Sin embargo, la más intrigante conexión entre
Roverandom y
la mitología aparece cuando Uin, la «ballena más vieja», muestra a Roverandom «la gran Bahía del País Hermoso (como lo llamamos), más allá de las Islas Mágicas», y en «el último Occidente las Montañas del Hogar de los Elfos y la luz de Faéry sobre las olas», y «la ciudad de los Elfos en la colina verde debajo de las Montañas. Ésa es precisamente la geografía del Oeste del mundo en el «Silmarillion», tal como era la obra en las décadas de 1920 y 1930. Las «Montañas del Hogar de los Elfos» son las Montañas de Valinor en Aman y la «ciudad de los Elfos» es Tún, para usar el nombre dado a la vez en la mitología y en el primer texto (sólo) de
Roverandom.
Uin procede también de
El Libro de los Cuentos Perdidos I
(pág. 147), y aunque aquí no es exactamente «la más poderosa y vieja de las ballenas» aún es capaz de transportar a Roverandom hasta donde alcanza la vista de las tierras occidentales, que en este momento del desarrollo del
legendarium
permanecían ocultas a los ojos de los mortales detrás de la oscuridad y las peligrosas aguas.
Uin dice que «lo capturaría» si se descubriera (presumiblemente por parte de los Valar, o dioses, que viven en Valinor) que él había mostrado Aman a alguien (¡aunque fuera un perro!) de las «Tierras Exteriores», quiere decirse, de la Tierra Media, el mundo de los mortales. En
Roverandom
se da a entender en cierto modo que ese mundo es el nuestro, con muchos sitios reales mencionados por su nombre. El mismo Roverandom «era después de todo un perro inglés». Pero, por otra parte, se ve claramente que no es nuestra tierra: por un motivo, tiene bordes sobre los cuales las cascadas se precipitan «directamente en el espacio». Esa tampoco es exactamente la tierra descrita en el
legendarium,
aunque también es plana; pero la luna de
Roverandom,
exactamente igual que la de
El libro de los Cuentos Perdidos,
se desliza debajo del mundo cuando no está arriba, en el cielo.
Como en los veinticinco años transcurridos desde la muerte de Tolkien se han publicado más obras suyas, se ha puesto de manifiesto que casi todos sus escritos están relacionados entre sí, aunque sólo sea en pequeña medida, y que cada uno de ellos arroja una bienvenida luz sobre los otros.
Roverandom
ilustra una vez más cómo el
legendarium
que fue la obra-vida de Tolkien influyó en su manera de narrar historias y anticipa la aparición de escritos en los que
Roverandom
pudo influir, especialmente
El Hobbit,
cuya redacción (posiblemente iniciada en 1927) fue contemporánea de la redacción y revisión de
Roverandom.
Ciertamente pocos lectores de
El Hobbit
dejarán de apreciar, junto con otros detalles, similitudes entre el terrorífico vuelo de Rover con Mew hasta su casa en el acantilado y el de Bilbo hasta la morada de las águilas, y entre las arañas que Roverandom encuentra en la luna y las del Bosque Negro; que el Gran Dragón Blanco y Smaug, el dragón de Erebor, tienen un vientre blando; y que los tres toscos magos de
Roverandom
—Artajerjes, Psámatos y el Hombre de la Luna—, son, cada uno a su manera, precursores de Gandalf.
Antes de pasar a ofrecer el texto, sólo nos falta decir unas palabras adicionales sobre las ilustraciones que lo acompañan. En
J.R.R. Tolkien: artist and illustrator
(1955) ya las comentamos extensamente; pero aquí, donde finalmente están impresas junto con el texto completo de la historia, se pueden apreciar mejor sus virtudes y sus deficiencias. No fueron concebidas como ilustraciones para un libro y, por su tema, no están distribuidas de manera uniforme a lo largo de la historia, sino que su ubicación responde de hecho a exigencias de producción. Estilo y medio técnico también difieren: dos son dibujos a pluma y tinta, dos son acuarelas, y una es esencialmente un dibujo hecho con lápiz coloreado. Cuatro están plenamente desarrolladas, de manera especial las acuarelas, mientras que la quinta, la imagen de Rover llegando a la luna, es una obra mucho menor, con Rover, Mew y el Hombre de la Luna incómodamente pequeños.
Es posible que en este dibujo Tolkien estuviera más interesado en la torre y en el árido paisaje, donde, sin embargo, no hay ningún indicio que apunte a los bosques lunares descritos en
Roverandom.
El anterior
Paisaje lunar
es más fiel al texto: incluye árboles con hojas azules y «amplios espacios abiertos de color verde y azul pálido, donde las altas y picudas montañas proyectaban sus largas sombras hasta muy lejos, sobre el suelo». Presumiblemente describe el momento en el que Roverandom y el Hombre de la Luna, de regreso de la visita al lado oscuro, ven «cómo el mundo se elevaba, una luna de color verde pálido y dorado, enorme y redonda, sobre los hombros de las Montañas Lunares». Pero aquí el mundo no es plano: sólo se ven las Américas y, en consecuencia, Inglaterra y los otros puntos terrestres mencionados en el cuento tienen que estar en el otro lado de un globo. El título
Paisaje lunar aparece
escrito en la obra en una forma temprana del
tengwar,
escritura élfica ideada por Tolkien.
