Las similitudes entre esta ficción y el episodio del Gran Dragón Blanco de Roverandom son demasiado grandes para que puedan ser fortuitas; y a partir de ellas es posible suponer razonablemente que Tolkien pensaba en Roverandom cuando, en diciembre de 1927, escribió la carta de «Papá Noel», es imponible decir si Tolkien introdujo por primera vez en la carta la noción de los dragones de la luna que provocan eclipses, o recurrió para ello a una concepción ya existente en
Roverandom.
Pero, en cualquier caso, las dos obras tienen que estar relacionadas entre sí.
Las vacaciones de Navidad ofrecieron a Tolkien tiempo libre, al margen de sus responsabilidades académicas, durante el cual pudo escribir
Roverandom, y
aunque no está fijado definitivamente que lo hizo en diciembre de 1927, otro indicio apunta a esa fecha, al menos como
terminus a quo
para el primer texto existente (no fechado): la referencia en
Roverandom
a un eclipse fallido. En el primer texto, la frase «el siguiente eclipse fue un fracaso» (como se cita más arriba) es seguida de la observación «así dijeron los astrónomos [>fotógrafos]». Y ésa fue sin duda la opinión generalizada, recogida en el
Times
de Londres, sobre el eclipse total de luna que tuvo lugar el 8 de diciembre de 1927, aunque en Inglaterra la gente no pudo verlo a causa de las nubes. En este punto, la carta de «Papá Noel» de 1927 es nuevamente útil, pues sitúa el eclipse que ocurrió durante la ausencia del Hombre de la Luna precisamente en el 8 de diciembre y con ello confirma el conocimiento del hecho real por parte de Tolkien.
El texto más temprano de
Roverandom
es una de las cuatro versiones aparecidas entre los papeles de Tolkien que se guardan en la Bodleian Library, Oxford. Desgraciadamente se ha perdido una quinta parte de él, equivalente al presente capítulo 1 y la primera mitad del capítulo 2. El resto subsiste en veintidós páginas, escritas deprisa en una grafía a veces difícil, en hojas de diferentes tipos (posiblemente arrancadas de cuadernos de ejercicios escolares), y con numerosas enmiendas. A este texto le siguieron tres versiones mecanografiadas, también sin fecha, en el curso de las cuales Tolkien fue alargando progresivamente la historia e introdujo numerosas mejoras de expresión y detalle, pero no cambios mayores en la línea argumental. El primer texto mecanografiado, en treinta y nueve páginas profusamente corregidas, se basaba esencialmente en el manuscrito y después ha sido de gran utilidad en la tarea de descifrar las partes menos legibles de la primera versión. Pero el texto mecanografiado difiere notablemente de su predecesor en torno a las páginas finales, donde se amplió considerablemente el pasaje en el que se explica que Rover recuperó su forma y su tamaño originales (antes casi un anticlímax, ahora un momento dramático y a la vez humorístico). El nuevo texto llevaba inicialmente como título
Las aventuras de Rover,
pero Tolkien lo cambió a pluma por el de
Roverandom,
que fue el que a la postre prefirió.
El segundo de los tres textos mecanografiados se interrumpe, al parecer por decisión deliberada del autor, después de nueve páginas; en la última sólo hay unas cuantas líneas escritas. Este texto abarca desde el principio de la historia hasta el momento en el que la luna «empezó a tender una brillante senda sobre el agua» (véase más adelante, capítulo 2). Además, un fragmento está mecanografiado en lo que ahora es el reverso de una hoja, que fue rechazada inmediatamente por Tolkien, mientras que, al reanudar el texto, éste fue revisado de nuevo y continuado en el anverso. Hasta donde llega, el segundo texto mecanografiado incorpora enmiendas marcadas en el primero e incluye algunas otras mejoras. Pero tal vez es más importante observar la pulcra presentación de esta versión, comparada con el primer texto mecanografiado. Ahora Tolkien se preocupaba de cuestiones de presentación, tales como paginar las hojas a máquina, en vez de hacerlo posteriormente a mano, y utilizaba el punto y aparte en los diálogos para diferenciar a los interlocutores, mientras que antes (en lo que es claramente un documento de trabajo) a veces aparece todo seguido. Asimismo, el nuevo texto mecanografiado sólo contiene un puñado de correcciones a mano, todas ellas ejecutadas cuidadosamente, y en su mayor parte son sólo errores tipográficos.
Esta presentación mejorada nos lleva a sospechar que Tolkien preparó un segundo texto mecanografiado para mostrarlo a su editor, George Allen & Unwin, hacia finales de 1936. En esa época,
El Hobbit
había sido aceptado con entusiasmo, y aunque sólo estaba en producción y aún no había constituido un éxito, sobre su sólida base Tolkien fue invitado a presentar otras historias infantiles para su posible publicación. Él contestó enviando a Allen & Unwin un libro de ilustraciones,
El señor Bliss;
una historia ambientada en la Edad Media con tintes jocosos,
Egidio, el granjero de Ham,
y
Roverandom.
