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Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

Rumbo al Peligro (13 page)

BOOK: Rumbo al Peligro
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Fue tranquilizándose lentamente. Era como ver el mar volviendo a la calma después de una tormenta, pensó Bolitho.

—Tengo que sacarle toda la información que me sea posible. El señor Palliser está registrando el casco del
Heloise
, pero a juzgar por lo que al señor Bolitho le costó tanto esfuerzo descubrir, no me parece probable que encontremos mucho más. Según el cuaderno de bitácora lo botaron el año pasado, y acabaron de armarlo hace sólo un mes. Aunque apenas si es lo bastante grande como para contener una carga útil que resulte aceptable desde el punto de vista comercial, en mi opinión.

Bolitho deseaba marcharse, intentar descansar y lavarse la suciedad que la lucha le había dejado, tanto en las, manos como en la mente.

—El señor Jury se encuentra bastante bien —comentó el médico—; una fea herida, pero él es un joven fuerte y saludable. No le quedarán secuelas.

Dumaresq sonrió.

—Hablé con él cuando le subían a bordo. Me pareció captar una especie de culto al héroe, ¿no es así, señor Bolitho?

—Me salvó la vida, señor. No veo en ello ninguna justificación para alabarme precisamente a mí.

Dumaresq asintió.

—Hmmm… Ya veremos.

Pero cambió de tema enseguida:

—Antes de que caiga la noche tendremos compañía. Se trata de mantener a todos los marineros ocupados. El señor Palliser tendrá que aparejar un mastelero de juanete de respeto en ese maldito barco pirata, no hay más remedio que hacerlo. —Dirigiéndose a Bolitho añadió—: Haga llegar las órdenes al alcázar. Que los vigías se releven cada sesenta minutos como máximo. Aprovecharemos esta parada forzosa para mantener los ojos bien abiertos e intentar descubrir a otros posibles perseguidores. Tal como están las cosas, resulta que tenemos una pequeña y valiosa presa y que nadie sabe todavía nada al respecto. De uno u otro modo, eso puede sernos de ayuda.

Bolitho se puso en pie, sintiendo de nuevo cuánto le pesaban las piernas. Así pues, no iba a tener oportunidad de descansar.

—A mediodía haga subir a los marineros para la inhumación, señor Bolitho —dijo Dumaresq—. Enviaremos a esos pobres muchachos en su último viaje mientras continuemos al pairo. —Para ahuyentar cualquier viso de sentimentalismo, agregó—: No tendría sentido perder tiempo cuando ya estemos navegando.

Bulkley acompañó a Bolitho; pasaron ante el centinela hacia la escalerilla que conducía hasta debajo de la cubierta principal.

El médico suspiró y dijo:

—Está fuera de sí.

Bolitho le observó intentando adivinar su estado de ánimo. Pero entre cubiertas estaba demasiado oscuro, y su única compañía eran los sonidos y olores habituales del barco.

—¿Por el oro?

Bulkley levantó la cabeza para escuchar con mayor atención las voces apagadas procedentes de un bote que se acercaba por el costado, chocando contra el casco empujado por la marejada.

—Es usted todavía muy joven para comprenderlo, Richard. —Apoyó su rechoncha mano en la manga de Bolitho—. Y no se trata de ningún tipo de crítica, créame. Pero he conocido antes a otros hombres como nuestro comandante, y personalmente le conozco mejor que muchos. Es un excelente oficial en casi todos los aspectos, aunque un punto demasiado impetuoso. Anhela entrar en acción casi tanto como un borracho ansía la botella. Está al mando de esta magnífica fragata, pero en el fondo de su corazón siente que su momento ya ha pasado. El hecho de que Inglaterra esté en paz con los demás países reduce las posibilidades de obtener ascensos y condecoraciones. A mí me viene muy bien, pero… —Agitó la cabeza, como apesadumbrado—. Ya he hablado más de la cuenta, aunque sé que usted respetará mi confianza.

Se encaminó hacia la escalerilla, dejando tras él un aroma a brandy y tabaco que se mezcló con los olores ya presentes en el ambiente.

Bolitho salió a la luz del día y subió rápidamente la escala que llevaba hasta el alcázar. Era consciente de que si no se mantenía en movimiento acabaría por dormirse de pie.

La cubierta de baterías de la
Destiny
estaba sepultada bajo montones de jarcia y cabos rotos entre los que se movían el contramaestre y el cordelero, discutiendo qué podía ser recuperado. En las cubiertas, los marinos estaban atareados ensamblando y martilleando, y las velas hechas jirones estaban ya siendo desenvergadas para ser remendadas y estibadas aparte, por si eran necesarias más adelante en caso de emergencia. Un buque de guerra era autosuficiente. Nada podía ser desechado. Algunos de aquellos pedazos de lona que habían formado parte del velamen muy pronto vagarían lenta y silenciosamente por el fondo del mar, lastrados con la munición que los ayudaría a hundirse en compañía de los muertos hasta aquel lugar en el que sólo había paz y oscuridad.

