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Authors: John Verdon

Tags: #Intriga, Policíaco

Sé lo que estás pensando (29 page)

BOOK: Sé lo que estás pensando
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—¿Disculpe?

—A la Cabaña Esmeralda.

—¿Qué cabaña esmeralda?

—La escena del delito.

—¿Qué delito?

—¿No le han dicho nada?

—¿De qué?

—De por qué está aquí.

—Señor Wellstone, no quiero ser rudo, pero quizá debería empezar por el principio y decirme de qué está hablando.

—¡Esto es exasperante! Se lo conté todo al sargento por teléfono. De hecho, se lo conté todo dos veces, porque no parecía entender lo que le estaba diciendo.

—Ya veo su frustración, señor, pero quizá podría decirme qué le dijo.

—Que me habían robado mis chapines de rubí. ¿Tiene idea de lo que cuestan?

—¿Sus chapines de rubí?

—Dios mío, no le han dicho nada, ¿verdad? —Wellstone empezó a respirar profundamente como si tratara de contener algún tipo de ataque. Cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, parecía reconciliado con la ineptitud de la policía y le habló a Gurney con la voz de un maestro de escuela primaria—. Me robaron mis chapines de rubí, que valen mucho dinero, de la Cabaña Esmeralda. Aunque no tengo pruebas, no me cabe duda de que los robó el último huésped que la ocupó.

—¿Esta cabaña esmeralda forma parte del establecimiento?

—Por supuesto que sí. Toda la propiedad se llama
The Laurels
por razones obvias. Hay tres edificios: la casa principal, en la que estamos, más dos cabañas, que son la Cabaña Esmeralda y la Cabaña Miel. La decoración de la primera de ellas se basa en
El mago de Oz
, la mejor película que se ha rodado jamás. El brillo en sus pupilas parecía retar a Gurney a mostrar su desacuerdo. El elemento central de la decoración era una espléndida reproducción de los zapatos mágicos de Dorothy. Esta mañana los he echado en falta.

—¿Y denunció esto a…?

—A ustedes, por supuesto, porque aquí está.

—¿Llamó al Departamento de Policía de Peony?

—Desde luego que no, llamé al Departamento de Policía de Chicago.

—Tenemos dos problemas distintos aquí, señor Wellstone. La Policía de Peony sin duda vendrá en relación con el robo. Pero yo no estoy aquí por eso. Estoy investigando un asunto diferente, y necesito plantearle algunas preguntas. A un detective de la Policía del estado que pasó el otro día le dijeron (un tal señor Plumstone, creo) que hace tres noches se alojó aquí una pareja de avistadores de aves, un hombre y su madre.

—¡Ese fue!

—¿Qué?

—¡El que me robó los chapines de rubí!

—¿El avistador de aves le robó los zapatos?

—El avistador de aves, el ladrón, el cabrón manilargo, sí, él.

—¿Y la razón de que no se lo mencionara al detective de la Policía del estado…?

—No lo mencioné porque no lo sabía. Le he dicho que no he descubierto el robo hasta esta mañana.

—Entonces, ¿no ha estado en la cabaña desde que el hombre y su madre pidieron la cuenta?

—No pidieron la cuenta, simplemente se fueron en algún momento del día. Habían pagado por adelantado, así que, ya ve, no había necesidad de nada más. Nos esforzamos para que exista cierta civilizada informalidad aquí, lo cual por supuesto hace que la traición de nuestra confianza resulte mucho más irritante. —Hablar de ello había llevado a Wellstone al borde de ahogarse en su propia bilis.

—¿Es normal esperar tanto antes de…?

—¿Antes de preparar una habitación? Es normal en esta época del año. Noviembre es nuestro mes más flojo. La siguiente reserva de la Cabaña Esmeralda es para la semana de Navidad.

—¿El hombre del DIC no pasó por la cabaña?

—¿El hombre del DIC?

—El detective que estuvo aquí hace dos días, del Departamento de Investigación Criminal.

—Ah, bueno, habló con el señor Plumstone, no conmigo.

—¿Quién es exactamente el señor Plumstone?

—Ésa es una excelente pregunta. Es una pregunta que yo mismo me he estado planteando. —Lo dijo con amargura, luego negó con la cabeza—. Lo siento. No debo permitir que cuestiones emocionales no pertinentes se entrometan en un asunto policial. Paul Plumstone es mi socio. Somos los dueños de
The Laurels
. Al menos somos socios en este momento.

