Relatos africanos (32 page)

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Authors: Doris Lessing

BOOK: Relatos africanos
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–Bueno, y los Mizi...

Y Jabavu contesta:

–Ah, son muy listos, y son valientes.

Y Jerry, con voz suave y educada:

–¿De verdad te lo parece?

–Amigo, ésos sólo piensan en los demás –contesta Jabavu.

–¿Eso crees? –dice Jerry, con esa voz suave, mortal, educada.

Y luego sigue hablando, sin darle mayor importancia, sobre los Mizi y los Samu, le cuenta que una vez hicieron tal o cual cosa, que si son muy astutos... Y al fin afirma con violencia repentina: «Ah, vaya maleante». O bien: «Menuda zorra». Jabavu se ríe entonces y está de acuerdo. Es como si hubiera dos Jabavus y la astuta lengua de Jerry permitiera la existencia de uno de ellos, aunque el propio Jabavu apenas se da cuenta. Parece extraño que un hombre pueda pasar el tiempo robando, bebiendo y haciendo el amor con una chica de la ciudad y al mismo tiempo se vea a sí mismo como algo bien distinto; como alguien que se convertirá en un iluminado. Sin embargo, así lo ve Jabavu. Está tan confundido, tan atrapado en el círculo del robo, de la buena comida y la bebida, del robo otra vez, y luego Betty por la noche, que parece un buey joven, fuerte pero medio destrozado, obligado a trabajar por una cuerda atada a sus cuernos; el hombre no se permite a sí mismo notar la cuerda, pero a veces sí la nota.

Un buen día, Jerry le pregunta como quien no quiere la cosa:

–Así que nos dejarás para irte con los iluminados.

Y Jabavu, con la simpleza de un niño, contesta:

–Sí, eso es lo que quiero hacer.

Por primera vez, Jerry se permite reírse de eso. El miedo recorre a Jabavu como un cuchillo y piensa: «Hablarle así a Jerry es una tontería». Sin embargo, al poco rato Jerry bromea de nuevo y le dice:

–Esos maleantes...

Como si le divirtiera la tontería de los iluminados. Jabavu se ríe con él. La mayor astucia de Jerry con Jabavu consiste en su forma de usar la risa. Lo va empujando lentamente con sus bromas hasta que se pone serio y, de un momento a otro, le dice:

–Entonces, ¿nos dejarás cuando te hartes de nosotros para irte con el señor Mizi?

Y lo dice con tal seriedad que a Jabavu se le queda la lengua pegada y no puede contestar nada. Es como un buey empujado suavemente hacia el borde del campo, que de pronto siente la presión en la base de los cuernos y piensa: «¿Este hombre no pretenderá burlarse de mí?». Y como no lo quiere entender se queda inmóvil, con las cuatro patas clavadas firmemente en la tierra, pestañeando como un tonto, mientras el hombre lo mira y piensa: «Pronto llegará la pelea, en cuanto este buey estúpido gruña y ruja y empiece a dar saltos sin darse cuenta de que no sirve de nada porque yo soy mucho más listo».

De todos modos, Jerry no piensa en Jabavu como piensa el hombre en el buey. Porque, si bien es más astuto que él y tiene más experiencia, hay algo de Jabavu que no consigue manejar. Por momentos, piensa: «Quizá sería mejor dejar que este tonto se fuera con el señor Mizi. ¿Por qué no? Lo amenazaré con matarlo si le habla de nosotros y de nuestro trabajo...». Pero no puede ser, precisamente por ese otro Jabavu que renace con sus chistes. Cuando esté con los Mizi, ¿no llegará un momento en que anhele la riqueza y la excitación de robar, los antros y las mujeres? Y entonces, ¿acaso no sentirá la necesidad de maldecir a los matsotsi, o incluso de delatarlos a la policía? Los nombres de toda la banda, de los hombres de color que los ayudan, del indio de la tienda... Jerry siente el amargo deseo de haberlo acuchillado mucho antes, la primera vez que Betty le habló de él. Ah, ahora desea haberlos matado a los dos. Sin embargo, él sólo mata cuando es verdaderamente necesario y, desde luego, nunca a dos a la vez. Pero su odio por Jabavu, y especialmente por Betty, crece y se vuelve más profundo, hasta tal extremo que le resulta difícil disimularlo, sonreír y fingir tranquilidad y amistad.

