Sombras de Plata (37 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

BOOK: Sombras de Plata
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Pero el capitán de mercenarios no se sentía demasiado feliz con las noticias que se encontró a su llegada. La mayoría de los miembros de su último grupo de ataque había muerto en el bosque, y su mejor arquero había sido alcanzado más veces que el acerico de una costurera. El costoso hechicero de Halruaa seguía todavía en cama, sufriendo por causa de bajos espíritus y heridas sin especificar. Y lo peor de todo era que Vhenlar había sido incapaz de recuperar un solo cadáver de orejas puntiagudas para que el sacerdote pudiese interrogar.

—O los dejamos o nos unimos a ellos. Son las dos opciones que tenemos — informó Vhenlar a su capitán—. Yo propongo que los dejemos de todas formas, y para siempre, y sigamos solos.

—A su debido tiempo —le informó Bunlap, contemplando malhumorado el bosque.

—¿Qué ganaremos con seguir? —insistió Vhenlar—. La explotación forestal ha finalizado. Has conseguido el dinero y puedes salir limpio. ¿Qué más quieres?

—Es un asunto personal... —empezó a decir el capitán.

Pero Vhenlar no estaba dispuesto a consentirlo.

—¡Otra vez no! Te he visto meterte de cabeza y hasta el cuello en demasiados conflictos. No me he pasado cuatro años de mi vida esquivando a Zhents para vivir el resto de mis días mirando a mis espaldas por si me persiguen elfos vengativos. Ya he tenido bastante. Dame la paga, que me voy.

El capitán sacudió la cabeza, sin ni siquiera molestarse en mirar al enojado arquero.

—Tres batallas, no durará más. La primera será una escaramuza de poca importancia. Luego está lo de la explotación forestal. El viejo Hhune invirtió un montón de dinero en ella. Está en un lugar estratégico y es nuestra. Podemos recuperar el comercio de leña, en cuanto las cosas se enfríen un poco, sólo que no tendremos que compartir los beneficios con nadie. Puedes llegar a retirarte como un hombre muy, muy rico.

—Yo no vuelvo a ese bosque —soltó Vhenlar.

—No tendrás que hacerlo. Esta batalla podrás librarla según tu estilo preferido..., desde detrás de los parapetos, disparando contra los atacantes. Para eso no tendrás que abandonar la seguridad de la fortaleza.

El arquero consideró sus palabras.

—¿Cómo lo harás?

—Esperaremos —repuso Bunlap secamente—. Los elfos acudirán a nosotros, de eso estoy seguro.

—No creo que te molestes en decirme por qué.

El capitán de mercenarios fijó una mirada glacial en quien había sido su socio durante tanto tiempo.

—¿Recuerdas a los Arpistas?

Vhenlar soltó un bufido. La sociedad secreta llamada los Arpistas se dedicaba a desbaratar los planes de los zhentarim, a frenar las ambiciones de hombres poderosos y sin escrúpulos y a ser en general un estorbo para todo hombre que se dedicaba a apoderarse de más de lo que aquellos entrometidos consideraban justo.

—¿Están investigando?

—Por supuesto. Por eso regresé a Espolón de Zazes. Corre el rumor de que un agente de los Arpistas fue descubierto y se las arregló para esfumarse de la ciudad justo frente a las narices de los asesinos locales. Hice averiguaciones y me dijeron que había otro Arpista en la ciudad, al menos hasta hace poco. La mujer elfa que consiguió colarse por delante de nuestra fortaleza con aquella inteligente cortina de humo es una de sus agentes más entrometidas. Quizá recuerdes su nombre: ¿Arilyn Hojaluna?

—¿No fue ésa quien metió las narices en el Fuerte Tenebroso y mató a Cherbil Nimmt?

—La misma. Sabe quién soy y, si se encuentra a tiempo con los elfos del bosque, pronto descubrirán que el origen de sus preocupaciones se oculta detrás de los muros de esta fortaleza.

