Sombras de Plata (33 page)

Read Sombras de Plata Online

Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

BOOK: Sombras de Plata
5.74Mb size Format: txt, pdf, ePub

—La tribu ha puesto empeño en seguir tu entrenamiento. Hemos construido las armas que nos has dicho y estaremos dispuestos a utilizarlas en defensa de nuestro hogar, pero no sé si aceptarían de buen grado abandonar el bosque y seguirte a ti, o a mí, para el caso, en una batalla fuera de sus límites. No es nuestro estilo.

—Y sin embargo, vuestra tribu hizo una cosa parecida en el pasado —musitó Arilyn. Algo de la historia de Hurón asomó de repente a su mente..., una posibilidad increíble que podía servir para estimular a los habitantes del bosque—. Necesito un poco de tiempo a solas para meditar sobre todo esto —pidió bruscamente—. ¿Adónde puedo ir para que no se me moleste? Es importante.

—Si quieres, yo mismo montaré guardia al pie de tu vivienda. Nadie subirá a molestarte —se ofreció Foxfire, un poco aturdido por su vehemencia.

Arilyn fue consciente de su confusión, pero no perdió tiempo en responder a todas las preguntas que formulaba su mirada. Se acercó a grandes zancadas hasta su árbol y trepó por la escala que conducía a su vivienda. Aunque parecía una actitud un poco huraña por su parte, recogió la escala y cerró las solapas de piel de cierva que cubrían las diminutas ventanas.

Cuando se sintió segura, Arilyn extrajo la hoja de luna de su funda y la sostuvo delante de su vista.

—Acude —musitó suavemente, mientras intentaba sosegarse para recibir la presencia de su doble mágico. Una nebulosa etérea se arremolinó en la punta de su espada y poco a poco cobró forma hasta convertirse en su propia figura de semielfa.

—¿Qué pretendes hacer o deshacer? —preguntó la sombra elfa, pero detectó un tono de reproche en su voz.

—Necesito que me ayudes en una batalla —repuso Arilyn, sin prestar atención a la pregunta retórica de la sombra elfa. Era evidente que aquella cosa sabía lo que planeaba, pues
era
ella misma, aunque una versión muy noble de sí misma—. De hecho, es posible que tenga que convocaros a
todos
, a todos los elfos que en algún momento han empuñado esta espada. ¿Puede hacerse?

Era evidente que la sombra elfa no esperaba esa respuesta.

—Sólo se ha hecho una vez con anterioridad, pero sí, es posible.

—Bien —convino, secamente—. Tengo que infiltrarme en una fortaleza. Vosotros sois nueve, y yo una. Es suficiente para empezar una buena batalla y conseguir que se abran las puertas.

—Tienes que pensar que existen riesgos —le advirtió la sombra elfa—. Convocar a todas las sombras elfas exige un gasto tremendo por parte del portador de la espada. Ni siquiera Zoastria, que imbuyó a la hoja de luna con la sombra elfa, invocó a su doble más que unas cuantas veces.

—Lo cual me lleva a la siguiente pregunta. ¿Es posible que Zoastria y Soora Thea sean el mismo personaje?

—No lo sé. ¿Deseas hablar con ella?

Arilyn respiró profundamente. Aquél era el momento que más había anhelado, y temido, desde el momento en que se había enterado de la magia secreta de la hoja de luna. Ya era bastante inconcebible estar mirando la propia imagen de uno mismo como identidad de la espada, pero la posibilidad de conversar con la esencia de un antepasado sobrepasaba los límites de su capacidad de comprensión. Y no sólo un antepasado desconocido..., ¡la esencia de su propia madre que vivía en el interior de la espada!

No obstante, aunque deseaba volver a ver a Z'beryl, Arilyn no estaba del todo segura de cómo iba a reaccionar su madre al enterarse del empeño de Arilyn por evitar el destino que la hoja de luna había elegido para ella. Arilyn estaba muy acostumbrada a ser menospreciada porque había vivido como semielfa en un asentamiento elfo, pero nunca había contemplado una mirada de reproche en los ojos de su madre, y no estaba segura de que pudiese soportar presenciarlo ahora.