Aun así lo hace con tanta gentileza que va empujando a Jabavu por el camino de la risa peligrosa. Sueltan unas bromas terribles y cuando Jabavu se asusta piensa: «Bueno, sólo es una broma». Es que hablan de cosas que apenas unas pocas semanas antes le hubieran hecho temblar. Primero aprende a reírse de la riqueza del señor Mizi, de cómo ese listo maleante esconde el dinero en su casa para engañar a todos los que se fían de él. Jabavu no se lo cree, pero se ríe, e incluso se suma a la broma y dice: «Qué tontos son». O también: «Es más rentable dirigir la Liga para el Avance del Pueblo Africano que un antro». Y cuando Jerry le cuenta que la señora Mizi se acuesta con todo el mundo, o que la señora Samu sólo está en el movimiento porque así puede conocer a muchos hombres jóvenes, Jabavu dice que la señora Samu le recuerda al anuncio de los periódicos de los blancos: bébase esto y dormirá bien por la noche. Sin embargo, Jabavu no se cree todo eso en ningún momento, admira sinceramente a los iluminados y sólo desea estar con ellos.

Luego Jerry aprieta más el lazo y dice:

–Algún día matarán a los iluminados por ser tan maleantes.

Y bromea al respecto de esa matanza. Jabavu necesita unos cuantos días para empezar a reírse de eso, pero al fin le resta importancia y se lo toma a broma, y así consigue reírse. Luego Jerry habla de Betty y cuenta que una vez mató a una mujer que se había vuelto peligrosa y se ríe y dice que las mujeres estúpidas son peores que las peligrosas y que sería buena idea matar a Betty. Pasan muchos días antes de que Jabavu se pueda reír de eso, y al fin lo consigue porque su corazón da saltos de alegría ante la idea de ver a Betty muerta. Es que Betty se ha convertido en una carga cada noche, hasta tal punto que Jabavu la teme. Le hace pasar las noches despierto y le dice: «Cásate conmigo y nos escaparemos a otra ciudad». O también: «Matemos a Jerry para que seas el jefe de la banda». O: «¿Me quieres? ¿Me quieres? ¿Me quieres?». Jabavu piensa en las mujeres de antes, que no hablan día y noche de amor: mujeres con dignidad. Pero al final también se ríe. Los dos jóvenes ríen juntos, a veces dando tumbos por la calle, mientras hablan de Betty y de otras mujeres, dicen que son así o asá, hasta que todo cambia tanto que a Jabavu ya no le cuesta reír cuando Jerry habla de matar a Betty o a cualquier otro miembro de la banda. Hablan de los demás con desprecio, dicen que no son listos para el trabajo y que sólo ellos, Jerry y Jabavu, tienen algo de inteligencia.

Sin embargo, por debajo de su amistad, ambos están muy asustados y ambos saben que pronto ha de ocurrir algo, ambos se vigilan de soslayo y se odian mutuamente y Jabavu piensa a todas horas en cómo irse con el señor Mizi, mientras que Jerry sueña por la noche con la policía y la cárcel, y a menudo con matar: sobre todo a Jabavu, pero también a Betty, porque su desprecio de Betty se está convirtiendo en una fiebre. A veces, cuando la ve frotar su cuerpo contra el de Jabavu, lleva la mano sigilosamente al cuchillo y lo toca con los dedos ansiosos por la necesidad de matar.

Toda la banda está confundida, como si tuviera dos jefes. Betty siempre está junto a Jabavu y esa deferencia influencia a los demás. Además, Jerry debe su liderazgo al hecho de que siempre mantiene la mente clara, nunca bebe, es más fuerte que todos. Pero ahora ya no es más fuerte que Jabavu. Es como si una levadura disolvente hubiera afectado a la banda, y para Jerry esa levadura lleva el nombre del señor Mizi.