—Oh, ya se ha encontrado con ellos —replicó Vhenlar—. Es una elfa gris, ¿verdad? ¿Con una espada mágica? Bueno, está con ellos y les dice lo que tienen que hacer. Y la deben de estar escuchando, cosa que nunca habría creído posible. De no ser por ella, ¡nos habrían matado a todos!

—Tanto mejor. Puedes estar seguro de que os habrán seguido exploradores hasta aquí. Y confío en que no tarden en atacarnos. En ese momento intervendrán tus habilidades como arquero. Mata a una elfa de la luna en concreto, y serás libre de ir a donde quieras —concluyó Bunlap, sombrío.

El arquero asintió, aunque en verdad tenía poca fe en la seguridad que demostraba el otro. Tampoco era capaz de sentir el más mínimo entusiasmo por la inminencia de una nueva batalla. Tras haberse enfrentado a aquellos elfos y a aquella bruja Arpista, no sentía deseos de volver a hacerlo, y menos tan pronto. No pasaba una sola noche en que no reviviera el ataque de fuego azul de la elfa, o que no se despertara de un brinco envuelto en sudor al soñar que enemigos que no podía ver ni tocar lo tenían constantemente rodeado.

Pero ¿qué otra opción le quedaba? Vhenlar se vería obligado a luchar contra elfos salvajes hasta que fuera asesinado o se volviera loco. Bunlap no lo dejaría marchar hasta que hubiese saciado su sed de venganza. Y, a juzgar por todo lo que Vhenlar había visto de su capitán, eso no iba a acontecer con facilidad, ni pronto.

Varios días después de la celebración del solsticio de verano, Arilyn se adentró sola en el bosque, sujetando con el puño bien cerrado el silbato de madera que imitaba la llamada de un lythari y que constituía su llave para adentrarse en el mundo de los lytharis. Lo que pretendía hacer no era fácil, pero tenía pocas alternativas.

La semielfa caminó hasta donde se atrevía a alejarse a solas, pues incluso ahora se confundía con facilidad en el entorno mágico que rodeaba Árboles Altos. Se llevó el silbato mágico a los labios y dio un silbido prolongado y quejumbroso que osciló a través de los árboles. Luego, eligió un árbol caído para acomodarse y se sentó a esperar.

Arilyn no estaba ni siquiera segura de que Ganamede respondiese a su llamada. El joven lythari se habría sentido confuso, tal vez incluso herido, por su aparente incapacidad de comprender el regalo que le había hecho al conducirla a la guarida de los lytharis. Tampoco había tenido ocasión de explicarle que no pretendía de verdad pedirle que reclutara a su gente, tan amante de la paz, para unirse a los elfos verdes en una batalla. Cuando se lo había sugerido a Rhothomir, sólo pretendía ganar tiempo y poner a Ganamede a salvo, pero ¿cómo podía explicarle todo eso si precisamente ahora pretendía hacer lo mismo?

—Arilyn.

La semielfa se volvió hacia donde procedía la suave voz y se encontró casi frente a frente con el hocico, peludo y plateado, del lythari.

—Oí una extraña historia en Árboles Altos —empezó a decir sin más preámbulo —. Los elfos verdes cuentan que una guerrera salvó una vez a su tribu hace varios cientos de años. Y resulta que esa guerrera fue una de mis antepasadas, Zoastria, aunque ellos la llamaban Soora Thea. Dicen que esa elfa dirigía a las sombras de plata. ¿Es cierto que tu gente se alió en batalla en una ocasión con las criaturas del bosque?

—Una vez, hace mucho tiempo —admitió Ganamede, reticente—, pero el terror que asolaba el bosque en aquella ocasión era muy grande, y amenazaba su propia esencia. Muertos vivientes abominables, criaturas de los planos oscuros aliadas con una tribu de orcos batallaban sin más propósito que el placer de exterminar a los elfos. Aquellas criaturas crecían como una úlcera en esta tierra, y los lytharis lucharon hasta que desapareció el enemigo.

