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Authors: Elisabeth Kübler-Ross

Sobre la muerte y los moribundos (27 page)

BOOK: Sobre la muerte y los moribundos
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Madre:
Creo que no debería decir todo esto, pero tengo que desahogarme.

Doctora:
Yo creo que estas cosas deberían decirse. Es importante pensar en estas cosas y hablar de ellas y no andar con rodeos y decir que todo va bien.

Madre:
No, como iba diciendo, la actitud de los médicos y las enfermeras afecta mucho a los pacientes y a sus familias.

Doctora:
Espero que también haya tenido buenas experiencias.

Madre:
Sí, claro. Hay una chica que trabaja por las noches, y han estado faltando cosas. Varias de las pacientes se quejaron, y no se hizo nada al respecto. Todavía trabaja aquí, o sea que estas pacientes ahora se pasan la noche despiertas esperando que ella entre en la habitación porque tienen miedo de que les robe cosas. Y cuando viene, es muy brusca, ¿sabe?, sumamente mezquina, y sólo es una criada. Y entonces, la otra noche, llamó a la puerta un chico negro, alto y simpático, y dijo: “Buenas noches. Estoy aquí para que pasen una noche más animada”, y tuvo una actitud estupenda. Aquella noche vino siempre que llamé al timbre. Era maravilloso. A la mañana siguiente, las dos pacientes de la habitación estaban cien veces mejor, y esto hace que pasen el día mucho mejor.

Doctora:
Gracias, señora M.

Madre:
Espero no haber hablado demasiado.

A continuación viene la entrevista con la señora C., que creía que no podía afrontar su propia muerte debido a la presión de sus obligaciones familiares.

Doctora:
Usted ha dicho que le pasan muchas cosas por la cabeza cuando está en cama sola, pensando. Así que nos hemos ofrecido a sentamos a su lado un rato y escucharla. Una de sus grandes preocupaciones son sus hijos. ¿No es así?

Paciente:
Sí, mi mayor preocupación es mi hijita. Además tengo tres chicos.

Doctora:
Pero son bastante mayores, ¿verdad?

Paciente:
Sí, pero yo sé que los hijos reaccionan ante los padres cuando éstos están muy enfermos, especialmente si se trata de la madre. Ya sabe que estas cosas marcan mucho en la infancia. Me pregunto cómo le afectará esto a ella cuando crezca. Cuando crezca y recuerde estas cosas.

Doctora:
¿Qué clase de cosas?

Paciente:
Primero, el hecho de que su madre se haya vuelto inactiva. Mucho más inactiva de lo que era antes, tanto en las actividades de la escuela como en las de la iglesia. Y ahora me da más miedo la persona que se ocupe de mi familia. Más miedo que cuando yo estaba en casa, a pesar de que ya estaba incapacitada. Muchas veces los amigos no saben estas cosas, y nadie quiere hablar de ello. Por eso yo se lo dije a los demás, creo que la gente debería saberlo. Luego me he preguntado si hice bien. Me pregunto si hice bien haciéndoselo saber a mi hija, tan joven, o si debería haber esperado un poco más.

Doctora:
¿Cómo se lo dijo?

Paciente:
Bueno, los niños hacen unas preguntas muy directas. Yo fui perfectamente sincera en mi respuesta. Pero lo hice con tacto. Yo siempre he tenido una sensación de esperanza. La esperanza de que tal vez algún día descubran algo nuevo y todavía tenga una oportunidad. Yo no tenía miedo y creía que ella no debía tener miedo. Si la enfermedad avanzaba hasta llegar a un estado desesperado, en el que no pudiera seguir funcionando y me encontraba demasiado mal, no me daba miedo continuar. Esperaba que ella se desarrollara y madurara mediante su trabajo en la escuela. ¡Si supiera que puede seguir adelante y que no se lo va a tomar como una tragedia! Yo nunca, nunca quisiera que se lo tomara así, porque yo no lo hago, y así es como se lo dije. Muchas veces he tratado de estar animada con ella, y ella siempre cree que van a curarme. Y esta vez también, ¡está convencida de que aquí van a curarme!

Doctora:
Usted todavía tiene alguna esperanza, pero indudablemente no tanta como su familia. ¿Es esto lo que quiere decir? Y quizás esta diferencia de apreciación es lo que lo hace más difícil.

Paciente:
Nadie sabe cuánto puede durar esto todavía. Desde luego, yo siempre me he agarrado a la esperanza, pero ahora estoy peor que nunca. Los médicos no me han dicho nada. No me han dicho lo que han encontrado durante la operación. Pero cualquiera lo sabría sin que se lo dijeran. Peso menos que nunca. Tengo muy poco apetito. Dicen que tengo una infección que no han podido descubrir... Cuando tienes leucemia, lo peor que puede pasarte es que, además, pesques una infección.

Doctora:
Ayer, cuando fui a visitarla, usted estaba muy contrariada. Le habían hecho una radiografía del colon y tenía ganas de desahogarse con alguien.