Llega un día en que decide librarse de Jabavu de un modo u otro, por muy bien que se le dé robar.

Primero le habla con persuasión sobre las minas de Johannesburgo, le cuenta lo bien que se vive allí, cuánto dinero gana la gente como ellos. Pero Jabavu lo escucha con indiferencia y apenas dice: «Ya» y «Ah, ¿sí? ¿Qué sentido tendría para nadie emprender ese viaje peligroso y difícil hacia el sur en busca de las riquezas de la Ciudad del Oro, cuando su vida ya es bastante rica?». Así que Jerry abandona el plan y escoge otro. Es peligroso, y él lo sabe. Quiere hacer un último intento de debilitar a Jabavu con el skokian. Lo lleva a los antros seis noches seguidas, aunque normalmente sugería a la gente de su banda que no probara el licor porque les ablandaba la voluntad y el pensamiento. La primera noche todo va como siempre: beben todos, menos Jerry y Jabavu. La segunda noche, lo mismo. La tercera, Jerry desafía a Jabavu a competir y éste se niega primero, pero luego acepta. Así que Jabavu y Jerry beben y éste sucumbe antes. Al cuarto día se despierta y se encuentra a la banda jugando a cartas y a Jabavu sentado junto a la pared, con la mirada perdida, recuperado. Jerry siente ahora un odio que no conocía antes. Ha bebido hasta marearse como un tonto por Jabavu, tanto que ha pasado horas seguidas debilitado e inconsciente, incluso mientras su banda jugaba a las cartas y probablemente se reía de él. Es como si ahora el jefe no fuera él, sino Jabavu. Este, por su parte, ha llegado a un punto de su desdicha en el que le ocurre algo muy extraño, como si lentamente el Jabavu real se apartara del ladrón y del maleante que bebe y roba y lo mirase con un tranquilo interés, sin importarle demasiado. Cree que ya no le quedan esperanzas. Nunca podrá volver con el señor Mizi; no podrá ser un iluminado. No hay futuro. Así que se mira y espera, mientras una oscura nube gris de desdicha se instala en su interior.

Jerry se acerca a él, escondiendo sus pensamientos, se sienta a su lado y lo felicita por tener una cabeza más fuerte que la suya. Halaga a Jabavu y luego se burla de los demás, que no lo pueden oír. Jabavu asiente sin mostrar interés. Luego Jerry empieza a insultar a Betty y a todas las mujeres, porque en esos momentos, cuando las odian, es cuando casi parecen buenos amigos. Jabavu sigue el juego, al principio con indiferencia y luego ya pone más voluntad. Pronto empiezan a reír juntos y Jerry se felicita por su astucia. A Betty no le gusta y se acerca; la rechazan los dos y se vuelve con los demás, llena de amargura, y se mete con ellos. Entonces Jerry dice que Betty es una mujer peligrosa y luego vuelve a contar que una vez mató a una chica de la banda que se enamoró de un policía al que se suponía que debía de mantener contento y bien predispuesto. En parte le dice eso para asustarlo, en parte para ver cómo reacciona ante la idea de matar a Betty. Y en la mente de Jabavu se agita una vez más la noción de que sería agradable que Betty desapareciera, porque siempre lo aburre con sus exigencias y sus quejas, pero se deshace de esa noción. Al ver que frunce el ceño, Jerry cambia de tema rápidamente y pasa a la broma de lo bueno que sería robar al señor Mizi. Jabavu permanece sentado en silencio y por primera vez empieza a entender las risas y las bromas, que la gente se ríe sobre todo de lo que más teme, que las bromas son más bien un plan para lo que algún día se hará cierto. Y piensa: «¿Será que Jerry ha estado pensando todo este tiempo en matar de verdad a Betty, o incluso en robar al señor Mizi?». Y la noción de su propia estupidez es tan terrible que recupera la desdicha, desaparecida en un momento de camaradería con Jerry, y se sienta en silencio, apoyado en la pared, y ya nada le importa. Pero a Jerry eso le gusta más de lo que creía, porque cuando sugiere que se vayan a los antros, Jabavu se levanta de inmediato. En esa cuarta noche Jabavu bebe skokian y lo hace de buena gana, a placer, por primera vez desde que llegó al Distrito y lo probó en casa de la señora Kambusi. Jerry no bebe, sino que lo vigila, y siente un inmenso alivio. Ahora, piensa, Jabavu se tomará el skokian como los otros y eso lo volverá débil como los otros, y Jerry lo dominará como a los otros.