—Ya veo —dijo Gurney—. Volviendo a mi pregunta, ¿el hombre del DIC fue a la cabaña?

—¿Por qué iba a hacerlo? Es decir, aparentemente estaba aquí por ese horrible crimen en el instituto. Quería saber si habíamos visto a algún personaje sospechoso merodeando. Paul (el señor Plumstone) le dijo que no y el detective se fue.

—¿No le insistió para que le diera información específica sobre sus huéspedes?

—¿Los avistadores de aves? No, por supuesto que no.

—¿Por supuesto que no?

—La madre era casi inválida y el hijo, aunque resultó ser un ladrón, no era el tipo de persona que provoca una matanza encarnizada.

—¿Qué clase de persona diría que era?

—Diría que era del lado frágil. Sin duda del lado frágil. Tímido.

—¿Diría que era
gay
?

Wellstone se mostró pensativo.

—Interesante cuestión. Casi siempre estoy seguro, de que sí o de que no, pero en este caso no lo estoy. Tuve la impresión de que quería darme la impresión de que era
gay
. Pero eso no tiene mucho sentido, ¿no?

«No a menos que todo el personaje fuera una actuación», pensó Gurney.

—Además de frágil y tímido, ¿de qué otra manera lo describiría?

—Ladrón.

—Me refiero a cómo era físicamente.

Wellstone torció el gesto.

—Bigote. Gafas tintadas.

—¿Tintadas?

—Como gafas de sol, lo bastante oscuras para que no se le vieran los ojos (odio hablar con alguien cuando no puedo verle los ojos, ¿usted no?), pero lo bastante ligeras para poder llevarlas en un interior.

—¿Algo más?

—Sombrero de fieltro, una de esas cosas peruanas en la cara, como una bufanda, un abrigo abultado.

—¿Cómo tuvo la impresión de que era frágil?

El ceño de Wellstone se tensó en una especie de consternación.

—¿Su voz? ¿Sus modales? Bueno, no estoy seguro. Lo único que recuerdo haber visto, visto de verdad, era un enorme abrigo acolchado y sombrero, gafas de sol y un bigote. —Sus ojos se abrieron como si, de repente, se hubiera sentido ofendido—. ¿Cree que era un disfraz?

¿Gafas de sol y bigote? A Gurney le sonaba más a una parodia de disfraz. Pero incluso ese giro extra podía encajar en la extrañeza del modelo. ¿O estaba pensando demasiado? En cualquier caso, si era un disfraz, era un disfraz efectivo, pues los dejaba sin descripción física útil.

—¿Recuerda algo más sobre él? ¿Cualquier cosa?

—Obsesionado con nuestros amigos emplumados. Tenía unos prismáticos enormes, parecían de esos de infrarrojos que ves en las pelis de comandos. Dejó a su madre en la cabaña y pasó todo su tiempo en el bosque, buscando camachuelos, camachuelos de pecho rosa.

—¿Le dijo eso?

—Ah, sí.

—Es sorprendente.

—¿Por qué?

—No hay camachuelos de pecho rosa en los Catskills en invierno.

—Pero incluso dijo… ¡Cabrón mentiroso!

—Dijo incluso ¿qué?

—La mañana antes de irse, entró en el edificio principal y no podía dejar de deshacerse en elogios con los malditos camachuelos. No paraba de repetir que había visto cuatro camachuelos de pecho rosa. Cuatro, cuatro camachuelos de pecho rosa, decía, como si yo lo pusiera en duda.

Tal vez quería asegurarse de que lo iba a recordar respondió Gurney casi para sus adentros.

—Pero me ha dicho que no pudo haberlos visto porque no hay. ¿Por qué querría que recordara algo que no ocurrió?

—Buena pregunta, señor. ¿Puedo echar un rápido vistazo a la cabaña ahora?

Desde la sala de estar, Wellstone lo condujo a través de un comedor de estilo igualmente Victoriano, lleno de sillas de roble ornamentadas y espejos, y salieron por una puerta lateral a un sendero cuyos inmaculados adoquines de color crema, aunque no exactamente iguales, le recordaron el camino de baldosas amarillas de
El mago de Oz
. El sendero terminaba en una cabaña de cuento cubierta de hiedra, de color verde brillante, a pesar de la estación del año.