—Los humanos con los que tratamos ahora no son demasiado agradables, tampoco —señaló Arilyn.

—Aun así, los humanos son seres inteligentes y hay muchas cosas buenas en ellos. De vez en cuando, los lytharis luchan contra un ser diabólico en particular un humano malvado, por ejemplo, y a veces incluso contra un elfo. Pero ¿entablar batalla contra muchos humanos? ¿Cómo puedes estar segura de que no se asesinará a nadie inocente junto con los malvados?

—A veces es imposible —admitió ella—. A veces me he enfadado con mi espada por juzgar a aquellos que se enfrentan a mí, pero es un alivio saber que, gracias a su poder mágico, no puedo matar por azar a un ser inocente. La mayoría de los guerreros no disponen de esa ventaja.

»Si no quieres luchar —añadió, siguiendo una súbita inspiración—, ¿aceptaríais salir en misión de exploración? Con seguridad debe de haber muchas «puertas» en el bosque; podrías investigar para saber con exactitud a qué nos enfrentamos.

El lythari meditó su propuesta.

—De acuerdo, haré lo que me pides y te haré saber las amenazas que penden sobre los elfos verdes. No es mucho, pero espero que te pueda servir de ayuda.

Arilyn sonrió y acarició el lomo peludo de su amigo.

—Es suficiente, y más de lo que me gustaría pedirte.

—Lo sé —respondió Ganamede con voz suave—. Durante un tiempo, dudé de tu propósito, pero al igual que nosotros, sé que tú también caminas entre dos mundos. No es fácil hacerlo, y a menudo los demás, los que sólo ven el mundo a través de un par de ojos, no lo comprenden.

—A veces no me comprendo ni yo misma —confesó Arilyn.

El elfo convertido en lobo apoyó el hocico en su hombro en un gesto que parecía una caricia.

—Con el tiempo, lo entenderás, y, cuando lo hagas, te llevaré al lugar adonde necesitas ir.

Acto seguido, había desaparecido pasando entre los árboles con sobrenatural silencio.

Arilyn meditó un poco sorprendida sus palabras, pero enseguida las apartó de su mente porque tenía preocupaciones más acuciantes. A pesar de lo que le había dicho a su amigo, la ayuda que le ofrecía Ganamede no sería suficiente. La labor de investigación iba a ayudarles mucho, de eso no cabía duda, pero sin contar con la colaboración de las sombras de plata, era poco probable que los elfos salvajes se aventuraran fuera de los límites de su bosque.

Y, a menos que lo hicieran, y a menos que ganaran la batalla, Bunlap y sus hombres seguirían hostigándolos.

Parecía evidente para Arilyn que el objetivo inicial de los Arpistas de conseguir un compromiso con los humanos estaba fuera de discusión. Pensó un instante en qué pensaría Khelben Arunsun si supiera que la había impulsado a hacer un trato con un antiguo soldado zhentilar. Eso era lo que había aprendido de Bunlap tras rebuscar en las defensas de su fortaleza. Los zhentarim se consagraban a dioses malvados y a obtener beneficios personales, pero a menudo mostraban enemistad con el pueblo elfo. Arilyn conocía lo suficiente a Bunlap y a su camarilla para saber que esa guerra contra los elfos no se debía a un malentendido, ni tan sólo pretendía obtener sólo beneficios. Era una venganza.

Y había causado estragos. Antes de su llegada al bosque, Árboles Altos era una próspera aldea, pero ahora quedaban poco más de un centenar de elfos en la tribu.

Tal vez había llegado el momento de presentar la invitación de la reina Amlaruil para que se retiraran a Siempre Unidos. Arilyn dudaba que los elfos de Tethir aceptasen y, después de las celebraciones del verano, comprendía un poco más el apego que sentían por su tierra, más firme y más hundido en el bosque que el mayor de los árboles centenarios que allí había. Aun así, se les tenía que dar una alternativa porque no les quedaba nada más. Eran demasiado pocos para luchar solos.

