Sombras de Plata (31 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

BOOK: Sombras de Plata
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Y la verdad es que era un hogar maravilloso. Los elfos que habían permanecido en él salieron a recibir a sus guerreros con un derroche de emoción que habría sorprendido a todo aquel que pensara que los elfos eran fríos y reservados. Entre los suyos, en la seguridad que les proporcionaba Árboles Altos, los elfos verdes mostraban una calidez que dejó perpleja a Arilyn.

Los heridos fueron atendidos en primer lugar, y se alimentó a los guerreros; luego la tribu entera estalló en una celebración. Aquellos que podían bailar, lo hicieron, al ritmo de un sonoro tambor hecho con pieles y la música frenética de flautas de caña, mientras se pasaban de mano en mano un pellejo de vino de bayas, intenso e indescriptiblemente dulce.

Al final la jarana quedó reducida a una calma contenida, y ése fue el momento que aprovechó Rhothomir para ordenar que el narrador de historias contara el desarrollo de aquel día de batalla.

Para sorpresa de Arilyn, Hurón dio un paso adelante. Todavía le parecía extraño a Arilyn oír su voz baja y resonante, acostumbrada como estaba a oírla comunicarse entre cuchicheos, pero la pasión que sentía la mujer elfa por el relato de historias, y el empeño que ponía en su trabajo, se hizo patente enseguida. Hurón contó la historia de la batalla, sin ahorrarse ningún detalle doloroso..., aunque Arilyn pensó que era extraño que no diese los nombres de los elfos que habían muerto. Tampoco le faltó mentar la contribución que había hecho Arilyn. Fue una narración justa y de primera mano, relatada con una destreza que hasta los juglares envidiarían.

Al ver el rostro perplejo de Arilyn, Foxfire se acercó a ella.

—Habrá tiempo para el duelo cuando llegue el alba, o quizás el día después — explicó entre susurros—; o tal vez no llegue nunca. Los espíritus de los elfos tardan en abandonar su hogar entre los árboles; por eso no los nombramos como desaparecidos porque todavía siguen entre nosotros.

Arilyn se limitó a asentir con la esperanza de que su silencio se interpretara como respeto más que como falta de interés. La vida después de la muerte era un tema del cual no le agradaba conversar, pero por fortuna Hurón había accedido a la demanda de iniciar otro relato.

—En tiempos anteriores a la vida de cualquiera de nosotros aquí, nuestra gente caminaba por un bosque que era bastante parecido al que ahora llamamos hogar — empezó—. Se llamaba Cormanthor, y a su abrigo prosperaba un reino elfo de tantas riquezas y maravillas como jamás haya conocido el mundo. Pero incluso en ese lugar los elfos contemplaron la inminencia del ocaso; el mundo cambió, y Cormanthor se derrumbó.

»Aquellos que sobrevivieron se vieron obligados a huir. Muchos se retiraron a Siempre Unidos, pero hubo tribus de elfos verdes que no estuvieron dispuestos a renunciar a unas tierras llamadas Faerun, en honor y recuerdo del primer hogar de los elfos. Aquellos fieles se dispersaron por la tierra, portando en sus manos semillas del bosque sagrado, la herencia de los arces, los robles y los olmos. Hoy caminamos por entre esos árboles, los hijos de los hijos de Cormanthor.

»Tampoco esos elfos verdes eran los únicos que deseaban mantener vivo el espíritu de Cormanthor. Había muchos miembros del Pueblo, miembros de las razas plateadas y doradas, que siguieron deambulando por Faerun. Uno de ellos es recordado con honor por todo el pueblo de Tethir: la luchadora elfa de la luna Soora Thea, que portaba una espada de Myth Drannor.

»En esos tiempos pretéritos existía una raza diabólica de seres, tanto humanos como ogros, que entablaron batalla con las gentes del bosque. Su poder procedía de una enorme imagen de piedra, la horrible imagen de una criatura procedente de los planos oscuros. Hace tiempo que cayeron esas gentes, pero en una ocasión sus muertos vivientes surgieron de la garganta en la que vivieron en su tiempo para declarar la guerra a los elfos buenos del bosque. Y con ellos emergieron criaturas pavorosas de los planos oscuros. Esas criaturas acosaron a los elfos, y por una temporada pareció que la caída de Cormanthor iba a ser una pesadilla revivida. Sin embargo, Soora Thea era una líder de guerra muy poderosa y se decía que tenía el poder de dirigir a las sombras de plata. En la gran batalla final, los muertos vivientes y sus aliados del Abismo fueron destruidos por completo.

»No sabemos qué sucedió con Soora Thea. A diferencia de los elfos verdes, era una viajera empedernida y su hogar estaba en todas partes, pero antes de abandonar Tethir prometió que, en tiempos de mucha necesidad, mientras los fuegos de Myth Drannor ardieran en su espada, un héroe acudiría en ayuda del Pueblo.