Aun así, podía, y debía, invocar a Zoastria.

—¿Cómo se hace?

—Igual que me invocas a mí, aunque el poder de la espada disminuye cuando se invoca a los demás. Te encontrarás en situación de riesgo de un modo que no estás acostumbrada.

Arilyn aceptó aquello con un gesto y volvió a levantar la espada.

—Acude a mí, tú que fuiste en tu día Zoastria —ordenó con voz firme.

Una vez más volvió a surgir una nebulosa de la antigua espada, y a medida que la forma elfa adquiría una forma concreta, Arilyn sintió que se le congelaba el corazón. Era la misma silueta que había visto en la cámara del tesoro..., aquella antepasada dormida que acechaba sus sueños.

Sin embargo, la sombra de Zoastria no aparecía tan sólida como la del doble de Arilyn. Era un ente fantasmal, sin sustancia..., en absoluto una figura heroica que pudiese conducir a los elfos a una victoria.

—¿Qué quieres de mí, semielfa, y por qué blandes la espada de Zoastria? — inquirió la sombra elfa en un tono de voz que Arilyn conocía demasiado bien. No esperaba encontrarse un tono semejante de desprecio en una antepasada suya, pero tampoco estaba dispuesta a ceder.

Arilyn hinchó el pecho y escudriñó la difusa imagen.

—Eres Zoastria, y portaste la espada antes que yo. ¿Eres también la elfa de la luna conocida con el nombre de Soora Thea?

—Una vez lo fui, porque así me llamaban los habitantes del bosque, ya que no eran capaces de dominar el lenguaje de Siempre Unidos.

—De nuevo eres necesaria —repuso Arilyn con voz suave—. Tus descendientes precisan el regreso de su heroína.

Pero la imagen de Zoastria sacudió la cabeza.

—Conoces tan pocas cosas de la espada que empuñas... No puedo hacerlo; sólo soy capaz de aparecer tal como me ves tú ahora. De todos los poderes de la espada, la capacidad para invocar la esencia de la sombra elfa es la más débil. Deberías saber eso, para pesar tuyo —añadió, punzante.

Arilyn sintió que le ardían las mejillas, pero no respondió. Mientras le quedara un atisbo de aliento, se sentiría afligida por el uso malévolo de su sombra elfa que había hecho su antiguo amigo y mentor. El elfo dorado Kymil Nimesin le había arrebatado el control de la sombra elfa de la espada y había convertido su destino, y por tanto también el de Arilyn, en el de una asesina.

—¿Por qué no? ¿Por qué eres distinta de las demás? —inquirió la semielfa.

—Porque a diferencia de la mayoría de los guerreros elfos de la luna, yo no llegué a morir —explicó Zoastria—. Es posible hacer que pase la espada a un heredero sin llegar a probar la muerte. No es una elección hecha a la ligera, pero yo prometí regresar y he ahí el resultado. Estoy segura de que habrás oído leyendas de otros personajes que optaron también por seguir este camino.

La semielfa asintió. Desde las islas Moonshae a Rashemen se transmitían historias de héroes durmientes que prometían regresar en momentos de gran precariedad, y ahora comprendía por qué todas esas historias tenían en común una espada antigua y mística.

—Sin embargo, existe un modo de que pueda honrar mi promesa —prosiguió Zoastria—. La sombra elfa y su dueña deben volver a ser otra vez, pero eso no es posible porque el que fue mi cuerpo reposa en la cámara de un hombre rico. Une las dos, y podré estar tan viva como siempre.

La semielfa asintió con lentitud.

—¿Es ése tu deseo?

—¿Qué pregunta es ésa? ¿No sería mejor preguntar si es ése mi deber? Si no existe alternativa, invócame. Acudiré.