Wellstone metió la llave y abrió la puerta; se quedó a un costado. En lugar de entrar, Gurney miró desde el umbral. La estancia que vio era en parte sala de estar y en parte un templo a la película, con su colección de carteles, un sombrero de bruja, una varita mágica, figuras del León Cobarde y el Hombre de Hojalata y una réplica en peluche de
Toto
.

—¿Quiere entrar y ver la caja de exhibición de la que se llevaron los chapines?

—Mejor no —dijo Gurney, retrocediendo al sendero—. Si es la única persona que ha estado dentro desde que se fueron sus invitados, preferiría mantenerlo así hasta que podamos traer a un equipo de procesamiento de pruebas.

—Pero ha dicho que no estaba aquí para…, un momento, ha dicho que estaba aquí por «otro asunto», ¿no es eso lo que ha dicho?

—Sí, señor, es correcto.

—¿De qué clase de «procesamiento de pruebas» está hablando? O sea, qué… Oh, no, ¿no estará pensando que mi avistador de pájaros de manos largas es su Jack el Destripador?

—Francamente, señor, no tengo ninguna razón para pensar que lo sea. Pero he de contemplar todas las posibilidades, y sería prudente que examináramos con más atención la cabaña.

—Oh, Dios mío. No sé qué decir. Si no es un crimen, es otro. Bueno, supongo que no puedo impedir el proceso policial, por estrambótico que parezca. Y no hay mal que por bien no venga. Aunque todo esto no tenga nada que ver con el horror de la colina, podría terminar descubriendo una pista que me ayudase a recuperar mis chapines robados.

—Siempre es una posibilidad —dijo Gurney con una sonrisa educada—. Mañana vendrá un equipo de especialistas en recogida de pruebas. Entre tanto, mantenga la puerta cerrada. Ahora deje que se lo pregunte una vez más, porque es muy importante, ¿está seguro de que nadie más que usted ha estado en la cabaña en los dos últimos días, ni siquiera su compañero?

—La Cabaña Esmeralda fue mi creación y es de mi responsabilidad exclusiva. El señor Plumstone es responsable de la Cabaña Miel, incluida su desafortunada decoración.

—¿Perdón?

—El motivo de la Cabaña Miel es una historia ilustrada de la apicultura que le dejaría ciego. ¿He de decir algo más?

—Una última pregunta, señor. ¿Tiene el nombre y la dirección del avistador de pájaros en su registro de invitados?

—Tengo el nombre y la dirección que me dio. Considerando el robo, dudo de su autenticidad.

—Será mejor que vea el registro y tome nota de todos modos.

—Oh, no es necesario mirar el registro. Lo recuerdo con perfecta y dolorosa claridad. Señor y señora (una extraña manera de que un caballero se describa a sí mismo y a su madre, ¿no le parece?), señor y señora Scylla. La dirección era un apartado de correos en Wycherly, Connecticut. Puedo darle incluso el número del apartado postal.

31

Una llamada de rutina del Bronx

Gurney estaba sentado en la inmaculada zona de aparcamiento de gravilla. Había completado su llamada al DIC para que enviaran un equipo de pruebas a The Laurels lo antes posible, y estaba guardándose el teléfono en el bolsillo cuando sonó. Era otra vez Ellen Rackoff. Primero, Gurney le dio la noticia de la pareja Scylla y del peculiar robo para que se lo transmitiera a Kline. Luego le preguntó por qué había llamado. Ella le dio un número de teléfono.

—Es un detective de Homicidios del Bronx que quiere hablar con usted sobre un caso en el que está trabajando.

—¿Quiere hablar conmigo?

—Quiere hablar con alguien del caso Mellery, del que ha leído algo en el diario. Llamó a la Policía de Peony, que lo remitió al DIC, que lo remitió al capitán Rodríguez, que lo remitió al fiscal del distrito que lo remitió a usted. Su nombre es detective Clamm
[5]
. Randy Clamm.

—¿Es una broma?

—No que yo sepa.

—¿Cuánta información ha dado de su propio caso?

—Cero. Ya sabe cómo son los policías. Sobre todo quería saber cosas de nuestro caso.