Hurón volvió sus resplandecientes ojos negros hacia Arilyn. No había nada que añadir, pero la semielfa comprendió por fin por qué Hurón había aceptado su presencia allí. Más que las demás razas de elfos, aquéllos reverenciaban a las sombras de plata. La sola posibilidad de que Arilyn pudiese dirigir a los lytharis les confería esperanza y despertaba en ellos la resistencia que sólo podían encontrar en los relatos antiguos y las tradiciones. Podía verlo en sus ojos..., la brillante esperanza que se concentraba en una única exhibición elfa de júbilo.

Los tambores y las flautas de caña volvieron a coger protagonismo y todo aquel elfo que podía ponerse de pie se unió al baile. Foxfire hizo levantar a Arilyn y la invitó a bailar. Ella agradeció su hospitalidad pero no pudo evitar darle un par de pisotones.

—Me manejo mejor con la espada que con el baile —se disculpó.

Foxfire echó la cabeza atrás y soltó una carcajada.

—Sólo con que bailes la mitad de bien de lo que manejas la espada, tendrás gracia suficiente para seducir a todo el Seldarine.

Arilyn sonrió. En cuestión de encanto, aquel elfo lo tenía a manos llenas.

—Las zalamerías son poco habituales entre los habitantes del bosque. Pensaba que preferíais las palabras claras y concisas —se burló.

—Entonces te lo diré con toda claridad. Me alegro de que hayas venido.

El intrincado ritmo del baile cambió y Arilyn se vio inmersa en el torbellino del círculo. Los elfos giraban y se agachaban, atrayendo la luz de la luna y tejiéndola en hilos de magia con su música y su danza.

Como si el polvo de estrellas fuera una canción de cuna, la danza mística pareció posarse sobre los elfos e incitarlos al reposo. Los heridos que no podían bailar descansaban apaciblemente y muchos de ellos sonreían mientras veían a través de sus ojos cerrados recuerdos agradables y curativos. La mayoría de los niños se había sumido en un estado profundo de ensueño y sus padres los cogieron en brazos para llevarlos a descansar. Finalizó la celebración, pero no con el típico estupor ebrio de las juergas humanas, sino con una nota de tranquilo alborozo.

Arilyn atesoró aquel momento de paz como si fuera un regalo precioso y, al igual que los elfos, se abrió paso en silencio para buscar un lugar donde descansar.

Mientras trepaba por la escala que conducía a la pequeña vivienda que le habían proporcionado, se dio cuenta de cuán cansada estaba. Se quitó la ropa y se lavó con el cuenco de agua aromatizada con menta que le habían dejado. Antes de echarse a dormir, se puso unas polainas limpias y una túnica..., un tipo de ropa que era más adecuada para entrar en combate que para dormir, pero ni siquiera la paz de Árboles Altos podía borrar los hábitos de toda una vida, ni el recuerdo dé la cantidad de veces que había pasado de la cama al campo de batalla.

Le quedaba una cosa por hacer. Cogió de su bolsa la máscara que le había hecho Chatarrero y se la colocó con cuidado sobre el rostro. Si alguien por casualidad entraba, vería no a una semielfa completamente amodorrada sino a una guerrera elfa de la luna inmersa en su merecido ensueño.

A pesar de todo lo que había sucedido, a pesar del éxito de la batalla y a pesar también de las historias de Hurón, Arilyn sabía lo que sucedería si los elfos verdes se dieran cuenta de que dormía entre ellos la hija de un humano.

El baile había terminado hacía rato y la mayoría de los elfos se había retirado, pero por alguna razón Foxfire no compartía su mismo sosiego. Se sentía inexplicablemente inquieto..., excitado, quizá, por el primer atisbo real de esperanza que había sentido desde hacía días. Se las había arreglado para ocultar su creciente desazón, pero hasta ahora no había descubierto lo pesada que resultaba esa carga.

Se dio cuenta de que Korrigash parecía también inmune a la magia a la red estelar tejida por la danza. El cazador de cabellos negros estaba sentado a solas junto a las ascuas de la hoguera, contemplando las pocas chispas de luz que restallaban entre los rescoldos.

Korrigash era uno de los elfos que había quedado atrapado en las trampas, y no cabía duda de que su orgullo había sufrido heridas más profundas que su pierna. Tamara insistía en que pronto podría volver a caminar, correr y cazar tan bien como siempre, pero Foxfire sabía lo mal que encajaría el cazador un período de inactividad, por breve que fuese.

Foxfire se acercó para sentarse junto a su amigo. De inmediato, Korrigash fijó una mirada llena de inquietud en él.

—Es una extraña —afirmó sin más preámbulo—. No puede traer nada bueno.

El líder de guerra frunció el entrecejo, consciente de que su amigo estaba hablando de Arilyn pero sin llegar a comprender la dimensión de su inquietud.

—¿Cómo puedes decir eso después de lo que viste? Cambió las tornas de la batalla.

—Eso es cierto, pero yo no estaba hablando de ese combate.

—Ah. —Foxfire desvió la vista para contemplar las brasas. La inquietud de su amigo tenía una faceta más personal y estaba más relacionada con la fascinación que Foxfire sentía por la elfa de la luna. Estaba bien que alguien en la tribu tuviese una visión tan aguzada de las cosas, porque si no su propia posición como líder de guerra se vería puesta rápidamente en tela de juicio. Aceptar a una elfa de la luna como jefe en una batalla era una cosa, pero una alianza más personal estaba fuera de lugar.