Y, sin más, la fantasmal imagen se desvaneció y regresó al interior de la espada. Junto con ella desapareció también la propia sombra de Arilyn.

La semielfa volvió a envainar la espada y reflexionó sobre lo que había oído. Recuperar el cuerpo adormecido de Zoastria no sería tarea fácil y no podía intentarlo por ahora. Tal como le había aconsejado su antecesora, tenía que encontrar otro sistema.

Hasheth dejó el caballo en un establo público y se dirigió a pie hacia la zona de los muelles de Puerto Kir. La zona portuaria no era de las más seguras, ni siquiera a plena luz del día, pero Hasheth caminaba solo con total confianza. ¿Acaso no había pasado una temporada con los asesinos de Espolón de Zazes? A pesar de que su aprendizaje había sido breve y desafortunado, había aprendido lo suficiente para ganarse un fajín de color arena, y aunque no tenía muescas en su espada para atestiguar las muertes que había podido infligir, era capaz de lanzar el puñal con fuerza y puntería.

También disponía de otra arma, una más afilada todavía, y cuyo filo era más incisivo cada día que pasaba. Hasheth no tenía dudas de que podía equiparar su destreza a la de cualquier otro personaje que pudiese asaltarle en los muelles de Puerto Kir.

El entorno se volvió cada vez más arrabalero a medida que se abría paso en dirección al mar. Las tiendas de reducidas dimensiones que ofrecían al transeúnte todo tipo de rarezas indescriptibles dieron paso a tabernas. Al poco, las avenidas de suelo de madera se fueron haciendo más y más estrechas y entre los listones se entreveían las aguas oscuras de la bahía del Dragón de Fuego que lamían la orilla. A medida que se aproximaba a su destino, la pestilencia a pescado se hizo casi inaguantable. En almacenes abiertos situados a ambos lados del muelle, hombres y mujeres se afanaban con la pesca del día, en apariencia ajenos a las pilas de moluscos, cabezas de camarón y tripas de pescado descartado que se apiñaban entre sus botas.

Hasheth se llevó una mano a la nariz mientras aceleraba el paso. Al final de aquel muelle se encontraba el astillero Berringer, punto de destino de sus pasos. Durante días había estado examinando los libros de cuentas de lord Hhune y demás documentos para extraer cuidadosamente pedazos de información y recabar sospechas.., y al final había podido encontrar y descifrar varias pistas de un rompecabezas fabuloso que lo había conducido hasta aquel lugar. Lo único que le quedaba por hacer era averiguar el propósito de todo aquel montaje de Hhune, ¡y descubrir el modo de girar las tornas y que actuara en su propio beneficio!

El astillero Berringer era un lugar bullicioso y repleto de olores, en absoluto el tipo de lugar que esperaba encontrarse el joven. Consiguió introducirse por la puerta presentando una copia de las credenciales que Hhune había proporcionado a una de las muchas compañías mercantes que compraban barcos en su nombre.

Hasheth deambuló por todas partes, tomando nota de todo. Braceros contratados a docenas gruñían y sudaban mientras descargaban leños inmensos de barcazas de fondo plano en un ancho muelle, leños que luego cortaban a mano para convertir la parte externa en planchas y vigas y la parte interna esculpirla y pulirla para hacer fuertes y largos mástiles. Algunas planchas ya cortadas flotaban en una enorme tina de agua salada mezclada con algún mejunje indescifrable de olor infame. A otras ya pulidas se les había dado forma curvada para que adoptaran la silueta precisa cuando se endureciese la madera y se secase. Un barco a medio construir reposaba sobre dos grandes caballetes, y su aspecto asemejaba el de un esqueleto apuntalado, mientras que tres barcos más, ya acabados, permanecían en dique seco.