Paciente:
Sí. Ya sabe que, cuando uno está tan enfermo y tan débil, no son las grandes cosas las que cuentan. Son las pequeñas. ¿Por qué no pueden hablar conmigo? ¿Por qué no pueden decírtelo antes de hacer según qué cosas? ¿Por qué no te dejan ir al lavabo antes de sacarte de la habitación como a una cosa, no como a una persona?

Doctora:
¿Qué fue en realidad lo que la contrarió tanto ayer por la mañana?

Paciente:
Se trata de algo muy personal, pero tengo que decírselo. ¿Por qué no te dan otro pijama cuando vas a hacerte una radiografía del colon? Cuando te la han hecho, estás hecha tina verdadera porquería. Y entonces suponen que te vas a sentar en una silla, y tú no tienes ningunas ganas de sentarte en esa silla. Sabes que va a haber una masa blanca cuando te levantes, y es una situación muy incómoda. Yo pensaba que son tan amables conmigo aquí arriba, en la habitación... pero cuando te mandan abajo, a los rayos X, me siento como un número o algo así, ¿sabe? Te hacen todas esas cosas extrañas, y es muy desagradable volver en ese estado. No sé cómo, pero parece que siempre ocurre. Y no creo que debiera ocurrir. Creo que deberían decírtelo con tiempo. Yo estaba muy débil y muy cansada. La enfermera que me trajo aquí pensó que podía andar y yo dije: “Bueno, si usted cree que puedo andar, puedo intentarlo.” Cuando me hicieron todas las radiografías y tuve que subirme a la mesa y todo, me sentía tan débil y tan cansada que no estaba muy segura de poder llegar a mi habitación.

Doctora:
Eso debe hacerle sentirse enfadada y frustrada.

Paciente:
No me enfado muy a menudo. La última vez que puedo recordar haberme enfadado fue cuando mi hijo mayor salió y mi marido estaba trabajando. No había manera de cerrar la casa con llave, y, desde luego, yo no me sentía segura yéndome a dormir sin cerrar la casa. Estamos justo en la esquina, donde hay una farola, y no pude dormir hasta que supe que la casa estaba cerrada. Había hablado mucho de esto con él, y él siempre me llamaba y me decía algo, pero esa noche no lo hizo.

Doctora:
Su hijo mayor es un problema, ¿verdad? Usted dijo ayer que ha tenido trastornos emocionales y que además es atrasado, ¿verdad?

Paciente:
Sí. Ha estado cuatro años en un hospital del Estado.

Doctora:
¿Y ahora está otra vez en casa?

Paciente:
Está en casa.

Doctora:
¿Cree que debería estar más controlado y está un poco preocupada porque no tiene bastante control, como usted en la casa sin cerrar aquella noche?

Paciente:
Sí, y creo que yo soy la responsable. ¡Tengo tantas responsabilidades y ahora puedo hacer tan poco!

Doctora:
¿Qué pasará cuando usted ya no pueda hacerse cargo de todo?

Paciente:
Bueno, esperamos que eso quizá le abra los ojos un poco más, porque no entiende las cosas. Tiene muchas cualidades, pero necesita ayuda. No podría arreglárselas solo.

Doctora:
¿Quién le ayudaría?

Paciente:
Ahí está el problema.

Doctora:
¿No puede pensar si tiene a alguien en su casa que pudiera ayudarles a salir del apuro?

Paciente:
Bueno, naturalmente, mientras viva mi marido puede cuidarse de él. Pero es un problema porque él ha de pasar muchas horas fuera de casa, trabajando. Tenemos a los abuelos allí, pero así y todo lo encuentro insuficiente.

Doctora:
¿Los padres de quién?

Paciente:
El padre de mi marido y mi madre.

Doctora:
¿Están bien de salud?

Paciente:
No, no están bien de salud. Mi madre tiene la enfermedad de Parkinson, y mi suegro está mal del corazón.

Doctora:
¿Todo esto además de sus preocupaciones por su hija de doce años? Tiene a su hijo mayor, que es un problema. Tiene a su madre con la enfermedad de Parkinson, que probablemente empezará a temblar cuando trate de ayudar a alguien. Luego tiene al padre de su marido que está mal del corazón, y usted no está bien. Debería haber alguien en casa para ocuparse de todas esas personas. Creo que esto es lo que más la preocupa.

Paciente:
Sí. Tratamos de hacer amigos y confiamos en que la situación se arregle. Vivimos al día. Cada día trae su propia solución, pero cuando pienso en el futuro, no puedo evitar el preguntarme... Y encima, yo con esta enfermedad. Nunca sé si debería tratar de ser sensata y aceptar la situación tranquilamente de día en día, o si debería hacer un cambio drástico.

Doctora:
¿Un cambio?