Si, como creemos, el fragmentario segundo texto mecanografiado respondió a esta finalidad, es posible que Tolkien lo abandonara porque aún no respondía plenamente a su gusto, o porque, como los borradores precedentes, estaba escrito en hojas arrancadas claramente de cuadernos de ejercicios, con un canto ligeramente rasgado, y el autor quería que su obra tuviera una apariencia más profesional.
Ciertamente, el tercero y último texto completo de
Roverandom
está mecanografiado pulcramente (aunque no sin enmiendas) en sesenta hojas de papel comercial (no absolutamente uniforme); y aquí fue donde se introdujo la distribución en capítulos, junto con otros cambios, pequeños pero numerosos, de diálogo, descripción y puntuación, así como división de los párrafos. Éste es casi con toda certeza el texto que Tolkien presentó a Allen & Unwin y que el presidente de la editorial, Stanley Unwin, entregó a su hijo Rayner para que lo examinara.
En un informe fechado el 7 de enero de 1937, Rayner Unwin declaró que la historia estaba «bien escrita y [era] divertida»; pero, a pesar de esta valoración positiva, no fue aceptada para su publicación.
[5]
Roverandom
era al parecer uno de los «cuentos de hadas cortos, en varios estilos» que (se pensaba) Tolkien tenía prácticamente a punto para su publicación en octubre de 1937, como Stanley Unwin escribió en una nota; pero entonces
El Hobbit
tuvo tanto éxito que Allen & Unwin quiso una continuación, con más cosas sobre los hobbits y todo lo demás, pero parece ser que ni el autor ni el editor volvieron a pensar en
Roverandom.
Ahora la atención de Tolkien se centraba esencialmente en el «nuevo Hobbit», el libro que iba a convertirse en su obra maestra:
El Señor de los Anillos.
No es exagerado decir que tal vez
El Señor de los Anillos
no habría llegado a escribirse si no hubiera sido por historias como
Roverandom,
pues su popularidad entre los hijos de Tolkien, y el cariño que Tolkien sentía por ellas, condujo finalmente a una obra más ambiciosa
—
El Hobbit—
y a lo que puede considerarse su remate final. En su inmensa mayoría, estas historias fueron efímeras. Tolkien adoptó gustoso su papel de narrador de historias a sus hijos, al menos a partir de 1920, cuando escribió la primera de las cartas de «Papá Noel». También había historias del malvado Bill Stickers con su adversario Major Road Ahead, de Timothy Titus, hombre pequeñísimo, y del ostentoso Tom Bombadil, que se basaba en una muñeca holandesa que perteneció a Michael Tolkien
[6]
. Ninguna de éstas llegó muy lejos, aunque Tom Bombadil encontró después un sitio en los poemas y en
El Señor de los Anillos.
Un cuento sumamente extraño y de mayor extensión,
El Orgog,
fue escrito en 1924 y se conserva en un texto mecanografiado; pero no está ni acabado ni elaborado.
Por el contrario,
Roverandom
está completo y bien armado; y además se distingue de las obras de ficción para niños de este período por el ilimitado deleite con que su autor se entrega en él a los juegos de palabras. Contiene gran número de semihomónimos
(Persia y Pershore)
y de onomatopeyas y aliteraciones, de listas descriptivas que producen hilaridad por su extensión (tales como «parafernalia, insignias, símbolos, apuntes, libros de recetas, secretos, aparatos, bolsas y botellas con hechizos de diversa naturaleza» en el taller de Artajerjes), así como giros decididamente inesperados «[El Hombre de la Luna] desapareció inmediatamente en el aire tenue; y todo aquel que ha estado allí te dirá lo sumamente tenue que es el aire en la luna». Contiene asimismo palabras y expresiones «infantiles» de especial interés, pues rara vez aparecen en los textos publicados de Tolkien, ya que fueron omitidas
ab initio
en los manuscritos o eliminadas durante su revisión. En este caso proceden a buen seguro de la historia, pues ésta fue contada originalmente de viva voz por Tolkien a sus hijos.
El hecho de que Tolkien también incluya en
Roverandom
palabras como
parafernalia
y
fosforescente, primordial
y
galimatías
resulta refrescante en estos tiempos, cuando tales palabras se consideran «demasiado difíciles» para los niños, idea que con toda seguridad Tolkien no habría compartido. «Un buen vocabulario —escribió en abril de 1959— no se adquiere leyendo libros escritos de acuerdo con el criterio que alguien tenga del vocabulario de determinado grupo de edad. Se adquiere leyendo libros que estén por encima de ese nivel»
(Cartas de J.R.R. Tolkien,
pág. 349).