Rhodes se cruzó con él.

—Me alegro de tenerle de vuelta, Dick. —Bajó la voz para decir, al tiempo que ambos se giraban a mirar el desolado bergantín—. Nuestro amo y señor parecía un león enfurecido cuando consiguió abrirse camino con su grupo por el costado. Por mi parte, tendré que andar con pies de plomo durante, por lo menos, una semana.

Bolitho examinó la otra nave. Ahora más que nunca le parecía un sueño. Casi no podía creer que él hubiera sido capaz de mantener unidos a sus hombres y, juntos, apresar el
Heloise
después de todo lo que había pasado. Varios hombres habían perdido la vida. Era más que probable que él mismo hubiera matado por lo menos a uno de ellos con sus propias manos. Pero eso no representaba nada. Carecía de significado.

Se dirigió a la batayola y vio cómo varios rostros se giraban hacia él desde la cubierta inferior. ¿Qué estarían pensando?, se preguntó. La alegría y la satisfacción que Rhodes sentía por él parecían sinceras, pero sin duda existiría también la envidia, habría otros que opinaran que simplemente había tenido mucha suerte; un éxito excesivo, que requería demasiada destreza, para ser alguien tan joven.

Spillane, el nuevo ayudante del médico, apareció en la pasarela de sotavento y tiró un bulto a un lado.

Bolitho sintió náuseas. ¿Qué era aquello? ¿Un brazo? ¿Una pierna? Podría haber sido suyo.

Oyó a Slade, el segundo del piloto, abroncando de forma abusiva a algún infeliz marinero. Al parecer, el hecho de que la
Destiny
hubiera rescatado el bote tras encontrarlo casi milagrosamente en alta mar y los alborozados gritos de alivio de la exhausta tripulación no habían contribuido en absoluto a suavizar el desabrido carácter de Slade.

En el momento oportuno, los muertos habían sido inhumados, mientras que los vivos, en pie y descubriéndose respetuosamente la cabeza, escuchaban unas pocas palabras que el comandante leyó de su devocionario.

Luego, tras una apresurada comida y un celebrado trago de brandy, la marinería se puso a trabajar de nuevo y el aire se llenó con el ruido de sierras y martillos, impregnado por el fuerte olor de la pintura, de la brea que iba marcando cómo progresaban los costurones en la tablazón.

Dumaresq subió a cubierta cuando finalizaba la guardia de doce a cuatro de la tarde, y dedicó varios minutos a observar alternativamente su barco y el cielo claro, que le decía más cosas que cualquier otro instrumento de navegación.

Le comentó a Bolitho, una vez más el oficial de guardia:

—Fíjese en cómo trabajan nuestros hombres. En tierra parecen marcados como reses o no son más que unos inútiles borrachos. Pero déles un trozo de cabo o un poco de maderamen y le demostrarán lo que son capaces de hacer.

Le había hablado tan apasionadamente que Bolitho se aventuró a preguntar:

—¿Cree usted que tenemos otra guerra en ciernes, señor?

Por un momento pensó que había ido demasiado lejos. Dumaresq se giró hacia él con una agilidad sorprendente para la envergadura de sus piernas y le miró severamente; luego dijo:

—Veo que ha estado hablando con ese jodido matasanos, ¿no? —Se rió entre dientes antes de seguir hablando—: No es necesario que me conteste. Todavía no ha aprendido a mentir. —Caminó hasta el lado opuesto, paseando arriba y abajo como hacía habitualmente, y añadió—: ¿Guerra? ¡Cuento con ello!

Antes de que la oscuridad hiciera que los dos barcos resultaran invisibles entre sí, Palliser envió recado diciendo que por su parte estaba listo para ponerse en marcha y que se encargaría de las cosas menos importantes, todavía pendientes de reparación, mientras navegaran rumbo a Río. Slade subió a bordo del
Heloise
para ponerse al mando de la tripulación de la presa y Palliser volvió en el bote de popa cuando la noche caía ya sobre el horizonte como un velo.

Bolitho estaba admirado de cómo Palliser seguía activo. No mostraba signos de cansancio, y no escatimó esfuerzos a la hora de recorrer el barco de arriba abajo, fanal en mano, examinando una por una las reparaciones hechas y gritando hecho una furia al responsable si encontraba algo que él considerase una chapuza.

Bolitho se tumbó con alivio en su hamaca, sin molestarse en recoger del suelo la casaca, que quedó allí tirada, tal como había caído. La
Destiny
retemblaba y gruñía mientras surcaba sin esfuerzo las aguas de un mar que recibía por la aleta, como si también el barco agradeciera un descanso.

En todo el interior de la nave sucedía lo mismo. Bulkley estaba sentado en su enfermería fumando una larga pipa de arcilla y compartiendo parte de su brandy con Codd, el contador.

Fuera, apenas visibles en el sollado, los que seguían enfermos o heridos dormían o se quejaban quedamente en la oscuridad.