Gurney llamó al número. Respondieron al primer tono.

—Clamm.

—Dave Gurney, le devuelvo la llamada. Trabajo para el fiscal…

—Sí, señor, lo sé. Le agradezco la rápida respuesta.

Aunque no contaba con casi nada en lo que basarse, Gurney tenía una vívida impresión del policía que se encontraba al otro lado: un multitarea que pensaba rápido, alguien que, con mejores conexiones, podría haber terminado en West Point en lugar de en la Academia de Policía.

—Entiendo que está trabajando en el homicidio de Mellery —continuó con rapidez la voz tensa del joven.

—Exacto.

—¿Múltiples cuchilladas en el cuello de la víctima?

—Correcto.

—La razón de mi llamada es que tenemos un homicidio similar aquí, y queríamos descartar cualquier posibilidad de conexión entre los dos crímenes.

—Con similar, quiere decir…

—Múltiples cortes en la garganta.

—Mi recuerdo de las estadísticas de apuñalamientos en el Bronx es que allí hay más de mil incidentes al año. ¿Ha buscado conexiones más cerca?

—Estamos buscando. Pero hasta ahora su caso es el único con más de una docena de heridas en la misma parte del cuerpo.

—¿Qué puedo hacer por usted?

—Depende de lo que esté dispuesto a hacer. Estaba pensando que podría ayudarnos a los dos si pudiera venir a pasar el día aquí, observar la escena del crimen, sentarse en una sala de interrogatorios con la viuda, hacer preguntas, ver si algo le llama la atención.

Era la definición de «posibilidad remota»: más inverosímil que muchas pistas tenues con las que había perdido el tiempo en sus años en el Departamento de Policía de Nueva York. Sin embargo, para Dave Gurney era una imposibilidad constitucional pasar por alto una posibilidad, por remota que pareciera.

Accedió a reunirse con el detective Clamm en el Bronx a la mañana siguiente.

TERCERA PARTE

Vuelta a empezar

32

Lo que vendrá

El hombre joven se recostó en los deliciosamente mullidos almohadones apoyados contra el cabezal y sonrió con placidez a la pantalla del portátil.

—¿Dónde está mi Dickie Duck? —preguntó la mujer mayor que estaba a su lado en la cama.

—Está en la cama planeando la muerte de los monstruos.

—¿Estás escribiendo un poema?

—Sí, madre.

—Léelo en voz alta.

—Aún no está acabado.

—Léelo en voz alta —repitió la mujer, como si hubiera olvidado lo que acababa de decir.

—No es muy bueno. Necesita algo más. —Ajustó el ángulo de la pantalla.

—Tienes una voz muy bonita —dijo ella, como de corrido, tocándose con aire ausente los rizos rubios de su peluca.

Él cerró un momento los ojos. Entonces, como si estuviera a punto de tocar la flauta, se relamió un poco los labios. Cuando empezó a hablar, lo hizo en un medio susurro cadencioso:

 

Éstas son algunas de mis preferencias:

el mágico cambio que trae una bala,

la sangre que mana y salpica el suelo

hasta que se acaba,

el ojo por ojo, el diente por diente,

el final de todo, la verdad ahora,

todo el bien obrado con el arma del borracho…

Nada comparado con lo que vendrá.

 

Suspiró y miró la pantalla, arrugando la nariz.

—La métrica falla.

La mujer mayor asintió con serena incomprensión y preguntó con su vocecita timorata de niña pequeña.

—¿Qué hará mi Dickie Duck?

Él estaba tentado de describir la limpieza inminente con todo el detalle con que la había imaginado. La muerte de todos los monstruos. Era tan colorida, tan excitante, tan… ¡satisfactoria! Pero también se enorgullecía de su realismo, de su comprensión de las limitaciones de su madre. Sabía que sus preguntas no requerían respuestas específicas, que olvidaba la mayoría de ellas en cuanto las pronunciaba, que sus palabras eran meros sonidos, sonidos que a ella le gustaban, que le resultaban reconfortantes. Podía decir cualquier cosa, contar hasta diez, recitar una canción de cuna. No había diferencia en lo que decía, mientras lo dijera con sentimiento y con ritmo. Siempre buscaba cierta riqueza en la inflexión. Disfrutaba complaciéndola.

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