Foxfire alargó una mano para dar una palmada a Korrigash en el hombro, aceptando su consejo sin necesidad de darle una respuesta.

En verdad, no sabía cuál habría sido su respuesta. Sí, la elfa de la luna era una persona muy distinta, pero también eran diferentes el arco y la flecha, y sin embargo sabían trabajar juntos para obtener un resultado mejor del que obtendría cada objeto por separado. Él se debía a su gente: ¿cómo iba a darle la espalda a nada, ni a nadie, que pudiera ayudarles?

Foxfire se levantó y deseó buenas noches a su amigo, pero la calma del ensueño seguía esquivándole y siguió deambulando por Árboles Altos hasta que el zumbido de los insectos nocturnos se convirtió en un leve murmullo. Poco antes del alba, sus inquietos pasos lo condujeron a la base del árbol de Arilyn.

Tras titubear un instante, empezó a trepar por la escala que conducía a la vivienda. Tenían que trazar planes juntos. Tenía que aprender muchas cosas de ella, y viceversa.

No obstante, vio de inmediato que Arilyn todavía descansaba. Una oleada de decepción lo embargó, pero ningún elfo osaba disturbar el ensueño de otro salvo en caso de emergencia inminente, así que se quedó contemplando un instante a su nueva consejera.

Qué extraños le parecían los elfos de la luna, con una piel del color de las nubes y unos ojos que parecían la sombra de un cielo estival. Quizás esos colores eran el reflejo de cuánto se habían apartado de la tierra los elfos habitantes de las ciudades. En ellos no se veían los tintes marronáceos de la tierra, ni los colores cobrizos ni verdosos. Se decía que, de todas las razas de elfos, los de la luna eran los más parecidos a los humanos, cosa que parecía evidente en Arilyn. En muchos aspectos, se parecía a una mujer humana, aunque con unas facciones más delicadas y hermosas de lo que había visto Foxfire en los mercados durante los años en que la tribu elmanesa había comerciado con los humanos.

La mujer elfa se agitó un instante, como si la intensidad de su mirada hubiese alterado sus sueños. Pero, si eso era cierto, ¿por qué parecía afligida? Él sólo le deseaba todo lo bueno. La mujer echó la cabeza atrás y adelante como si negara algo y luego pronunció un nombre extraño con un tono de voz que expresaba tanto dolor y confusión que Foxfire no pudo hacer otra cosa que estremecerse. Al cabo de un momento, el ensueño de pesadilla pareció remitir y su ritmo de respiración volvió a adquirir su extraño compás: profundo, lento y suave.

Foxfire se quedó helado e intentó liberar sus pensamientos con lentitud para no molestarla. Luego descendió despacio, meditabundo, la escala que conducía al suelo del bosque y esperó la llegada del alba.

14

Lord Hhune caminaba enojado de un lado a otro por la estancia, consciente de la divertida mirada que le dirigía el capitán de mercenarios, cosa que encendía todavía más su cólera..., el hombre no sólo se había excedido en sus límites, sino que demostraba una insolencia que no estaba dispuesto a permitir.

Lord Hhune caminaba enojado de un lado a otro por la estancia, consciente de la divertida mirada que le dirigía el capitán de mercenarios, cosa que encendía todavía más su cólera..., el hombre no sólo se había excedido en sus límites, sino que demostraba una insolencia que no estaba dispuesto a permitir.

Bunlap parecía indiferente a su estallido de rabia.

—Tenéis vuestra naviera privada. El riesgo de adquirir más barcos es mayor que los beneficios.

Eso era cierto, pero Hhune no estaba dispuesto a escucharlo en boca de uno de sus empleados.

—¡Tu tarea no era empezar una guerra, sino proteger a los trabajadores del bosque de los elfos!

—Cosa que es precisamente lo que he hecho —repuso el capitán con frialdad—. ¿Creéis acaso que hay una sola banda de elfos en todo el bosque de Tethir? Sometimos a la tribu Suldusk, pero no deseábamos que se supieran vuestras actividades en las tribus del norte y el oeste, más fuertes y más dispuestas a entablar batalla. ¿Qué mejor modo de mantener a esos elfos lejos de vuestros negocios que ocupándolos en otros asuntos?

—El plan está bien y dará resultado, pero su ejecución está por completo fuera de control —repuso Hhune—. Has creado demasiado conflicto con los elfos y ahora se ha convertido en un asunto que exige una solución. ¿Qué sucederá si el bajá de Espolón de Zazes decide enviar un ejército armado al bosque? ¿Qué ocurrirá si salen a la luz mis negocios de tala?

—Todavía hay muchos árboles en el bosque y es improbable que un ejército invasor se diese cuenta de que faltan unos cuantos —replicó el mercenario—. Y, aun así, ¿qué problema hay? ¡Os habéis cubierto la espalda con tantas capas de papel que no podríais ni sentir un latigazo! Si llegara a descubrirse la operación de tala de árboles, nadie podría rastrear su pista hasta las compañías en las que tenéis participación.

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