En el camarote, Dumaresq estaba sentado a la mesa, escribiendo afanosamente en su diario personal; se había quitado la casaca y llevaba la camisa abierta hasta la cintura. De vez en cuando levantaba la cabeza y clavaba los ojos en la puerta, como si quisiera atravesarla con la mirada y así ver todo lo que estaba supeditado a su autoridad, su mundo. Otras veces miraba arriba, hacia cubierta, cuando los pasos de Gulliver le indicaban que el piloto seguía obsesionado por la colisión, temeroso de que la culpa le fuera atribuida a él.

A lo largo de la cubierta principal, en la que apenas si había espacio suficiente para todos estando en posición vertical, el grueso de la tripulación se balanceaba en las hamacas al ritmo que marcaba el cabeceo de la
Destiny
. Como capullos de seda primorosamente alineados, esperando el momento de abrirse y alumbrar a las criaturas que los habitaban en un abrir y cerrar de ojos, si así lo imponía el viento o repicaba la llamada que les haría correr a todos a sus puestos.

Algunos de los hombres, incapaces de conciliar el sueño o cumpliendo su turno de guardia en cubierta, seguían pensando en el breve y amargo combate, en aquellos momentos en los que habían conocido el miedo. Pensaban en algunos rostros familiares que habían sido borrados de la capa de la tierra, o quizá en la recompensa económica que el elegante bergantín podía suponer para ellos.

Zarandeándose en su hamaca de la enfermería, el guardiamarina Jury revivía mentalmente el combate. Recordaba su desesperada necesidad de ayudar a Bolitho cuando el teniente había pedido el sable, el súbito y agudo dolor que había sentido entonces en el estómago, como si hubiera sido atravesado por un hierro candente. Pensó en su padre muerto, al que apenas recordaba, y le reconfortó la idea de que se hubiera sentido orgulloso de lo que su hijo había hecho.

Y la
Destiny
llevaba a bordo a todos ellos. Desde el ceñudo Palliser, que estaba sentado frente a Colpoys en la desierta cámara de oficiales y miraba las cartas que parecían estar burlándose de él desde la mesa, hasta el sirviente Poad, roncando en su hamaca, todos estaban a merced del barco, cuyo mascarón de proa señalaba el horizonte, un horizonte que nunca se encontraba más cercano.

Dos semanas después de haber capturado el bergantín, la
Destiny
cruzó el ecuador, siguiendo su rumbo hacia el sur. Hasta el piloto parecía satisfecho con su marcha y con la distancia recorrida. Un oportuno viento y el hecho de que el aire fuera más suave y cálido fueron factores decisivos para mantener el ánimo de los hombres y evitar enfermedades.

Cruzar la línea del ecuador fue una experiencia nueva para más de un tercio de la tripulación. La concesión de una cantidad suplementaria de vino y licores para todos durante cuatro días hizo que el protocolo se mezclara continuamente con bromas y vocingleras peleas amistosas.

Little, el ayudante de artillero, se convirtió en un formidable Neptuno gracias a una corona pintada y una barba hecha de meollar, y acompañado de su tímida reina, encarnada por uno de los grumetes, brindaban a todo aquel que osara adentrarse en su reino un buen chapuzón y una bulliciosa serie de burlas por parte del resto de la tripulación.

Más adelante, Dumaresq se reunió con sus oficiales en la camareta de popa y les expresó su satisfacción por el funcionamiento del barco en general y por la velocidad con que se estaba realizando la travesía. Habían dejado al
Heloise
muy atrás, mientras continuaban llevándose a cabo en él las reparaciones necesarias. Era obvio que Dumaresq no estaba dispuesto a retrasar su propia recalada, por lo que había dado órdenes a Slade de que acudiese a su encuentro a la altura de Río con la mayor premura posible.

La mayor parte de los días, la
Destiny
seguía adelante navegando sin incidentes, y hubiera sido una bella estampa para cualquier otro barco que compartiera con ella el océano. Trabajando arriba, muy por encima de las cubiertas, o realizando las tareas habituales de la navegación diaria y haciendo instrucción con las armas, los marineros nuevos se iban adaptando progresivamente a la rutina; Bolitho veía cómo la pálida piel de quienes habían estado cumpliendo condena en prisión iba cogiendo color bajo el sol, cada vez más intenso a medida que pasaban los días.

Otro de los hombres heridos durante el abordaje había muerto, aumentando la cifra de fallecidos a ocho. Vigilado día y noche por uno de los infantes de marina de Colpoys, el capitán del
Heloise
iba recuperando fuerzas; Bolitho imaginaba que Dumaresq estaba empeñado en mantenerle con vida sólo para poder ver cómo le ahorcaban por piratería.

El guardiamarina Jury había sido autorizado para volver al servicio activo, aunque limitado a trabajar en cubierta o cumplir su turno de guardia en popa. Sorprendentemente, los breves instantes en que habían compartido peligro y valor parecían haber hecho más distante su relación con Bolitho, y aunque se cruzaban numerosas veces a lo largo del día, Bolitho notaba cierta incomodidad entre ellos.

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