El Dragón Blanco persigue a Roverandom y al Perro de la Luna
también es fiel al texto, y tiene varios puntos de interés además del dragón y los dos perros alados. Encima del título aparece una de las arañas de la luna y, probablemente, una alevilla; y en el cielo la tierra es mostrada de nuevo como un globo. Cuando se puso a ilustrar
El Hobbit,
Tolkien utilizó el mismo dragón en su mapa
Tierras Ásperas, y
la misma araña en su dibujo del Bosque Negro.
La espléndida acuarela
Jardines del palacio de Merking
revela la estructura de «piedra blanca y rosada» como si fuera la decoración de un acuario, tal vez con un atisbo del Pabellón Real de Brighton. Tolkien decidió mostrar el palacio y sus jardines en toda su belleza, en vez de hacer que Roverandom recorriera el espantoso sendero; probablemente lo que pretendió con ello fue que viéramos con sus ojos. La ballena Uin está en el ángulo superior izquierdo, igual que el leviatán en una de las ilustraciones de Rudyard Kipling para «Cómo la ballena alcanzó su garganta» en su
Precisamente así
(1902). «Merking», como en el título, sólo aparecía en los primeros textos, alternando con «merking» (la única forma en el manuscrito final).
Casa donde «Rover» empezó sus aventuras como «juguete»,
una acuarela igualmente muy lograda, es, sin embargo, un enigma. Su título sugeriría que representa la casa donde Rover encontró por primera vez a Artajerjes, aunque en el texto no hay indicación alguna de que estaba en una granja o cerca de ella. Asimismo, el retazo de mar al fondo y la gaviota que vuela en lo alto contradicen la afirmación, contenida en el texto, de que Rover «nunca había visto u olido el mar» antes de que fuera llevado a la playa por el pequeño Dos, «y la aldea donde había nacido estaba a kilómetros y kilómetros del ruido y el olor del mar». Tampoco puede ser la casa del padre del niño, que es descrita como blanca y situada en un acantilado con jardines que descienden hasta el mar. Casi nos sentimos tentados a preguntar si originalmente esta acuarela no estaría relacionada con la historia y le fueron añadidos detalles, como el de la gaviota, en el momento de pintarla para darle relevancia. El perro blanco y negro abajo, a la izquierda, es posible que represente a Rover, y el animal negro situado delante de él —como Rover, parcialmente tapado por un cerdo— puede ser el gato Tinker; pero nada de todo esto es seguro.
El texto que ofrecemos a continuación se basa en la última versión de
Roverandom.
Tolkien nunca revisó todo el texto para su publicación, y no cabe duda de que si hubiera sido aceptado por Allen & Unwin como continuación de
The Hobbit,
habría hecho numerosas enmiendas y correcciones en él, a fin de adaptarlo mejor a una audiencia no limitada a su familia. Pero no fue así, y el cuento contiene diversos errores e incoherencias. Cuando escribía deprisa, Tolkien tenía tendencia a ser poco coherente en la utilización de la puntuación y las mayúsculas. Nosotros hemos seguido su práctica (generalmente minimalista) allí donde sus intenciones son claras, pero hemos ordenado la puntuación y las mayúsculas donde nos ha parecido necesario, y hemos corregido unos pocos errores, evidentemente tipográficos. Con el consentimiento de Christopher Tolkien también hemos enmendado un reducidísimo número de frases enrevesadas (conservando otras); pero el texto está, casi en su totalidad, tal como lo dejó el autor.
Por su consejo y orientación en la realización de este libro estamos especialmente agradecidos a Christopher Tolkien, a quien también damos las gracias por proporcionarnos la declaración que aparece en el diario de Tolkien citada en la página viii; y a John Tolkien, que compartió con nosotros sus recuerdos de Filey en 1925. También queremos agradecer la ayuda y las palabras de aliento de Priscilla y Joanna Tolkien; Douglas Anderson; David Doughan; Charles Elston; Michael Everson; Verlyn Flieger, Charles Fuqua; Christopher Gilson; Cari Hostetter; Alexei Kondratiev; John Rateliff; Arden Smith; Rayner Unwin; Patrick Wynne; David Brawn y Ali Bailey de HarperCollins; Judith Priestman y Colin Harris de la Bodleian Library, Oxford; y el personal de la Williams College Library, Williamstown, Massachusetts.
Christina Scull Wayne G. Hammond
U
NA VEZ HABÍA UN PERRITO LLAMADO ROVER
.
[7]
Era muy pequeño y muy joven, pues de lo contrario se habría portado mejor; y era muy feliz jugando al sol en el jardín con una pelota amarilla, si no hubiera hecho nunca lo que hizo.