La calidad del trabajo era a todos los niveles adecuada, teniendo en cuenta los parámetros de gran categoría que se esperaban de los artesanos tethyrianos. Los barcos se veían elegantes y lustrosos, y prometían alcanzar grandes velocidades, pero eran los herrajes lo que encandilaba a Hasheth.

Se quedó de pie contemplando el trío de barcos, en los que varios herreros estaban añadiendo accesorios y armas. Iban a iniciar la navegación con un arsenal impresionante: ballestas y catapultas proporcionaban un gran poder ofensivo. Hileras de proyectiles con puntas de acero estaban allí dispuestas para cada ballesta y pilas de bolas apiladas en forma de racimo o bolas con pinchos envueltas en cadenas resultarían mortíferas cuando fuesen lanzadas desde la catapulta.

Aquélla era la respuesta que Hasheth había estado buscando. Aquellos tres barcos probablemente serían destinados a formar parte de una flota privada de navíos fuertemente armados que podían ser utilizados para escoltar naves mercantes a buen puerto a través de aguas infestadas de piratas, o que podían usarse para obstaculizar la salida de una bahía.

Hasheth habría aplaudido ante cualquiera de los dos usos que se les diera. Como cabeza de la Cofradía Marítima, lord Hhune tenía responsabilidades y, quizás, ambiciones mayores. Y él también. Era una lástima que uno de esos navíos tuviese que ser sacrificado, pero un hombre tiene que estar preparado para pagar un precio por su ambición. Y el hecho de que él estuviese utilizando monedas de otra persona, lo hacía todo mucho más simple.

Una vez encontrada respuesta a sus preguntas, el joven se apresuró a regresar a la posada donde tenía alquilada una habitación y extrajo de su bolsa una muda de ropa. El traje de color oscuro y buena calidad propio de un próspero mercader había sido confeccionado por el mismo sastre que hacía la ropa de lord Hhune, así como la de su fiel escriba, Achnib.

Hasheth se pegó un espeso bigote sobre el labio superior y se peinó el pelo hacia atrás con aceite aromatizado. Incluso se enfajó con varias piezas de ropa la cintura para imitar la incipiente barriga del escriba y embutió un poco de goma de resina entre los dientes y la pared interna de las mejillas para dar a su rostro un aspecto más relleno. Cuando lo tuvo todo listo, salió a hurtadillas de la posada y regresó a los muelles..., y a la oscura y peligrosa taberna que se encontraba al borde mismo de las negras aguas.

Aquel antro servía a sus propósitos de forma excepcional. En el desnudo rótulo que colgaba del exterior se leía el nombre de La Carrera, nombre que recibía el canal de vientos y aguas revueltas que desembocaba en la bahía del Dragón de Fuego. Los navíos que entraban en Puerto Kir llevaban izada la bandera pirata de las islas Nelanthers y algunos de sus tripulantes tenían arrogancia suficiente para bajar a tierra firme. Corrían rumores de que se reunían a beber en esa taberna.

Hasheth encontró una mesa solitaria en una esquina, junto a dos tipos con aspecto de duros; uno lucía una barba dividida en dos mechones gemelos y el otro iba más o menos afeitado. Un tabernero de cuerpo parecido a un barril de cerveza y ojos cautelosos se acercó a tomarle nota.

—Vino, por favor —pidió intentando imitar el tono de voz agudo y quejumbroso de Achnib. Luego, bajó el tono una o dos décimas—. También necesito pasaje para Lantan, si puede arreglarse.

Los hombres de la mesa siguiente intercambiaron una mirada y uno de ellos aposentó sus botas sobre la silla vacía que quedaba en la mesa de Hasheth.

Other books

Substitute for Love by Karin Kallmaker
Tale of Elske by Jan Vermeer
Mr. Fortune by Sylvia Townsend Warner
Shadow The Baron by John Creasey
Dreamer by Charles Johnson
Bodyguard/Husband by Mallory Kane
Her Wounded Warrior by Kristi Rose
The Earl's Intimate Error by Susan Gee Heino