Al quinto día Jabavu duerme hasta tarde y se despierta cuando ya oscurece y descubre que los demás ya están hablando de volver a los antros. Pero sólo de pensarlo le entra el mareo y dice que él no piensa ir, que se quedará mientras los demás se divierten. Luego se pone de cara a la pared y aunque Jerry bromea con él y trata de engatusarlo, no se mueve. Pero Jerry no puede contar a los demás que sólo quiere que vayan al antro por Jabavu, así que se ha de ir con ellos, amargado y maldiciendo, porque Jabavu se queda en la tienda abandonada. Llega el sexto día y los miembros de la banda están borrachos, mareados y atontados por el skokian y Jerry apenas puede controlarlos. Jabavu está aburrido y tranquilo y permanece en su rincón, apoyado en la pared, concentrado en sus pensamientos, que deben de ser tristes y oscuros porque le pesan en la cara. Jerry piensa: «La noche antepasada, cuando aceptó beber, tenía el mismo humor que hoy». Provoca a Jabavu para que beba y éste le hace caso. Es la sexta noche. Jabavu se emborracha como la última vez, con los demás, y Jerry permanece sobrio. Al séptimo día, Jerry piensa: «Hoy será el último. Si Jabavu no viene al antro esta noche por su propia voluntad, abandonaré este plan y probaré con otro».

Ese séptimo día Jerry está desesperado de verdad, aunque no se le note en la cara. Está sentado contra la pared, mientras sus manos reparten y recogen las cartas y las mira como si nada más le interesara. Sin embargo, de vez en cuando echa un vistazo a Jabavu, que permanece sentado frente a él, sin moverse. Los demás están todavía inconscientes, tumbados en el suelo, gruñendo y quejándose con voces pastosas.

Betty está tumbada cerca de Jerry, un bulto desparramado y desagradable; él la mira y la odia. Está lleno de odio. Piensa que hace dos meses tenía la banda más provechosa del Distrito, no corría ningún peligro, tenía bien controlada a la policía y no parecía haber razón alguna por la que eso no pudiera durar mucho tiempo. Sin embargo, de repente Betty le cogió gusto a ese tal Jabavu y ahora todo está a punto de terminar, la banda está inquieta, Jabavu sueña con el señor Mizi y ya nada parece claro ni seguro.

Es culpa de Betty; la odia. Es culpa del señor Mizi; si pudiera lo mataría, porque en verdad odia más al señor Mizi que a nadie. Pero matar al señor Mizi sería una tontería. Bien pensado, matar a quien sea es una tontería, salvo cuando se vuelve necesario. No debe matar sin necesidad. Pero la idea de matar ha invadido su mente y no hace más que mirar a Betty, que rueda borracha por el suelo, y desea matarla por haber originado todo ese problema. Salen las cartas de su mano –¡flic, flic, flic!–, y el ruidito de cada carta le suena como una cuchillada.

De repente Jerry recupera el control de sí mismo y se dice: «Estoy loco. ¿Qué es esto? Nunca en la vida he hecho nada sin pensarlo, o sin una causa, y ahora estoy aquí sentado sin un plan, esperando que pase algo... ¡Desde luego, este Jabavu me ha vuelto loco».

Mira a Jabavu, frente a él, y le pregunta en tono agradable:

–Esta noche vendrás a pasártelo bien al antro, ¿eh?

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