Roverandom
es también notable por la variedad de materiales biográficos y literarios que intervinieron en su elaboración. Evidentemente, el primero de ellos fue la propia familia de Tolkien, y él mismo: en
Roverandom
se ven los padres y los hijos de Tolkien, o se alude a ellos (en el caso de Christopher, que es un bebé), mientras que la casita y la playa de Filey aparecen en tres capítulos. Tolkien expresa varias veces sus ideas acerca de los desechos y la contaminación, y narra hechos de las vacaciones de 1925: la luna que brilla sobre el mar, la gran borrasca y por encima de todo la pérdida del perro de juguete perteneciente a Michael. A esto se suma una gran cantidad de referencias a mitos y cuentos de hadas, a las sagas noruegas y a la literatura infantil tradicional y contemporánea: al Dragón Blanco y al Dragón Rojo de la leyenda británica, a Arturo y Merlín, a los míticos moradores del mar (sirenas, Niord y el Viejo del Mar, entre otros muchos) y a la serpiente Midgard, así como préstamos o, al menos, ecos de los libros para niños de E. Nesbit, de
A través del espejo y Silvia y Bruno
de Lewis Carroll e incluso de Gilbert y Sullivan. Es una gama amplia, pero los diversos materiales están bien combinados, con poca incongruencia y mucho regocijo, para aquellos que captan las alusiones.
En las breves notas consignadas después del texto identificamos y comentamos muchas de las fuentes de Tolkien (seguras o probables) para
Roverandom,
como también palabras oscuras, algunos temas que eran específicos de Gran Bretaña y que pueden resultar poco comprensibles para los lectores de otros países, y detalles de especial interés. Pero aquí, en esta introducción general, parece bueno abordar con cierto detenimiento unos cuantos puntos.
En su conferencia de 1939
Sobre los cuentos de hadas
en la Universidad de St. Andrews, Tolkien criticó la «minuciosidad de flor y mariposa» que aparecen en muchas descripciones en historias mágicas y citó en concreto
Nymphidia,
de Michael Drayton, donde el caballero Pigwiggen cabalga en una «vivaracha tijereta»
y
tiene «una cita en una prímula». Pero en la época de
Roverandom
Tolkien aún no había eludido ideas fantásticas como gnomos lunares que montan conejos y hacen
pancakes con
copos de nieve y hadas marinas que conducen carruajes de caracolas tirados por peces diminutos. Hacía sólo diez años que había publicado una pieza de juventud, ahora famosa, el poema «Pies de Trasgo» (1915) en el que el autor oye «diminutos cuernos de duendes encantados» y habla de «pequeñas túnicas» y «pies menudos y alegres»; y como Tolkien confesó una vez, en las décadas de 1920 y 1930 «estaba todavía bajo la influencia de la convención de que los “cuentos de hadas” estaban naturalmente dirigidos a los niños»
(Cartas,
pág. 347, borrador de abril de 1959). En consecuencia, a veces adoptó la imaginería y los modos de expresión propios del «cuento de hadas»: los elfos juguetones de Rivendel en
El Hobbit,
por ejemplo, y tanto en esta obra como (y acaso más) en
Roverandom,
una solemne voz de autor (o de padre) en funciones de narrador. Posteriormente, Tolkien lamentó haber «subestimado» de algún modo a sus hijos, y expresó el deseo de que concretamente «Pies de Trasgo» fuera enterrado y olvidado. Mientras tanto, las hadas (más tarde elfos) de la mitología de su imaginado «Silmarillion» conservaban toda su dignidad y nobleza, con pocas huellas de «Pigwiggen».
Roverandom
fue arrastrado, de manera casi inevitable, hacia la mitología (o el
legendarium)
de Tolkien, que por entonces ya había desarrollado durante una década o más y seguía siendo una preocupación para él. Entre estas obras se pueden establecer varias comparaciones. El jardín del lado oscuro de la luna en
Roverandom,
por ejemplo, recuerda de cerca la Cabaña del Juego Perdido de
El libro de los Cuentos Perdidos
(I, pág. 29), primer tratamiento en prosa del
legendarium.
En este último, los niños «bailaban y jugaban..., recogiendo flores y persiguiendo las abejas doradas y las mariposas de alas de encaje», mientras que en el jardín de la luna «danzaban adormecidos, andaban como en sueños y hablaban consigo mismos. Algunos estaban aturdidos como si acabaran de despertar de un profundo sueño; otros corrían y reían, ya completamente despiertos: cavaban, recogían flores, levantaban tiendas y casas, cazaban mariposas, jugaban a la pelota, trepaban a los árboles; y todos cantaban» (pág. 46).
El Hombre de la Luna no dirá cómo llegan los niños a su jardín, pero en cierto momento Roverandom mira a la tierra y le parece ver, «largas hileras, débiles y más bien delgadas, de pequeños seres que bajaban a toda prisa» por la senda de la luna; y cuando los niños llegan al jardín, aún despiertos, parece que Tolkien tenía en su mente la visión del
Olórë Mallë
o Senda de los Sueños que conduce a la Cabaña de los Hijos de la Tierra: «puentes esbeltos que descansaban en el aire y resplandecían como si fueran neblinas de seda iluminadas por una tenue luna», una senda que ojos de hombre no han contemplado, «salvo en los dulces sueños del corazón en tiempos de juventud»
(Libro de los Cuentos Perdidos I,
pág. 260).