la República viaja por la Frontera. La teniente Mboya, o el alférez Braxite, trazan su rumbo y nos dicen que podemos cambiar el nuestro y atacarlos dentro de cinco horas. La nave tiene armas, pero nosotros tenemos más. Y te voy a dar otro tema de reflexión: su carga tiene un valor de diez millones de créditos.

—¿Y eso es todo? —le preguntó Forrice.

—Eso es todo —le respondió Cole—. Una nave de la odiada República, mal armada, y con un cargamento de grandísimo valor. ¿Qué hacemos?

—La atacamos, inutilizamos sus motores y les robamos la carga.

—¿Matamos a sus tripulantes?

—Si se rinden, no —dijo Forrice—. Los dejamos en el planeta con atmósfera de oxígeno que nos quede más cerca.

—Pero entonces nos identificarán.

Una sonrisa alienígena afloró al rostro del molario.

—¿Piensas que van a odiarte todavía más?

—He captado la indirecta —dijo Cole—. Entonces, inutilizamos la nave y nos llevamos su cargamento.

—Exacto.

—¿Y quieres saber en qué consiste el cargamento?

Forrice se encogió de hombros.

—Sí, claro, ¿por qué no?

—En una vacuna muy escasa y de conservación muy difícil, valorada en diez millones de créditos. La transportaban a un mundo colonial donde ha estallado una epidemia. Si no llega allí en tres días estándar, antes de que se estropee, un par de millones de colonos morirán. Y para que no pienses que te he puesto este ejemplo con segundas, digamos que los colonos no son humanos, ni molarios… son polonoi. Y todos ellos son tan testarudos y estúpidos como la capitana polonoi a la que despojé de su mando hace unas pocas semanas.

—No puedes permitir que dos millones de inocentes mueran —dijo Forrice—. Aunque sean polonoi.

—Estoy seguro de que los tres polonoi que forman parte de nuestra tripulación estarían de acuerdo —dijo Cole—. Pero no tenemos por qué dejarlos morir. Una vez que hayamos inutilizado la nave y abandonado a su tripulación en algún planeta, tendremos la vacuna, y entonces contactaremos con la República y nos ofreceremos a devolvérsela antes de que se estropee… a cambio de treinta millones de créditos. Ah, qué diablos, ¿por qué vamos a contentarnos con tan poco? Por doscientos millones. Les saldría a cien créditos el colono, y, si se mueren todos, podremos decir que ha sido por culpa de la República. Ahora supongamos que he muerto durante el asalto a la nave de la República y que tú estás al mando. ¿Cómo actuarías?

—Lo sabes muy bien —le dijo Forrice.

—Si no lo supiera, no estarías a bordo —le dijo Cole—. Pero ahora ya has visto por qué tenemos que discutir qué clase de piratas seremos. Puede parecer una contradicción en los términos, pero no nos queda otro remedio que crear un Código Ético de la Piratería, aunque se aplique tan sólo a nuestra nave.

—¿Sabes? —dijo Forrice—, eres justamente la clase de héroe que odio. —Rugió desde lo más profundo del pecho—. ¿Qué ha sido de aquellos héroes que no tenían que pensarlo todo, sino que se lanzaban a la acción arma en mano?

—Yacen en cementerios a lo largo y lo ancho de la galaxia —dijo Cole.

—Tengo una pregunta —dijo Sharon.

—Adelante.

—Ya te lo he preguntado antes: ¿qué pinto yo aquí? Está claro que sabes muy bien cuál es el código por el que quieres regirte.

—Le he planteado a Cuatro Ojos unos cuantos ejemplos extremos —respondió Cole—. Pero no basta con decir que no mataríamos a unas pocas familias inocentes para llevarnos unos cacahuetes, y que tampoco tomaríamos como rehenes a dos millones de seres vivos. Debemos acordar qué estamos dispuestos a hacer. Hemos venido a discutirlo. ¿Quién, o qué es una presa legítima, y quién, o qué no lo es? ¿En qué circunstancias recurriremos a la fuerza letal, y en cuáles no lo haremos? ¿Nos quedaremos en la Frontera Interior, o haremos incursiones por el territorio de la República? La República está en guerra con la Federación Teroni. Y nosotros también lo estábamos hasta hace unas semanas. Si nos encontramos con una nave teroni, ¿la dejaremos pasar o la atacaremos?

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