No todos los hombres viejos con los pantalones rotos son malos: unos son hombres de huesos y botellas
[8]
y tienen sus perritos; y otros son jardineros; y algunos, muy pocos, son brujos que vagabundean como si estuvieran de fiesta, buscando algo que hacer. El que ahora entra en la historia era un brujo. Llegó a pie por el sendero del jardín, vestido con una vieja andrajosa chaqueta, con una vieja pipa en la boca y un viejo sombrero verde en la cabeza. Si Rover no hubiera estado tan ocupado ladrando a la pelota, tal vez habría visto la pluma azul clavada en la parte de atrás del sombrero verde
[9]
y entonces habría sospechado que el hombre era un brujo, como habría hecho cualquier perrito sensible; pero él nunca vio la pluma.
Cuando el hombre se agachó y recogió la pelota —por un momento pensó convertirla en una naranja, incluso en un hueso o en un trozo de carne para Rover—, Rover gruñó y dijo:
—¡Déjala! —Sin ni siquiera un «por favor».
Por supuesto, el brujo, por ser brujo, lo entendió perfectamente, y contestó a su vez:
—¡Calla, tonto! —Sin ni siquiera un «por favor».
Luego se metió la pelota en el bolsillo, sólo para fastidiar al perro, y se volvió. Lamento decir que inmediatamente Rover le mordió los pantalones, y le arrancó un buen trozo. Tal vez también le arrancó un trozo al brujo. En cualquier caso, el hombre se puso súbitamente furioso y dijo:
—¡Idiota! ¡Anda y conviértete en un juguete!
Y al momento empezaron a ocurrir las cosas más extrañas. Para empezar, Rover era sólo un perro pequeño, pero de repente se sintió mucho más pequeño. La hierba pareció hacerse monstruosamente alta y se agitó muy por encima de su cabeza; y un largo trecho a través de la hierba, como el sol que se eleva sobre los árboles de un bosque, pudo ver la enorme pelota amarilla, donde el brujo había vuelto a dejarla. Oyó el clic de la cancela cuando el hombre salió, pero no pudo verlo. Intentó ladrar, pero sólo le salió un pequeño sonido, demasiado pequeño para que pudiera oírlo la gente común; y supongo que ni siquiera un perro lo habría percibido.
Tan pequeño se había hecho el perro que, si entonces hubiera llegado un gato, estoy seguro, habría pensado que Rover era un ratón y se lo habría zampado. Tinker lo habría hecho. Tinker era el gato negro y grande que vivía en la misma casa.
Nada más pensar en Tinker, Rover empezó a sentir un miedo espantoso en todo el cuerpo; pero los gatos se esfumaron pronto de su mente. De repente desapareció el jardín alrededor de él y Rover se sintió transportado no sabía a dónde. Cuando volvió la calma, comprobó que estaba en la oscuridad, encima de un montón de cosas duras; y allí estaba él, en una caja que le parecía sofocante, muy incómoda a la larga. No tenía nada para comer o beber; pero, peor aún, comprobó que no podía moverse. Al principio pensó que era porque estaba muy apretado, pero luego descubrió que, durante el día, podía moverse muy poco, y con mucho esfuerzo, y además únicamente cuando nadie miraba. Sólo después de medianoche podía andar
[10]
y menear el rabo, y, aun así, un poco tieso. Se había convertido en un juguete. Y como no había dicho «por favor» al brujo, ahora tenía que estar todo el día quieto y suplicar. Ése era su castigo.
Después de lo que le pareció un tiempo muy largo y oscuro, Rover intentó una vez más ladrar con suficiente fuerza para que la gente le oyera. Luego trató de morder las otras cosas que estaban con él en la caja, estúpidos, pequeños animales de juguete, hechos sólo de madera o plomo, no perros auténticos encantados como Rover. Pero su situación no era nada buena: no podía ladrar ni morder.
De repente, alguien llegó y quitó la tapa de la caja y dejó que entrara la luz.
—Habría sido mejor poner esta mañana algunos de estos animales en el escaparate, Harry —dijo una voz, y una mano se introdujo en la caja—. ¿De dónde vino éste? —dijo la voz cuando la mano asió a Rover—. No recuerdo haberlo visto antes. En la caja de tres peniques no hay nada que merezca la pena, seguro. ¿Has visto alguna vez algo que parezca tan real? ¡Mírale el pelo y los ojos!
—¡Márcalo a seis peniques
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—dijo Harry—, y ponlo en la parte de delante del escaparate!
El pobre pequeño Rover tuvo que permanecer toda la mañana allí, en la parte delantera del escaparate, bajo el fuerte sol, y la tarde entera, hasta cerca de la hora del té
[12]
; y todo el tiempo tuvo que estar quieto y hacer ver que suplicaba, aunque en su interior estaba realmente muy enfadado.
—Tan pronto como alguien me compre me escaparé —dijo Rover a los otros juguetes—. Yo soy de verdad. ¡Yo no soy un juguete, y no quiero ser un juguete! Quiero que venga alguien y me compre enseguida. Odio esta tienda, y no puedo moverme metido como estoy entre las cosas de este escaparate.