Paciente:
Sí, hubo una época en que mi marido decía: “Hay que hacer un cambio.” Los viejos tienen que irse. Ella tendría que ir con mi hermana, y él tendría que ir a una residencia. Tienes que aprender a ser fría y meter a tu familia en una institución. Hasta mi médico de cabecera cree que debería meter a mi hijo en una institución. Y sin embargo, yo no puedo aceptar estas cosas. Al final, fui a ellos y les dije: “No, seguramente me sentiría peor si os fuerais, o sea que quedaos. Y si alguna vez tiene que ocurrir, si no sale bien, volved otra vez. Si os vais sería peor.”

Doctora:
¿Se sentiría culpable si fueran a una residencia de ancianos?

Paciente:
Bueno, no si llegara un momento en que fuera peligroso para ellos subir y bajar escaleras o... Creo que ahora está empezando a ser un poco peligroso que mi madre esté en la cocina.

Doctora:
Usted está tan acostumbrada a cuidar a otras personas que ahora le debe ser duro que tengan que cuidarla a usted.

Paciente:
Es un problema. Tengo una madre que trata de ayudarme, una madre a la que sus hijos interesan más que nada en el mundo. Esto no siempre es lo mejor, porque uno debería tener otros intereses, ¿sabe? Todo su interés ha sido siempre la familia. Su vida es coser y hacer ropas para mi hermana, que vive en la casa de al lado. Yo me alegro de eso, porque mi hija puede trasladarse allí. Estoy muy contenta de que mi hermana viva en la casa de al lado. Así también mi madre puede ir allí, y esto es bueno para ella, porque supone un pequeño cambio en su vida.

Doctora:
Hace las cosas más fáciles para todos. Señora C., ¿puede decirnos algo más acerca de usted? Ha dicho que esta vez se siente más débil que nunca, que ha perdido más peso que nunca. Cuando está en la cama, echada allí sola, ¿en qué clase de cosas piensa y qué le ayuda más?

Paciente:
Bueno, viniendo de las familias de las que venimos, tanto mi marido como yo sabíamos que si emprendíamos nuestro matrimonio, teníamos que tener una fuerza exterior además de la nuestra. Él era jefe de
boy scouts
y había habido problemas conyugales entre su padre y su madre, que al final se separaron. Yo soy hija del segundo matrimonio de mi padre, que tuvo tres hijos del primero. Se casó con una camarera muy joven, y no le fue bien. Era verdaderamente lamentable, aquellos niños estaban repartidos, uno en un sitio y otro en otro, ¿sabe? No vinieron a vivir con mi madre cuando él se casó con ella. Mi padre era una persona muy temperamental, un hombre muy fogoso y de mal genio. Y ahora a menudo me pregunto cómo podía aguantarle. Cuando vivíamos en aquel barrio, mi marido y yo nos conocimos en la iglesia. Nos casamos. Y sabíamos que para construir nuestro matrimonio necesitábamos una fuerza exterior. Siempre lo hemos creído así. Siempre hemos trabajado en la iglesia y yo empecé a enseñar en la escuela dominical a los dieciséis años. Necesitaban ayuda en el jardín de infancia y yo lo hacía y me gustaba mucho. Estuve enseñando hasta que tuve los dos chicos mayores. Me gustaba mucho, era muy devota, y a menudo les explicaba lo que mi iglesia significaba para mí, lo que Dios significaba para mí. Creo que no puedes echar todo eso por la borda cuando ocurre algo. Sigues creyendo, sabes que pasará lo que haya de pasar.

Doctora:
¿Eso le ayuda ahora también?

Paciente:
Sí. Y cuando hablamos mi marido y yo, sabemos que los dos sentimos de la misma manera. Como dice el padre C., sabemos que nunca nos cansaríamos de hablar de eso con otras personas. Le dije también que nuestro amor es tan fuerte ahora, después de veinticuatro años de matrimonio, como lo era cuando nos casamos. Ésta es otra cosa que significa mucho para mí. A pesar de todos nuestros problemas, hemos sido capaces de afrontarlos. Él es un hombre maravilloso, ¡un hombre verdaderamente maravilloso!

Doctora:
Han sido valientes a la hora de afrontar sus problemas. ¿Quizás el más duro ha sido su hijo?

Paciente:
Hemos hecho lo mejor que hemos podido. No creo que haya sólo una oportunidad para ningunos padres. Aunque no sabes bien qué hacer. Al principio crees que es terquedad, no sabes bien qué ocurre.

Doctora:
¿Qué edad tenía él cuando se dieron cuenta de que tenía un problema?

Paciente:
Pues es bastante evidente. No montan en triciclo ni hacen todas las demás cosas que hacen los otros niños. Pero en realidad, una madre no quiere aceptar estas cosas. Al principio encontrará otras explicaciones.

Doctora:
¿Cuánto tardó usted?

Paciente:
En realidad, cuando fue a la escuela, al jardín de infancia, ya era un problema para la maestra. A menudo se metía algo en la boca para atraer la atención. Empecé a recibir avisos de la maestra, hasta que vi claramente que teníamos un problema con él.

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