Pero ¿era eso cierto? Árboles Altos era una aldea y sus habitantes pertenecían a una tribu. ¡Seguro que tenía que haber más! El bosque de Tethir era un lugar extenso y los elfos de la tribu elmanesa se habían asentado allí desde hacía relativamente poco. Había otras tribus que habían estado viviendo en el bosque desde tiempo inmemorial. ¡Seguro que ahora podrían unirse a ellos para luchar contra un enemigo común! Mientras Arilyn meditaba sobre esta posibilidad, se fue convenciendo de que era el camino que había que seguir.

Regresó a Árboles Altos presa de la excitación y fue en busca de Foxfire. Para su sorpresa, el líder de guerra no se mostró muy entusiasta.

—Sí, hay otras tribus, y cada una de ellas tiene muchos clanes —explicó con cautela—. Muchos de los clanes elmaneses fueron ejecutados durante el período de la familia real de Tethyr. Hay pequeñas agrupaciones aquí y allí pero son demasiado pocas y están demasiado lejos para que puedan prestarnos su ayuda. Hay también una pequeña comunidad elmanesa en la península de Tethyr, y más clanes que viven en el bosque al sudeste de Mercaderes, pero dudo que nos ayudasen porque en muchos aspectos tienen más intereses creados con los humanos. Comercian con los habitantes de las granjas que hay hacia el este y transportan mercancías hacia el norte por el mismo camino que utilizan las caravanas de humanos y halflings. Cuando se iniciaron los conflictos, enviamos exploradores hacia el norte para ver si eran el origen del problema. —Foxfire se detuvo para esbozar una sonrisa torcida—. Aunque resulte extraño, ¡nuestros exploradores se encontraron con una delegación de ellos que había sido enviada a averiguar lo mismo sobre nosotros!

—Pero ¿cuántos hay? —insistió Arilyn.

—Quizás haya dos centenares de elfos entre los bosques del norte, las zonas limítrofes y las ciudades. Los elfos de la luna y los elfos dorados suelen vivir en las ciudades. También hay cierto número de semielfos, pero no suelen acercarse a Tethir. Por último, hay unos cuantos elfos solitarios desparramados por el bosque: druidas, comerciantes de pieles, e incluso algún forajido.

La Arpista se quedó en silencio, meditabunda.

—¿Y la tribu Suldusk?

—Conoces mejor que la mayoría la historia tethyriana. El río que alimenta la mitad de Tethyr lleva el nombre de la tribu Suldusk, pero poca gente conoce su existencia. Son mucho más reservados que la mayoría de los elmaneses, no sólo por su carácter sino porque se mantienen a mayor distancia.

»¿Crees que los habitantes de Árboles Altos tienen miras más estrechas que los elfos de la luna? —inquirió de repente, sin esperar ni dar tiempo a que ella balbuciese una respuesta—. Pues nosotros pensamos lo mismo de los Suldusk. En el pasado llegamos incluso a litigar en algunas ocasiones, pero estos últimos siglos se consiguió un período de paz siempre y cuando se mantuvieran las distancias. Nadie sabe a ciencia cierta cuántos Suldusk quedan, pero si llegásemos a pedirles ayuda, no la obtendríamos.

Arilyn alzó las manos en gesto de desesperación.

—Perfecto, ¿qué quieres, que nos quedemos aquí sentados, esperando a que Bunlap nos vaya liquidando uno a uno?

—Hay que tener en cuenta algo más —repuso el elfo con patente reticencia—. Quizá los humanos arreglen cuentas con ese tal Bunlap. Tienen leyes, ¿no?

—Sí, tener tienen muchas, pero no los medios para hacerlas cumplir —replicó Arilyn con tristeza—. En mi opinión, lo mejor que podemos hacer es atraer a Bunlap y dispersar a sus hombres. Al menos, los mantendremos ocupados y lejos de vosotros hasta que piense en algo más útil —asintió con gesto decidido, y dio media vuelta para empezar a alejarse.

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